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Retrato – Carla García

Imagen: Pixabay

Retrato

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ecuerdo verlo entrar por el patio central, desaliñado, rústico con aquellos jeans vaqueros; R me daba terror que me descubriera mirándolo. Sentí como mis manos dibujaban sus finos rizos y como el color negro hacia contraste para darle un sombreado más varonil. De repente se acercó a mi lado, sin titubear. —¿Qué onda, Luisillo, haciendo las mamonadas con tu cuadernito? —dijo él, tumbando el cuaderno y los colores, marchándose mientras ríe—. Que pendejo. Madura, wey. ¿Como puede ser tan bestia? Me sentí la oveja de un gran rebaño. Gracias a Dios no se dio cuenta que hacía un dibujo de su perfil entrando al cole. Me daba vergüenza que me miraran y me hicieran estas cosas diariamente, me agotaban mentalmente. Pero no paraba de pensar en cómo entregarle el dibujo. Su carácter, sus 80 kg de rabia con un 1.78 de alto, me daban escalofríos. Agarré valentía. —Toma, Jerry, para ti. Espero que no te ofendas —me acerqué un día y le dije. Al entregársela él quedó callado y silencioso, me agradeció y luego escondió el papel. Sentí tanta felicidad, emanaba de él un aura súper rebelde que me hacía estallar por tanta simpatía. Yo era muy callado y tímido, me enamoraba el silencio, como sonaban las diferentes pisadas y como el matiz de mis dibujos le daban toque a cada estructura o textura de lo pálido de su piel.

A los días siguientes se me acercó, se le notaba el rostro rojo e impotente. ―Cuando no él, siempre molesto y difuso‖, pensé. —Luis, guarda tu papel, no lo puedo tener —dijo molesto. Al cabo de unos instantes llegó su grupo de amigos con alto potencial de bullying y Jerry cambió su forma de ser

—Vamos, le daremos una paliza al patico este —dijo Elf, un patético maltratador. Me arrastraron por la camisa y me sacudieron el bolso. Todos los cuadernos me los tiraron y uno de ellos orinó encima de mis dibujos, y pudo percatarse del más elaborado y uno de mis favoritos… Por supuesto, el de Jerry. Quedaron perplejos y hubo una masa de risa, burlas, acoso y Jerry no hizo más que seguirle la corriente. Me empezó a gritar, a mí, como si no reconociera que le había entregado todo mi esfuerzo en cada detalle de aquel dibujo, quedé espantado. Me dije a mí mismo que más nunca alguien me haría sentir tan ofendido y el ser más despreciado sobre la tierra. No encontraba explicación de cómo su transformación de conducta le dio un giro de 180° grados a todo esto, si me había aceptado tan sereno el dibujo. Con pena lo aceptó y estaba muy agradecido, aquí debía haber algo más. Jamás lo quise ofender ni crearle un malestar. Pero con cada golpe que me daba me hacía entenderlo

menos.

Ese día en la noche llegué a casa hecho sollozos, secándome la sangre. Mi mamá aún no llegaba y empecé a reflexionar, tuve tanto miedo, por mí, por mi futuro, la soledad me abrumaba... No entendía por qué me pasaba esto, ¿acaso tan podrida está la sociedad? Respiré hondo y me alojé en mi cuarto, con todos sus retratos. Él mirando el celular, él haciendo tareas, él riendo, él molesto, él incomprendido de la vida. Gracias Jerry... El director de la secundaria Ave María, en el patio central el 10 de noviembre del 2008, lamentándose, notifica el acto autolesivo intencionado con resultado de muerte del estudiante Luis P. en su ciudad natal D.F México a las 22:30 pm. —Chinga su madre, se suicidó —dijo Jerry. Del que jamás se volvió a saber.

Sofiigard.

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