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Luces de Navidad

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Plumas de ángeles

Plumas de ángeles

Eran los días cercanos a la Navidad. Los niños de la calle esperaban a que la ciudad durmiera, cansada de tanto ajetreo por las compras de fin de año, para pasear por las plazas vacías. En su ir y venir, miraban con los ojos rebosantes de necesidad los aparadores iluminados de los negocios, que permanecían con una multitud de luces de colores encendidas para no perder tiempo en ofrecer sus muestras de cariño a los mejores precios. Unos llenos de fina ropa invernal, para toda la familia, puesta en rígidos maniquíes con la sonrisa congelada; otros, con dulces de todos los colores, formas y sabores, para endulzar las últimas horas del año; unos más, con zapatos, botas, carteras, cinturones y otras prendas para deleitar a quienes les gusta lucir la piel; y, entre muchos otros regalos, juguetes, muchos juguetes, para niños y para niñas. Los ojos tristes miraban a través de los vidrios un mundo que para ellos es fantasía, inalcanzable, a menos que rompieran la barrera que los dividía y fueran capaces de conservar a paso veloz su libertad. Dos mundos completamente opuestos, sus reflejos apenas eran separados por unos milímetros de cristal. Los niños de la calle, con la ropa desgarrada y sucia, el cabello crecido y despeinado, los pies apenas calzados con viejas chanclas, y el estómago repleto de hambre, también sueñan con la llegada de la Navidad y una vida mejor en una familia. Mientras tanto, juegan con los juguetes que su fantasía les permite crear. Corren y juegan a las escondidas con la policía, comen los manjares echados al bote de la basura y brincan sobre nubes entre las bolsas de basura. Ríen como todos los niños, se divierten, las

Cuentos de Navidad para León horas pasan sin sentir. Muchas bolsas de basura hay frente a los negocios, hay que brincar sobre ellas hasta que el camión las recoja. Unas luces diferentes, las luces de la Navidad, se encienden para uno de ellos. Las voces de sus compañeros se alejan, a él ya no lo escuchan. Esas luces lo dejan blanco, queda quieto en silencio. Otros niños luminosos le tienden la mano y lo invitan a jugar entre las nubes, se levanta admirado, como si hubiera entrado al más grande aparador, donde la emoción se respira por los poros. Un impulso desconocido lo hace voltear, un pequeño cuerpo yace bocabajo, rodeado por los otros niños de la calle, atravesado por filosos vidrios que emergen de una bolsa de basura…

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