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Zaguán Literario 07
Todo se salió de control. La adrenalina se acumuló en mi cuerpo y dejé de sentir el dolor que causaba un segundo hombre golpeándome en la espalda. ¿Cómo fue que un paseo familiar terminó de esa forma? Era una mañana común. Un sábado como cualquier otro, tenía activida-
des cotidianas que hacer: limpieza, tarea, descansar y convivir con la familia. La idea de la rutina no es bien recibida por muchos, no es mi caso. Tristemente, sí el de mi hermana. No es raro que muestre descontento. Siempre quiere algo nuevo, vivencias que sean más emocionantes,
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con gente nueva y mucha movilidad. ¿Qué otro lugar mejor que el centro de la Ciudad de México para cumplir con esos requisitos? Toda la familia estuvo de acuerdo. “Vamos al centro” podría haber sido el título del plan de ese día. Sonaba como una gran aventura, todos estábamos emocionados, así que hicimos lo posible por terminar nuestras actividades a eso de las 11:30 de la mañana, hora perfecta para comenzar el recorrido del día. No había necesidad de llevar coche, el metro es una excelente opción para que la vivencia sea completa. Viajar en este transporte es toda una experiencia desde que se accede a la estación, en nuestro caso era Eugenia. Posteriormente buscamos el letrero de “Dirección Indios Verdes” (aunque después de usar este medio tantas veces es innecesario ubicarlo; uno simplemente se dirige al vagón sin cuestionar más), y en el trayecto uno puede escuchar conversaciones ajenas, vendedores o música. Ahí estábamos, mi papá, mi hermana y yo en camino al centro de la capital. Uno suele oír que es un lugar bello, prácticamente una ciudad
europea en pleno México, pero eso sí, dicen por ahí que se debe tener cuidado con la gente. Ese tipo de comentarios son frecuentes y lamentablemente atraviesan como lanza el nacionalismo que uno pueda sentir en su interior. Pero no importa, el centro no sería lo mismo sin tanta gente; tantas cosas pasando al mismo tiempo le obsequian su mística. Después de varios minutos en el metro decidimos bajarnos en la estación Hidalgo. Cerca de ahí hay un buen lugar para comer. Se trata de una cafetería pequeña, pero con toda la esencia clásica que uno podría esperar de esa zona capitalina. “Cafetería Trevi” es una parada recurrente en nuestros trayectos al Zócalo. Es casi obligada y esta vez no podía ser la excepción. Travesías que me gustaría fueran más frecuentes. Desde que era pequeño el centro me ha parecido un lugar de bastas curiosidades. Es impresionante cómo coexisten tantos panoramas distintos en un espacio tan pequeño. No hay objeto que no se pueda encontrar ahí: comida, olores, sonidos, decorados inundan los sentidos al mismo tiempo.
Al principio uno desconoce cómo sentirse respecto a tanto movimiento, tanto frenesí. Puede ser desconcertante; pero bastan unos minutos para que uno sepa qué está pasando y logre acostumbrarse.
Pronto nos percatamos que escogimos un buen día para ir. En el Zócalo había todo un evento respecto al Súper Tazón, el cual se jugaría ese mismo día. El partido era entre los Patriotas de Nueva Inglaterra y las Águilas de Filadelfia, así que había aún más concurrencia que la acostumbrada. Muchas familias corrían de un lado a otro para formarse en las distintas actividades; otros simplemente querían encontrar un lugar para ver el partido en una de las muchas pantallas que había en el lugar. Nosotros no somos muy fanáticos de ese deporte; después de pasearnos un rato, optamos por buscar un lugar para comer. Mi papá decidió que deberíamos ir a un sitio que frecuentaba mucho cuando era joven: un restaurante de comida árabe. Aceptamos acompañarlo, aunque con un poco de disgusto. La calle de Uruguay es peligrosa en algunos rumbos, pero como era un domingo
tan familiar e íbamos acompañados. ¿Qué podría pasar?
Caminamos, pero cada vez nos sentimos más inseguros. Mi papá decidió adelantarse un poco para ver si alcanzaba a observar el restaurante a lo lejos. Mi hermana caminaba junto a mí mientras me expresaba su deseo por salir de ese lugar. Giré la cabeza para decirle que ya casi llegábamos. Devolví mi mirada hacia el frente y lo siguiente que vi es la pesadilla más grande de cualquier hijo. Un hombre ancho y con una furia tremenda ahorcaba a mi papá por el cuello sin razón aparente. ¿Qué se hace en un momento así? ¿Quién te prepara para ese tipo de situaciones? Mi reacción fue correr hacia el hombre, tomarle la mano que tenía colocada en el cuello de mi papá y, quitársela de ahí con brusquedad. Súbitamente todo se salió de control. La adrenalina se acumuló en mi cuerpo y dejé de sentir el dolor que causaba un segundo hombre golpeándome en la espalda. ¿Cómo un paseo familiar terminó de esa forma? Me coloqué a la espalda de mi padre, si lo lograban tirar yo no podría solo contra dos atracadores. Oí a mi
hermana gritando mi nombre para que me alejara, pero no podía, mi brazo era lo único que detenía la mano del sujeto gordo para impedirle llegar al cuello de mi padre y lo lastimara. El segundo individuo seguía aporreando cualquier parte de mi cuerpo que podía. Sentí un golpe en la costilla. Mi reflejo fue voltearme y empujarlo. Consiguió lo que quería: finalmente dejé libre a mi papá. El primer sujeto se apresuró a tomarlo de nuevo. Jaló algo y ambos corrieron. Fue entonces que me di cuenta de su objetivo: una cadena que mi padre traía colgada fue el móvil para tal acto. Se perdieron a lo lejos. Mi papá, mi hermana y yo corrimos de regreso al Zócalo para tratar de digerir lo que acababa de pasar. Fue entonces cuando sentí que algo se escurría por mi brazo. Un pequeño río de color rojo bajaba hasta mi dedo y goteaba poco a poco. No era mío, estaba seguro. Tampoco de mi papá. Una lucha entre culpa y satisfacción nació en mi interior. Recuerdo el episodio como si hubiera durado toda una eternidad, pero en realidad no tomó más de cinco minutos. Puede que para aquellos
sujetos, aquellos atacadores, el hurto signifique pagar una deuda, comprar comida o que su crimen solo haya sido por diversión, pero me di cuenta lo que significa que el nacionalismo creado durante tantos años de historia nacional sea destruido en un abrir y cerrar de ojos. ¿Sabrán que se robaron algo más que solo algo material? ¿Será verdad? ¿Somos nosotros el problema del país? Son preguntas que no deseo responder y, al parecer, nadie quiere.
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Octavio Pérez