Sin embargo, a pesar de que los tres dan una importancia al aspecto social, Gehl se enfoca más en la perspectiva de una sola cultura (ciudades desarrolladas y de primer mundo), sobre la vida social entre los edificios, y sobre lo que ellos consideran agradable (poner vallas frente a las casas, porches y bancas), mientras que López Soria estudia el caso de una sociedad multicultural e insiste en el respeto a las percepciones que tiene cada cultura sobre un espacio, sin darle más importancia a una sobre otra, asimismo, Rueda al proponer una ciudad compacta, también le da importancia a la mezcla social pero para el estudio de un espacio y su efecto en el sistema urbano. Por otro lado, solo Gehl y Rueda proponen estrategias concretas para el diseño de ciudades. El primero se enfoca en hacer agradables los espacios públicos mediante el fácil acceso, la actividad constante y su versatilidad frente a diferentes condiciones climatologías; y el segundo se centra en la ecología, por lo que abarca una escala mayor con su propuesta de las supermanzanas, espacios que dan prioridad al peatón sobre el vehículo y planeados para ser eficientes y optimizar recursos. Frente a estas posturas se llega a la situación actual de los espacios públicos en Lima, que evidencian una segregación y desigualdad entre los habitantes. Según López Soria: “Estamos frente a un problema que nos incumbe, cada vez a más personas (…) no se trata de una operación nostálgica de salvataje de las culturas tradicionalmente calificadas de “primitivas” (…) sino la búsqueda de formas de convivencia que hagan posible el reconocimiento y el disfrute de la diversidad”. La diferencia entre los espacios públicos de las zonas más y menos desarrolladas (vegetación, mobiliario urbano y mantenimiento) evidencian la polarización y fragmentación social de la ciudad. La municipalidad metropolitana de Lima, consciente de este problema, desarrolló los parques zonales como alternativa, aunque sin éxito, a la falta de espacios públicos en la ciudad. A pesar de que estos parques son atractivos visualmente, existen condiciones que no incentivan a la gente a usarlos (muros, pagar por la entrada, basura, delincuencia, etc.) y como menciona Gehl: “Las actividades opcionales (…) se producen solamente cuando las condiciones externas para pararse y deambular son buenas”. Otro aspecto en el que fallan estos parques es la falta de identificación de los residentes locales con estos espacios, ya que están concebidos desde la perspectiva de la cultura dominante de cómo debería ser un parque (árboles, áreas de deporte, de descanso, etc.) y olvida por completo la cultura de los usuarios del lugar (espacios para procesiones, polladas, ferias), creando una especie de “club” en vez de un parque público a los que solo unos cuantos tienen derecho, por lo que no se podría desarrollar el diálogo intercultural que López Soria propone. Por último, la incapacidad sostenible del espacio y su poca integración con el usuario demuestran un descuido en el resto de aspectos (económico y social) de la sostenibilidad que Rueda enfatiza, y solo se centran en lo ambiental, por ello se ven forzados en implementar un cobro de entrada destinado al mantenimiento del parque, que produce poca confluencia de personas. En conclusión, las perspectivas de Gehl, López Soria y Rueda, son ideales para una ciudad fragmentada como Lima, ya que los tres dan importancia al aspecto social sin descuidar lo estético de los espacios públicos, e incluso pensando en el futuro. Necesitamos una ciudad en la que sus habitantes se relacionen más entre ellos, y para esto son necesarios más espacios públicos pero pensados en la identidad cultural de cada grupo social que existe en la ciudad. De esta manera se ayudará al desarrollo de Lima como una megaciudad sostenible del siglo XXI, agradable, atractiva y respetuosa con todas sus diversidades.
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