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No.16
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Diciembre de 2017
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BoletÃn de Arte
HOMENAJE A IRVING PENN (1917-2009)
DOSSIER SOBRE LA NAVIDAD EN EL ARTE DE LA VIDA (ESTÉTICAS FISURADAS)
De la densidad de la forma y el sentido de la vida, de la concentración en la historia por medio de la revelación, de la construcción de la interioridad en la necesidad de vivir la vida con una mística en su realización, de la catarsis visionaria de la vida misma para vivirla en la intensidad de las hélices de la verdad y la realidad, que provocan raras intensidades del conocimiento, su historia y su crítica, en medio de nosotros. Consumidos por el éxtasis ante lo maravilloso, se inclinan los melancólicos.
Diciembre 2017. Felices Fiestas
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Boletín de Arte
HOMENAJE A IRVING PENN, A CIEN AÑOS DE SU NACIMIENTO (1917-2017)
5
TRÍPTICO DE PORTINARI (1476-1478)
13
Hugo Van der Goes (1440-1482)
MAÑANA
22
Arthur Rimbaud (1854-1891)
FANNY Y ALEXANDER / IGMAR BERGMAN (1918-2007)
24
Serge Daney (1944-1992)
UN PLACER FUGAZ
31
Truman Capote (1924-1984)
HERMANOS DE SANGRE (FRAGMENTO)
35
Ernst Haffner (1900-1938)
DIARIO ARGENTINO
40
Witold Gombrowicz (1904-1969)
25 de diciembre de 1964
44
Thomás Merton (1915-1968)
CUENTO DE NAVIDAD
47
Robert Walser (1878-1956)
CUENTO DE NAVIDAD
50
Darío Restrepo Soto (19-)
UN ÁNGEL DE NAVIDAD
53
Walter Benjamín (1892-1940)
TRATADOS EN LA HABANA
56
José Lezama Lima (1910-1976)
DIARIOS (1910-1913)
58
Franz Kafka (1883-1924)
PIDEN CENSURAR UNA OBRA DE BALTHUS EN EL MET DE NUEVA YORK POR LA POSTURA SUGERENTE DE UNA NIÑA 62 EL MET RECHAZA RETIRAR UN CUADRO DE BALTHUS EN EL QUE APARECE UNA JOVEN EN POSICIÓN SUGESTIVA 64 PIERRE KLOSOWSKI (1909-2001)
67
Balthus (1908-2001)
ZEMI KEDE
77
Agnes Agboton (19-)
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VIAJE A MARRUECOS 1883-1884
83
Vizconde Charles de Foucauld (1859-1916)
PREFACIO PARA LA OBRA DE PAUL FLORA (1922-2009) / CRESPONES DE LUTO (1958)
86
Friedrich Dürrenmatt (1921-1990)
FRANCESCA WOODMAN / 1958-1981
91
Carlos Barbarito (1955-)
UN ENTRETIEN AVEC ALAN MOORE : «"JÉRUSALEM" EST LE SEUL ROMAN QUI PROMET L’IMMORTALITÉ À SES LECTEURS» 99 Olivier Lamm photos Immo Klink
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HOMENAJE A IRVING PENN A CIEN AÑOS DE SU NACIMIENTO (1917-2017)
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TRÍPTICO DE PORTINARI (1476-1478) Hugo Van der Goes (1440-1482)
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MAÑANA Arthur Rimbaud (1854-1891) Una temporada en el infierno. Caracas. Monte Ávila Editores. 1976. Pág. 51. Traducción y presentación RAÚL GUSTAVO AGUIRRE
¿No tuve alguna vez una juventud amable, heroica, fabulosa, digna de ser escrita en hojas de oro?- ¡demasiadas posibilidades! ¿Debido a qué crimen, debido a qué error, merecí mi actual debilidad? Vosotros que pretendéis que los animales lanzan sollozos de dolor, que los enfermos desesperan, que los muertos tienen pesadillas, tratad de relatar mi caída y mi sueño. Tampoco yo puedo explicarme mejor que el mendigo con sus continuos Pater y Ave María. ¡Ya no sé hablar!
Sin embargo, hoy, creo haber terminado la narración de mi infierno. Era sin duda el infierno; el antiguo, aquel cuyas puertas abrió el hijo del hombre.
En el mismo desierto, en la misma noche, siempre mis ojos cansados despiertan con la estrella de plata, siempre, sin que se conmuevan los Reyes de la vida, los tres magos, el corazón, el alma, el espíritu. ¡Cuándo iremos, más allá de las playas y los montes, a saludar el nacimiento del trabajo nuevo, la sabiduría
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nueva, la huida de los tiranos y de los demonios, el fin de la superstición, a adorar -¡los primeros!- la Navidad sobre la tierra!
¡El canto de los cielos, la marcha de los pueblos! Esclavos no maldigamos la vida.
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FANNY Y ALEXANDER / IGMAR BERGMAN (1918-2007) Serge Daney (1944-1992) Cine, arte del presente. Buenos Aires. Santiago Arcos Editor. 2004. Págs. 191-193. Antología al cuidado de EMILIO BERNINI y DOMIN CHOI.
Una versión corta de Fanny y Alexander no tuvo gran éxito hace un año. Y es una lástima, pues era un hermoso film. Ahora, en un acto de valentía, Gaumont lanza la versión larga. Tanto mejor. Este film es algo mejor que un testamento, es un folletín iniciático.
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Extraña cosa es el tiempo. En la corta
cola
que
bufaba
discretamente a la espera del comienzo de la función de Fanny y Alexander – Primera parte, una pareja parlotea en voz alta: “es un film
viejo,
lo
deben
haber
estrenado hace tres o cuatro años”, les escucho decir. Como si, apenas después de su estreno, un film
pasara
de
inmediato
a
engrosar la categoría de “films viejos”, dignos de ser vistos –o mejor dicho, visitados- de nuevo. Como si ya no pudiera haber, en el pequeño universo del consumo cinefílico, un pasado reciente. Quise intervenir, decirles que no, que no lo habían estrenado el año pasado, en una versión más corta, pero lo hice. Después de todo, el que no haya un pasado reciente, o incluso un pasado a secas, constituye la lección del film y quizás la última palabra de Bergman.
Claro que hacen falta más de cinco horas de proyección para decirlo, para que el tío Gustav Adolf haga de ello el tema de su discurso familiar (nuestro jardín es pequeño, pero cultivémoslo con amor). Hace falta todo ese tiempo para que la
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familia Ekdahl se maraville de seguir ahí, de haber superado las pruebas y las separaciones, de hallarse reunida como al principio. Pero el tiempo no deja rastros. La juventud de las mujeres es insolente: el rostro de Emilie no conserva nada del terrible paréntesis de su matrimonio con el obispo Vergerus y la mirada de Helena, la madre, brilla de felicidad ante la idea de volver a las tablas. Antes de ser la sabiduría de Bergman (sólo existe el presente y sólo existe el teatro), este empeño por captar el momento presente por sí mismo ha constituido la esencia de su estilo. Tal es la razón de que sea agradable y recomendable y visión anterior, dejar flotar los episodios ya vistos, y vuelvo a ver, nunca vistos, leídos, soñados, como caminos transversales que habían pasado inadvertido hasta ahora y que si se alejan de la ruta lo hacen para que la podamos apreciar mejor. Más de cinco horas de film sólo para decirnos que el tiempo no pasa, ¡qué paradoja! Es que no tenemos que habérnoslas en una lógica del aprendizaje (el de Alexander) como duración, sino como iniciación. Se trata evidentemente de una gran palabra, pero no debería sorprendernos (¿no adaptó acaso Bergman La flauta mágica?). Fanny y Alexander no es sólo un retrato del autor como joven imberbe, una evocación de la infancia del artista o un “testamento”, es algo mejor que todo eso: un arte poética, el balance de Bergman, hombre de cine y de teatro, sobre su doble oficio. Es por ello que el film tiene todas las formas y puede perfilarse en todos los sentidos: como folletín melodramático (un Sans famille sueco), como obra de teatro (con prólogo, tres actos y epílogo), y sobre todo como iniciación (con tres círculos y el hombrecito atolondrado que los atraviesa bajo la mirada vigilante de su hermana, todavía más pequeña que él).
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Primer círculo: la familia Ekdhal, la noche de Navidad. Para los niños: regalos, árbol de Navidad, el paraíso. Los Ekdhal son ricos y tienen un pie en el teatro. Grandes burgueses a los que el teatro confiere una idea agua de sus papeles (de aquí el humor). Segundo círculo: la familia Vergerus, el obispo que se casa con Emilie, joven viuda y madre de Fanny y Alexander. Es el infierno: ideal ascético y retórica crapulosa, retrato del padre de Bergman como pastor ebrio de resentimiento, uno de los retratos más despiadados de la figura del “sacerdote” que el cine haya producido jamás. Tercer círculo: la casa del tío Isaac. El cabalista, amigo de la familia Ekdhal, se lleva los niños y los oculta. Una suerte de purgatorio. También, una de las más bellas figuras de “judío” que haya producido el cine. Epílogo: el teatro. Luego del epílogo: Alexander-Igmar sólo tendrá que hacer volver, en escena o en la pantalla, tal círculo o tal otro. Cada círculo contiene su lógica. Hay una manera de filmar por círculo. El primero (el de Sonrisas de una noche de verano, o Una lección de amor) es el del “pequeño
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teatro de la vida”. El segundo (el de Los comulgantes o De la vida de las marionetas) es el del anti-teatro de los rostros. El tercero (el de Noche de circo o de El rostro), aquel de la vida como magia. Se podría decir también que se trata de tres estados del cine: el cine clásico, el cine moderno y el cine barroco. Y se puede decir qué tipo de imagen corresponde a cada círculo, ya que siempre hay alguien para teorizar sobre ellas ante el jovencito.
Los Ekdhal, como decía, son conscientes de vivir en el mundo de las apariencias, es decir, en un mundo en el que hay que tener un papel. Pero el papel no es la máscara, cae fácilmente (y la dignidad de los Ekdhal consiste en hacer como si nada). Los Vergerus son hiperconscientes de que la máscara y el rostro están soldados. Es el horror. Un rostro es una superficie desnuda en la que todo se lee
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como sobre una máscara única (e inamovible). Es el mundo de la moral, de la tortura y de las enfermedades de la piel. La ausencia de Dios se traduce en el odio de los sacerdotes que hablan en su nombre. Los Jacobi saben desde siempre que las máscaras se fabrican, y en la casa de Isaac viven también Aarón, que tiene a Dios en su teatro de marionetas, e Ismael, que es a la vez hombre y mujer. Es un mundo que consiste íntegramente en pases de magia, un mundo sin rostro.
Alexander atraviesa los tres mundos, lo sufre todo, lo registra todo. A veces la verdad se halla del lado del papel social, como un hábito. A veces chorrea el rostro, como una enfermedad de la piel. A veces, se separa de la máscara, como un mal pensamiento. De modo que cuando termina dicha iniciación, Alexander está maduro para poner en práctica la definición del teatro que le había expuesto, una noche de
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Navidad, su padre Oskar (mal actor, a pesar de todo). Esta escena faltaba en la primera versión, y era una lástima. El padre, entonces, husmea un vaho de petróleo en la habitación de los niños. Gato encerrado: han ofrecido a Alexander una linterna mágica (ya el cine, sí). Respuesta del padre: toma una silla y dice a los niños asombrados: “Está es la silla más bella del mundo.” Es una silla bastante fea, pero los chicos le creen. Luego el padre adopta un aire malvado, cambia de papel, mira la silla y dice: “¿Qué es esta cosa horrible? ¡La destruiré!” “¡No! ¡No la toques!”, grita Fanny que, sin darse cuenta, acaba de entender cómo funciona el teatro. Conmovido más allá de las palabras, el padre la abraza. Ya puede morir. Ha vencido.
[26 de septiembre de 1983]
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UN PLACER FUGAZ Truman Capote (1924-1984) Un placer fugaz. Correspondencia. Barcelona. Random House Mondadori. 2007. Págs. 241-242. Edición de GERALD CLARKE Traducción de JAUME BONFILL
A LEO LERMAN Y GRAY FOY Toscana Vecchia Taormina, Sicilia [4 de] enero de 1951
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Querido Gray, querida Myrt,
¿Quién es Leo Gray? ¿Algún amigo vuestro? Sea quien sea,
nos
envió
encantadora
una
felicitación
navideña por telegrama y ante todo dadle las gracias. Y querido
Gray,
gracias
también por la tarjeta de Navidad: ocupa el lubar de honor en nuestra repisa. Espero que el viejo Claus se portara bien con vosotros. A mí me ha traído un jersey fantástico, unos fabulosos guantes, un cheque de 25 dólares y la compilación de relatos del granjero [William] Faulkner que, si queréis que os diga la verad, no eran tan dignos de compilar. Un ramo gigante de flores de Pascua hizo las veces de árbol. Comimos pavo relleno de castañas, vino Soave y un pastel de naranja y almendra: nada mal para la salvaje Sicilia. Al pocor, por desgracia, tuve que hacer un viaje de emergencia a Milán y Roma, bastante molesto porque odio tener que salir de Taormina. He aquí a un genuino chico de pueblo. No os creeréis la tranquilidad que rodea nuestras vidas, ni que seamos capaces de soportarla. Estos días hace un tiempo curioso: verano por la mañana e invierno
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por la tarde. Pero la primavera está llegando, campos de margaritas, almendros en flor. Lo más triste es pensar que tendremos que irnos, aunque en absoluto quiero marcharme antes de haber terminado el libro. También había pensado en la posibilidad de que nos visitarias en primavera. Supongo que dbe ser fascinante estar ahora en Nueva York, aunque también algo tétrico. Disfrutando cada noche como si fuera la última, etcétera. ¿Me equívoco? Por aquí no hay un sentimiento real de guerra, o como mínimo no genera tensiones ni temas de conversación. Aunque tal vez sea que no nos veamos con tanta gente. Pearl está lozana, aunque a veces parece que la haya pillado una helada. Trabaja duro. Me ha gustado el único cuento que me ha dejado ver. Parece que Leo le ha servido de trampolín para inspirarse en el protagonista, pero ahí acaba todo porque realmente no se le parece. Pearl tiene algún escrúpulo y teme que la gente pueda decir que eres tú, y a buena fe que lo harán: los rasgos físicos son los tuyos. En fn, que le he dicho que debería enseñártelo para ver qué opinas, así que quizá siga mi consejo (1). Por las pocas noticias que nos llegan sabemos que Marylou parece tenerlo todo bajo controll. Intuyo que le va a ir mejor. Creo que en un futuro se centrará como es debido. Jack está bien y os manda recuerdos, como el buenazo de Kelly. A ver si ahora me escribís los dos… cartas larguísimas repletas de cotilleos VULGARES. Os echo de menos. Con amor, amor, amor, amor y más amor
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[Colección de la Biblioteca de la Universidad de Columbia]
1. El relato de Kazin “The Raven” se publicó en Botteghe Oscure en 1952 (vol.9) y la gente no dudó en pensar que el protagonista, Kuney, era un retrato fiel de Lerman. El propio Lerman se sintió gravemente ofendido por algunos pasajes en los que se le describía como un mero listilllo del mundo intelectual. Kazin escribió, entre otras cosas: “Podía decir sin el menor titubeo en qué momento preciso empezó a declinar el revival de James, que Stendhal era agua pasada, Cocteau un plomazo o Genet el genio más nuevo y descarado entre todos ellos… Absorbía como una esponja los cambios de favor y gusto en los lectores, tenía facilidad para bararjar con maestría e improvisación clichés sobre los más variados temas, le aterrorizaba quedar algún día como un tonto ante la sobriedad intelectua de otro, y presuía de conocer a fondo a cualquiera que manejase una pluma, un pincel o un piano en Nueva York. Esas eran las mercancías que las editoriales le compraban”.
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HERMANOS DE SANGRE (FRAGMENTO) Ernst Haffner (1900-1938) Hermanos de sangre. Una novela berlinesa. Barcelona. Editorial Planeta. 2015. Págs. 205-213. Traducción del alemán por FERNANDO ARAMBURU
Los principales impulsores de la pandilla, Jonny y Fred, han sido detenidos. Los demás, Konrad, Erwin, Heinz,
Walter,
Georg
están
Hans
y
ahora
abandonados a su suerte. Konrad,
el
cabecilla
interino, dista mucho de poseer
la
energía,
el
cálculo frío, la altura intelectual y la absoluta falta de escrúpulos de un Freud o un Jonny. Y Ulli, jefe de la pandilla Siete Negros, es un monarca sin súbditos. Sus seis camaradas poco a poco se han pasado a otras bandas, si no es que la vasta ciudad se los tragó. Tampoco Ulli es un líder como el que necesita y desea la pandilla. Al igual que Konrad, es más bien un lanzado, un pendenciero al que no arredra ninguna reyerta. No tiene la menor altura intelectual, esa sobresaliente cualidad de Jonny. Todos los chavales, en su simplicidad instintiva, se dan cuenta de ello y no se sienten inclinados a aceptar un liderazgo semejante.
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(…) La mañana del 24 de diciembre. Ya no les queda un céntimo. Tendrán que ir a trabajar si no quieren pasar hambre esta Nochebuena y durante los próximos días festivos. Probarán suerte en el mercado de la Ackerstrasse. A Ulli no le apetece participar. “Ya es suficiente con dejaros dormir aquí”, dice. Sabe que los Hermanos de Sangre lo necesitan a él y a su cabaña. Ayer se produjo una solemne gresca entre Konrad y Ulli. Repartidos en dos grupos de tres, se ponen en camino hacia la Ackerstrasse. Han determinado que el punto de encuentro después de trabajar en el mercado sea el Rückerklause. Las aglomeraciones ante los puestos de venta y en los pasillos de mercado les facilitan el trabajo. Sin embargo, todo el tiempo se muestran titubeantes. Echan en falta el ánimo que les transmitían Fred y Jonny. Los de un grupo no ven a los del otro. Delante de un puesto de fruta suenan de repente gritos estridentes. “¡Mi dinero! Mi dinero!”. Una y otra vez suena el chillido histérico, que desencadena una agitación indescriptible. Ondas de inquietud se extienden por el recinto. Ya nadie piensa en comprar y vender. “!Policía!... ¡Mi dinero…, mi dinero!”, se exalta todavía la víctima del robo. Alguien ha llamado a la Policía de asalto. Llega la policía… ¡Llegan los de asalto!, corre la voz entre la muchedumbre. Todo aquel que no considera aconsejable esperar a la policía huye por la salida que lleva al Invalidenstrasse.
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Un minuto después, seis agentes saltan del vehículo. Dos toman posiciones en la salida de la Ackerstrasse, los otros dos en la de la Invalidenstrase. Pero ¿qué pueden hacer seis agentes? Mandan aviso al servicio de prevención. Medio centenar de agentes llega rápidamente en camión. Y al punto registran palmo a palmo el recinto del mercado. Los vendedores se sulfuran: “Nos estropean el negocio”. Los controlados maldicen y gritan. A los que tienen la conciencia tranquila la escena les resulta interesante. Una docena de sospechosos sin documento de identidad son cargados en el camión. A la Jefatura Superior de Policía con ellos. Poco a poco se calman las ondas de inquietud y se reanuda el ajetreo comercial. Todos advierten: tengan mucho cuidado…, ¡hay carteristas! ¡Ahora mismo ha habido una gran redada!
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La primera y más importante regla de Jonny rezaba: en cuanto se note la menor agitación, ¡fuera de los grandes almacenes, fuera de los mercados cubiertos y fuera de los grandes almacenes, fuera de los mercados cubiertos y fuera de los mercados al aire libre! Con intervalos de una hora, los Hermanos de Sangre entran de uno en uno en el Rúckerklause. Ya ha oscurecido cuando están todos juntos. En el Rückerklause, hogar de los que no tiene hogar, reina un sentimental ambiente navideño. Y cuando el altavoz murmura “Oh, tú, alegre. Oh, tú, dichoso…”, el local entero se pone a cantar. Pero con la vocinglería que acompaña, por ejemplo, a Amor de marineros; no, antes bien, con un acompañamiento nostálgico, evocador, tranquilo, lo mejor entonado posible.
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Los sentimientos servidos en el momento apropiado son alimento aceptado por los mĂĄs rudos bandidos. Derramar lĂĄgrimas en tales ocasiones no tiene para ellos nada de degradante.
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DIARIO ARGENTINO Witold Gombrowicz (1904-1969) Diario argentino. Buenos Aires. Adriana Hidalgo Editora. 2001. Págs. 85-87. Traducción de FLORENCIA GARRAMUÑO y GONZALO AGUILAR
Sábado
Hoy es Nochebuena. Saldré pasado mañana temprano. El viento amainó y pude vagar por la playa durante la tarde –comenzó el calor-, pero por la noche: tormenta, nubes redondeadas como inmensas bolas colgantes de cuyo vientre
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surgían, arrastrándose, rápidas nubecillas que se desgarraban en jirones. Y todo comenzó de pronto a encogerse, coagularse, densificadas, a cobrar peso, a aglomerarse, cuajarse, intensificarse, sin que siquiera un relámpago irrumpiese en la oscuridad de la noche, acrecentada por la oscuridad de la tormenta.
Después aullaron los árboles martirizados, atrapados en el torbellino de las embestidas locas del ventarrón que convulsivamente se debatía por todas partes, y por fin la tempestad se desparramó en un semicírculo que exhalaba rayos en zigzag bramante. La casa crujía, las persianas chasqueaban. Quise encender la luz; nada, los cables rotos. Un chubasco. Estoy sentado a oscuras en medio de fulgores.
“Oscureciese el cielo, más brillaba como el espectro de una capital satánica”… fosforescencia incesante, algo semejante a fuegos fatuos en miedo y después nubes y los truenos estallando también incesantemente. ¡Ja, ja! No me sentía nada seguro. ¡Vaya una noche! Era, como suele decirse, une nuit à ne pas mettre un chien dehors. Me levanté, di unos pasos por la habitación y de pronto extendí la mano, sin saber por qué, quizá porque al tener miedo jugaba a la vez con mi miedo. Era un gesto sin justificación y por ello en cierto modo peligroso… en semejante momento, en tales condiciones.
Cesó entonces la tormenta. Truenos, viento, lluvia, resplandor… todo terminó. Silencio.
Jamás había visto una noche como ésta.
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Un alto en la tempestad en pleno curso, más extraño aún que un caballo inmovilizado en mitad del galope, tan brusco como si alguien en plena carrera le hubiese cortado los tendones. Entiéndase bien: la tempestad no se extinguió de modo natural, sino que fue interrumpida. Y una negrura malsana fue cuajándose, algo como una enfermedad, algo patológico en el espacio. En lo que a mí respecta no desvarié, por supuesto, al extremo de creer que el gesto de mi mano había detenido la tempestad. Sin embargo –por curiosidad-, extendí la mano una segunda vez en la habitación completamente a oscuras. ¿Y qué? Tempestad, lluvia, truenos. ¡Todo volvió a empezar!
No extendí la mano por tercera vez. Pido disculpas. No me atreví a extender la mano por tercera vez, y hasta hoy mi mano permanece “no-extendida”, mancillada por el oprobio. Fuera de bromas, ¡qué escarnio! ¡No soy un histérico ni un bobalicón! ¿Cómo poder después de tantos años marcados por el progreso y la ciencia, confesar que no se trató de un miedo ficticio ni mucho menos, sino de un miedo serio y sólido, que no me atrevía a extender la mano en la noche por sospechar que, después de todo, “a lo mejor” era ella la que gobernaba la tempestad? ¿Soy un hombre lúcido y moderno? Sí. ¿Soy un hombre consciente, culto, bien informado? Sí, sí. ¿Conozco todos los logros de la filosofía y todas las verdades contemporáneas? Sí, sí, sí. ¿Carezco de prejuicios? Sí, seguramente. Sin embargo, ¡qué diablos! ¿Cómo saberlo?, ¿dónde asegurarse?, ¿quién me garantiza que mi mano, por medio de un gesto mágico, no llegó a detener la tempestad y a desencadenarla?
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Pero, en fin, todo lo que sĂŠ sobre mi naturaleza y sobre la del universo es incompleto: es como si no supiera nada.
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25 de diciembre de 1964 Thomás Merton (1915-1968) Diario de un ermitaño. Un voto de conversación. –Diarios 1964-1965-. Buenos Aires. Editorial Lumen. 1998. Págs 162-163 y 165-166. Traducción de JOSEFINA MARTÍNEZ ALINARI
Primera Navidad en la ermita. Muy pacífica. Ningún problema para dormir, aunque entre todas las cosas hubo una tormenta de truenos. Durante dos días el tiempo ha estado húmedo, ventoso y cálido, como sucede a veces en la primavera, y durante un momento ¡hasta oí un croar de ranas en la vigilia de Navidad!
El día anterior a ése, los novicios estaban talando álamos y cedros en el campo, donde tiene que cruzar la línea eléctrica, y terminé una excavación que creí necesaria para evitar que el agua se acumule de la cabaña.
Antes de descender para la misa de medianoche, me levanté y recé vigilias en la ermita. Todo lo que se dice en el oficio sobre la noche, el silencio, los pastores y lo demás suena mejor aquí en lo alto.
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Después de eso, descendí para la misa. Los novicios estaba felices en torno del árbol de Navidad y yo estaba feliz con ellos. La misa de medianoche fue más sencilla de lo que solía ser.
29 de diciembre, San Tomás de Canterbury
El día de Navidad por la tarde, el hermano Colman New Hope, al área donde Edelín cede al monasterio algunas tierras para ermitas. Como no hay camino cerca del lado oeste de esas tierras, o creo que no existe, logramos cierta idea de ellas desde el valle cercano, donde el antiguo camino de cornisa va desde New Hope hasta Howardstown. Después, exploramos otros valles así, siguiendo los caminos de fondo hasta donde ellos llegaban. Las montañas que desde el monasterio parecen una masa sólida son, por supuesto, un laberinto de profundos cañadones arbolados, con granjas en las bases. Un mundo entero de lugares hermosamente escondidos, algunos muy perdidos y salvajes. Planeo llegar hasta allí algún día y pasar la jornada haciendo exploraciones a pie por el área en torno de las tierras de Edelin, para ver hasta donde se extiende la zona, si es que logro alguna idea de los límites.
Hubo un poquito de sol durante la tarde de Navidad, pero el resto del día estuvo gris y oscuro. Ni siquiera logro recordar qué hice durante la tarde de San Esteban cuando estuvo lloviendo.
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Ayer, fiesta de los Santos Inocentes. El hermano Joaquín estuvo revisando la ermita para planificar la conexión de las luces y para instalar una cocina eléctrica.
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CUENTO DE NAVIDAD Robert Walser (1878-1956) Historias de amor. Madrid. Ediciones Siruela. 2003. Págs. 157-159. Traducción de JUAN DE SOLA LLOVET
Alguien escribió: “No esperen de mí una historia con todos los detalles. Puede que en cierto aspecto
sea
hermosa,
pues
aparece una hermosa mujer, una muchacha de talle esbelto. Estas líneas dan forma a un recuerdo. Creo haber observado que hoy, quiero decir, en los días que podemos llamar nuestros los recuerdos están de moda. Por cierto que, de la emoción, no puedo
prestar
informe,
me
refiero a contar o escribir algo. El otro día escribí a la hijita de una familia sin duda distinguida una carta que creí poder decidirme a considerar, a su manera, excelente. En la historia que estoy redactando, no pretendo brillar como escritor, sino más bien mostrar al desnudo algo así como un sentimiento. Escribo esta escena navideña menos que la lloro, esperando que parezca Navidad, aunque en el fondo no sea yo quien llora, sino el personaje, que vivía en una casa de las afueras de en la que me
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recibió algunas veces y en donde tuvo a bien llevar luto a todas horas, hecho que encontré encantador de su parte. ¿Cómo habré llegado tan pronto a semejante refinamiento? La mayor parte de las finuras se apoyan seguramente en algo natural. Creo que uno puede ser de la opinión de que las más diversas experiencias se tienen en tanto que aún no se posee ninguna, pues la vida misma es la experiencia. Y ahora les diré que la mujer de la que hablo tenía un aire marcadamente distinguido, de cuyo hecho no podemos responsabilizarla en modo alguno. Su esbeltez se veía unida a una cierta y en todos los aspectos ponderada exuberancia, un prestarse ayuda mutua que parecía haber logrado una figura que, como quien dice, florecía en el sentido más agradable y que, por lo tanto, por así decirlo, despedía su perfume. Estábamos, un servidor y otro muchacho que tenía todo el aspecto de haber empezado ya a escribir poesía, en una habitación decorada con un árbol de navidad, y a fe que no pensábamos en muchas cosas. Pensar es una molestia que los jóvenes, por fortuna, estamos muy lejos de sufrir, y contra la que los más maduros, en su lamentable situación, se ven obligados a luchar. Si mal no recuerdo, estábamos los dos hombrecillos fumando un puro, y, en lo que a mí se refiere, puedo que, respecto a la hermosa mujer, pensé: “¿Le gustó?”; y que en cierto modo me inquietó la percepción que me hizo ver con claridad que ella no había reparado en mí para nada, motivo por el cual su belleza me llamó aún más la atención. Me había contado en alguna ocasión que había sido institutriz. Enseguida me permitiré, por cierto, citar una carta –esto es, analizarla más exhaustivamente- que jamás me dio a leer, motivo por el cual, sin embargo, me vi con derecho a reírme de ella. Su amiga, una muchacha adorable, avispada, con soltura, talento, etc., que probablemente envidiaba su belleza a la beldad, y que se atrevió, tal vez por
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ello, a calificarla de poco inteligente, me dio conocimiento de esta carta, que había sido olvidada quién sabe dónde ni por qué. Al parecer, la diplomática y sensata muchacha y un servidor estábamos en ese momento por encima de la hermosa mujer, creyendo la destinataria y antigua educadora, como sabíamos y pudimos ver, en el contenido de la carta, toda vez que nosotros, que la habíamos leído sin la menor discreción, nos reíamos especialmente del remitente de la misma. Pero era demasiado bella como para notar que su amiga y yo teníamos noticia de una carta, la suya, que, a juzgar por todas las apariencias, y pese a no presentarse sino como un engaño desde la primera hasta la última sílaba, ella se había tomado en serio. El hombre que había redactado y confeccionado la carta apenas si tenía más intención que seducir. Entretanto, las lucecitas titilaban y coqueteaban en el árbol de navidad. Los angelitos, que sólo servían a efectos ornamentación, parecían querer decir o pregonar a los cuatro vientos algo sobre la eterna inmutabilidad de la vida. No parece que se haya dicho o probado en modo alguno que la beldad fuera incapaz de discernir. Tal vez sólo les diera esa impresión a los iluminados. La beldad representaba riqueza en la vida; los inteligentes son gente que come, mientras que los bellos pueden compararse a la mismísima comida; ellos son los piadosos, los consagrados que gustan de ser algo concreto para alguien. Advirtiendo las artimañas del seductor, dio la bienvenida a la carta. Un alma buena quiere ser afectuosa.”
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CUENTO DE NAVIDAD Darío Restrepo Soto (19-) Cerrando el círculo. Medellín. Editorial Ojo Mágico. 2004. Págs. 56-58.
El motivo fue algo tan baladí como un par de calcetines o una corbata, e inmediatamente después, al observar la perla de sangre en los labios de mi madre, me dije que al llegar a grande prescindiría de los anillos para no lastimar a mi esposa cuando la abofeteara. Luego mi padre sacó el viejo auto, pusimos en él los aguinaldos y nos fuimos a Sabaneta donde dos tías solteronas ayudarían con sus rezos a parir al Niño Jesús. Mis padres, que habían bebido un poco, aunaron su cantinela a la de ellas, y luego de que naciera el Salvador del Mundo empezamos a abrir los regalos. De entre todo lo que había al pie del árbol me atrajo el envoltorio en forma de cuchillo de monte, pues una de mis tías me lo había prometido, y mientras mi padre, que no aprobaba el asunto, andaba preparándose algo en la cocina, rasgué el papel y extraje de su funda el reluciente acero con el que había soñado desde que lo viera en la vitrina de un almacén deportivo. Llovieron entonces las recomendaciones, y cuando quedó bien claro que su verdadero dueño no sería yo sino mi madre, que me lo prestaría para una que otra excursión supervisada por personas mayores, procedimos a esconderlo bajo el
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asiento del auto, con lo cual hicimos de mi padre un extraño en medio de un clan o una tribu.
Durante el regreso había en la carretera desierta un poco de luna que los faros del auto barrían, al tiempo que tronchaban las sombras de cercas y árboles en un vertiginoso tropel. Empezaba a quedarme dormido cuando el automóvil frenó bruscamente. Al erguirme distinguí varias siluetas que se apeaban de otro vehículo atravesado en el camino, y por el sobresalto de mis padres y las historias escuchadas comprendí que alo malo estaba a punto de sucedernos.
Los sujetos eran cuatro o cinco, y una vez dominada la situación los dos autos fueron orillados de modo que no se convirtieran en obstáculo ni en motivo de sospecha para cualquier otro que pasara por allí. El exiguo botín los enfureció, y tras convencerse de que por mucho que golpearán a mi padre no lo harían escupir el dinero, lo maniataron con el trapo de limpiar el parabrisas y se apoderaron de mi madre, que se defendía con la vehemencia de una loca furiosa. Cuando desaparecieron entre los árboles traté de liberar a mi padre, pero los nudos se resistían y de todas formas poco habría logrado con ello, pues se hallaba al parecer en el sótano de la inconsciencia; así que, con la casi certeza de que había alguien vigilándonos, opté por quedarme quieto en aquella tumba de silencio donde parecía que no iba a ocurrir nada más por el resto de la eternidad. Finalmente los truhanes salieron de la arboleda y se marcharon en su automóvil. Mientras me esforzaba por precisar si se habían llevado o no a mamá con ellos, su figura emergió de las sombras y se acercó a paso rápido.
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- Ve a hacer tus necesidades en los matorrales – dijo. - No tengo ganas… - Cualquier muchacho normal las tendría después de lo sucedido. Lo que podía ver de su cara mostraba tal decisión que me bajé del auto, caminé hasta los árboles y oriné mirando cómo la luna, momentáneamente eclipsada, volvía a extender por el mundo su cáncer plateado. Cuando regresé donde ellos, mi padre se desangraba por el feroz tajo abierto en su cuello. - Ayúdame a sacarlo – dijo mi madre. Lo tiramos sobre el pavimento y limpiamos la cojinería para podernos sentar. Mi madre condujo despacio en el claro de luna, hablándome una y otra vez hasta que la imagen de los asaltantes cortándole el cuello a mi padre se hizo tan fuerte y nítida, que lo demás parecía un sueño.
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UN ÁNGEL DE NAVIDAD Walter Benjamín (1892-1940) Infancia en Berlín hacia 1900. Madrid. Ediciones Alfaguara. 1982. Págs. 99-101. Traducción de KLAUS WAGNER
Todo empezaba con los árboles de Navidad. Una mañana, aún antes de las vacaciones, quedaron fijados en las esquinas de las calles los sellos verdes que parecían sujetar la ciudad por todas partes, como un gigantesco paquete de Navidad. Pero, a pesar de todo, un buen día estalló, y juguetes, nueces, paja y adornos para el árbol brotaban de su interior: era el mercado navideño. Pero también surgía algo más. La pobreza. Pues al igual que en la bandeja navideña podían exhibirse, al lado del mazapán, manzanas y nueces con un poco de oropel, así también, en los barrios ricos, las gentes pobres con la plata en láminas y las velas de colores. Pero los ricos hicieron que se adelantaran sus
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hijos para comprar a la pobre corderitos de lana o para repartir limosnas que a ellos mismos, por vergüenza, no les salían de la mano. Entre tanto ya estaba en el balcón el árbol que mi madre había comprado en secreto y mandado subir al piso por la escalera de servicio. Pero más maravilloso aún que todo lo que le confería la luz de la velas fue ver de qué manera la fiesta próxima iba entretejiéndose cada día un poco más en sus ramas. En los patios, los organilleros empezaron a demorar con sus cánticos el último plazo. Por fin expiró, no obstante, y volvió uno de esos días que estoy recordando como uno de los más tempranos. Esperaba en mi cuarto hasta que dieran las seis. Más tarde, en la vida, ninguna fiesta posee esta hora, que vibra como una flecha en el corazón del día. Había oscurecido ya; sin embargo, no encendí la lámpara por no apartar la vista de las ventanas oscuras del patio, detrás de las cuales pude ver las primeras velas. De todos los momentos que integran la existencia del árbol de Navidad es el más misterioso, cuando sacrifica a la oscuridad las hojas y el ramaje para no ser sino una constelación innacesible y, no obstante, próxima, en la ventana empañada de uno de los pisos interiores. Sin embargo, por la manera en que una de esas constelaciones agraciaba de cuando en cuando una de las ventanas abandonadas, en tanto que muchas seguían permaneciendo oscuras, y otras, más tristes aún, decaían a la luz de gas de las primeras horas de la tarde, me parecía que estas ventanas navideñas encerraban la soledad y la miseria, todo lo que la gente pobre pasa en silencio. Luego recordé los regalos que estaban preparando mis padres, pero apenas me aparté de la ventana con el corazón entristecido, como sólo lo consigue la proximidad de la dicha segura, sentí algo distinto y extraño en la estancia. No era sino un viento, de modo que
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las palabras que formaron mis labios quedaron como los pliegues que una vela inerte produce de repente ante una brisa fresca.
Todos los años, el Niño Jesús vuelve a la tierra donde estamos los hombres.
Con estas palabras se esfumó el ángel que acababa de tomar cuerpo en ellas. Yo no seguí por más tiempo en la habitación desierta. Me llamaron a la de enfrente, en la que el árbol acababa de entrar en la gloria que me lo arrebataba, hasta que, despojado de su pie, sepultado en la nieve o reluciente en la lluvia ponía fin a la fiesta que había comenzado con un organillo.
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TRATADOS EN LA HABANA José Lezama Lima (1910-1976) Obras completas. Tomo II. Ensayos/Cuentos. México. Aguilar Editor. 1977. Págs. 642-643.
XXXVIII
Sosteniéndolo apenas, con dificultad borrada por la avidez, el garzón, cruzadas las piernas, lee el Libro de la Navidad. Ha llegado a él, cribado por la mano de alguien muy afecto a la esencia familiar, en estos días pascuales favorables a que sean los demás, excepción de excepciones, los que impulsan las ajenas
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imaginaciones, con una exquisitez doblada por la cercanía de la sangre, Hoffmann, Perrault, Carroll, Andersen, se convierten en temas, sus vidas juegan entre los violines mágicos y el árbol que crece indefinidamente. Sus vidas las sueñan los niños tanto como lo que ellos imaginaron para los niños. Los familiares, impulsados por sus deseos de dejar en el niño recuerdos, de sembrar en su reminiscencia, se tornan un poco en fantasmas, se encristalan, comienzan a sudar esperma y a permitir que le broten diminutos árboles en sus costados. ¡Qué delicadeza para la imaginación! ¡Qué tacto en el sueño! Colocarle al niño en su subconsciente el libro de Navidad, que ha de transformarse en el más increíble de los lagos, en el arte de transfigurarlo todo en paisajes por donde él se desliza y se aventura.
Con las piernas cruzadas, el garzón repasa en el trópico, los países del escarchado y del gemido por árboles y ciervos. El sentido sobrenatural, fuera de toda adultez causalista, y de las infinitas transformaciones, van pasando en el libro y van quedando río adentro. El cisne de Noruega, que rodea la más estricta prisión, transfigurado después el príncipe del rescate, en el portador de la espada. No solamente las irreductibles y fieras transformaciones, sino el goce de llevar los objetos, aun los que recorremos y envolvemos todos los días, a una tierra distante, donde los pasos algodonosos del alción nos sobresaltan y el árbol se queja en la desolación de paisajes que cubren las ciudades sumergidas, con guerreros que juran y maldicen en el sueño. 9
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DIARIOS (1910-1913) Franz Kafka (1883-1924) Diarios (1910-1913). Barcelona. Editorial Lumen. 1975. Págs. 179-182. Traducción de FELIU FORMOSA
24 de diciembre. Domingo (1911)
Ayer fue divertido en casa de Baum. Estuve allí con Weltshc. Max está en Breslau. Me sentía libre, podía efectuar cualquier movimiento hasta el final,
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contestaba y escuchaba cuando correspondía, hacía más ruido que nadie, y si dije una vez una tontería, no se convirtió en algo de suma importancia, sino que fue barrida inmediatamente. Lo mismo ocurrió al volver a casa con Weltsch bajo la lluvia; a pesar de los charcos, el viento y el frío, el tiempo pasó para nosotros tan deprisa, como si hubiésemos ido en coche. Y ambos nos supo mal despedirnos.
De niño tenía miedo, y si no miedo, una sensación de incomodidad cuando mi padre, como solía hacer a menudo en su cualidad de hombre de negocios, hablaba de "final de mes" o de "a últimos". Como yo no era curioso, y si alguna vez preguntaba algo, no podía asimilar con rapidez la respuesta a causa de la lentitud de mis ideas, y como a menudo una débil curiosidad surgida esporádicamente se daba ya por satisfecha con una pregunta y una respuesta, sin exigir siquiera un sentido, así la expresión "fin de mes" fue siempre para mí un desagradable misterio, al que se añadió, cuando presté mayor atención, la expresión "a últimos", aunque jamás con una significación tan destacada. También era desagradable que ese "fin de mes", temido durante tanto tiempo, jamás pudiese ser pura y simplemente eludido, porque si alguna vez transcurría sin ningún signo específico o incluso sin prestarle especial atención -pues sólo mucho más tarde advertí que venía más o menos cada treinta días-, y si por lo tanto llegaba felizmente el día primero de mes, se volvía a hablar de fin de mes, aunque no con especial temor, y yo relegaba esta circunstancia, sin examen alguno, a las restantes cosas incomprensibles.
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Ayer a mediodía, cuando llegué a casa de W., oí la voz de su hermana que me saludaba, pero a ella no la veía, hasta que su débil figura se desprendió de la mecedora que se hallaba ante mí.
Esta mañana, circuncisión de mi sobrino. Un hombre bajo, de piernas torcidas, Austerlitz, que ya tiene a sus espaldas dos mil ochocientas circuncisiones, hizo el trabajo con gran habilidad. La operación viene dificultada porque el niño, en lugar de estar tendidos en la mesa, lo está sobre el regazo de su abuelo, y porque el operador, en lugar de poner toda su atención, tiene que murmurar plegarias. Primero el niño queda inmovilizado con ataduras que sólo dejan libre el miembro, luego se le coloca un disco de metal perforado que precisa la superficie a cortar, después se práctica la incisión con un cuchillo casi común, una especie de cuchillo para pescado. Ahora se ve sangre y carne viva; el "moule" se aplica en ella brevemente con sus dedos temblorosos, de uñas largas, y desplaza sobre la herida, como si fuese el dedo de un guante, la piel obtenida de alguna parte. Todo se resuelve en poco tiempo y el niño apenas ha llorado. Ahora no queda más que una pequeña oración, durante la cual el "moule" bebe vino y, con sus dedos aún no totalmente limpios de sangre, lleva un poco de vino a los labios del niño. Los presentes oran: "ahora que ha entrado en la Alianza, que le sea dado llegar también al conocimiento de la Tora, al feliz vínculo matrimonial y a la práctica de las buenas obras."
Cuando hoy, después de la comida, he oído rezar al acólito del "moule", y los presentes, a excepción de los dos abuelos, pasaban el tiempo aburridos o
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soñando, sin entender absolutamente nada de la plegaria, he visto ante mí judaísmo europeo occidental implicado en una transición evidente y de imprevisibles consecuencias, que no preocupa a los inmediatamente afectados, los cuales, como auténticas personas de transición, aceptan lo que les viene impuesto. Estas formas religiosas, llegadas a su definitivo final, tenían, en su práctica de hoy, un carácter tan indiscutible y meramente histórico, que sólo parecía necesario un brevísimo espacio del tiempo, dentro de esa misma mañana, para interesar históricamente a los presentes con relatos sobre la anticuada costumbre primitiva de la circuncisión y sus plegarias semicantadas.
Löwy, a quien casi cada noche hago esperar media hora, me dijo ayer: Desde hace unos días, mientras espero, miro siempre su ventana. Primero veo todavía luz, cuando, como de costumbre, llego antes de tiempo, y supongo entonces que usted está aún trabajando. Luego se apaga la luz, que sigue encendida en la estancia contigua; o sea que está usted cenando; luego se vuelve a ver la luz en su habitación, o sea que se lava los dientes; luego se apaga la luz, o sea que está usted en la escalera, pero después vuelve a encenderse…
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PIDEN CENSURAR UNA OBRA DE BALTHUS EN EL MET DE NUEVA YORK POR LA POSTURA SUGERENTE DE UNA NIÑA El Mundo . 6 dic. 2017
'Teresa soñando', el cuadro de Balthus en el MET de Nueva York.
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Más de 9.000 personas han firmado una petición para que el Museo Metropolitano de Nueva York (MET) retire o contextualice una pintura de Balthus en el que una joven aparece en una posición "sugerente". Los críticos del trabajo del pintor franco-polaco consideraron la imagen inapropiada considerando los efectos de escándalo de Harvey Weinstein, quien fue denunciado por varias mujeres de acoso sexual, lo que ha abierto un debate en el país sobre la conducta sexual de hombres poderosos en EEUU. En la obra "Teresa soñando", pintada en 1938 por Balthasar Klossowski de Rola más conocido como Balthus-, una joven está sentada con una pierna levantada sobre una silla, haciendo que su vestido se levante sobre sus caderas y vea su ropa interior. La autora de la petición Mia Merrill consideró "perturbador" que el Museo Metropolitano de Arte, un referente mundial en su campo, exhiba esta pintura. "Dado el reciente clima sobre el acoso sexual y las acusaciones que se hacen más públicas cada día, al exhibir este trabajo a las masas sin proveer ningún tipo de clarificación, el Met está, tal vez sin intención, respaldando el voyeurismo y la cosificación de los niños", señala Merrill en una carta. La mujer no ha querido hacer comentarios para la agencia France Presse. Una fuente cercana al MET ha indicado indicó que la institución no prevé retirar la pintura ni modificar el letrero junto a la misma. "El arte visual es uno de los medios más importantes que tenemos para reflexionar a la vez sobre el pasado y el presente, y motivar la constante evolución de la cultura actual a través de una discusión informada y el respeto a la expresión creativa", agregó el museo.
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EL MET RECHAZA RETIRAR UN CUADRO DE BALTHUS EN EL QUE APARECE UNA JOVEN EN POSICIÓN SUGESTIVA El País . 6 DIC 2017
La petición contaba con el apoyo de 8.700 firmas hasta que el museo ha puesto coto: "Creemos en el respeto por la expresión creativa"
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El museo Metropolitan de Nueva York (Met) se planta. Su misión, explica, es coleccionar, estudiar, conservar y presentar obras que conectan a las personas con la creatividad, el conocimiento y las ideas. Y con ese argumento rechaza con rotundidad una petición para que se retire una pintura de Balthus en la que aparece una niña a la que se le ven las bragas. Las artes visuales, insisten, son un medio para la reflexión. La obra del artista francopolaco se titula Teresa soñando y data de 1938. Es un cuadro, coinciden los críticos, que irradia luz propia y pureza. Al verlo, se puede sentir la placidez de la joven en el sueño. El trabajo de Balthazar Klossowski (París, 1908 -Rossinière, Suiza, 2001) es conocido, precisamente, por la manera con la que capta la inocencia de la preadolescencia. La petición se lanzó el 30 de noviembre por una vecina de Nueva York y tenía como objetivo alcanzar las 9.000 firmas. “El Met está, tal vez sin intención, respaldando el voyerismo y la cosificación de los niños”, decía. Los responsables del museo responden que su muestra recoge trabajos importantes que representan todas las culturas y los tiempos. Y entiende, además, que momentos como el que se vive ahora en Estados Unidos ofrecen la oportunidad para entablar una conversación. El Met no va a retirar el cuadro ni se plantea tampoco cambiar la cartela para hacer la aclaración que se pide. “Consideraré esta petición un éxito si incluyen un pequeño mensaje diciendo que el cuadro puede ser ofensivo”, explicó en las redes sociales la autora de la petición. “Solo pido que sean más conscientes con la manera que tienen de contextualizar las piezas”. La explicación que tiene la obra en la actualidad solo señala que la protagonista, Teresa Blanchard, tenía 12 o 13 años cuando se pintó el cuadro. La pintura ya
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fue expuesta hace cuatro años por el Met en una muestra sobre el trabajo de Balthus. Entonces sí se advirtió a los visitantes de que algunos trabajos podían ofender al público. “Las artes visuales son uno de los medios más importantes que tenemos para reflexionar a la vez sobre el pasado y el presente, y esperamos motivar la continua evolución de la cultura actual a través de una discusión informada y de respeto por la expresión creativa”, señala la nota emitida por el museo. El cuadro pertenecía a la colección privada de Jacques y Natasha Gelman, y fue donado al Met en 1998. La pintura se ha exhibido por galerías y museo de EE UU, Europa, América Latina y Asia. Los críticos destacan el carácter místico de la obra de Balthus.
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PIERRE KLOSOWSKI (1909-2001) Balthus (1908-2001) Memorias. Barcelona. Editorial Lumen.2003. Págs. Págs. 125-126. Edición de ALAIN VIRCONDELET. Traducción de JUAN VIVANCO
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Volviendo a la dificultad de la autobiografía que me plantean estas memorias, pienso en mi viejo amigo Michel Leiris, para quien un proyecto así era imposible. Porque ¿cómo llear a lo que mi hermano Pierre Klossowski llama "el enigma", y que nunca podrá comunicarse? "En todo hombre hay un fondo invariable", dice. Algo que no pertenece a los códigos normativos de lo social, que no puede equipararse a ellos, y hace que el yo sea singular, único. Ni siquiera uno mismo puede llegar a ese fondo vertiginoso, idéntico al que el maestro Eckhart, uno de mis autores de cabecera, llamaba "fondo abisal". Por eso rechazo tajantemente las interpretaciones eróticas que muchos críticos y muchas personas suelen hacer de mis cuadros. Mi obra, pinturas y dibujos en los que abundan niñas desvestidas, no responde a una visión erótica que me convertiría en un voyeur y me llevaría a exteriorizar, incluso sin darme cuenta (sobre todo sin darme cuenta) ciertas tendencias inconfesables o maniáticas, sino a una realidad profunda, aleatoria, imprevisible e incomprensible, que podría así liberarse y revelar su naturaleza fabulosa, su dimensión mitológica, un mundo onírico que descubriría sus mecanismos. De modo que Thérese soñando o en La habitación no hay que verlos como reflejos de la realidad, actos eróticos en los que la anatomía y la líbido se combinarían de manera escabrosa, sino más bien como la necesidad de mostrar y captar algo que solo puede hallarse en lo imperceptible de la palabra, en lo indescifrable, algo que sin embargo vibra y resuena, participa en lo que Camus llamaba "el corazón palpitante del mundo".
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La pintura fue inmediatamente para mí el medio, el utensilio, el camino obligatorio para llegar a esa declaración extranjera y exiliada, y sacarla a la luz. Pierre, mi hermano, también conoce la extraña alquimia a la que en ocasiones te permite acceder la pintura, él que empezó intentando explicarla con palabras para después renunciar a ellas, como hiciera Rimbaud, y probar con la experiencia del dibujo y la pintura, a los que acabó dedicándose por completo. Esta necesidad fue abriéndose paso en él hasta imponerse y hacerle cambiar las novelas por lo que él llama la "conversación muda" del cuadro. "La imagen es un poder", dice, y estoy de acuerdo con él; y añade: "no intento profundizar las teofanías". Considerar el cuadro como un nacimiento, un advenimiento en el sentido teológico de la palabra, admitir que es incomprensible lo mismo que
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María, tras la visitación del Ángel, no trató de comprender lo que iba a llegar en ella. Inocencia del surgimiento.
Pierre Klossowski
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ZEMI KEDE Agnes Agboton (19-) Zemi Kede. Eros en las narraciones africanas de tradición oral. Palma de Mallorca. José J. Olañeta, Editor. 2011. Págs. 7-11.
Escuchar la voz del anciano que cuenta su historia, intentar grabarla desactivando el mecanismo de defensa con el que siempre debo enfrentarme, pues mis viejos compatriotas desconfían de los extraños artilugios que les pongo
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ante la boca; narrar luego algunos de los cuentos que recojo, una actividad que me apasiona, que nada de extraño debiera tener ya para mí y que alterno, de vez en cuando, con la escritura. Ambas tareas tienen una misma herramienta en común: la palabra. Amadou Hampaté Ba afirmó que la escritura es la sombra de la palabra, y esta frase me hace siempre pensar en otro griot que, preguntado por una periodista occidental, respondió: Cuento mis historias con el cuerpo, con la expresión de la cara, con mis gestos… y eso no puede verterse, no está en un libro, pues el libro, lo escrito, no respira ni habla ni se mueve. Le he dado tantas veces vueltas a esta cuestión, me he preguntado tantas veces cómo plasmar en una hoja en blanco el revolotear de unas manos, el brillo de unos ojos, la expresión – maliciosa, divertida o atemorizada- del narrador ante quienes le escuchan sentados en la arcilla roja de la concesión o bajo el mango que sombrea el patio… No, no es posible, esa cualidad de lo narrado se pierde para siempre cuando la palabra ha sido dicha, porque lo oral tiene corta vida y fácil de renacer. Lo oral es agua en continuo movimiento que va transformándose con el paisaje que la recibe, con el recipiente que la contiene. Tal vez, a pesar de tanta literatura, lo escrito sea sólo, en definitiva, la muerte de esa palabra que cambia, que se apaga cuando ha brotado de una boca pero que revive más tarde, cuando otro narrador inicia su historia, la misma y distinta a la vez. Hace años ya que intento poner al alcance de un público muy lejano, muy alejado de mi tierra de origen, muy distinto también, los cuentos y leyendas que he ido recolectando, y mi fascinación, el interés que siento por este oficio, ha ido creciendo hasta el punto de que, hoy, he querido zambullirme en un terreno más bien escabroso –y arriesgado, para mí al menos-, inusual en el repertorio de
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las narraciones que suelen explicarse en las tierras ribereñas del golfo de Guinea. Me refiero a cuentos de tradición popular que versan sobre el sexo (y no es fácil encontrarlos) o que de un modo u otro se refieren a lo que en Occidente se consideraría “erótico”. El deseo de transportar, de verter las palabras de esos cuentos –con todo su significado, con sus matices y la riqueza de su lenguaje, las metáforas que contienen (incomprensibles si no se dispone de la clave adecuada), la imagen del mundo en el que nacieron- a una lengua distinta y, más difícil aún, en las páginas de un libro para que el público que se acerca a ellas las sienta, las viva como yo lo hice, comprenda el humor o la enseñanza que de ellas se desprende, no ha sido una labor fácil… y estoy segura de que no lo he logrado. ¡Tcho”!, me lamentaría ahora con la doliente onomatopeya de mi lengua materna. ¿Cómo fabricar ese puente, cómo lograr que esos elementos se fusionen en un solo crisol cuando pertenece a dos mundos distintos? Las historias de allá, las palabras de aquí. El olor de la tierra húmeda, del sudor incluso, el revolotear de los paños multicolores, o de la desnudez infantil, las chozas y los sonidos casi musicales de una lengua tonal por un lado; unas reglas de sintaxis asentadas desde hace siglos, un vocabulario rígido, codificado una y otra vez en gruesas gramáticas y diccionarios, casi libros sagrados que lo contienen todo salvo, lamentablemente para mí, la fuerza de la oralidad. ¿Cómo lograrlo, pues? Tras haberlo intentado, sólo puedo decir: Zemi kede, sí, tomadme con mucho cuidado, con delicadeza. Y mucho más cuando se trata, como aquí, de cuentos que rozan el deseo y su satisfacción, las ambiguas, contradictorias, relaciones de los sexos. Porque las palabras en las que habitan las voces de este tipo de
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narraciones, con su melodía y sus onomatopeyas, las expresiones del rostro o los gestos de las manos, los explícitos movimientos de los cuerpos son imprescindibles para una adecuada transmisión de lo narrado. La lectura de las páginas que siguen exige pues, del lector, que libere su imaginación, que invente esos ademanes o esa mímica que pueble de procaces insinuaciones los silencios. Hay en francés un término que intenta reflejar lo que pretendo expresar, “le non-dit” (lo “no-dicho”) lo llaman, sin advertir que no sólo la palabra dice y que la no-palabra no significa, ni mucho menos, una ausencia de historia, o de mensaje, o de… Y la profunda, ronca voz que impone el sexo… La lectura de esas páginas exige, también, la conciencia de que pertenecen a un paradigma cultural (¿sexual?) muy distinto al de quienes se disponen a acercarse a a ellas. Es preciso, pues, prescindir de lo que, en nuestro estereotipado lenguaje de hoy, llamaríamos lo políticamente correcto, pues también en estos pagos la corrección va por barrios. Me atreveré a decir (en voz baja, no faltaría más, porque doctores –o sexólogostiene la Iglesia) que las mujeres y los hombres africanos practican y cultivan otra suerte de erotismo que brota, o eso creo, de las distintas exigencias biológicas, sociales o culturales, de la morfología de su cuerpo incluso. No es éste lugar para extenderme en lo que estoy diciendo y en las reflexiones que, mientras iba tomando cuerpo este libro, mi trabajo me sugería. Nunca lo había advertido, pero ahora sé que el erotismo del lado acá (como diría Julio Cortázar) tiene aspectos muy distintos al del lado de allá, al del retazo de África donde nací y me hice mujer. Eso es algo que yo ignoraba y que, poco a poco, narración tras narración, en las charlas que he mantenido con mis informadores (ancianos en su mayoría) he ido aprendiendo. Paradójicamente, es como si hubiera asomado
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la nariz al universo que me vio nacer, a las pasiones y los deseos que me engendraron. La terminología, el vocabulario o los giros que expresan todo lo que envuelve el mundo de la sexualidad de los dahomeanos y sus vecinos son tan sugerentes (y tan secretos, a veces) como los occidentales. En sus cuentos tradicionales recurren a metáforas que reflejan, cada cual a su modo, con palabras explícitas, insinuaciones o gestos, un lenguaje que bebe de los elementos naturales, algo del todo explicable puesto que estos pueblos, en su mayoría, son como yo animistas. Y ésta ha sido la principal dificultad con la que he topado en mi intento, porque es delicada, aleatoria casi, esa transliteración a una lengua que tiene, a mi entender, un corsé mucho más definido, más rígido y establecido, y en la que es imposible, por lo tanto, transmitir el conjunto de sugerencias que estas narraciones abarcan. Me ha sido inevitable, por lo tanto, intervenir en los textos que estaban traduciendo de un modo mucho más importante de lo que hice en mis anteriores libros, en Na Miton y Eté Utú especialmente, aunque he procurado que siguiera flotando en todos ellos el distinto modo de narrar de cada uno de mis informadores. Los diez cuentos que he reunido en esta pequeña antología permiten, creo, hasta cierto punto, aproximarse a un modo “otro” de concebir la sexualidad y me ha sido necesario, al traducir los distintos relatos, recurrir a palabras o expresiones que al lector español pueden resultarle extrañas. Recuerdo, a este respecto, una anécdota de mi juventud que tal vez pueda resultar reveladora del modo como van creándose las lenguas en las que trabajo: tenía yo en Bingerville, en la Costa de Marfil donde permanecí algunos años, una amiga cuyo compañero era un profesor blanco, corso para más señas (Catherine se
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llamaba la muchacha, ¿qué habrá sido ella?); pues bien, al parecer, el somier de la cama que la pareja utilizaba tenía los muelles algo distendidos y chirriaba de un modo peculiar… Chirriaba sobre todo cuando ambos se lanzaban a los retozos sexuales. Catherine no tardó en convertir el musical chirrido de su lecho (chipitín chipitín) en una palabra que utilizaba siempre para referirse al acto sexual: “Esta tarde ha habido chipitín chipitín”, decía… Y poco tiempo después todo su entorno había adoptado ya la onomatopeya. La sexualidad, en Europa o en el golfo de Guinea, es la más íntima de las relaciones, se da y se recibe siempre… La cuestión no es “qué”, la cuestión es “cómo”… Y ahora, acérquense zemi kede a los cuentos que tienen hoy en sus manos, convertidos por primera vez en letra impresa.
Febrero 2011
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VIAJE A MARRUECOS 1883-1884 Vizconde Charles de Foucauld (1859-1916) Viaje a Marruecos. Palma de Mallorca. José J. Olañeta, Editor. 2001. Pág. 19. 2001. Presentación de JAUME BOVER. Traducción de FRANCESC GUTIÉRREZ
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AGRADECIMIENTOS En el momento de entregar al lector el relato de mi viaje, cuando los acontecimientos que lo llenaron y los trabajos que lo han acompañado pasan en conjunto ante mis ojos, ¡cuántos nombres, cuántas cosas, cuántas sensaciones acuden en masa a mi ánimo! Entre los recuerdos, agradables unos, penosos otros, que este instante evoca, hay uno de infinita dulzura, uno ante el que se borran todos los demás. Es el recuerdo de los hombres en quienes encontré amabilidad, amistad y simpatía, de los que me animaron, protegieron y ayudaron en la preparación de mi viaje, en su realización y en las ocupaciones que lo han seguido. Unos son franceses, otros marroquíes; los hay que son cristianos, los hay que son musulmanes. Que ellos me permitan unirlos en un solo grupo para darles las gracias a todos juntos y asegurarles una gratitud demasiado viva para que pueda expresar como la siento. Que aquel cuyas sabias lecciones prepararon mi viaje, cuyos consejos lo dirigieron y cuya prudencia organizó su ejecución, que el Sr. O. MacCarthy, presidente de la Société de Géographie de Argel, protector nato de todo aquel que trabaje por la ciencia o por la grandeza de nuestra colonia, reciba el primer homenaje de mi profundo agradecimiento. Los señores Maunoir y Duveyrier me animaron antes de mi partida, y me acogieron a mi regreso. Les debo la brillante distinción que, apenas de vuelta, me concedió la Société de Géographie de París. No puedo agradecerles bastantes su amabilidad. Hadj Bu Rhim, Bel Qaseme el-Hamuzi, que con riesgo de sus vidas me han protegido del peligro, ustedes a quienes debo la vida, ustedes cuyo recuerdo lejano me llena de emoción y de tristeza, ¿dónde estarán ahora? ¿Viven aún?
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¿Volveré a verles jamás? ¿Cómo expresarles mi reconocimiento y lo mucho que lamento no poder probárselo? Por último, que todos aquellos a quienes no menciono, no por olvido, sino porque su lista sería muy larga, reciban el homenaje de toda mi gratitud.
París, octubre de 1887
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PREFACIO PARA LA OBRA DE PAUL FLORA (1922-2009) / CRESPONES DE LUTO (1958) Friedrich Dürrenmatt (1921-1990) Literatura y arte. Ensayos, poemas y discursos. Madrid. Editorial Síntesis. 2000. Pág. 143. Traducción: RICARD VILAR
Estoy gustosamente preparado para alabar los aquí presentes y encantadores idilios de Paul Flora. No sin melancolía. No sé si aún existe ese apacible y afable tipo de enterradores, quizá en Austria, apenas en ningún otro sitio. El tiempo se ha mecanizado; las grandes empresas se han adherido al plan (1); las tres funciones modestamente sirven al fisco, al ejército y a otras grandes empresas en lo grandioso. Incluso más de cerca, de acuerdo, pero a lo lejos no tan individual y afectuoso según el cliente como aquí. Se podría pues objetar que el librito de Flora sea anacrónica, romántico en el mejor de los casos, no cabe un regreso. Tengo que replicar. Cuando ya no somos capaces en este ámbito de
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dotar contenido a la actual mecanización y de volver a las pequeñas empresas, al honrado trabajo d de los enterradores, podemos pagar todo esto con nuestro rubor. Esto debería quedar claro. Nos lo jugamos todo. Hasta entonces, que se diviertan hojeando los dibujos de Flora. 1. Referencia al Plan Marshall.
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NOTA: LAS ILUSTRACIONES NO CORRESPONDEN AL LIBRO INDICADO POR F. D
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FRANCESCA WOODMAN / 1958-1981 Carlos Barbarito (1955-)
I
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Crecimos al unísono. Presencia teologal de una enredadera en el muro y docenas de apariciones de ángeles en el agua que se evapora, cada mañana, para cumplir una profecía que entendemos sólo a medias. Al unísono, tu desnudez y mi desnudez. No te alcanzo. ¿Me alcanza tu reflejo en el cristal, tu cuerpo que pasa de estado en estado desde el mineral al rocío? ¿Qué revoque en la pared no cae cuando tu uña raspa y obtiene del infinito su porción más breve y al mundo va, desvestida, tu carta a horcajadas de un relámpago de arena?
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II
Desprendida de la especie, criatura nacida de una arruga en el aire de la noche; entonces hubo vejigas natatorias y aletas, sombras selladas, hierba extendida bajo un firmamento que confirmaba las esferas. Una letra borrada y así la angustia. Sólo una letra y el retiro del amor empujado por desvaríos e implantes. Cuarto de hotel donde gana cuanto se interpone. Ningún caracol sobre el vidrio y un desmayo de iguana – largos cabellos que cubren tu espalda- y la sustancia que se niega a la hija – quién de aquí te quita lo que te corresponde-. Y, sin piedad, se muestra por un momento y luego se sumerge.
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III
Luz que pestañea. Y por el suelo, lo que acecha. Ojos por doquier para confirmar la ceguera. ¿Dónde la fragancia, aguarrás? ¿Y el final del incendio? Un norte impreciso. Niebla y niebla. Del arte, un inmenso palimpsesto. La casa es penetrada. El vientre permanece intacto. Al bosque más espeso y sombrío por un vaso de cerámica, una cuerda. ¿Qué regreso auguran los telones remendados, el alquitrán bajo el sol, del amante apenas la espalda, de la amante apenas los pechos?
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IV
No darás hijos. El ciclón contra las puertas. Sangre de conejo y la virtud de la piedra. El final envuelto en papel celofán. Cábala de lo brutal: dientes, espinas, vértebras, una oración cacofónica, uvas que maduran sin que nadie venga a recogerlas. No es otro el pasaje que porto. No es otro el abismo que me acecha. Lo que juega con mis cosas, impune.
(Muñíz, Buenos Aires, julio 1, 2016)
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UN ENTRETIEN AVEC ALAN MOORE : «"JÉRUSALEM" EST LE SEUL ROMAN QUI PROMET L’IMMORTALITÉ À SES LECTEURS» Olivier Lamm photos Immo Klink Libèration . 25 novembre 2017
Dans son roman-somme, le Britannique transforme son quartier natal, les faubourgs populaires de la petite ville de Northampton, en centre du monde. Pour «Libération», il évoque ses visions métaphysiques, son amour de la littérature moderniste et son rejet des comic books.
Alan Moore à Londres le 12 octobre 2017. Photo Immo Klink pour Libération
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Faire tenir le monde, les théories d’Einstein, toute son œuvre passée et à venir dans l’ingestion accidentelle d’une pastille pour la toux par un petit garçon : c’est le projet formidable et un peu dément de Jérusalem, deuxième romanmonstre d’Alan Moore. Le super-auteur du 9e art (Watchmen, V pour Vendetta, From Hell…) y confirme son divorce définitif, à 64 ans, avec le comic book en même temps qu’il affirme son statut de géant de la littérature tout court. Inspiré par les vies des membres de sa propre famille, le Britannique y transforme son quartier natal, les boroughs populaires de Northampton, en un axis mundi cosmique où se cacheraient le centre ésotérique de l’Angleterre et toutes les strates de son histoire plusieurs fois millénaires. Il y fait feu de tout bois, surtout de deux siècles de littérature moderniste – de William Blake à Iain Sinclair – avec l’intention déclarée de ramasser en un seul roman «tout ce que le roman peut faire». Alan Moore a reçu Libération à Northampton, pour un portrait de der, quelques semaines après la publication française de Jérusalem aux éditions Inculte, dans une traduction limpide de Claro. Au vu de la richesse de cette entrevue, nous avons décidé de publier une version longue de notre rencontre. Quelle était votre idée avant d’entamer l’écriture de Jérusalem ? C’est un livre inhabituel. Je suis parti de six idées différentes pour des livres qui n’avaient rien à voir les uns avec les autres. D’abord, je souhaitais écrire un livre sur ma ville de Northampton, qui l’explore de manière plus profonde que mon roman précédent, la Voix du Feu [publié en 2008 chez Calmann-Levy, ndlr] que j’aime énormément mais qui me semblait manquer un peu d’intensité. Je souhaitais également écrire un livre pour enfants, mais le bruit provoqué par la série Harry Potter et toutes les manigances marketing autour de la littérature
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«young adult» m’en ont dissuadé. Je souhaitais exploiter de manière littéraire la théorie d’Einstein de l’univers-bloc et du principe d’éternalisme, parce que j’en avais eu l’intuition au point de croire les avoir inventés moi-même. Ensuite, je voulais exploiter quelques-unes des incroyables histoires liées à celle de ma famille, qui me paraissent monumentales en échelle et que je souhaite inscrire dans le marbre pour l’éternité. J’ai fini par me dire que je pouvais peut-être rassembler toutes ces idées dans le même livre. Je savais qu’il serait très long et très étrange. Je savais aussi que la très grande majorité des choses qui s’y trouverait seraient vraies. C’est le cas. Il semblerait que ce vous décrivez dans Jérusalem n’est pas une invention, mais plutôt ce que vous pensez – croyez du fond du cœur – être la réalité. Le terme de roman est-il approprié ? Certains noms ont été échangés pour protéger les coupables. Mais quand mon frère, Mike, a lu le livre – et je dois préciser qu’il l’a lu en entier, même les chapitres «joyciens», alors que c’est le premier roman qu’il lisait de sa vie –, il s’est demandé si ce que j’y raconte de son escapade dans l’au-delà dans la deuxième partie ne s’était pas effectivement déroulé telle que je la raconte. C’est une fiction, mais qui interroge sa propre crédibilité. J’ai utilisé la fiction comme une colle pour coller les différents édifices ensemble, les événements minuscules et les épisodes historiques. Mais c’est le monde tel que je le vois. Je suis un éternaliste convaincu, je crois que chaque instant de chacune de nos vies est éternel, que nous les revisitons encore et encore en pensant à chaque fois que c’est la première fois. Dans ce contexte, je suis convaincu que même un lieu défavorisé comme le quartier des Boroughs de Northampton, où je suis né et qui jusqu’à très récemment comptait parmi les lieux les plus pauvres du
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Royaume-Uni, est un lieu céleste et divin comme les autres, où tout un chacun est un être éternel. Le récit de la pauvreté devient quelque chose de tout autre, autrement plus grandiose, riche et majestueux. Je suis heureux qu’on nous ait fait le don de l’illusion du libre arbitre pour nous empêcher de devenir fou. Un personnage du livre compare Einstein à un peintre. Avez-vous éprouvé des difficultés particulières à rendre compte de cette idée de l’univers-bloc en termes poétiques ? Pas tant que ça. Je me suis inspiré d’observations variées effectuées dans mon propre passé, les plus anciennes remontant à mon enfance, quand j’étais un petit garçon qui observait les photos encadrées d’ancêtres – sans doute prises avec des appareils «brownie», peut-être même pour certaines d’entre elles des daguerréotypes – que je n’avais pas connus. Les images de ces visages barbus et perplexes face aux objectifs d’engins qu’ils n’avaient sans doute jamais vus auparavant m’interpellaient notamment pour une question : savaient-ils qu’ils étaient morts ? J’en ai conclu que non, puisque à ce moment précis, des gens du futur étaient sans doute en train de regarder une photographie de moi très âgé en se demandant si je savais que j’étais mort. C’était une indication claire à mes yeux que le futur existait, sous forme solide.
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En lisant Einstein et ceux qui ont pris sa suite, on a tendance à oublier qu’il décrit notre univers. Or cet univers est composé de plus de trois dimensions. Les lecteurs de comic books et de science-fiction ont tendance à penser que ces dimensions sont des mondes étrangers. Ce n’est pas le cas. Une dimension est une distance physique. La quatrième dimension est le passage du temps, et il est invisible à nos yeux. Nous existons dans une matière solide hyperdimensionnelle. Nos vies y sont incrustées comme des filaments qui courent de notre naissance à notre mort. Il suffit de réfléchir un tout petit peu pour comprendre que si tout ce qui est contenu dans cette structure est éternel et immuable, nos vies sont éternelles également. Quand notre conscience arrive au bout du filament, elle n’a rien d’autre à faire que retourner au début. C’est une vision métaphysique qui a rarement été exploitée dans la littérature… C’est très réconfortant de savoir que tout, des êtres aimés décédés aux programmes de télévision que nous aimions dans notre jeunesse, finira par revenir, d’une manière ou d’une autre, et que notre âme ne va pas se dissoudre dans l’oubli. Ça change tout, en fait. L’illusion paralysante de la mort disparaît. Je pense que Jérusalem est une très bonne affaire. C’est le seul roman que je connaisse qui promet de manière catégorique l’immortalité à ses lecteurs. Il me semble que c’est assez généreux et j’espère qu’ils l’apprécieront. Ma grandmère était une personne très religieuse, parce qu’elle était pauvre et que comme nous l’indique la Bible, au Royaume de Dieu, «bien des premiers seront les derniers et bien des derniers seront les premiers». Elle était employée de maison, comme on en voit dans Downton Abbey, sauf qu’à la différence de cette série, ses employeurs n’étaient pas de riches personnes attentionnées capables de comprendre la condition de la classe laborieuse. La perspective
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d’aller au paradis l’a beaucoup aidée dans sa vie. C’est une manière de reporter le bien-être et la satisfaction des personnes modestes à l’au-delà, et c’est très pratique pour ceux qui les exploitent. Je crains que la réalité scientifique ne soit bien plus cruelle. Les pauvres ne vont pas au paradis après être arrivés au bout de leur vie. Ils revivent éternellement leur vie appauvrie. Ça ne me plaît pas du tout, et je suis heureux qu’on nous ait fait le don de l’illusion du libre arbitre pour nous empêcher de devenir fou. En revanche, je trouve ça très réjouissant de penser que l’espace-temps tout entier repose sur les épaules de chaque individu de ce monde. Parce que nous devrions tous vivre notre vie comme si elle était importante, comme si un coin d’éternité se cachait derrière chacun de ses moments. Vivons chaque moment de notre existence comme si nous étions des êtres éternels dans un monde éternel. Jérusalem est une célébration des principes de la classe ouvrière. Et je pense que c’est salutaire. Vous avez dit à de nombreuses reprises que Jérusalem n’était pas seulement un livre sur la classe ouvrière, dont vous êtes issu, mais qu’il lui était destiné ? Je suis fier de faire partie de la working class. Je me sens plus libre grâce à ça. Plus fort aussi. Jérusalem est une célébration de nos principes. Et je pense que c’est salutaire, parce que personne ne le fait. La littérature qui s’intéresse à la classe ouvrière, qui est souvent écrite par des personnes issues de la classe moyenne, ne le fait que sur deux registres : soit elle la condamne pour sa stupidité et sa vulgarité – comme chez Martin Amis – soit elle la plaint et la prend de haut, ce qui est tout aussi inutile et ineffectif au cas où l’on
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souhaiterait s’adresser aux personnes qui en sont issues. Les pauvres, comme tout le monde, se voient comme des héros au sein de leur propre récit. Pendant les nombreuses années pendant lesquelles vous travailliez à l’écriture de Jérusalem, vous avez annoncé à plusieurs reprises réfléchir à l’édification de votre propre immortalité. Un livre est-il un «univers-bloc» dont on pourrait feuilleter les pages comme les «lieux» d’une vie ? Il y a quelques années, j’ai eu l’occasion d’assister à une performance de l’artiste conceptuel John Latham [décédé en 2006, ndlr]. Sa spécialité était la maltraitance des livres. Un jour, il a emprunté un livre dans une bibliothèque, l’a ramené à la maison et en a entièrement mâché le contenu, page après page. Il a ensuite distillé la pâte obtenue jusqu’à obtenir un liquide absolument transparent qu’il a rapporté à la bibliothèque avant la date limite. Parmi les choses absolument lumineuses qu’il a dites sur la littérature, il y a cette phrase qui m’a profondément marqué : «Dans un livre, il y a le temps perçu par les personnages, et celui perçu par le lecteur. Quand le livre est refermé, le temps ne s’écoule plus de la même manière.» Il avait totalement raison. Quand le livre est refermé, toutes les vies et les expériences vécues par les personnages, qui peuvent être séparées par des décennies ou des siècles dans le texte, se retrouvent à une fraction de millimètre les unes des autres. Un livre fermé est un univers-bloc. Quand vous le rangez, l’univers qu’il contient disparaît. Mais il suffit de le relire pour le réanimer. Un livre est comme une vie. Pouvez-vous nous évoquer l’influence sur Jérusalem de Iain Sinclair, poète, écrivain et romancier qui vous a beaucoup encouragé à vous lancer pour vous lancer dans l’écriture de ce roman ?
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Quand j’ai découvert l’œuvre de Iain, j’ai ressenti énormément d’excitation et de désespoir. Son approche de la phrase comme un organisme monté sur ressorts et bourré de pierres précieuses a changé ma vision de la littérature. Heureusement, je l’ai vite rencontré. Il m’a tout de suite encouragé à cesser de sous-estimer mon ambition dans mon approche de l’écriture. Il m’a appris à ne jamais me satisfaire du minimum, à ne pas abandonner une page avant d’avoir l’impression d’avoir poussé aussi loin que possible une description, sans m’être posé la question : n’y a-t-il pas une manière de faire en sorte que ce paragraphe que je viens d’écrire soit plus intelligent, lucide, beau ? Iain a mis la barre très haut pour toute une génération. La seule explication quant au fait qu’il soit si négligé dans son propre pays et ailleurs, c’est que tout le monde sait en secret qu’il est le meilleur et que c’est un peu décourageant. Il faut beaucoup de travail pour en arriver là, et il est plus facile de se défausser en le marginalisant comme prétentieux ou illisible. L’art est supposé nous aider à comprendre le monde dans lequel on vit, malgré ses métamorphoses et évolutions les plus complexes. Au Royaume-Uni, Jérusalem est paru en même temps que des livres-sommes d’écrivains qui vous sont proches : The Last London de Sinclair, mais également The Whispering Swarm de Michael Moorcock ou The Erstwhile de Brian Caitling. Peut-on parler d’école ? Nous sommes tous bien trop vieux pour constituer un mouvement. Disons que nous sommes un gang. Il y a certainement une affection mutuelle entre nous, et un territoire commun qui est exploré. Nous sommes tous des fanatiques de William Burroughs et des outsiders de la littérature. Et nos livres parlent tous de temps simultané, d’anges, d’asiles, de John Clare ou William Blake, du quartier
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de Lambeth à Londres. La contamination entre nos livres agit sans que l’on ait besoin de se lire les uns les autres. Je parlerais de maximalisme. Peut-être de réalisme urbain magique, si j’étais critique littéraire, parce que ça serait une description assez juste.
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Que représentait à vos yeux la science-fiction britannique, dont Moorcock était un chef de file, quand vous étiez plus jeune ? Dans les années 60, quand Michael Moorcock était à la tête de la revue New Worlds, quand lui et J.G. Ballard s’attelaient à faire de la littérature fantastique un véhicule pour le modernisme parce qu’ils pensaient qu’autrement ce dernier ne servait pas à grand-chose, la science-fiction a fait un bond de géant. Comme le disait Ballard, la science-fiction était effectivement la seule littérature capable de décrire correctement le présent. Et puis en 1976, à un moment crucial où nous avions plus que jamais besoin de nouvelles formes et de nouvelles idées, George Lucas a de nouveau transformé la SF en un genre fondamentaliste, avec des fusées, des robots et des pistolets laser, des cow-boys dans l’espace. Aujourd’hui, la fantasy se résume à des fantaisies elfiques et du space-opera où tout le monde pense et envisage le monde comme dans l’Occident contemporain. Je n’ai jamais regardé Game of Thrones, mais d’après ce qu’on m’en a dit, ça a l’air d’être une histoire légèrement au-dessus de la moyenne qui déplacerait les Sopranos dans le Dorset du IVe siècle. Ou une énième relecture de la guerre des Deux-Roses… Dont une bonne partie, soit dit en passant, s’est déroulée à Northampton. Vous abordez le sujet épineux de la culture populaire, dont vous êtes un héros, mais à laquelle vous avez depuis longtemps tourné le dos… On vient souvent me voir en me félicitant pour «mes films». Je réponds toujours que je n’ai rien à voir avec eux, qu’ils ne partagent avec mes œuvres dont ils sont soi-disant adaptés que leur titre. Je dois préciser que je n’en ai vu aucun. Je sais qu’ils sont destinés à un public qui est incapable de lire, même des bandes dessinées. L’art est supposé nous aider à comprendre le monde dans lequel on
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vit, malgré ses métamorphoses et évolutions les plus complexes. Actuellement, tout change si vite que personne, absolument personne n’arrive à suivre. L’art est plus vital actuellement que jamais. A la place, il fait tout le contraire. Au Royaume-Uni, nous avons le conceptualisme paresseux de Damian Hirst, dont les œuvres n’ont besoin d’être vues qu’une seule fois pour être appréciées, quand le grand art, par exemple une œuvre de William Blake ou Austin Osman Spare, invite à être regardée encore et encore et révèle des choses différentes à chaque fois. Il y a des exceptions, bien sûr, mais je ne vois aucune œuvre culturelle majeure qui se propose d’embrasser le XXIe siècle et le fait que la condition humaine est extrêmement différente de ce qu’elle a été à d’autres périodes de l’histoire. L’année où Trump a été élu et du vote pour le Brexit, les six premiers films au box-office mondial étaient des films de super-héros. Vous avez à plusieurs reprises annoncé abandonner définitivement l’art du comic book. Cochon qui s’en dédit ? Je ne veux plus travailler dans le monde des comic books parce que je pense qu’il est très largement sans intérêt. Pas le médium, bien sûr. Mais les gens qui travaillent actuellement dans l’industrie n’ont aucun respect pour ce médium puisqu’ils ne cherchent plus rien d’autre que des rampes de lancement pour de nouvelles franchises de super-héros idiotes. Le plus ironique étant que malgré le fait que ces films ridicules attirent d’énormes audiences chez le public adulte à travers le monde, les comics eux-mêmes ne vendent pas plus qu’avant parce qu’ils sont de qualité médiocre. C’est un monde rempli de carriéristes, de millionnaires qui ont tout fait pour le devenir, c’est-à-dire qu’ils ont
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rigoureusement obéi aux règles et fait ce qu’on leur demandait, au mépris de la morale la plus élémentaires. Dans son livre I Hate the Internet [qui paraît en français en janvier, ndlr], le romancier Jarett Kobek raconte l’histoire du dessinateur Jack Kirby – que j’ai un peu connu et qui était un homme merveilleux. Il y établit la liste les personnages qu’il a inventé – Captain America, Thor, Hulk, les 4 Fantastiques, le Surfeur d’argent, Spiderman, Agents of SHIELD, Iron Man – puis celle de ceux qui lui appartenaient - à cet endroit du livre, la page est laissée vierge. A partir de ces personnages, Marvel Entertainment a déjà gagné 9 ou 10 milliards de dollars (entre 7,6 et 8,4 milliards d’euros). D’après Kobek, il s’agit du plus grand vol à un individu de l’histoire de l’humanité. Je suis monstrueusement embarrassé désormais par mes liens passés avec cette industrie qui a une responsabilité énorme dans cette situation. Kevin O’Neill et moi-même sommes en train de réaliser le dernier volume de la série la Ligue des gentlemen extraordinaires, dans lequel nous avons inclus les raisons qui font que ni lui ni moi ne pouvons plus travailler dans le monde des comics une seconde de plus. Aucun comic book actuel ne trouve grâce à vos yeux ? Le fait que des centaines de millions de soi-disant adultes se rendent au cinéma tous les six mois pour aller voir Batman m’inquiète beaucoup. On dit de moi que je suis rancunier, que je déteste les super-héros, mais ça n’a rien à voir. On parle de gens de 30, 50 ou 70 ans qui se délectent des aventures de personnages créés pour distraire des adolescents de 12 ans il y a cinquante ans. On me dit que les comics sont pour les adultes désormais, qu’il n’y a pas de mal à s’amuser. Je remarque pourtant que l’année où Donald Trump a été élu et une majorité du peuple britannique a voté pour le Brexit, les six premiers films au
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box-office mondial étaient des films de super-héros. Au bal inaugural de Trump, Kellyanne Conway était déguisée en Supergirl. J’ai récemment vu une photo d’Anthony Scaramucci posant comme Superman volant devant sa collection d’objets Superman. Le premier film de super-héros est sans doute la Naissance d’une nation de D.W. Griffith. Et les vengeurs masqués qu’on y voit sont les héros, pas les vilains. Ces masques ont un usage bien précis : les Américains veulent pouvoir agir sans assumer les conséquences de leurs actes. Pendant les tea parties de Boston, en 1773, on se déguisait en Indiens. Il y a quelque chose de très lâche là-dedans. Votre écriture, dans Jérusalem, est incroyablement précise et détaillée. Peut-on y voir une manière de combler l’absence d’images dessinées pour l’appuyer ? Un jour, je discutais avec un ami cinéaste qui me disait toutes les difficultés qu’il avait pour faire aboutir une séquence de quelques secondes dans un film. Je n’ai pas pu m’empêcher de crâner : «Tu sais ce que j’ai fait cette nuit ? J’ai écrit des pages de roman dans lesquelles un vieil homme nu, avec un bébé magnifique sur les épaules, dévale un gigantesque couloir qui est la pelote centrale du temps. Il regarde des galaxies fusionner dans le ciel, il assiste à ce qui advient après la disparition de l’humanité.» J’ai fait tout ça assis devant mon écran d’ordinateur, en quelques heures, en manipulant 26 symboles et quelques signes de ponctuation. Sans rien enlever aux autres médias, il n’y a rien de plus puissant et élégant que l’écriture. C’est de la magie pure.
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