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Pan chiquito

Había un panadero malhumorado que de todo se quejaba. Los problemas con los años terminaron por amargarlo. -La leña está tan cara y ya no calienta como antes. La harina más parece arena y la leche agua pintada. Los huevos parecen de paloma y el azúcar, qué decir del azúcar, como si en lugar de hacerla de caña la hubieran hecho de rastrojo. Para colmo la levadura, en vez de levantar la masa nomás la emborracha…

Así se la pasaba bate que bate la masa salpicada de su coraje. Hacía un pan grandote y malecho, para acabar pronto. Luego salía a venderlo en un carretón maltrecho y terminaba casi regalándolo para que no se le quedara. Pobres los que le compraban, porque el que no se empachaba terminaba con diarrea. Cada día vendía menos hasta que ya nadie le compró ninguno de sus panes y ese día, con el carretón llenó y los bolsillos vacios, se puso a llorar sobre la tahona. Fueron tantas sus lágrimas que alcanzó a lavar su conciencia. Estaba tan metido en su pena que apenas sintió cuando una pequeña mano le acarició su hombro. Volteó sorprendido cuando escuchó una voz infantil desconocida: -¿Me regalas un pan chiquito? -¡Yo sólo hago panes grandes pa que se empachen! -Contestó con brusquedad. -A partir de hoy hazlos chiquitos, del tamaño de mi corazón, amasa la masa con cariño y endúlzalos con buena intención. Desde entonces el panadero malhumorado hornea puros panes chiquitos, como le dijo aquel chiquillo desconocido que le pareció el Niño Dios en persona y para Navidad reparte un buen canasto a todos los que una sonrisa le regalan.

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