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La mujer honrada
La mujer honrada
Erase una vez un hombre muy rico, casado, y como no tenía sucesión, adoptó una niña muy hermosa, á la cual hizo heredera de todos susbienes. Murieron el hombre y su mujer, y la joven entró en posesión de la herencia. Cierto día hallábase sentada en el balcón jugando á las cartas con sus amigas, cuando acertó á pasar por debajo un joven, y así que la vió, ya no le permitió su corazón alejarse de allí, de manera que no hacía más que ir y volver. Marcháronse las amigas á sus casas; y al quedarse sola pregunta al mancebo: −«¿Qué tienes, que no vas á tu quehacer?» −«Alma mía contesta, ¿cómo he de alejarme de aquí y dejarte?» Al día siguiente el desdichado de nuevo bajo el balcón. Entonces ella, que lo quería porque era gallardo, le hace señas para que suba, y pregutándole qué intención llevaba, le contesta: −«¡Si no consigo hacerte mi esposa, alma mía, me mato!» −«No, dice ella, no te mates. Yo soy libre, tengo algunos bienes que me dejaron mis padres, y me avendré á vivir con un joven que pueda hacerme feliz. ¡Sélo tú!»
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Llaman á los sacerdotes y los casan.
Pasaba el tiempo, y el marido, siempre metido en casa, no quería dedicarse á ningún trabajo, y viendo ella que llegarían de este modo á consumir toda su dote, le dijo un día: −«Dime qué intención abrigas, esposo mío, pues siempre te estás aquí sentado, sin trabajar ni hacer nada. ¡Ya ves que poco á poco no tendremos ni pan que comer!» El ni siquiera contestó, y
al verlo tan impasible salió incomodada de casa, y busca por aquí, busca por allí, le encontró colocación para servir en un barco. Vuelve á casa y le dice: −«Esposo mío, si quieres puedes embarcarte en un buque». −«Mujer, le contesta, ¿sabes por qué no quiero ir á ningún trabajo? Porque temo que así que me separe de tu lado, otro se hará dueño de ti y yo seré un desgraciado». −«Aprensión tuya; no tengas ningún temor de semejante cosa, y para que estés seguro de que jamás te haré traición, llévate contigo este traje blanco como el lirio, y si ves que se ensucia entonces dices que te he engañado. Cree que te seré enteramente fiel».
Con estas palabras lo persuadió y se embarcó. Habíase puesto el traje que le dio su mujer, que era blanco como la nieve, y aunque ejercía el oficio de cocinero, siempre iba limpio. Como hubieran pasado algunos días, el capitán y los otros marineros viéndolo tancurioso entraron en deseo de averiguar por qué el hombre no se manchaba. Pregúntanle: −«En verdad, cocinero, queríamos nos dijeras á qué hora te cambias de vestido, pues te vemos siempre enteramente limpio». −«¿Qué os diré? contestó. No me cambio á ninguna hora, sino que mi mujer me dio este traje, diciéndome que no tendría ninguna mancha mientras ella se conservase honrada». −«Bravo, cocinero, le dijeron, buena mujer tienes».
Llegaron á una capital, y los habitantes se admiraban de que guisando diariamente conservase el traje brillante como el sol. Pasaba cada día por delante del palacio y se lo miraba el rey. Después de mucho tiempo acertó á pasar cargado con una estera, y el rey deseoso de saber cómo iba siempre limpio, le mandó subir. Llegado á su presencia, le preguntó:
−«Muchacho, debes cambiarte de ropa tantas veces como horas tiene el día, y por eso tu traje está siempre brillante». −«No, Señor, ni mi oficio lo permite». −«No creo tal cosa, y para convencerme te pondré en puesto del carbonero».
Lo hace así, pero jamás le veía una mancha, y admirado dijo: −«El posee un secreto que no quiere descubrirnos: llevadlo á la cárcel».
Tenía el rey tres hijos y una hija, el mayor de los cuales oyendo que el cocinero había dejado una mujer tan hermosa, pretesta que tiene necesidad de viajar para distraerse, y provisto de florines se dirige al pueblo. Apenas llegado pregunta y más pregunta, hasta averiguar la casa de la joven, porque «preguntando se va á Roma». No se atrevió á ir de pronto y se hospedó en la de una vieja que vivía enfrente, á la cual dijo: −«Anciana, yo soy el príncipe de este país, que he venido expresamente por esa joven tu vecina, y así me la traes te daré grandes cosas». La vieja, pues ellas se ingieren fácilmente en estos negocios, va corriendo y dice á la joven: −«¿No sabes nada, joven de mi alma? Ha venido aquí el príncipe, que se muere por ti, el cual trae mucha lana y me asegura que si le permites entrar en tu casa te lo dará todo».
Se me olvidaba deciros que habiendo regresado el barco en que iba su marido, fué la joven á preguntar por él y supo que el rey lo había encarcelado.
Al oír á la vieja que el príncipe se hallaba en el pueblo contestó: −«Con mucho gusto; que venga». Vuelve la vieja y dice al príncipe: −«Me ha prometido que te recibirá esta noche». Dio buena propina á la vieja y así que anochece se levanta y va á casa de la joven con un saco de florines para mejor conquistarla.
−«Buenas noches, señora mía», le dice. −«Buenas, joven, le contesta, pero has venido temprano, pues los vecinos todavía están sentados y me señalarán con el dedo como si estuviera entretenida con un hombre. Vete al café y vuelve al punto de la media noche».
Levántase él y se va dejándose el saco de dinero. Ella cierra y espera sentada. Entretiénese el príncipe en el café jugando, y tanto le interesó la partida, que ni recordó que había pasado la media noche. Corre y llama á la puerta, mas la joven no le abre diciéndole que ha pasado la hora y que la deje en paz. Pero como insistiera en llamar sin cesar, la joven, que era de corazón fuerte, se arma de un palo, abre la puerta y, este te doy, aquel te regalo, me lo pone blando como un higo y lo deja tendido en las escalas. Levántase el buen príncipe limpio y sin lavarse, y se marcha sin decir ni una palabra por temor de que la gente supiera que una mujer lo había puesto de aquel modo. Se vuelve y dice á su padre que unos ladrones que habían salido al camino, le habían robado y apaleado, é influye para que ponga en prisión más estrecha al hombre del traje blanco. Después de él va el segundo al pueblo; y, para no extendernos mucho, le sucedió lo mismo que al primero. Igual suerte cupo al más pequeño, sin embargo de que tenía fama de muy astuto. Entretanto el marido seguía en oscuro calabozo, pero conservando siempre blanca y limpia la ropa.
Cuanto la joven hubo echado bastante lastre, merced á aquellos tontos, su viste de hombre, compra un buque que ponía espanto, lo arma y se constituye capitán, llevando consigo algunos jóvenes marineros, ¿Dónde irá, dónde no irá? Va á la capital del rey, quien al ver tal busque, superior á cuantos él poseía, trata de casar al capitán con su hija. Al efecto
prepara un banquete, al cual convida al capitán, y en la mesa le comunica su proyecto. La joven le contesta: −«Acepto por mi vida, pero te pido antes dos gracias: la una, que me permitas primero ir á ver mis parientes, y la segunda, que por motivo tan fausto pongas en libertad á todos los presos». −«Cuanto me pidas», contesta el rey.
Abren las cárceles y sacan á todos los presos, excepto sólo su marido. −«Todavía falta alguno», dice la joven. Entonces la princesa le entrega su marido, y tomándolo con dos ó tres más, se marcha en compañía de la princesa.
Durante la travesía coge una noche dormida á la princesa y la arroja al mar. Al día siguiente llama á su cámara á su marido, y quitándose el traje de hombre que llevaba le dice: −«Yo soy tu mujer, y cuanto he hecho ha sido por conseguir tu libertad». Y lo refirió cuanto había sucedido durante su ausencia. Llegaron por fin al pueblo, donde vivieron muy felices sin separarse jamás y conservando el marido su traje siempre limpio y brillante.