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Jaime Clara / Cinco letras, 1 vertical

Jaime Clara

Cinco letras, 1 vertical

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Para Jorge Milans,maestro y pico

Un crucigrama no me va a ganar. Estoy trancado con esta palabra que aparece. Estoy seguro de que la sé. Es muy fácil. Ya llegará. Bebo un largo sorbo de café para tratar de clarificar mi mente y lograr que, por arte de magia o de concentración –como debe ser– llegue esa palabra que se me escapa, aunque yo sé que está ahí. Como dicen en la escuela, “la tengo en la punta de la lengua”. La definición es muy precisa, típica definición de diccionario, y sin embargo no aparece. Cinco letras verticales. Repito en voz baja, casi en secreto, como para mí “cinco letras... 1 vertical”. Está frío. El viento baja aún más la temperatura, la “sensación térmica”, como dicen los meteorólogos. No me queda otra que estar aquí, en la vereda, para disfrutar de los cigarrillos negros. En la ciudad hace ya algunos meses que comenzaron a perseguir a los fumadores como si fuéramos parias. Quizá lo seamos. Jamás impuse mi condición de fumador ante quien no fuma, pero hay que reconocer que muchas veces los no fumadores son mucho más intolerantes que quienes fumamos. Así que asumí lo que el Gobierno manda, un severo recorte a la libertad personal, aunque no esté de acuerdo. Así que cada día salgo bien abrigado, sabiendo que, en las pausas que haré en el día para disfrutar un buen cigarrillo, estaré al aire libre. Miro el oscuro café. Aspiro profundo el cigarrillo hasta ver el reflejo de la brasa ardiente en la oscuridad de la bebida. Mientras saboreo el humo en mi boca –aclaro que no llego a tragar el humo– subo la taza y exhalo el humo sobre ella. Se mezclan el humo del cigarrillo y el vapor del café caliente mientras bebo dos o tres sorbos cortos. Un pequeño placer cotidiano del que disfruto. Siempre llevo conmigo un libro y la revista semanal de crucigramas. La lectura y los divertimentos con las palabras son mis pasatiempos preferidos. Tengo un alto consumo de revistas de crucigramas. Desde la adolescencia fue un hábito que compartía con mi madre. Recuerdo que se sintió orgullosa cuando vio mi primer crucigrama resuelto, sin haber recurrido a las soluciones de la última página.

Todos los días, pasado el mediodía o en las últimas horas de la tarde, llego al bar, típico boliche de barrio, aunque sobre una avenida importante, muy transitada. Don Acosta hace veinte años que está al frente del negocio. Es un español sesentón largo, nacido en Cádiz. Don Acosta es muy conversador, pero conmigo habla lo justo. A esta altura ya conoce mis humores. Sabe bien cuando estoy en vena como para seguir una charla sobre su ciudad natal o sobre las peripecias de los españoles migrados a Uruguay. Hace media hora que estoy aquí. El primer cigarrillo acompañó la primera taza de café. Tenía conmigo el libro de cuentos completos de Horacio Quiroga. Abrí en la página donde había quedado anoche. Tocaba leer el cuento “El galpón”. Todavía suena el comienzo del relato de Quiroga: “Si se debiera juzgar el valor de los sentimientos por su intensidad, ninguno tan rico como el miedo. El amor y la cólera, profundamente trastornantes, no tienen ni mucho con la facultad absorbente de aquel, siendo este por naturaleza el más íntimo y vital, pues es el que mejor defiende la vida. Instinto, lógica, intuición, todo se sublima de golpe. El frío medular, la angustia relajadora hasta convertir en pasta inerte nuestros músculos, nos dicen únicamente que tenemos miedo, miedo, esto solo basta. Por otro lado, su recreación, cuando felizmente llega, es el mayor estimulante de energía física que se conozca. Un amante desesperado, o un hombre ardiendo en ira forzarán al cuerpo humano a que entregue su último átomo de fuerza; pero a todos nos consta que si a aquellos el paroxismo de su pasión es capaz de hacerlos correr 100 metros en diez segundos, el simple miedo los hará correr 110”. Es uno de los mejores relatos de Quiroga. Apenas lo terminé, encendí un cigarrillo y pedí el segundo café doble. Antes bebí largos sorbos de agua, que terminaron el contenido del vaso. El café me gusta muy cargado y tanto café por día me tiene el estómago sensible. Reconozco mi adicción al café. Si a eso le sumo los cigarrillos, es fácil imaginar lo que es mi visita al médico: no nos ponemos jamás de acuerdo. Él me pide un urgente cambio de hábitos, pero no es tan fácil.

El cuento de Quiroga, todos los recuerdos sobre la sensación de miedo me perturbaron. Don Acosta llegó con mi segunda taza de café, esta vez más cargado que el anterior. En un momento, me di cuenta de que no veía pasar gente a mi alrededor, tampoco automóviles, y dejé de sentir el frío invernal de esa tarde. Vinieron a mi mente momentos en los cuales sentí miedo. No fueron tantos, muy pocos en realidad. Aunque creo que el auténtico miedo fue uno solo, durante un sueño. Caminaba tranquilamente por una playa. Si miraba a mi derecha podía observar el mar y el infinito hasta el horizonte. No había viento ni brisa, mucho menos ruidos. La mar estaba serena. Tan plácidamente se desarrollaba esa mañana durante el sueño que la superficie del agua parecía un lustroso piso de cerámica sobre el cual me vi tentado a correr. El sol alto, en medio de un cielo celeste, brillaba, pero no hacía mucho calor. A mi izquierda, las empinadas dunas impedían una visión más allá de los escasos tres metros de distancia. Y yo caminaba como por un pasillo, como por un tubo, hacia ninguna parte. La sensación de paz y tranquilidad era disfrutada al máximo. Hasta que en un momento, un pequeño monte interrumpió mi paso. No había nadie en la playa. No dudé en cruzar el monte para seguir mi camino. Abrí una trocha entre ramas secas y árboles. A medida que ingresaba, la luz desaparecía entre el ramaje y las plantas cada vez más espesas. Se me hacía difícil transitar la improvisada senda. Llegué hasta lo que parecía ser el centro de ese particular oasis verde en medio de la playa. De golpe desapareció la luz. Un ruido me paralizó. Fue un ruido muy particular, que no se parecía a ninguno que hubiese escuchado alguna vez. ¿Será un animal? ¿Alguien me estará observando?, pensé mientras trataba de avanzar en busca de una salida. A poco la oscuridad fue total. No veía nada y no era lógico, por lo que procuré volver sobre mis pasos y desandar lo ya recorrido. Me di vuelta para retomar el camino que yo mismo había abierto. Busqué el lugar por el que había entrado, pero tuve una desagradable sorpresa al notar que las ramas me habían encerrado nuevamente. No podía ni avanzar ni retroceder.

Allí me invadió una sensación de miedo como nunca había sentido. Me encontraba en medio de un monte desconocido, encerrado a oscuras en una playa que no conocía, escuchando ruidos misteriosos. Me desperté con una sensación desagradable y persistente de temor. Había tenido una pesadilla. Me levanté, tomé agua helada y algo me alivié. Confieso que fue la primera vez que sentí miedo. Aunque ocurrió durante un sueño, el miedo había sido real. Después, ya repuesto y acostado, lo pensé mucho. No podía conciliar mi sueño nuevamente.

¿Había tenido miedo a qué? ¿Qué fue lo que me asustó esa fresca mañana en esa apacible playa? ¿El ruido? ¿La oscuridad? Nunca lo sabré. Pero sí fui consciente de ese espantoso estremecimiento que me despertó. Si me preguntan, esa fue la única vez que recuerdo haber sentido miedo. Debe haber habido otras, qué duda cabe, pero esa fue la más terrible. Decidí dejar que esos pensamientos no me perturbaran. Encendí un cigarrillo, abrí la revista de crucigramas, apronté la lapicera y comencé a completar el primer juego que apareció ante mi vista. Como siempre hago, arranqué con las verticales. Leí con atención. Uno vertical, cinco letras: “Perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario”. Y aquí me quedé. Así estoy en este momento. Trancado. Busco en mi cabeza a qué puede responder esa definición que parece tan fácil. Tengo mucha práctica, por eso me fastidia no poder resolverlo. No quiero avanzar por las horizontales y ni pienso mirar la solución para desempantanarme. Cinco letras, 1 vertical: “Perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario”. Es posible que todas las referencias y los recuerdos sobre el miedo me hayan inmovilizado y me impiden avanzar en la resolución de este crucigrama.

El autor

Jaime Clara

Periodista, caricaturista y escritor uruguayo licenciado en Comunicación Social por la Universidad Católica del Uruguay. Sus obras publicadas son: Sin pecado un adorno (1999, poesía). En campaña, una mirada sobre propaganda y marketing político (2009, ensayo). Es inmensa la noche (2011, poesía). Al libro de cuentos La terrible presión de la nada (Seix Barral, 2015) pertenece el que transcribimos con autorización del autor.

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