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Notas mágicas de sábado

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Miren mis monedas

Miren mis monedas

Cuando la noche de cada sábado cubre las plazas céntricas de la ciudad de León y se encienden las luces navideñas, los músicos callejeros ocupan una esquina o un lugar bajo los arcos de cada portal y despiertan las notas mágicas para que los caminantes entren en mundos imaginarios. Se colocan a cierta distancia para no interrumpirse los unos a los otros. La gente que transita por las plazas se detiene para escuchar y ver en pequeños grupos hasta que la colecta hace que muchos sigan su camino. Aún así, los enigmaticos artistas entregan su arte al público por unas cuantas monedas y una partida de aplausos que les sirven de sustento para el resto de la semana. Un grupo, abrigados con jorongos de lana y el gorro sobre sus cabezas, interpreta música andina, con flautas de carrizo y pequeños tamborcitos. Las notas envuelven a los presentes con las lejanas tierras del Perú, se escucha el vuelo del pájaro Cú o el aleteo de las alas del cóndor sobre las ruinas de Machu Pichu o la ciudad de Cuzco. Otro grupo, dejando ver parte de sus piernas por llevar faldas a cuadros imitando a los escoceses, hace sonar las gaitas y entonces la magia de las notas hace brotar las tierras llenas de neblina del norte del Reino Unido, con altos castillos sobre colinas, feroces dragones escupefuego volando por el cielo y valientes caballeros montando briosos corceles. Más adelante, el pecho retumba a la par de los tambores, el corazón reboza de alegría. Unos muchachos con cabello largo peinado en rastas, usando ropa

Cuentos de Navidad para León gastada, floja y muy colorida, interpreta ritmos del Caribe golpeando sus palmas sobre el cuero de viejos tambores. La brisa atrae el ambiente de la Bahía del Brasil con la exuberancia del carnaval al ritmo de la zamba, las patadas del inmortal Pelé y el Cristo con los brazos abiertos. Un cuarto grupo, con pantalones de mezclilla rotos y camisetas flojas que dejan ver torso y brazos, portando adornos metálicos, baila brakedance con música tecno en la banqueta de una calle norteamericana, a la sombra de rascacielos. Una grabadora les sirve para animar sus acrobáticos bailes. Con saltos hacia atrás, pasos repetidos, giros sobre una de sus manos o en posición apretada cautivan a los paseantes. Sobre una banca, un chico y una chica, sentados en flor de loto sostienen entre sus piernas unas ánforas metálicas y con unos palillos producen sonidos mágicos que atraen hadas de alas transparentes. Vuelan en círculos siguiendo las suaves notas, como suspiros, y dejan caer sobre los presentes polvo de estrellas para envolverlos en un espeso bosque enigmático donde hacen fiesta con los elfos y los duendes. De uno de los pasajes que dan a la plaza, sale un delgado joven vestido elegantemente con un traje negro. Deja el maletín abierto en el piso, toma su violín e interpreta música clásica. Con el llanto romántico atrae a Cupido, quien dispara flechas sobre las parejas y éstas se muestran su cariño con besos, abrazos y la entrega de una rosa roja o un fragante ramillete de gardenias. Otros dos chavos, con pantalones de mezclilla, playeras ajustadas y tenis gastados, interpretan música norteña. Las piedras transpiran el sabor de Chihuahua. Uno se cubre la cabeza con una máscara de calavera azul y con sus brazos exprime las notas a un viejo acordeón, mientras el otro con la máscara de Blue Demon, golpea rítmicamente la cara transparente de una tarola plateada. La magia de las notas hace que las

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Cuentos de Navidad para León piernas tiemblen de ganas de darle duro al taconazo y recorrer toda la plaza bailando una atrevida polca. En la siguiente esquina, los sones jarochos interpretados por un solo músico, cargados con la exuberancia del Estado de Veracruz se vuelcan de una singular marimba con teclas de acero que ríe a carcajadas sus mágicas notas metálicas. Los versos de la bamba, que nos invita a poner una escalera y a subir más y más arriba, nos elevan sobre la selva y las notas se pierden en las alturas. Entonces se cruza en el camino una trovadora campirana, rasgando las cuerdas de una vieja guitarra destartalada, que interpreta las canciones de José Alfredo Jiménez con su voz cascada llena de sentimiento y sus ojos inundados de cataratas. La magia de las notas llevan a los escuchantes a apostar la vida en una jugada, en este bonito León, Gto. donde se respeta al que gana, a visitar a Cristo Rey en la cima del Cubilete y seguir caminando por los Caminos de Guanajuato. Finalmente, las notas mágicas de una rockola hacen que un payaso sin piernas, baile al ritmo de la salsa con los éxitos de Celia Cruz, bajo una lluvia de brillantes granos de azúcar, o los atrevidos ritmos colombianos para venerar a la Diosa de la Cumbia. Las notas mágicas también provocan que una bandada de arlequines compitan en maratón sobre zancos o prodigios en las estatuas vivientes, así el faquir hindú levita en oración, los obreros dorados trabajan por horas sin cansarse, el mago con túnica negra suelta ráfagas de chispas y la muerte pela los dientes en señal de respeto a los mortales; los globeros vuelan sobre la plaza elevados por una variedad de coloridas formas infladas; los vendedores de algodones se pelean por atrapar las últimas nubes azules o rosas que cubren el cielo, o que los muchachos lancen a las alturas luminosas estrellas que caen nuevamente en sus manos, mientras los niños siguen fascinados las trayectorias.

Cuentos de Navidad para León La magia termina a media noche, cuando los últimos caminantes dejan las plazas y el reloj del Palacio Municipal marca el primer segundo del nuevo día, las notas mágicas se duermen en la copa de los árboles en forma de campana hasta que los músicos callejeros las vuelven a llamar al caer la noche del siguiente sábado de diciembre.

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