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Carina Erchini
Antiguos corrales en la historia de la ganadería en la Banda Oriental del Uruguay
Ricardo Sienra
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Cerco de piedra en perfecto estado de conservación, representativo en zonas de serranías.
Los corrales y cercos de piedra son construcciones que abundan en ciertas regiones del país, a las que normalmente se les presta escaso interés, pues parecen formar parte del propio entorno rural. Muchos productores han utilizado y utilizan actualmente algunas de estas instalaciones durante sus actividades prácticas de rutina, desconociendo que se trata de construcciones muy antiguas y de alto valor histórico. Son los últimos y silenciosos testigos de los inicios del desarrollo de la ganadería en el Uruguay.
La introducción de la ganadería
En los tiempos de la colonización del Río de la Plata, la Banda Oriental era considerada como «tierra sin ningún provecho», porque no satisfacía el interés de los conquistadores, motivados especialmente por los metales preciosos que abundaban en la región del Perú. Estas comarcas, desconocidas e ignoradas, poseían un escaso número de pobladores nativos, pero de gran espíritu guerrero, lo cual hacía poco estimulante para los españoles transitar por ellas, y menos aún asentarse.
Solo la visión de un gran estadista como el legendario Hernandarias permitió abrir las puertas a lo que sería y sigue siendo, luego de cuatro siglos, la mayor riqueza del Uruguay: la producción agropecuaria.
En 1607 Hernandarias recorrió durante seis meses la Banda Oriental y se maravilló de su clima, de sus numerosos ríos y de la fertilidad de sus suelos, lo que lo llevó a apostar por su potencial pecuario y agrícola. En dos oportunidades introdujo ganado bovino en la parte sur del entonces agreste y salvaje territorio: primero en la isla del Vizcaíno (1611) y luego en la zona del río San Salvador (1617).
Ese ganado, junto al que por el norte ingresó desde los pueblos de las misiones jesuíticas, especialmente a partir de 1636, se reprodujo en forma muy rápida gracias a las condiciones de clima, pasturas y relativa ausencia de predadores. En su origen era un ganado manso, pero en ausencia del manejo del hombre se transformó en «chúcaro, salvaje o cimarrón».
La incesante proliferación de los bovinos ingresados al territorio oriental llevó su población a varios millones en un período de menos de 50 años. Aquel ganado cimarrón se distribuyó en todo el territorio, pero se concentró particularmente en la llamada vaquería del mar, localizada en el litoral este del país, cuyo centro correspondía al actual departamento de Rocha.
La necesidad de contención del ganado
En los primeros asentamientos de los colonos, la necesidad de disponer de alimentos determinó, como lo marca la
Vista parcial de la Manguera Azul. Construcción realizada en piedras de particular color, Lavalleja.
historia universal, recurrir a la agricultura. Ella aseguraba la producción planificada y localizada de granos, hortalizas y frutas, indispensables para equilibrar una dieta preferentemente cárnica a partir de la caza del ganado. En general los españoles y criollos no eran muy dedicados a las tareas agrícolas, consideradas socialmente inferiores frente a las ganaderas. No obstante, en los ejidos de los pueblos se fueron distribuyendo tierras destinadas a chacras (chácaras), que con la dedicación y el sacrificio de los agricultores constituyeron una fuente de alimentación de creciente importancia.
El desarrollo de las chacras, sin embargo, se vio limitado por las condiciones climáticas y por el daño que producía en los plantíos el ingreso del ganado en busca de alimento apetecible. Ello obligó a las autoridades coloniales a prohibir en las zonas de chacras la presencia de ganado bovino, exceptuando al lechero, pero restringiendo su ingreso.
En Montevideo, el presbítero José Manuel Pérez Castellano, quien durante más de 40 años se dedicó a la agricultura en su chacra del Miguelete, reunió valiosas vivencias y experiencias prácticas que escribió en 1813 y que fueron publicadas en 1848 con el título Observaciones sobre agricultura. Respecto al cercamiento de las chacras, señalaba:
Empiezo por el cerco porque es el cerco por donde empiezan, o deben empezar, todos los que intenten ejercitarse en la agricultura, o sembrando granos, o plantando arboledas, o poniendo hortalizas, o reuniendo en una misma huerta (que es lo más común y lo más útil) todos estos renglones. Pues sin cercar la tierra se expone el agricultor a ver destruido en pocas horas el trabajo de mucho tiempo […].
Entre las diferentes formas de cercar las chacras, Pérez Castellano detallaba el uso de plantas como el membrillo, capaces de formar un vallado muy tupido, y el tala, árbol indígena, rústico y que no es atacado por la hormiga. También destacaba el uso de zanjas,
Cerco de piedra en la sierra de los Ríos. Hoy continúa cumpliendo la función original de límite del establecimiento ganadero, Cerro Largo.
técnica rápida y eficiente, pero con el inconveniente del derrumbe por acción de las aguas, lo que obligaba a un mantenimiento muy frecuente.
En las estancias, para encarar una explotación más racional se requería que los animales permanecieran dentro de áreas reducidas en lugar de vagar libremente por los campos, y para ello era necesario disponer de barreras. Estas facilitaban la domesticación del ganado, que de cimarrón se convertía en manso o aquerenciado.
En un principio las barreras utilizadas fueron los accidentes geográficos naturales. Con ese fin se aprovecharon especialmente las numerosas rinconadas de ríos y arroyos caudalosos.
Sin embargo, las rinconadas eran insuficientes para asegurar un adecuado manejo del ganado, por lo que se recurrió a la instalación de barreras artificiales que aseguraran encierros más efectivos. Se emplearon diversos recursos, desde las zanjas hasta los llamados cercos vivos —plantación de árboles, palmeras, tunas, etc.—. Para mantener caballos, lecheras y bueyes cerca de los ranchos se requerían corrales pequeños, mientras que los de mayores dimensiones resultaban imprescindibles para el manejo de grandes rodeos, especialmente para realizar las tareas de castración y yerra.
José Hernández, autor del inolvidable Martín Fierro, fue una persona muy conocedora el medio rural, que plasmó sus experiencias y recomendaciones en un interesante y poco difundido libro titulado Instrucción del estanciero, publicado a fines del siglo xix. Al tratar sobre los corrales para equinos y bovinos, señalaba:
Cada país y cada localidad suple a sus necesidades con los recursos que dispone. En el Estado Oriental hay corrales y cercos de estancia que son de piedra. En la provincia de Río Grande hay también algunas estancias con cercos de piedra, que toman leguas de extensión. En Entre Ríos se han usado grandes cercados de rama volteada, que se convertían en cercos vivos,
" Poste importado de Inglaterra por don Ricardo B. Hughes, para fijar los primeros alambrados utilizados en Uruguay en la década de 1860, Estancia La Paz, Paysandú.
" " Detalle de una manguera construida sin ningún tipo de mortero entre sus piedras. pero que se han abandonado porque el fuego era para esos cercados un enemigo peligroso y constante.
En Córdoba los corrales son de piedra; en Salta son de grandes maderas sobre horquetas clavadas en el suelo, y en Santiago del Estero son de zanja y tuna, pues la tuna crece allí como en pocas partes, se tupe y forma un excelente corral. En la Provincia de Buenos Aires, en los campos de afuera se hacen también muchos corrales de zanja. La obra es fácil, y para mayor seguridad se hacen redondos. Los que son hechos con más prolijidad, con mayor cuidado y previsión, tienen zanja y contra-zanja; y en el medio plantan sauces, que de ese modo se forma un hermoso sauzal que proporciona abrigo al ganado, y mucha leña al establecimiento.
En el Uruguay, muchos de los corrales se construyeron utilizando madera dura y resistente, en especial postes de ñandubay implantados profundamente en la tierra. También se optó por un elemento muy fuerte y barato: la piedra, especialmente en áreas donde se encontraba en abundancia. Estas construcciones de piedra, en muy diferentes estados de conservación, se cuentan por centenares en el país, y desafían el pasaje del tiempo como los últimos testigos de los comienzos de la producción pecuaria.
Cabe recordar que las antiguas formas de contención del ganado cambiaron sustancialmente con la introducción del alambre, que en el Uruguay empezó a utilizarse a partir de los primeros años de la década de 1860. Se acepta que la estancia La Paz, de Ricardo Hughes, en Paysandú, fue la primera que se alambró en el país.
Definiendo los términos
El término cercamiento de los campos se refiere a las barreras artificiales o cercos que se construyeron para contener en forma permanente a los animales dentro de determinada superficie. Los de mayor tamaño eran los destinados a establecer los límites de la propiedad, que se conocen como cercos perimetrales. Dentro de la propiedad solían construirse cercos para fraccionar la estancia y optimizar los procesos productivos y de manejo, los que delimitaban potreros y piquetes.
De igual forma, se hacían cercados para contener al ganado transitoriamente, y los espacios así definidos son los que conocemos con el nombre de corral. Junto a estos muchas veces se construía un corral más pequeño, llamado trascorral, que estaba comunicado con el principal y servía para separar categorías. El término mangas, por su parte, se refiere originalmente a los cercos dobles cuyo espacio intermedio se estrechaba como un embudo hasta desembocar en los corrales, por donde se arriaba el ganado. También suele utilizarse manga como sinónimo de corral.
Manguera es una palabra de posible origen portugués, que reconoce más
" Manguera de piedra del Saladero de los Holandeses. Se destaca su forma circular y un trascorral anexo, Aiguá, Maldonado.
" " Corral de gran tamaño y forma irregular, que se percibe por la presencia de árboles perimetrales. Está vinculado a las instalaciones del Saladero de los Holandeses, Aiguá, Maldonado.
de una acepción. Daniel Granada, en su Vocabulario rioplatense, la define como «corral grande de postes o de piedra». El gran conocedor de nuestra campaña Roberto J. Bouton, en La vida del Uruguay rural, la definió como «un corral redondo» muy grande, de 30 a 40 metros de diámetro, que antiguamente se hacía de terrón o de piedra. Por su parte, las mangueras de palo a pique eran construidas con troncos o postes enterrados verticalmente, uno junto a otro. Las de terrón tenían una sola entrada, mientras que las de piedra y palo a pique, dos.
Características de los corrales de piedra
El empleo de la piedra para la construcción se conoce desde la más remota antigüedad. Cuando la técnica se basa en el empleo exclusivo de piedra, sin argamasa ni ningún otro producto de fijación, se habla de piedra seca.
La construcción en piedra seca es mucho más que un amontonamiento de piedras; es un complejo arte que consiste en yuxtaponerlas en una especie de rompecabezas, para que su distribución genere presiones que se traduzcan en una estructura de alta estabilidad. Cuanto mayor es la superficie de contacto entre las piedras, mayor será la rigidez y perdurabilidad de la estructura.
La técnica de la piedra seca posee una serie de características que la hacen un sistema muy particular:
1. El uso de la piedra como único material constructivo, sin ningún tipo de argamasa (ni yeso, ni cal, ni cemento, ni barro). Las piedras se sostienen por su propio peso. 2. Las estructuras se encuentran totalmente integradas en el entorno natural. El paisaje y las construcciones forman un todo que se conoce como paisaje humanizado.
Antigua manguera de piedra con áreas deterioradas por el paso del tiempo.
3. Es una arquitectura de carácter local. Utiliza la piedra del entorno, que suele ser muy abundante.
Solo en algunos lugares deberá ser transportada, lo que influirá en que haya menos construcciones de piedra en seco. 4. Utiliza piedras de tamaño y peso relativamente pequeños, que generalmente un hombre es capaz de manejar. Es por ello una técnica constructiva individual. 5. Utiliza pocas herramientas —para la extracción, el transporte y el trabajo de la piedra—, pero el recurso fundamental es la destreza del hombre.
En lo que refiere al diseño, existen tres tipos de paredes de piedra, tanto para corrales como para cercos. El primero se conoce como pared simple, tiene una sola fila de piedras superpuestas y ofrece escasa estabilidad. Los otros dos corresponden a muros de pared doble, que combinan piedras grandes en la base y luego, en ambas caras, otras de tamaño decreciente. Si entre ambas caras se incluyen piedras menores de relleno, la pared se designa con cajón; de lo contrario es sin cajón. Las paredes dobles con cajón son las más frecuentes en la mayor parte del país.
El ancho y la altura son variables, pero los cercos suelen ser más bajos que los corrales. Estos últimos tienen una altura promedio de 1,60 o 1,70 metros, con una base de 1,20 y borde superior de 0,80 metros.
Las dimensiones de los corrales tienen relación directa con el tamaño de los rodeos. En el caso de las mangueras, el diámetro de la mayoría es de 30 metros, pero en unos pocos casos supera los 100 metros. Respecto a los cercos, hay algunos muy extensos, como los de la Estancia El Pororó, de la sierra de los Caracoles, los de Masoller y la sierra de Ríos, de varios kilómetros de extensión. Una mención especial merece don Carlos Genaro Reyles, quien hizo construir en piedra seca más de 70 kilómetros de cercos en sus estancias Los Paraísos y De la Carolina, en Durazno.
Antigüedad de las mangueras y cercos de piedra
En general se acepta que los cercos de piedra, a diferencia de los corrales, fueron construidos en su mayoría luego de la Guerra Grande (1839-1851), con mano de obra compuesta «por comparsas de vascos e italianos» que provenían de los regimientos desmovilizados al final de la contienda. Sin embargo, numerosas referencias confirman estas construcciones rurales en tiempos coloniales, sobre todo en las misiones y estancias jesuíticas.
En el sur del país hubo varios establecimientos rurales de la Compañía de Jesús, entre los que destacan dos por su tamaño y producciones. Uno de ellos, perteneciente a la Gobernación de Montevideo, fue la Estancia de Nuestra Señora de los Desamparados, también conocida como Estancia de la Calera o Estancia Grande de los Jesuitas, cuyo casco se localiza cerca de Mendoza Chico, en el departamento de Florida. El otro era la Estancia de Belén, ubicada en el actual departamento de Colonia, que estaba en aquella época bajo la jurisdicción de Buenos Aires.
Al ser expulsada la Compañía de Jesús de todas sus posesiones en las Américas en 1767, por la real pragmática de Carlos III de España, el gobernador Juan de la Rosa designó «jueces comisionados» para realizar los inventarios de todos sus bienes. De acuerdo con Carlos Ferrés, entre los bienes inmuebles y semovientes extramuros de la cuidad se incluyó la mencionada Estancia de Nuestra Señora de los Desamparados, cuya superficie era de 40 leguas en cuadro (105.000 hectáreas, aproximadamente) y tenía una dotación estimada de 50.000 a 60.000 cabezas de ganado vacuno. En el inventario se detalla:
Las instalaciones de la estancia se hallaban ubicadas sobre la costa del Santa Lucía Grande, cerca de la barra de Arias […] Las poblaciones estaban
Vista aérea de la manguera que combina palmas y piedras de la Estancia Santa María, Castillos, Rocha.
encerradas dentro de una maciza palizada de ñandubay, espinillo y coronilla, que servía de protección contra los frecuentes avances de la indiada. Dentro de la palizada una Capilla, cuyo titular era San Antonio de Padua, la pieza del Padre o Hermano administrador, una pieza escritorio contigua a la habitación, una cocina y un rancho grande, con separaciones para vivienda de esclavos.
Fuera de la palizada un rancho, un galpón, un cementerio, tres grandes corrales de piedra para encierre de ganado y algo retirados de estos otros corrales y chiqueros menores.
Si bien se consignó la presencia de tres corrales de piedra próximos al casco, en la actualidad solo hemos podido identificar uno, que se encuentra en buen estado de conservación, aunque derruido en algunas secciones. Se trata de un corral circular de 73 metros de diámetro, capaz de albergar más de 1350 bovinos. Este corral de piedra ha sido objetivamente documentado y, al haber sido construido antes de 1767, tiene más de 250 años de antigüedad.
La mencionada estancia de Belén o de Las Vacas, conocida luego como Calera de las Huérfanas, poseía en uno de sus puestos, conocido como el de Migueletes, un importante corral de piedra. Si bien no figura en documentos de la época, el investigador Luis Morquio Blanco aseguraba que es también anterior a 1767.
Las construcciones rurales en piedra seca proliferaron durante muchos años, y existen ejemplos realmente asombrosos. Se destacan los cercos de la estancia El Pororó, con varios kilómetros de extensión.
Las mangueras de piedra, en su gran mayoría, son de forma circular y su diámetro raramente supera los 100 metros. Es muy variable la calidad del trabajo de encastramiento de las piedras, que indica la habilidad los pedreros. Algunas han mantenido su carácter original, mientras que a otras se les ha agregado mezcla u otros materiales para consolidar la estructura y favorecer el desplazamiento humano por encima. Tal es el caso de las mangueras de las antiguas estancias San Pedro del Timote y Las Rosas.
Por su belleza y materiales de construcción, la Manguera Azul, en Lavalleja, constituye una estructura única y digna de ser promocionada, junto al cerco que, con el mismo tipo de piedra, se extiende por varios kilómetros.
Corrales y cercos de piedra no solo se han utilizado para el manejo de animales, sino que también se asocian con algunos acontecimientos históricos de relevancia en el país. El gran cerco de Masoller, hoy patrimonio histórico nacional, fue utilizado como parapeto por las fuerzas gubernistas en la batalla en que el general Aparicio Saravia cayó herido de muerte. También poseen una connotada relación con la historia política del Uruguay, entre otras, las mangueras de piedra De los Artigas, en Casupá, Florida; la de Arerunguá, en Salto, y la del Abrazo del Monzón, en Soriano.
Vista aérea del corral de palmas considerado el mayor de su tipo en la región, Castillos, Rocha.
Corrales de palmas
Un capítulo de enorme interés lo constituyen los corrales de palmas, limitados casi exclusivamente al departamento de Rocha y a zonas de palmares, especialmente en la región de Castillos. Puede afirmarse que se trata de construcciones únicas en su tipo.
La primera mención de este tipo especial de corrales fue realizada por el naturalista francés Auguste de Saint-Hilare, quien en 1822, proveniente del sur de Brasil, recorrió la mencionada región y le llamó la atención lo que describió como «butiás plantados en círculo y muy cerca uno del otro».
Muchos restos de estos corrales aún son visibles en los campos. Para su construcción se recurría al trasplante de palmas jóvenes, que se disponían próximas unas a otras en forma circular o cuadrangular. En algunas de las palmas se observan estrangulamientos, lo que se atribuyó al efecto del trasplante. Sin embargo, expertos en el tema aseguran que se trata de marcas dejadas por el empleo de lonjas de cuero que se fijaban firmemente entre las palmas para asegurar el cerramiento de las estructuras.
El gran historiador Aníbal Barrios Pintos describió con detalle el mayor corral de palmas que ha sido registrado, construido por Juan Faustino Correa y ubicado próximo a la intersección de las rutas 16 y 14. El mencionado estanciero poseía hacia 1834 alrededor de 58.000 hectáreas de campo en la zona, y el entorno de palmares debe haberle dado la idea de utilizar palmas para construir su corral. Barrios Pintos recorrió el lugar y recopiló información. Así se supo que el corral fue construido por negros esclavos, quienes trasplantaron 950 palmeras jóvenes. El perímetro es un cuadrilátero irregular, con tres lados de 230 metros y el restante de 180, que configura un área aproximada de cinco hectáreas, lo cual implica la capacidad de encerrar alrededor de 10.000 bovinos.
En la zona de Castillos existen también corrales de construcción mixta, elaborados con piedras y palmas. En la ruta 16 (camino del Indio), a 22 kilómetros de Castillos, se encuentra el corral de piedras y palmas de la Estancia Santa María. Se trata de una inmensa manguera de forma circular de 180 metros de diámetro y una capacidad de encierro para más de 8000 bovinos. Se conserva en buen estado y es la manguera en uso más grande de todo el país.
Un patrimonio rural olvidado que se debe proteger
Si bien algunas de estas estructuras han sido declaradas patrimonio nacional, muchas otras de gran valor histórico han quedado en el olvido y expuestas al deterioro provocado por el paso del tiempo y el vandalismo.
Estas estructuras no solo representan el esfuerzo del hombre por mejorar la pecuaria de la época, sino también un potencial turístico, especialmente cuando en muchos países se apuesta a promover las culturas y tradiciones locales.