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Inspiración y arte
condenable en su núcleo, emplean como catalizador para el dictamen de sus deseos, desgastando al sujeto y destruyendo el verdadero propósito del poderío. Su fin es mantener el statu quo poniendo fin a los constantes cuestionamientos humanos y su búsqueda de respuestas, aletargando al sistema y contaminando su estructura. Establecer el «querer es poder» en todo individuo para que ciegamente persigan objetivos infundados que los lleven hacia su perdición. Combatirlas es complejo y fatigado. Sus raíces, aunque podridas, se encuentran más fijas al suelo que las nuestras, y su continuidad es lo que finalmente conlleva a los sistemas hacia su extinción. La gangrena de Occidente lleva extendiéndose desde hace generaciones, y aunque nuestro modelo siempre había logrado habilitar «recambios sociales», tanto para fomentar su progreso como para evitar su destrucción, el poder por el querer es cada vez más intenso, diluyéndose en consecuencia las verdaderas cuestiones humanas. Ante un rumbo que se desvanece, solicitábamos en nuestro dolor quemar Roma hasta los cimientos, dando así buena sepultura a nuestras viejas glorias. Nos acercamos peligrosamente al nihilismo de la identidad humana, donde nos preguntamos quiénes quedan en este desierto repleto de rostros, pero con sus caras vueltas hacia espejos. Si en el intento de ejercer el «recambio social» Occidente perece, que al menos el fuego consuma todas nuestras obras, pues preferible un mundo sin sus éxitos que uno con ellos y con la herencia de las élites ancianas parasitando estructuras no occidentales.
INSpIRACIóN y ARTE
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Cuando la inspiración llega, tan solo debes dejarla fluir. Olvida cualquier tipo de concepción que hasta entonces tenías y, con la mente suspendida en deliberaciones, las palabras brotarán solas como la flor de primavera que soportó el crudo invierno de la tundra. Como aquel amor álgido que se agita entre las disyuntivas: ama y crea por el mismo loco deseo de lograr que el corazón hable, la cabeza calle y sean los propios gestos quienes griten. Solo cuando suden las manos y tiembles por el temor a pensar que no es suficiente, descansa, cierra los ojos y
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espira a placer. La poesía es intrínseca en los labios de toda persona, pero el miedo nos atenaza. Por ello, cuando tinta y papel se encuentren, sin más intermediarios que el tiempo y esa tarde de plácidos colores de ocaso, habla. Desvirtúa las cuerdas de tus pensamientos, primero de forma suave, pero sin desmedirte en la tranquilidad: es donde quizás muera el interés y se apague la magia. No, ni tan siquiera te límites a revisar por ahora los fallos. Los que se equivocan equivalen a genios; quienes corrigen continuamente son demasiado precavidos como para ser redactores de historias de capítulos ingeniosos. Mas los que no perfeccionan y enmiendan están yendo en contra de su naturaleza humana. Siente ira y rasga la pluma hasta que coagule la sangre entre los trazos de las palabras, percibiendo la tinta en la piel. Fírmalo en tus venas. Después, desaparece, desvanécete, pero amenaza con regresar al mismo lugar y a la misma hora, donde volverás a sentir esa sensación imperiosa. Si sabes lo que es desear algo, no permitirás que ese sentimiento se apague. Es curioso cuánto puede llegar a amar la mujer y el hombre su propia sed de vivir por medio de la expresión de sus sentidos. Tal vez sea por el anonimato de la fecha de nuestra muerte que, aunque marcada a hierro y fuego, su suceder solo puede atisbarse una vez las ascuas son ceniza. Sea ella nuestro motivo que te inspira a revivir continuamente las capacidades humanas, tanto en su fatalidad como disfrute. Pero no pudiera ser este el único motor de las virtudes que perseguimos en nuestra lucha interna, pues ¿qué quedaría de nosotros una vez hubiéramos extinguido el último suspiro de nuestro presente? No puede ser la muerte el fin de nuestra inspiración. Sin embargo, es en ella, su temor o fascinación, puede que su irreverencia, motivo de persecución del sentido de nuestro existir. Aquel que nunca se encuentra, pero que siempre se busca. Por ende, entender a la muerte, y con ella acaparar la convicción de los tres espacios temporales, no dará fin a nuestra inspiración, sino que su descubrimiento nos invitará a seguir buscando la trascendencia. De nada sirve entender el vivir y el morir si después no aplicásemos forma a su sentido. No existe don humano que pueda proveer de una respuesta universal para el propósito que nos acontece el
existir. Es tu palabra tu mundo; es su voz nuestro entorno. Arte, aquel que esgrimes con satisfacción en lienzos físicos y espirituales, bailando las notas y pentagramas, la más alta fascinación de nuestra lucha por existir. El legado que pretendemos dejar en generaciones futuras, en los sistemas que cohabitamos y compartimos, está desde las más elevadas pinturas y danzas hasta en el más banal de nuestros comentarios. Todo medio que pretende comunicar humanidad comprende arte, si bien su buena consideración requiere de inspiración. Ella es la disciplina que dilata tus pupilas y aclara tu conciencia. Es angustiosa y remueve al joven, pero también puede gozar de cierta esterilidad si es dada en una estructura donde prima la irreverencia de las masas. Mishima Yukio ya lo visionaba: en tiempos de paz y aburrimiento se puede dar arte, más maduro ante la asunción de la falacia de paz espiritual, ciertamente, pero también más infértil. Incluso en los sistemas podridos de valores implantados, el arte sigue refulgiendo dado su intrínseco carácter humano. No es especialmente atractivo para la verdadera alma del sujeto, pero como alas vestigiales de insectos que en su herencia pasada retozaban entre zumbidos por los vergeles de nuestro planeta, rezuma su recuerdo por una herencia vinculada al ser. De ahí que no exista humano libre de responsabilidades para quedar subsumido a una imposición. No es desposeído de su naturaleza humana, es él quien renuncia a poseerla. Solo precisa recuperar la inspiración. Ella necesita de otros que le enseñen al desconocedor, no ligando su conocimiento al inculcado, sino liberando el alma para que genere sus propios estímulos. Tiempo. Elemento necesario para la construcción del arte. El tiempo es tanto efímero como infinito. Si tan solo somos capaces de considerarlo en clave de presente, este será un lujo que algunos lo tacharán de placentero. Pero no es solo placer fugaz lo que debes sentir, pues en tu guerra interna también has de buscar la inspiración para satisfacer dicho arte, evitando tratarlo como un mero hedoné. Caer en esa concepción puede llevar a la ilusión de lo artístico como el concepto holista que envuelve a todo el sujeto y no como una parte más que compone el alma de la persona. Se debe aceptar sin pudor y con fiereza, pero no transmitamos una pasión desenfrenada y atemporal por