5 minute read
La Cenicienta
La Cenicienta
Estaban en cierta ocasión tres hermanas hilando lino, y se dijeron; «A la que so deje caer el huso la mataremos y nos la comeremos». Sucedió que le cayó á su madre, y la perdonaron. Sentáronse de nuevo y por segunda y tercera vez vino al suelo el huso de la madre. Ea, «á comerla ahora» dijeron entonces. «No, replicó la menor, no la comais, comedme á mí puesto que queréis carne humana». Las otras dos no accedieron, y después de matar á su madre, la guisaron. Sentáronse á la mesa y llamaron á la menor diciéndole; «¡Ven tú también á comer!» Ella se negó y retirándose se sentó en un basto que las gallinas habían llenado de basura, y llorando maldecía á sus hermanas. Estas le dijeron repetidas veces: «Ven á comer», pero siempre se negó, y cuando hubieron acabado, se marcharon. Entónces la menor, á quien llamaban Cenicienta2 , recogió todos los huesos y los enterró en un cenizal, incensándolos por espacio de cuarenta días, al cabo de los cuales fué á sacarlos para trasladarlos á otro punto. Al remover la piedra se deslumbró con los rayos que despedía, y aparecieron tres riquísimos trajes bordados que tenían, el uno el cielo con sus astros, el otro la primavera con sus flores, el tercero el mar con sus olas, y además una infinidad de monedas de plata y oro, y todo lo dejó allí mismo; fueron después sus hermanas, y encontrándola sentada sobre el basto, se enfadaron.
Advertisement
2 La ópera italiana titulada La Cenerentola está basada sobre el mismo argumento que este cuento (Nota de Trad).
El domingo siguiente, así que éstas fueron á la iglesia, se levantó, púsose el traje de cielo y se dirigió también al templo, llevando además un saquete de monedas de oro. Llamó la atención de todos por los resplandores que despedía, y al salir de la iglesia la siguió todo el pueblo para ver donde iba. Entonces ella se llenó la mano de monedas del saco, y fué arrojándolas por la calle para que la gente se entretuviera en cogerlas; y luego que llegó á casa, se cambió poniéndose el vestido usual y se sentó en el basto. A seguida llegaron sus hermanas, que le dijeron: «Dónde estás, infeliz? Ven, que te contaremos cómo ha ido á la iglesia una joven resplandeciente como el sol con un traje tan vistoso y brillante que no habrías podido mirarla, y además ha arrojado dinero por la calle: ¡mira cuántas monedas hemos recogido nosotras! no haber ido tú también, ¡mala perezosa!» −«Recoged vosotras, que yo no quiero». Les contestó.
Al otro domingo fueron á la iglesia é hizo lo mismo. El tercer domingo sucedió que andando de prisa al arrojar el dinero, quedó descalza dejándose una chinela en la calle, y el hijo del rey que la seguía sin lograr alcanzarla, recogió la chinela. En seguida hizo pregonar: «La joven á quien la chinela por mí recogida le venga exactamente, sin que le sea grande ni pequeña, la haré mi esposa».
Fué á todas las mujeres, les hizo probar la chinela, y no pudo encontrar su dueña. Entonces dijeron las hermanas á la menor: «¡Vé tú, á ver si te hace!» −«Marchaos, les contestó, ¡yo dejar caer la chinela estando aquí sentada sobre el basto; no os burléis de mí!»
El hijo del rey había recorrido las casas por orden, y cuando llegó á la de Cenicienta, sus criados la intimaron que se probase la chinela. −«No os burléis de mí!» les contestó. Bajó
al fin, y al verla el príncipe comprendió que era de ella. «Pruebate la chinela», le dijo. Púsosela á la fuerza, y le venía exacta á la medida del pié. −«Tú serás mi mujer», le dijo el príncipe. −«No te burles de mí, le contestó; ¡así ibas á emplear tu juventud!» −«No me burlo, replicó, te tomo por esposa;» y se casó con ella y la coronó.
Sus hermanas le cobraron envidia, y cuando tuvo un niño, pasaron á visitarla; y hallándola sola en la cama, la cogieron y pusieron en una caja, arrojándola al rio, de donde fué á parar á un desierto. Estaba en aquel sitio una vieja demente, la cual tomó la caja, así que la vió, y al abrirla y ver dentro una persona, se apartó ocultándose. Quedóse sola la Cenicienta, y oyendo gruñir los lobos y rugir los leones y jabalíes, en medio de lágrimas y suspiros exclamó: «¡Dios mío! concédeme un pequeño agujero para que meta la cabeza y no oíga las fieras» −y se lo concedió. De nuevo suplicó: «¡Dios mío! concédeme un pequeño agujero para introducir medio cuerpo» −y también se lo concedió. Invocó hasta tercera vez, y se encontró dentro de un palacio ricamente alhajado, donde le servían cuanto pedía, por ejemplo; deseaba comer y decía: «Venga la mesa con todo el servicio; venga la comida, las cucharas, los tenedores» y al instante aparecía todo, y al acabar preguntaba: «¿estáis todos en órden?» −y todos contestaban: «Sí, estamos».
Cierto día fue el príncipe á cazar por aquel sitio, y al divisar el palacio le picó la curiosidad de saber quién lo habitaba, y llegándose llamó á la puerta. Viéndolo ella de lejos, lo reconoció, pero preguntó: «¿Quién llama á la puerta?» «Yo, ábreme». Entonces gritó la jóven: «abrios, puertas» y abriéndose de repente, franquearon la entrada al príncipe. Subió, y la encontró sentada en un trono. −«Buenos días», dijo. −«Bien
venido», contestó ella, y todos los muebles del palacio repitieron: «bien venido». −« ¡Venga un trono», dijo la Cenicienta, y al momento se presentó el trono, é invitó al príncipe á sentarse. Después de preguntarle la causa de su visita, le suplicó se sentara á comer antes de irse. Accedió él á su invitación y en seguida exclamó ella: «Venga la mesa con todo el servicio», y con admiración del príncipe apareció al momento. −«Venga la jarra, el aguamanil con agua para lavarnos; vengan diez platos de comida;» y todo compareció según deseaba. Al concluir de comer el príncipe quiso llevarse una cuchara, que metió dentro de la bota; mas así que se levantó en ademan de despedirse, preguntó ella: «Mesa, ¿tienes todo tu servicio?» «Sí, lo tengo». −«Cucharas, ¿estáis todas?» Todas contestaron afirmativamente, excepto una que exclamó: «Yo estoy dentro de la bota del príncipe». La joven, como si nada hubiera oído, volvió á preguntar: «Cucharas y tenedores, ¿estáis todos?» Entonces el príncipe, corrido de vergüenza, sacó la que había ocultado. Díjole ella: “¿Por qué te abochornas? Ya lo observé, pero no temas; soy tu esposa». Y refirióle cuanto le había sucedido y cómo se hallaba allí.
Abrazáronse tiernamente, y mandó ella al palacio que se pusiera en marcha, llegando de este modo á la Corte, donde toda la población se admiró al verlos llegar dentro de un palacio. Ordenó despues el príncipe que trajeran sus cuñadas á su presencia, y mandó descuartizarlas. Así vivieron en adelante felices, aunque nosotros lo somos más.