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Elena Saccone

Históricos molinos

Carina Erchini

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Molino de Pérez, Malvín, Montevideo.

Las arquitecturas de los antiguos molinos de agua y de viento, así como de otras industrias del pasado, son uno de los tantos remanentes de nuestra historia que se observan en el paisaje.

Algunos han sido declarados monumento histórico nacional por la ley 14 040: el molino de Juan María Pérez, en la rambla de Punta Gorda, en Montevideo; el Molino Quemado, en costas del arroyo Rosario, en Colonia; el Molino Viejo, en el centro de la ciudad de Minas, Lavalleja. Otros han sido designados monumento departamental, como el molino eólico conocido como Molino de los Ingleses, en la localidad de San Jorge, en Durazno.

Pero otros, ya inactivos y sin el mantenimiento adecuado, se han deteriorado y en algunos casos solo subsisten restos de su estructura original. Tal es el caso del Molino de Olmos, del que solo quedan algunos muros del establecimiento principal, ocultos por el monte ribereño y la represa construida en el cauce del arroyo Pando.

Sin embargo, lejos de desaparecer, estos establecimientos perviven, tanto en el imaginario colectivo como en las referencias geográficas, dotando de identidad a las localidades donde fueron instalados.

Los molinos históricos del siglo xviii y xix dispersos por el territorio nacional nos permiten realizar múltiples lecturas, pues materializan contextos socioculturales particulares, reflejan desarrollos constructivos, tecnológicos, económicos y sociales.

El pan nuestro de cada día

Los molinos nos hablan de la implantación de un modelo cultural adaptado a determinada geografía.

Durante el proceso de colonización europea del Río de la Plata, los colonos instalados en los primeros establecimientos permanentes de nuestro territorio debieron solucionar, entre otros problemas, uno fundamental: su alimentación. Si bien el territorio americano les ofrecía vegetales y animales, una preocupación occidental cristiana no dejaba de asediarlos: ¿cómo obtener el pan nuestro de cada día? Este hábito alimenticio, pautado culturalmente desde hacía milenios en el Viejo Mundo, fue una de las causas de que las políti-

" Restos del molino de Lavagna, San Carlos, Maldonado.

" " Molino de viento cerca de la ciudad de Florida, Florida.

cas coloniales incentivaran el afincamiento de agricultores.

Con la migración de labradores se inició el desarrollo de la agricultura; las industrias derivadas de ella hicieron su aparición en nuestro territorio, y comenzaron a surgir los establecimientos destinados a la molienda.

Las condiciones climáticas y los tipos de suelo favorecieron las labores agrícolas. José María Reyes, oficial español que llegó al territorio oriental entre 1826 y 1850, lo describió de la siguiente manera:

«Vense en medio de las poblaciones y en las costas de los arroyos multiplicadas máquinas de moler los granos, impulsadas por el agua y el viento y más generalmente por la fuerza animal».

Encontrar el lugar

Las instalaciones de los molinos no son fortuitas; están condicionadas por una serie de variables sistémicas. Analizar su ubicación a escala regional nos permite inferir esas circunstancias del pasado.

En primer lugar, el sitio elegido debía poseer recursos naturales aptos para su funcionamiento, como importantes cursos hídricos para los molinos hidráulicos o zonas elevadas para los eólicos. En segundo lugar, debía localizarse en zonas predominantemente agrícolas para facilitar la llegada del grano (trigo, maíz, cebada u otros).

" Antiguo plano de Colonia del Sacramento, siglo xviii, donde se indica con la letra P la ubicación de un molino de viento.

" " Antiguo plano de Montevideo de A. J. Pernety, siglo xviii, donde se indica con la letra E la ubicación de un molino de viento.

En tercer lugar, requería estar cerca de vías de tránsito —fueran caminos de tropas, caminos nacionales, pasos, vados y, desde el último cuarto del siglo xix, vías del ferrocarril— por las que la harina se trasladaría hacia los centros poblados para su comercialización local o hacia el puerto de Montevideo para su exportación.

Con el crecimiento de las plantas urbanas, las estructuras industriales instaladas extramuros —áreas productivas de las ciudades coloniales— fue-

ron incorporadas a la trama y hoy se torna difícil apreciar su relación con las características geográficas originales de su implantación. Muchas han sido demolidas para albergar nuevas construcciones con diversas funcionalidades. Sin embargo, en la periferia de las ciudades y en el medio rural aún es frecuente que sobrevivan molinos históricos en diferentes grados de conservación.

Estas antiguas estructuras industriales modelaron el territorio conformando verdaderos hitos en el paisaje.

De la sangre al vapor

Las investigaciones sobre viejos molinos, tanto históricas como arqueológicas, nos permiten adentrarnos en sus características arquitectónicas, la infraestructura de su área adyacente y artefactos relacionados, y también conocer y comprender los cambios tecnológicos, económicos y sociales por los que ha transitado el país.

En sus inicios y en su forma doméstica, la molienda se realizaba manualmente. Con el afincamiento de las primeras poblaciones estables, a fines del siglo xvii, aparecieron las atahonas o tahonas, y posteriormente los molinos hidráulicos y eólicos.

Las atahonas constituyeron los primeros establecimientos de molienda. José Manuel Pérez Castellano, en las primeras décadas del 1800, las describió así: «Constaban de un edificio de ladrillo y techo de paja, una piedra de

amolar con su hierro movida a mula».

Con la evolución de la tecnología surgieron los molinos de viento y agua, los primeros en transformar fuentes de energía natural en energía mecánica. Nuestro territorio contó, desde la fundación de los primeros centros poblados, con molinos tanto eólicos como hidráulicos. La cartografía de las primeras ciudades, como Colonia del Sacramento, San Felipe y Santiago de Montevideo y San Fernando de Maldonado, registran tahonas y molinos eólicos en la planta urbana, así como molinos hidráulicos que, por obvias razones, se encontraban alejados de la ciudad.

De la época colonial destacan los molinos hidráulicos ubicados en el arroyo La Caballada, en las cercanías de Colonia de Sacramento, cuya construcción data de 1691, y el molino de la Compañía de Jesús construido hacia 1750 sobre el arroyo Miguelete, en la ciudad de Montevideo.

A principios del siglo xix, con la apertura de los mercados, fue posible importar los productos de la Revolución Industrial, iniciada a fines del siglo xviii. Nuevos inventos, como la máquina a vapor, alterarían el orden mundial de ahí en más.

A partir de 1851, finalizada la Guerra Grande y con las masivas corrientes migratorias de labradores europeos, la agricultura entró en un período de gran actividad y desarrollo. Orestes Araujo describió que, a principios del siglo xx «los productos derivados de ella han dado motivo a la instalación

" Maquinaria original en funcionamiento en el Molino Santa Rosa, Canelones.

" " Molino Bonjour, sobre el río Rosario, próximo a la ciudad homónima, Colonia.

de muchísimos molinos harineros». En este contexto surgieron diversos cambios tecnológicos fundamentales en la producción, como la introducción de maquinaria a vapor. Según investigaciones de Raúl Jacob (1981), para la década de 1880 el vapor había sustituido prácticamente a todos los tradicionales sistemas de molienda en el proceso de modernización que transitaba el país.

Por supuesto, un sistema no sustituyó al otro repentina y completamente,

sino que fue un proceso gradual, como se advierte en las descripciones de los cronistas a lo largo del siglo xix y en los datos estadísticos relevados.

A mediados del siglo xix fueron desapareciendo las atahonas y los molinos de viento, y finalmente los molinos de agua, a medida que se multiplicaban los que funcionaban a vapor y combustibles como gas y nafta, y más adelante con energía eléctrica. Muchos de los molinos a vapor registrados en los documentos departamentales son las mismas estructuras edilicias de los molinos hidráulicos, que incorporaron nueva maquinaria y funcionaron alternativamente con una u otra energía. Fue el caso del Molino de Lavagna, ubicado en el arroyo Maldonado, a la entrada de San Carlos.

Otro de los cambios tecnológicos importantes en los establecimientos de molienda fue la sustitución de la tradicional piedra de moler por los cilindros metálicos o de porcelana.

Hitos en el paisaje

Si bien los restos de muchos de los molinos mencionados aún perduran en el paisaje, otros prácticamente han desaparecido; solo es posible acercarnos a ellos a través de la investigación histórica y arqueológica para recuperarlos como parte del patrimonio cultural.

La importancia que tuvieron en las comunidades relacionadas ha provocado que su identificación se haya mantenido en la memoria colectiva, otorgando identidad a determinados sitios e integrándose a la toponimia local. Los ejemplos son numerosos tanto en el medio urbano como en el rural.

El paso de la Atahona, en el arroyo Sarandí —principal afluente en la margen izquierda del arroyo Porongos, en el departamento de Flores—, debe su nombre a una tahona que hacia 1860 funcionaba a unos dos kilómetros del lugar.

El bullicioso barrio Paso Molino, en Montevideo, debe su nombre al paso del arroyo Miguelete inmediato al molino de la Compañía de Jesús o de los jesuitas.

Al paraje La Represa le corresponde su denominación por la sólida represa que sobrevivió a la destrucción del molino de Olmos, en las inundaciones de 1895. Esta contribuyó a la identidad del paraje y permaneció en la memoria colectiva de los habitantes cercanos.

Esta doble característica de marcador territorial y marcador identitario hace de estos sitios un lugar privilegiado para abordar no solo el pasado, sino

Toma interior del Molino Bonjour, sobre el río Rosario, próximo a la ciudad homónima, Colonia.

también la relación entre vestigios arqueológicos y la comunidad actual.

Otras lecturas a escala humana

Los molinos del siglo xix también nos informan de saberes y tradiciones hoy casi olvidados. De oficios desaparecidos que mantenían una estrecha relación con los fenómenos naturales, como la determinación de la dirección de los vientos para orientar las aspas de los molinos eólicos, por ejemplo, o la de los caudales hídricos para controlar los embalses mediante la manipulación de las compuertas de las represas.

Y además nos cuentan sobre las relaciones sociales de producción, que experimentaron rotundos cambios desde lo que fue un trabajo organizado familiarmente hasta lo que con la modernización se convirtió en un trabajo asalariado.

Actualmente los viejos molinos harineros —tanto si están restaurados y alojan nuevas funciones como si se han convertido en vestigios apenas visibles— son objeto de una nueva forma de utilización económica al haber sido integrados a los circuitos turísticos patrimoniales.

Hoy un nuevo tipo de molinos ha poblado nuestro medio rural. Su función ya no está relacionada con la producción de harinas, pero su majestuosidad, que domina el paisaje, otorga nuevas referencias espaciales, mientras el movimiento de sus aspas evoca viejas literaturas.

Piedras de moler

Hasta el siglo xix, cualquiera fuera la energía utilizada, la técnica de molienda era la misma: una piedra de moler horizontal fija y otra superior giratoria, que también se denominaban muelas. El tipo de piedra era fundamental, y los primeros molinos las recibieron desde Europa.

Durante la colonia, las piedras de moler venían de España o áreas de su dominio. Con la apertura de los mercados llegaron también de otros países. Las de

" Distintas etapas en la molienda del trigo, Molino Santa Rosa, Canelones.

" " Maquinaria original en funcionamiento en el Molino Santa Rosa, Canelones.

Inglaterra eran fácilmente reconocibles debido a que en su mayoría estaban constituidas por trozos de diferentes tamaños unidos con yeso o cemento y sujetos perimetralmente por bandas, zunchos o aros de hierro. El hecho de estar troceadas era una ventaja, ya que facilitaba su transporte. En cambio, las que venían de Francia eran un bloque único de piedra.

Posteriormente las muelas comenzaron a realizarse en las canteras locales, aprovechando los importantes recursos minerales del país. Por lo general se confeccionaron en un solo bloque.

A estas piedras se les labraban estrías o surcos en forma radial o helicoidal, y algunos más cortos perpendiculares a los anteriores, para mejorar la

trituración de los granos. Este trabajo, que debía repetirse periódicamente, era realizado por el mismo molinero o por un artesano ambulante. El diseño de esos surcos fue variando a lo largo de los siglos, lo que lo convierte en un indicador de su antigüedad.

A manera de colofón

Los molinos de agua y de viento marcaron nuestro territorio, y hoy son rastros de una industria extendida en el campo, asociada a poblaciones medianamente concentradas o bien algo esparcidas. Su relación armoniosa con el paisaje a menudo lo ha cargado de

Ruinas del llamado Molino Quemado sobre el río Rosario, Colonia.

un significativo y excepcional valor. Son muchos los ejemplos de molinos que dejaron trazas profundas, que definieron comarcas o ayudaron a darles identidad. Muchos de ellos también aportaron valor al desarrollo de pequeñas economías de campo y fomentaron una solidaria relación entre pobladores y vecinos.

Solo a manera de ejemplo se citan algunos molinos que hicieron historia, cuyos restos —a veces más completos, a veces menos— forman parte de un valioso patrimonio cultural del país. Aunque muchos ya fueron citados, corresponde recordar al de Juan María Pérez (hidráulico, 1840, rambla de Malvín, Montevideo), el Molino Quemado (hidráulico, 1876, arroyo Rosario, Colonia), el Molino Viejo (eólico, 1860, Minas, Lavalleja), el Molino de los Ingleses (eólico, 1870, San Jorge, Durazno), el Molino de Olmos (hidráulico, arroyo Pando, 1861, Canelones), el desaparecido Molino de San Felipe y Santiago (eólico, c. 1757-1771, intramuros de Montevideo), el también desaparecido Molino de Colonia del Sacramento (eólico, 1722-1777, intramuros de esa ciudad), el Molino Naper de Lencastre (hidráulico, c. 1691-1736, arroyo la Caballada, Colonia), el Molino de los Jesuitas (hidráulico, c. 1750-1767, arroyo Miguelete, Montevideo) y el Molino de Lavagna (hidráulico, c. 1888-1928, arroyo Maldonado, Maldonado).

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