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La papadia tonta y sus hijas tontas

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La varita

La varita

La papadía tonta y sus hijas tontas

Había en cierta ocasión un sacerdote que vivía en compañía de su mujer, la papadía15, y sus tres hijas; mas para que lo sepas, una y otra y las cuatro eran tontas. Un día la mayor, después de salir de la función de iglesia, se fué de la ciudad con objeto de pasearse, y viendo un montecillo se subió al momento y sentada en la cima se lamentaba en estos términos: −«¡Ay, cuándo llegará el día en que me case y tenga un niñito para arrojarlo desde aquí y ver cómo revienta! ¡Ay, niñito mío!»

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Impacientes la esperaban sus hermanas y se decían −«¿Qué se habrá hecho de nuestra hermana?» Ya en su busca la mediana, la encuentra y sentándose á su lado le pregunta: −« ¿Qué haces aquí? ¿Por qué lloras?» −«Infeliz, le contesta, ¿no ves esta pendiente? Deseo casarme para darte un sobrinito y despeñarlo para verlo morir». Quedóse la mediana con la misma idea que la mayor. Fué la pequeña y sucedió otro tanto, y para no repetir, llegóse también la Papadía y se quedaron las cuatro lamentándose. Corre á buscarlas el afligido sacerdote, y al encontrarlas y preguntarles la causa de su llanto, le contestan que la hija mayor deseaba casarse para darle un nieto y precipitarlo por aquella pendiente.

15 Mujer de sacerdote griego, llamado en lengua moderna Papás (Nota del Trad).

−«¡Desgraciadas! les contesta, no puedo soportar por más tiempo nuestras necedades y locuras! Si tenéis la suerte de que tropiece con otras mas necias que vosotras, puede que os vuelva á ver; de otro modo antes quedarán blancos vuestros ojos que me veáis».

Las abandona y anda, anda al acaso durante algunos días, hasta que llega á otro país. Recorre las calles y oye lamentos: entra en la casa para ver lo que ocurre y ve una mujer que tenía su niño metido en la cuña y encima un hacha pendiente del techo. Lamentábase la mujer gritando: −«¡Ay, hijo mío, hijo mío, muerto á hachazos!» −«Eh, mujer, le dice, ¿qué tienes que lloras?» −«¿Que he de tener, sacerdote mío? ¿No ves que caerá el hacha á mi hijo? y aún me preguntas qué tengo». −«¿Que me das si te lo libro?» −«Lo que quieras, sacerdote mío: hasta mi alma, si no la debiera á Dios».

Entonces toma la cuna y la pone en otro sitio. −«Vaya, mujer, le dice, no llores más».

Retírase de allí llevándose buena cantidad de dinero, y no lejos observa mucha gente reunida y se aproxima para ver lo que ocurre. ¿Qué ve? Estaba para casarse un hombre alto, y como la puerta de casa de la novia era baja, no se le ocurría inclinarse para entrar, y el buen hombre discurría si se cortaría los pies ó la cabeza, pues de otro modo no creía poder pasar á visitar á su amada. Al ver esto el sacerdote se desternillaba de risa y les dijo: −«¿Por qué gritáis y os afligís cristianos de mi alma?» −«Esto y esto pasa, sacerdote mío, le contestan». −«Ea, yo os lo introduciré: ¿qué me dais?» −«Lo que quieras; pero haznos esa gracia». —Cogió el sacerdote al novio y poniéndole la mano en la cabeza le dice: −«Inclínate,

muchacho! más, más!»Así lo hizo entrar justito. −«Ea, ahora levanta la cabeza, y esto harás cuantas veces entres y salgas, ¿entiendes?» Luego fué con los novios á la iglesia y los casó, recibiendo por uno y otro bastante dinero.

Marcha de allí y encuentra una vieja que estaba lavando y adornando con oro y piedras preciosas una marrana que decía ser su hija y la disponía para casarla. Al ver al sacerdote exclamó: Hijo mío, ¿quieres llevar mi hija á casar y te recompensaré bien, pues soy muy vieja y apenas puedo andar?» −«Con mucho gusto, anciana mía, por ti aunque sea gratis». Pero contestó así porque tenía su vista fija en el tesoro.

Toma, pues, tu buen sacerdote la marrana y la hace andar delante; pero á los pocos pasos concibió sospechas la vieja y dijo al sacerdote: −«Eh, hijo mío, vuelve para que te vea bien y pueda conocerte». Tu buen sacerdote se baja las bragas, y sin sonrojarse lo más mínimo, le muestra la parte inferior á la espalda, con perdón sea dicho. −«Ahora ya te conozco, dice la vieja, pero no os olvidéis de traerme la torta de bodas». Después que estuvo á cierta distancia, desnuda la marrana y cargado con todas las alhajas de oro y plata se vuelve á su papadía. −«¡Ah, sacerdote de mí alma, le dice su mujer, hemos estado á punto de perder el juicio, viendo que nunca volvías!» −«Yo pensaba, le contesta, que erais vosotras solas las necias, pero, según he visto, las hay que os aventajan, y así vengo dispuesto á sufrir todas vuestras impertinencias».

Con el tesoro consiguió casar sus tres hijas y él vivió después muy feliz con su papadía.

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