:: ¡Se nos rompió el amor! Las relaciones de pareja en un mundo mercantilizado José Álvaro Martín Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación, sección Filosofía Pura. Profesor de ‘Pensamiento Filosófico’(CEAS). Investigador de la ‘Teología de la Esperanza’ propuesta por J. Moltmann y el ‘Mesianismo Judío’ del siglo XX.
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a muerto… Según el sociólogo Zygmunt Bauman (19252017), el amor romántico yace bajo infinitas toneladas de pesadísimas lápidas. Sí, ese que aspiraba a durar por creer que solo una única persona en el mundo podía proporcionar la felicidad absoluta y se trataba de encontrarla, costase lo que costase. Sí, ese que todavía soñaba con entregarse al otro sin esperar nada a cambio, porque se rebelaba ante la lógica capitalista del máximo beneficio-mínimo coste (donde la relación de pareja era un simple negocio: ganar siempre más de lo invertido; recibir siempre más de lo entregado). Finalmente ha muerto o aparece gravemente amenazado, ese amor antisistema que se resistía a confundir la persona amada con un producto de consumo cuya fabricación incluía una fecha de caducidad obsolescente, para ser rápidamente reemplazado/a por otro/a ineludiblemente mejor… Bauman apunta que, actualmente, nos asusta comprometernos de forma más permanente o duradera, porque nos planteamos continuamente: ¿y si existiese en el mercado un producto mejor que todavía no hemos probado?, ¿y si nos estuviéramos perdiendo un amor de mayor calidad? La dictadura consumista nos empuja hacia una espiral de comparación e insatisfacción continuas: elegir una opción es siempre dejar de disfrutar otras: «La vida del consumidor invita a la liviandad y a la velocidad, así como a la novedad y variedad… [si los bienes de consumo] son usados repetidamente… frustran la búsqueda de variedad, y el uso sostenido hace que pierdan su lustro y su brillo. Pobres aquellos que, por escasez de recursos, están condenados a usar bienes que ya no prometen sensaciones nuevas e inexploradas. Pobres aquellos que por la misma razón quedan pegados a uno sólo de esos bienes sin poder acceder a la variedad aparentemente inagotable que los rodea…».1 Por ello, construimos otro tipo de relaciones más fugaces, frágiles o inestables (Bauman las llama líquidas porque pueden adquirir cualquier forma y presentan una gran variabilidad). Las buscamos en la red y son conexiones momentáneas. Las establecemos instantáneamente y las abandonamos cuando nos place, sin arriesgar nada, sin comprometernos con nada, dejándolas sin producir ningún rastro: «“Red” sugiere momentos de “estar en contacto” intercalados con períodos de libre
merodeo. En una red las conexiones se establecen a demanda, y puede cortarse a voluntad… [dichas conexiones presentan la posibilidad de] ser disueltas mucho antes de que empiecen a ser detestables… A diferencia de las “verdaderas relaciones”, “las relaciones virtuales” son de fácil acceso y salida».2 Constituyen vínculos superficiales, transitorios, de los que podemos huir sin consecuencias, sin que permanezca ninguna huella o haya que pagar algún precio. Se ajustan perfectamente al molde consumista que impone «las soluciones rápidas, la satisfacción instantánea, los resultados que no requieran esfuerzos prolongados…».3 Ya no hay que preocuparse por el funcionamiento de la relación en pareja, ni siquiera esforzarse por mantenerla viva o abordar el precio de su posible fracaso. Solo hay intercambios de duración infinitesimal, sin exigencias, dolorosos requerimientos, ni clausura a nuevas experiencias: «desconfían todo el tiempo del “estar relacionados”, y particularmente de estar relacionados “para siempre”, por no hablar de “eternamente”, porque temen que ese estado pueda convertirse en una carga y ocasionar tensiones que no se sienten capaces ni deseosos de soportar, y que pueden limitar severamente la libertad que necesitan…». 4 Como el mercado ya ha dinamitado el amor, no se participa en el negocio de la convivencia, porque los beneficios resultan inferiores a los costes: «Una relación, le dirán los expertos, es una inversión como cualquier otra: usted le dedica tiempo, dinero, esfuerzos… y lo que usted perdió o eligió no disfrutar se le devolverá en su momento con ganancias».5 Claro que nada asegura esa inversión y, aquí, solo interesa la rentabilidad. Cuando esta no resulta suficiente mejor no participar en el negocio. Porque solo prima la propia satisfacción egoísta, lo que uno recibe del otro, pero no lo que aporta: «la atención humana tiende a concentrarse actualmente en la satisfacción que se espera de las relaciones… [e incluso] si son satisfactorias, el precio de la satisfacción que producen suele considerarse excesivo e inaceptable».6 Este amor comercializado y mercantilizado hasta las entrañas, nos sitúa ante vínculos débiles, superficiales o prácticamente inexistentes. Y cuando el compromiso más duradero no funciona, solo puede salvarnos la rapidez del cambio: experimentar un 21
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