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La princesa guerrera

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La varita

La varita

La princesa guerrera

Cierto rey que vivía en compañía de sus tres hijas recibió un despacho que le obligaba á ir á la guerra, y como era anciano lloraba y reflexionaba entre sollozos lo que debía hacer. Acercósele su hija mayor y le preguntó: −«¿Qué tienes, señor, que lloras?» −«No te importa saberlo; vete de aquí», le contestó. −«No, señor, dímelo». −«¿Qué te he de decir, hija querida? Me han avisado que vaya á la guerra, y no puedo». −«Ay, la guerra será fatal y desgraciada para ti, y te suplico que me cases antes». Fué después la mediana y le preguntó á su vez: −«¿Qué tienes, padre mío, por qué lloras?» −«Vete de aquí, no te importa saberlo». −«No, dime qué es ello». −«No te lo diré porque me contestarías lo mismo que la otra». −«No, señor, no te diré lo que te ha contestado mi hermana». −«Pues qué he de tener, hija mía, me han participado que he de ir á la guerra, y como soy anciano no puedo». −«¡Ay! fatal y desgraciada te será la guerra, y por eso te suplico que antes me cases!» Fué después la menor y también le preguntó: −«¿Qué tienes, padre, que lloras?» −« Vete de aquí, no te importa saberlo». −«No, dímelo». −«No quiero, porque me contestarás lo mismo que tus hermanas». −«No, yo te juro que no te diré lo mismo que las otras». −«¡Qué he do tener, hija mía, me han avisado que he de ir á la guerra, y no puedo por mi edad y mis achaques!» −«¿Y por eso te apuras y lloras, padre mío? Mándame hacer un trajo de hombre y dame un buen caballo, y yo

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iré en tu puesto». −«Marcha do aquí, niña; ¿tú habías de ir á la guerra?» −«No tengas cuidado, que iré y venceré». −«Así sea, pues lo quieres». Le arregló un traje francés de hombre y le dio un brioso caballo, fué la princesa á la guerra y venció á los enemigos.

En esta guerra había peleado á su lado un príncipe, á cuyo pal lacio fueron á descansar al regreso. Supo esto príncipe que su compañero era mujer y dijo á su madre la reina: −«Madre, esta joven ha ido á la guerra». −«No es posible, hijo mío, le contestó, que una joven pelee». El insistió y habló así su madre: −«Idos al campo y dormid sobre la yerba: si el sitio que tú ocupes se pone más verde que el suyo, es mujer, y sino, hombre». Salieron al campo y se tendieron sobre la yerba: durmióse el príncipe y entonces la princesa se fue á dormir á otro punto lejano, volviendo al amanecer al primer sitio, y al levantarse vió el príncipe que el sitio de la princesa estaba más verde. Fué á encontrar á su madre y le dijo que su puesto estaba más seco. −«No te lo decía yo, repuso la Reina, ¿ves cómo es hombre?» −«¡No, madre mía, que es mujer». Volvióse al fin la princesa á su reino, y al salir de la ciudad exclamó: −«Soltera fui á la guerra, y soltera me vuelvo para vergüenza del hijo del rey». Al saber esta el príncipe dijo á su madre: −«¿No te decía yo que era mujer? Yo iré á su corte y me la traeré».

Entonces se vistió él de pobre, y tomando husos y palillos y collares fué á venderlos á la capital de la princesa gritando: −«Husos, palillos y collares para el diente de oro», porque sabía que le habían extraído un diente y le habían puesto otro de oro. Oyéronlo las don cellas y dijeron á la princesa: −«¿Oyes, señora, lo que grita ese perdido?» Dejadlo que charle:» −«¿No le compramos alguna cosa?» −«Comprad lo que

queráis». Entonces le preguntaron cuántas piastras quería por un collar. El les contestó: −«No quiero dinero, sino una cazuela de mijo». Diéronselo y al ir á echarlo al saco lo dejó caer al suelo, y lo fué recogiendo grano por grano, con lo cual se hizo de noche. Aburridas las doncellas le dijeron: −«¿Por qué no nos has pedido otra y no que te estás sentado recogiendo los granos uno á uno y perdiendo el tiempo?» −«Es mi principal oficio; pero ya que se ha hecho de noche, dejadme dormir en algún sótano!» Fueron á comunicarlo á la princesa, y les dio el permiso.

Observó que dejaban puestas las llaves y que cerraban por fuera el cuarto de la princesa; y cuando todas dormían tomó las llaves, abrió el dormitorio de la princesa y le arrojó al rostro una yerba soporífera que llevaba á prevención, y cargando sobre sus espaldas á la princesa se la llevó á su patria. Al dispertar ella y verse en país extranjero no desplegó sus labios durante tres años. −«Fuiste un necio en traer una mujer muda, dijo la reina á su hijo; déjala y escoge otra». Obediente el príncipe eligió otra, y al celebrar el acto del casamiento dieron cirios á los asistentes y también á la muda: el de ésta se acabó y los circunstantes viendo que se quemaba se lo advirtieron, más ella hizo como que no oía. Entonces encargaron á la novia que se lo avisara y le dijo: −«Muda, que se te quema la mano!» −«Así te quedes muda, le contestó, y te vuelvas al punto de dónde has venido». Al oir el príncipe estas palabras despidió la novia que había escogido y se casó con la muda, viviendo entrambos felices durante toda su vida.

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