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Honduras: la Imagen Actual de un Gobierno Fallido
Honduras: La Imagen Actual de un Gobierno Fallido
TEGUCIGALPA-(Especial para The City Newspaper) Cuando el actual presidente hondureño, Juan Orlando Hernández, resultó electo de manera fraudulenta en los últimos comicios, creyó que el pueblo burlado se iba a olvidar del procedimiento ilegal que alteró los resultados; pero los ciudadanos, por sí mismos, no se han olvidado de que tienen un presidente de facto; y tampoco la oposición manejada en gran parte por Manuel “Mel” Zelaya, el ex mandatario depuesto por una asonada militar, ha dejado de atacar a Hernández desde los medios de comunicación y en las calles. Y ante la reciedumbre de las protestas, el jefe de Estado cifra sus esperanzas de estabilidad y aceptación en algunos hechos que podrían darse, como la promesa que le hizo su colega mexicano Andrés Manuel López Obrador, de que dará al gobierno de Honduras US$30 millones para crear 20 mil empleos y así detener la inmigración hacia los Estados Unidos. Pero, mientras esa ayuda no se concrete, las manifestaciones populares, violentas por demás, seguirán produciéndose en las principales ciudades hondureñas. El virtual caos de esta nación se retroalimenta en fisuras como la profunda crisis política a la que estamos haciendo referencia; la proverbial pobreza de la mayoría de los habitantes y el crimen organizado; a ello hay que sumarle el hecho de que Honduras es el puente preferido de los narcotraficantes suramericanos, quienes utilizan a este país como una especie de gigantesca “bodega” para almacenar la cocaína, mientras proceden a enviarla a los Estados Unidos, que es el mercado definitivo y final. Tal es la situación social que aquí se sufre, que es el país que más solicitantes de visas humanitarias ha enviado a México, con 20,620 personas beneficiadas con tarjetas de visitante, un 70 por ciento del total de las emitidas en el primer semestre del 2019; así según el Instituto Nacional de Migración de México. Por su parte, la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR), otorgó el reconocimiento como refugiados a 4,888 hondureños y procesa otras 17 mil solicitudes más. En palabras sencillas, el hondureño no quiere continuar viviendo en
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su patria ni un día más, pues tiene la sensación realista de que el destino no le puede paliar siquiera sus necesidades más próximas. “¡En Honduras no hay futuro!” Suelen exclamar constantemente.
La coyuntura es tan tensa que algunos observadores han comparado la situación con los meses previos al golpe de Estado que tiró del poder a Manuel Zelaya, quien fuera gran amigo de las dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela y llevaba a Honduras por un sendero parecido a esos tres gobiernos fallidos, hasta que el ejército hondureño lo depuso el 28 de junio del 2009 y lo dejaron en pijamas en el principal aeropuerto internacional de Costa Rica. Hoy, a 10 años de aquel acontecimiento, el ciudadano no tolera a su actual presidente y se hace presente en las calles todos los días y de manera violenta, para exigirle su dimisión. De paso, exigen también mejoras sociales, la creación de empleo y el combate efectivo contra la delincuencia en este país que es el segundo con mayor índice de asesinatos del mundo, con 56,52 homicidios por cada 100 mil habitantes, de acuerdo con estimaciones de las Naciones Unidas. Y en medio de este desasosiego general, Manuel Zelaya aprovecha para caldear los ánimos y empujar al ciudadano contra el gobierno. Recordemos que este político de ultra-izquierda regresó a Honduras y creó el Partido Libertad y Refundación, que en las elecciones del 2017 apoyó al candidato perdedor, Nasralla, en una coalición llamada Alianza de Oposición contra la Dictadura. Actualmente es el principal líder y la voz más expresiva contra el presidente Hernández, quien, a pesar de todo el marasmo en contra suya, ha logrado reducir los índices de criminalidad, de 86,47 homicidios en el 2011, a 56,52 en el actual 2019. Sin embargo, aún falta muchísimo por hacer en esta nación, comenzando por devolver la legalidad en la Presidencia de la República, un punto fuertemente discordante donde el mandatario es el actor principal.