No tiene nada que ver con la capacidad de influencia en la sociedad basada en el dinero o las influencias. La vida es un constante devenir de momentos que nos obliga a decidir constantemente entre encrucijadas y bifurcaciones. La vida es sólo una y el mayor tesoro que un ser humano puede tener es saber lo quiere hacer con ella.
Reducirla a la deidad del consumismo por una entendida estabilidad económica que se nos vende como “felicidad” es una apuesta peligrosa porque, curiosamente, implica un nulo riesgo. Si algo nos distingue como especie es nuestra curiosidad innata y la conciencia de nuestros actos. Progresamos porque nos arriesgamos, nos atrevemos, nos desafiamos.
Atreverse implica errar, eso permite conocernos realmente. Si hay algo peor que no concretar la meta es no haberlo intentado. Ahí vive la derrota de una vida. El verdadero poder de los hombres consiste en atreverse por sus ideales. El grial grial de la amargura no está reservado para ellos.