Editorial Sarai de la Fuente Gelabert presidenta de AEGUAE
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lgunas cosas parecen innatas en el ser humano. Preguntar puede ser una de ellas. Cuando apenas empieza a hablar, un niño interroga insistentemente a sus padres: «¿por qué esto?», «¿por qué aquello?». Y a pesar de que el adulto en cuestión se desvive por responderle explicando la realidad de la forma más comprensible para su edad, el niño sigue encadenando uno y otro «¿y por qué...?»”, poniendo a veces a prueba la paciencia de sus padres. Lo que a menudo los adultos no recordamos es que todos hemos pasado por esa misma etapa infantil de innumerables descubrimientos. ¿De qué modo sino podríamos empezar a ser conscientes de la realidad que nos rodea? Quizá podamos atrevernos a afirmar que sin cuestionarse las cosas no hay crecimiento posible ni maduración, porque no se da la posibilidad de obtener respuestas o debatirlas. Pero cuestionar no es prerrogativa exclusiva de la edad infantil. Menos mal. La comunidad estudiantil está ampliamente habituada tanto a recibir como a emitir preguntas. ¿Quién no se ha encontrado en más de una ocasión con la mano en alto pidiendo turno de pregunta al profesor? Exámenes de todas las modalidades imaginables, que con más o menos nerviosismo se superan o se repiten, son el pan de nuestro de cada día. Sin olvidar que, aun cuando la etapa académica se consigue completar –¡por fin!–, los conocimientos adquiridos seguirán poniéndose a prueba día tras día durante la vida laboral, como un continuo examen de aptitud. Por otro lado, la comunidad científica es uno de los entornos donde la pregunta se hace más omnipresente. Sin planteamiento de hipótesis no hay investigación posible. Es más, si la hipótesis de trabajo no ha sido bien planteada inicialmente, los resultados pueden ser erróneos o sesgados. Y por el contrario, si el método científico ha sido bien aplicado, la solución obtenida que verifique esa hipótesis permitirá dar una respuesta certera que podrá ser reproducible
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en otra ocasión –siempre, claro está, con una mínima probabilidad de error asumida previamente–. En general, la humanidad siempre ha planteado sus grandes preguntas: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?... Allí donde estemos, allí donde haya un solo ser humano, siempre encontraremos alrededor miles de preguntas implícitas o explícitas, con otras tantas posibles respuestas satisfactorias o no. Reconozcámoslo: en el siglo XXI seguimos viviendo entre interrogantes. Y eso, a mi modo de ver, lejos de representar una supuesta inseguridad, resulta positivo. Las cuestiones existenciales que el hombre ha ido planteando a lo largo de la historia, siguen resurgiendo hoy y aún con más fuerza, sobre todo en el campo de lo metafísico o lo espiritual. La humanidad necesita respuestas. Y la humanidad que sufre necesita además soluciones. Por eso la pregunta: «¿Y qué hay más allá de todo esto?», resuena con mayor potencia en nuestros días. ¿Qué hay más allá de esta vida?, ¿qué hay más allá del sufrimiento?, ¿qué hay más allá de la muerte?, ¿qué hay más allá de lo que ahora es invisible a los ojos? Como intelectuales planteamos estas y más cuestiones, buscamos razonamientos coherentes, perseguimos respuestas convincentes. Y como creyentes confiamos que en la Biblia podemos encontrar ese evangelio de “buenas respuestas”. Así fue prometido. Desde AEGUAE deseamos seguir levantando la mano y cuestionar para tratar de responder. Contrastar las respuestas científicas con las respuestas de la fe, compaginando ambas si es posible. Deseamos seguir como inquietos aprendices que necesitan entender qué hay más allá, a pesar que algunos desde el “más acá” se empeñen en catalogar la fe y lo espiritual como meros cuestionamientos infantiles. Al fin y al cabo ya estaba escrito «si no fueseis como niños…»