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El hijo de la osa

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La varita

La varita

El hijo de la osa

Érase un papas13 y su mujer, y cierto día salieron al monte á cortar leña. Encontraron en el camino un labriego, con el cual se fué la mujer, mientras el papas se quedó cortando una encina con la azuela que llevaba. La cortó casi toda, dejando sólo un palmo para que acabara de cortarla la papadía su mujer, pero como la encina era gruesa no pudo sostenerse y vino al suelo. Saltó entonces de allí una osa diciéndole: −«Quiero que me adoptes el primer hijo que tenga, diciendo que es tuyo». −«Calla, le responde el papas, yo soy hombre santo, y no puedo adoptar un oso como hijo mío». −«Haz lo que te digo, sino te devoro», repuso la osa, y contra toda su Voluntad hubo de acceder el buen papas, y andando el tiempo tuvo que pasar como padre de un oso.

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Llegó su mujer y volvieron á su casa, dejándose la azuela olvidada en el sitio de la encina, que recogió la osa. Esta parió un niño, á quien los osos sus hermanos llamaban bastardo. Un día preguntó á la osa si era tal como le llamaban sus hermanos, y ella le respondió: −«Tienes por padre la azuela». −«¿Cómo puede la azuela engendrar hijos?» −«Tómala, le replica, y con ella esperas sentado en el pilón de fuera de la iglesia, y el que la reconozca por suya aquél es tu padre». Iba la gente á la iglesia, y al llegar el papa y verlo le dijo: −«¿Dónde has encontrado la azuela? es mía». −«Tuya es, y tuyo soy

13 Sacerdote griego (Nota del Trad.)

también yo», le contestó el joven. −«¡Calla, maldito!» −«¿Por qué tú eres mi padre». Tuvo que llevárselo á su casa, diciendo á su mujer: −«Mira, te he traído un joven para que te sirva de criado». −«Bien has hecho, Dios te lo pague», le contestó la papadla. Era el joven muy glotón, en términos, que el primer día se comió un escudo pan y el segundo todo cuanto había de consumir el papa en un mes. No pudiendo sobrellevar tanto gasto, lo colocaron en un horno, pero se comía todo el pan que se cocía.

Dan cuenta al rey de lo que pasaba, y llamando éste al joven, pregunta: −«¿Eres capaz de llevar sesenta cargas de leña?» −«Soy paz de ciento», responde. Pidió un hacha y le dieron una de cien ocas de peso. La toma en sus manos y la hace pedazos. Le dan otra de quinientas ocas y va al monte y trae las cien cargas de leña: encuentra en el camino un corpulento plátano, y lo arranca de raíz. El rey admirado exclamó: −«Mucho come, es verdad, pero también trabaja mucho». Mas temeroso de que algún día lo matara, lo envió á cobrar el impuesto de los hombres de cabeza de perro pero que lo devorasen, prometiéndole la mitad de lo que cobrase. Fue allí, los venció en lucha y dio la mitad de lo cobrado al rey, pasando perfectamente el resto de su vida.

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