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Esos Trepadores Increíbles
¡Esos Trepadores son Increíbles!
A la memoria de tres periodistas cubanos y un alemán, quienes me dieron la oportunidad de ejercer mi profesión como periodista, de manera libre, honrada y satisfactoria: Julio Sánchez Valdez, Jorge Julio Rojas, Emilio Martínez Paula y Heinrich E. Barbian.
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SAN JOSÉ, Costa Rica-(Especial para The City Newspaper) Vivo en un país donde se le da preferencia al extranjero en casi todos los escenarios donde estos aparezcan; y, simultáneamente, se desdeña al nacional, se le obstaculiza, se le veda, se le critica con dureza y se le destruye finalmente, de tal manera que no quede “hueso sobre hueso” después de la trizadura.
El costarricense es desleal, nada fiable en la amistad y el trabajo, es sombra que se desliza entre las sombras y hace daño, no para facilitarse las cosas a él mismo, sino por gusto, por “deporte” y porque eso “lo entretiene”. De hecho, en mi juventud, si yo hubiese llegado a competir con un extranjero por un puesto laboral, hubiese perdido irremediablemente, porque le hubiesen dado el cargo a él y nunca a mí. Incluso una vez lo sufrí en carne propia; pero no viene al caso reproducirlo ahora mismo en este artículo.
Pero la cosa no se queda ahí, sino que trasciende lo normal cuando esos extranjeros, una vez instalados, hacen lo que les viene en gana, con mayor libertad que en su propio país, justamente porque han medido el carácter tímido y temeroso del costarricense al enfrentamiento directo (el indirecto lo manejan muy bien “los ticos”), y saben anticipadamente y con toda seguridad, que el campo está abierto de par en par para que comentan sus excesos, ultrajes y abusos contra los nacionales que una vez les facilitaron
vivir y trabajar en esta nación. Es cuando vemos a jefes extranjeros –porque logran alcanzar jefaturas con una facilidad pasmosa-, humillando a subalternos, gritándoles, amenazándolos con el despido y poniendo en entredicho la honorabilidad de los empleados. Y así la cosa no marcha en ningún sentido.
En lo que atañe a aquellos extranjeros que han llegado al país solamente con los calzoncillos que las dictaduras les han permitido traer, son los casos más deprimentes, en materia de trabajo, que podamos observar y analizar; es un fenómeno realmente sorprendente, porque los vimos primeramente “a ras del piso, y, de repente, los encontramos tocando las nubes con los dedos.” Que se entienda que, en ningún modo estamos en desacuerdo con el éxito personal, que no somos contrarios al progreso personal; pero en las condiciones como alcanzan el desarrollo y los avances individuales algunas de esas personas foráneas… simplemente no conjuga en nuestro paradigma, no lo podemos ni sabemos digerir, porque, en apariencia, carece de lógica y asidero ético/laboral.
Para ilustrar lo anterior, recordamos a aquella oficina creada en Costa Rica con la intención de concientizar a los cubanos en el exilio, de la maldad y la no funcionalidad del régimen de Fidel Castro. Yo llegué a trabajar por poco tiempo a ese lugar ubicado en el centro de San José y la primera impresión ingrata fue encontrarme con un argentino dirigiendo al personal cubano y costarricense que ahí nos desempeñábamos. “¿Qué hace un argentino en la cresta de la causa anticastrista, sino tiene nada que ver en ese aspecto, no le une nada a la problemática política específica, absolutamente nada?” Y el tipo lo hacía realmente mal, era un aventurero, un vagabundo que se pasaba viajando adonde le daba la gana, con la credencial que el exilio cubano le había concedido. Recordemos el delirio demencial de los argentinos por sentirse “internacionales.” La única explicación que pude razonar sobre la presencia de aquel argentino en una oficina de, por y para los cubanos, se fundamentó en que, siguiendo la huella (de barbarie), que dejó el “che” Guevara en Cuba, ahora todos los argentinos se sienten con derechos de meter sus narices en la causa de los exiliados antillanos. Pero, aparte de esta situación, una tarde de tantas, me presentaron a un fulano gordo, alto y con aspecto zonzo. Provenía de aquella isla también. Su conversación giró en este sentido: “No me gustaría irme a vivir a los Estados Unidos, porque a mí me gusta pasar las calles por donde me place y los americanos todo lo prefieren con disciplina y yo no soy así.” Lo cierto es que, con el paso de los años, lo fui encontrando circunstancialmente en compañía de españoles (nunca de costarricenses), en un bar propiedad de los asturianos en el corazón de esta Capital. Y la sorpresa que me sobrevendría iba a ser mayúscula, cuando ese mismo sujeto apareció como director del diario más poderoso de Costa Rica… La Nación. Y un paisano suyo, que había pasado por la misma oficina a la que hice referencia, se convirtió en director del telediario del canal de televisión más poderoso de este país, Teletica 7. Aunque esta otra situación no me sorprendió tanto porque este segundo cubano iba en ascenso paulatinamente y ayudado por una amiga suya (quizás enamorada de él), de nacionalidad peruana, que dirigía a ese mismo espacio noticioso (notemos: peruana y cubano en la cresta de empresas de capital y
dueños costarricenses); y una vez que la suramericana inca se retiró, enojada con su amorcito antillano platónico, este ascendió al poder absoluto del noticiero hasta estos momentos cuando redactamos esta historia. Incluso, esos dos extranjeros se han dado el lujo de despedazar partidos políticos costarricenses y ordenar (así como se lee: “ordenar” tácita y categóricamente), el encarcelamiento de dos expresidentes de la República, utilizando el poder mediático que les dieron las cámaras de televisión y el canal más poderoso del país.
¡Pues bien! Retornando al primer caso del cubano del periódico La Nación, ahí está, firme, seguro, ostentando un altísimo puesto que debería ser de un costarricense y que no sabemos por qué razón no se le ha dado a ningún nacional, desde el retiro de Guido Fernández para incursionar con regular éxito en la televisión, en la década de los 80s. Posterior a ese comunicador, hace mucho fallecido, fue otro cubano quien se hizo cargo de la dirección de ese diario y por muchísimos años fungió inamovible. “El malinchismo”, como llaman los mexicanos, en su máxima expresión. Recordemos que la indígena “Malinche” ayudó a los españoles a conquistar, destruir y apropiarse del Imperio Azteca, traicionando a su propia raza. En Costa Rica “el malinchismo” es cosa de cada día y ya se le advierte y acepta como algo normal.
Ciertamente el ascenso de un extranjero hasta los puestos de mayor prestigio y poder, en la mayoría de las ocasiones, responde a acciones legales, están acordes al marco de la legalidad laboral, porque, incluso y entre otros hechos, muchos de ellos se han nacionalizado previamente y se han casado con mujeres costarricenses (casi todas ellas de familias poderosas económicamente; ¡hasta en eso piensan con frialdad los foráneos!). Pero el trasfondo moral no es el mejor, no es ético en absoluto, es “chocante”, incomodante, mal visto por quienes abogamos por una Costa Rica, primero, para los costarricenses, y luego para los extranjeros que lo merezcan. A todas luces, esas situaciones marcadas por los “trepadores”, no obedecen a la justicia que debería prevalecer ni son agradables tampoco. Ahora, si estos vinieran a este país a enseñarnos cosas novedosas, nuevas tendencias periodísticas o algo parecido, pero no, nada de eso, porque ¡vienen sin formación profesional incluso! Aquí se les da absolutamente todo lo que en Cuba no les estuvo permitido por las carencias, egoísmo y criminalidad del régimen comunista; en Costa Rica se han hecho personas, se les han dado las oportunidades de estudiar y graduarse y, por supuesto… pasar por encima de los mismos costarricenses aletargados, adormecidos y auto-inutilizados por la pereza, “el serruchazo de piso” al compatriota y la falta de ambiciones laborales. Así, con esos rasgos, hemos encontrado a españoles trabajando en La Prensa Libre, decidiendo con petulancia, malacrianza y grosería, quiénes pueden y quiénes no pueden trabajar en ese medio de prensa; chilenos, cuya única función es la de poner discos de acetato en un tornamesa, y aquí son tratados como semidioses del Olimpo griego; y la lista se extiende, se alarga, se dilata igual al nacimiento de un reptil cuando rompe el huevo.