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Buscando al chico de la libreta de poemas – David Torrealba

Imagen: Pixabay

Buscando al chico de la libreta

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as palabras escritas siempre fueron su fuerte. Se sentía más cómodo y seguro plasmando lo L que siente o piensa en una hoja en blanco que hablando con las personas cara a cara. Esto quizá fue lo que la atrajo a él. No era un chico muy alto, apenas llegaba al 1.60 mts, debido a esto y a su timidez pasaba desapercibido entre la multitud, aunque, muchas veces gracias a lo respetuoso, amable y caballero que era, resaltaba entre los demás jóvenes de 16 años en la secundaria. Un día fue al cine a ver una vieja película de culto mexicano llamada Macario, pero no contaba con que las entradas de un momento a otro casi se agotaran. Pocas personas detrás de él se encontraban un grupo de abuelitas que deseaban ver nuevamente aquel film. Eran 5 señoras y solamente alcanzaron para comprar las 4 últimas entradas, pues no quedaba ya ninguna otra entrada. El sin siquiera pensarlo dos veces, tomó su entrada y decidió dársela a las abuelitas para que todas ellas entraran juntas a ver la película. —Permiso, les hago entrega de esta entrada para que las 5 puedan entrar a ver la película juntas —dijo. Una de ellas buscó en su bolso para pagarle la entrada y estirando su mano con los billetes en ella le dijo: —Tome, aquí tiene lo que le costó y un poco más. —No puedo aceptarle eso, mi señora.

—¿De verdad? —Claro que sí, no se preocupe. Más bien, disfruten la película. Las abuelas se alejaron contentas y entre ellas al entrar en la sala de cine se decían: —Ese si es un verdadero caballero.

—Ya muy pocos de esos quedan. Por otro lado, una chica reunía en un gran frasco de vidrio dinero para cumplir su sueño de viajar por el mundo. Cada día era una lucha constante entre lo que deseaba su corazón que era cumplir su sueño, y su estómago, que la tentaba más de una vez en caer en la tentación de comprar los waffles que tanto le encantaban y que a veces gastaba más de lo que debía en ―darse un gusto‖ como ella lo llamaba, para luego arrepentirse por tener que pasar más tiempo para poder reunir para lograr algún día su sueño. A veces llegaba a pensar que si dejara por completo su adicción por los waffles en menos de un año tendría el dinero para poder viajar por el mundo, incluso dos veces. Aunque sabía que quizás exageraba. Ella siempre queriendo experimentar cosas nuevas, no creyó que de un momento a otro se arrastrara ante la monotonía de un tipo amante de los cómics y el anime, quizás en esto último exista algo algo de similitud entre ambos. Ella sentía un profundo amor por los idols Kpop. Anime y Kpop, dos iconos de gran importancia en la cultura asiática, esto era, a primera vista, lo único que de alguna forma los unía. Cada domingo después de misa, él recorría las adyacencias del Central Park de Nueva York. Uno de esos días que él, sin más capítulos de Shingeki que ver, ni otro cómic de The New Mutans que leer, decidió ver a un grupo de jóvenes Army que bailaban algo que se le asemejaba al opening de un anime. Al finalizar, una de las chicas, la más pequeña de todas, lloraba simplemente por el hecho de que había olvidado una pequeña parte de la coreografía. Él no se fijó mucho en sus lágrimas, ni siquiera supo en qué parte ella se había equivocado, él solo se perdió en el rojo de su traje, similar al de un ayudante de superhéroe muy conocido. ―De rojo se ve bien, combina con sus ojos y su piel‖, pensó al verla. Ella, como si ese pensamiento directamente le llegase a su subconsciente, lo miró, sonrió y repitió nuevamente la coreografía esta vez sin ningún error. Ella nunca fue tan segura de sí misma. Debido a su pequeña estatura y sus gustos peculiares siempre fue víctima de burlas por sus compañeros y alguno que otro conocido. Por eso aún sigue siendo sensible al no lograr las cosas a la primera. Sin poder ocultar su rostro sonrojado por aquella situación él se levantó del suelo y siguió su camino, esto sin percatarse que su pequeña libreta de notas se le caía. Ella, al terminar lo buscó

con su mirada pero solo encontró aquella libreta. Al abrirla leyó infinidades de pensamientos, poemas y escritos que la hicieron conocerlo, quizás hasta más que él mismo, y allí comenzó la búsqueda de aquel chico.

Davidtorre.

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