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Corazón de durazno
Don Leonel vivía solo. Su única compañía era un duraznero que tenía frente a su casa. Cada tarde, después del trabajo, le platicaba mientras lo regaba. El árbol le correspondía cada primavera con un millar de flores, que se convertían en otro tanto de jugosos y aterciopelados duraznos. Durante varios años recolectó la fruta en una cubeta y se sentaba en la puerta de su casa para regalarlos a la gente que pasaba. Lo único que les pedía era que le regresaran los huesos. De los que llegaban a sus manos, con una hoja de segueta afilada en forma de bisturí, esculpía pequeñas figuras de niño. Les ponía una armellita plateada y los colgaba de un hilo de estambre. Los llevaba a bendecir el tercer domingo de diciembre para regalarlos en Noche Buena. Salía por las calles, con su brazo izquierdo cargado de hilos, y a cuanto se encontraba le regalaba un huesito de durazno, con la siguiente frase: -¡Que el Niño Dios los acompañe y llene su casa de bendiciones! Ese pequeño detalle le abrió muchas puertas para pasar con alguna familia las fiestas decembrinas. Era recibido con el mayor gusto y él, para agradecer la invitación, repetía su frase al retirarse del lugar. Una Noche Buena, don Leonel se sintió más cansado que de costumbre. Se sentó junto al duraznero y recargó su espalda en el tronco. Se quedó profundamente dormido hasta que lo despertó el primer arrullo de la noche. Al abrir sus ojos vio maravillado que el árbol estaba cargado de brillantes duraznos de oro, mientras lo contemplaba, un niño se le acercó.
Cuentos de Navidad para León -¿Me haces una alas? –mostrándole en su manita derecha un hueso de durazno del tamaño de un corazón, pero blanco como si fuera de nieve. -¡Yo no sé hacer alas! –le respondió el viejo entristecido. El pequeño movió sus manitas acariciando aquel hueso de durazno e hizo unas alas blancas que le colgó a don Leonel en la espalda. El niño sonrió, le puso su manita sobre la cabeza y dijo: -¡Con estas alas llegarás conmigo esta noche al
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Cielo!
Don Leonel se quedó dormido para siempre y en sus manos le encontraron la imagen de un Niño Dios envuelto en hojas secas de duraznero.