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Fin de la linealidad cronológica………….............…………...……51 Nación por el nacionalismo y sin nacionalistas
tuya y la del sujeto contrario, junto al resto de todas las que no se dieron; de todos los que jamás existieron.
NACIóN pOR EL NACIONALISMO y SIN NACIONALISTAS
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Se sugiere que cada comunidad configura un modelo identitario, y entre las voces se alza la premisa de una dirección propia. Elemento concebible y justo. Solo cuando entre dichas misivas subyace el ideal de imposición y diferenciación enfrentada, surge la desgracia. Dentro de los mayores errores en los que pueden sumirse los sistemas, es la nación por el nacionalismo la peor de sus corrupciones. Este es fruto de las revoluciones y residuo de las reformas. Ideas absolutas que confunden lo físico y lo espiritual mediante telas y ruido, ennegreciendo el valor de lo abstracto para imponerlo en la tierra ¡Y qué tierra! ¿Quién puede definir qué raíces son suyas, aquellas donde confluyen las aguas de los ríos que mueren en mares, océanos y lagos? Son las instituciones y sociedades las que pueden dotar al nacionalismo de valor, siendo los límites terrenales que lo definen enajenaciones de viejas glorias que pretenden cercenar mediante fronteras y enemistades la infinitud de valores que prevalecen en el individuo. Es en la nación, fruto creador del sujeto, y por ende de sus conflictos con el alma, donde debe descansar el sistema, y excederse de esto es solo equivalente a pretender encadenarse a cada una de las aguas que fluyen ininterrumpidamente en la tierra y que el nacionalismo reclama como suyas. Aunque pretende justificarse al establecerse como un elemento de comunidad, nacionalismo solo refleja interés de varios sujetos que conviven, pero no de forma comunitaria. Nadie que viva bajo el ideal de lo comunal puede pretender convivencia y establecer a su vez diferenciaciones entre «nosotros» y «otros». El nacionalista, al contrario que el internacionalista, no entiende que la negación del sistema que es distinto al suyo —la idea de «Occidente» y «no Occidente»—, no resulta en menosprecio, sino en la validación que retroalimenta la convivencia entre modelos.
El nacionalista concibe sus valores absolutos asumiendo que puede existir sin el diferente, solo por la mera definición de su yo. Ahí se halla el peso de la mayor de las corrupciones, pues la configuración de todo sujeto siempre depende de su hermano, y al esbozar una negativa rotunda estaría violentando las razones de su propia noción. El nacionalista es un ignorante de su existencia. Convengamos en señalar que ello no infiere necesariamente en la posibilidad de cómo en la identidad de cada ser pueden establecerse los puntos que concentran al sistema como definición identitaria, si bien jamás se debe hacer de ello excusa para banderas e himnos; telas y ruido ¿Qué es Occidente? Preguntamos. Occidente es la concepción que el ser le da para sentirse parte de este, así como es también aquella contraparte de los que no son occidentales. Pero esta afirmación no es tierra; no son fronteras. Si fuera tierra, el «no Occidente» que pisase terreno de Occidente se haría occidental, y viceversa ¿Y cómo explicar entonces que este pudiera preservar en su identidad los valores del sistema al que pertenece? Gran traición a la relatividad de las concepciones. Nación es un término más elevado, merced del espíritu humano para lograr trascendencia sintiéndose primero parte de algo. También determina a los sistemas, con su característica idiosincrasia, y favorece la aparición de otros nuevos. Pero, al mismo tiempo, el concepto nación no se disocia de la comunidad, pues permite que el ser se conciba como propio siendo a su vez consciente del otro, despertando la perspectiva de lo heterogéneo para la construcción de espacios funcionales comunes a partir de su diferencia. La nación permite por ende hacer al sujeto independiente y concebirse bajo valores que se reinventen en una comunidad múltiple de la que no se disocia. En cambio, el nacionalista se independiza de la diversidad y se hace huraño, resecándose su capacidad para alcanzar los valores elevados ante la falta de mayores combinaciones para su ascenso. Así, el nacionalismo es una concepción maliciosa, cuya adaptabilidad ante sistemas de corrupción profunda recrudece la supervivencia de la búsqueda por la trascendencia del ser. Promulgarán mediante alegatos la conceptualización de una
convivencia global sin interferencias exteriores a la nación territorializada de cada ser, como una habitación de jaulas y pájaros encerrados que pían al unísono, mas son incapaces de escuchar los cantos de sus hermanos. Establecen dichos principios alegando el temor a resultar absorbidos, reflejo de cómo conciben al «otro» como un parásito y no como ente simbiótico de su progreso, pues el carácter ermitaño del nacionalista le ha hecho desconfiar de todos aquellos que no compartan sus valores absolutos, siendo su principal deseo la tierra. Cierto es que la historia da muestras de atentados contra modelos y destrucción de estos por otros sistemas, y ello es un crimen que solo podrían perpetrar instituciones contaminadas. Sin embargo, yo os digo: ¿es acaso mejor encerrarse en fronteras, destruyendo de forma segura el progreso del espíritu humano, o abrirse a la comunidad y que la destrucción del sistema sea solo incertidumbre? Pensar de forma contraria a esta premisa es solo apto para los que quieren mantener la paz espiritual, aquellos que no son verdaderos sujetos. Ser nacionalista es la condición para renunciar a continuar siendo humano. Si desea abrazar el nacionalismo, tenga presente que no obtiene patrimonio si incluye lo físico a sus nociones abstractas, todo lo contrario: ata su condición como ser a un interés limitante que reprime su naturaleza. En cambio, concebir a la nación únicamente desde lo subjetivo, aun empobreciéndole materialmente, le permite entender la verdadera naturaleza del humano por el humano para lo humano. El nacionalista sepulta, tal y como ya predecía Bakunin, las aspiraciones verdaderas, las fuerzas vivientes que configuran a una sociedad. En el nacionalismo solo se aspira a ser amo, y es consabido que el deseo de todo aquel que ostente poder bajo nociones corruptas únicamente asume la expansión sin estímulo de interacciones y, si es incapaz de lograrlo, se consuela con mantenerlo. Es en este último término donde aquel que concentra el poder matará y asesinará en su nombre, e incluso dará su vida por él, asegurando la continuidad del poderío. Mismo efecto corrosivo produce el nacionalismo en los sistemas subyugados a sus procesos. Es en Occidente donde nace semejante atrocidad, virus que otros sistemas tuvieron la desgracia de replicar por los con-
tactos humanos, aun sin haber intención de ser transmitidos, como los indígenas de las Américas que padecieron mortalmente las enfermedades traídas por colonos europeos. Defecto que, sin embargo, se ha vuelto trinchera de comodidad para la vieja gloria corrupta, pues ella constriñe el flujo de fuerzas humanas que hacen avanzar los valores, creando reductos comunitarios que son egoístas en su convivencia. En los límites materiales que imponen la grandeza del ser se contentan con asumir los parámetros societarios en sus fronteras. Imposible escapar de la sinrazón del existir absoluto hallándose en tal cárcel. Todo sistema alberga el concepto de nación en el sentir de los sujetos que lo conforma, pero cualquiera de ellos que concentre el afán nacionalista en su seno está abocado a perecer. Si él muere, cada una de las estructuras que componen a la humanidad también pierden, por lo que es precisa la actuación del ser, independientemente de si en su sistema el nacionalismo se halla intrínseco o es causa exógena, para frenar su extensión. Por ello, resulta consistente y hasta imperativo cercenar creaciones de sistemas movidos por tal sanguijuela, pues en ellos no se alberga la multiplicidad de valores hacia la convivencia. Si un modelo nace bajo el nacionalismo, ello no es una falta de funcionalidad, sino una inmediata carencia. Es un nacimiento con mortaja para la elevación de los valores humanos. Nietzsche lo advirtió: el nacionalista es un aldeano atrincherado en su suelo natal, en lo físico sobre lo abstracto. Mas si resultase imposible frenarlo, y acaba dándose el fenómeno, ¿tan solo hemos de compungirnos y pedir clemencia por los pobladores que lo habitan? Nacionalismo ya existe en sistemas, siendo Occidente su cuna. Otros también han surgido: véase el eurasianismo. Si la metástasis ya se ha extendido, pues no pudimos atajarla en el momento oportuno, solo podemos remitirnos a la amputación. Hemos de combatir su exaltación mediante la negativa de sus postulados, pues aspirar a una revolución para su lucha puede ser fruto de su nacimiento. Evento traumático, ciertamente, pero ¿no es más inútil un humano inerte que tuerto? Aspirar más allá de la acracia para Occidente fue la misiva lanzada para superar semejantes barreras, y aunque se contempla la virulencia de su implementación, ¡no sería cosa