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William Rey Ashfield

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Carina Erchini

Carina Erchini

Arquitecturas con aroma de vino

Jorge Sierra

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Arquitecturas del siglo xix vinculadas luego a la bodega Cerros de San Juan, Colonia.

Entre las trazas de la industria y la agropecuaria de nuestro país, las bodegas reúnen ese doble rol, y señalan los territorios más aptos para la vid y su posterior transformación en vino.

La plantación de vides requiere un importante y delicado proceso de adecuación de la planta a la tierra que recibe el cultivo, que va desde la selección de los sarmientos e injertos hasta el sitio específico donde se localiza cada cepa. A su vez, es ese suelo, el terroir, el que determina gran parte de las cualidades de la cepa y del vino al que da origen. Toda esta intervención modifica el paisaje y define características únicas para el territorio, que junto con el núcleo estructural de producción de la bodega permite interpretarlo, más allá de la vida de los cultivos, como un sitio de producción de singulares características.

El desarrollo de instalaciones vinculadas a la producción agraria, con una impronta adicional de producción industrial, dota a este programa de un destaque especial dentro de la variedad de posibilidades vinculadas a la producción que encontramos en el ámbito rural. Cada uno de estos ejemplos destaca no solo por sus características edilicias, sino por sus lógicas asociativas y su fuerte arraigo al territorio. El arraigo de la población trabajadora para el cuidado de la plantación y la elaboración posterior del vino demanda, a su vez, una localización próxima a centros poblados. Un ejemplo de esto es la bodega Los Cerros de San Juan: ante la inexistencia de una localidad próxima, los trabajadores dependientes y sus familias se radicaron en torno al propio ámbito de producción y generaron no uno o dos edificios, sino un conjunto residencial vinculado al emprendimiento, así como también espacios de socialización y consumo. Esta situación se sustenta en la demanda de mano de obra que requiere el cuidado de los viñedos en comparación con otras actividades rurales. Por tal motivo, la matriz productiva, o bien se localiza en las inmediaciones de poblaciones ya establecidas, o debe conformar un mínimo núcleo residencial de permanencia para quienes están a cargo del mantenimiento del viñedo y de la elaboración de vinos.

La arquitectura vinculada a la producción vitivinícola no se restringe a sus edificaciones exentas, sino que constituye la síntesis de estas construcciones y el paisaje productivo y contemplativo con el que interactúan. El proceso productivo se apropia del territorio, a la vez que se ve condicionado por él. El paisaje resultante ilustra el desarrollo histórico y cultural del lugar, y la arquitectura es testigo de este proceso.

Las primeras experiencias de unidades de producción vitivinícola en el actual territorio uruguayo se remontan a mediados del siglo xviii, cuando se verifica la existencia de viñedos asociados a la producción de vinos con el objetivo de satisfacer demandas locales. Son los casos de los poblados de Víboras, Calera de las Huérfanas, Espinillo y Camacho, además de Montevideo y otras localidades sobre la costa sur.

Avanzado el siglo xix, la producción vitivinícola inició un camino de desa-

" Fotografía antigua del complejo industrial Harriague, colección Barrios Pintos, BNU.

" " Perspectiva aérea del saladero y bodega Harriague, 1880, Salto.

" " " Fotografía actual de antiguo complejo bodeguero, Salto. rrollo industrial y comercial en busca de trascender el consumo local. Estos nuevos intentos de implantación en la región no llegaron a prosperar, en parte por los vaivenes políticos y sociales del período, incompatibles con los cuidados y la dedicación que reclama el cultivo de la vid, así como también por las carencias técnicas y la falta de especies correctamente aclimatadas al territorio.

Recién hacia la década de 1870 se consolidaron dos emprendimientos que se reconocen como punto de partida para la producción vitivinícola en Uruguay: las experiencias de Pascual Harriague1 en las afueras de la ciudad

1 Harriague, de origen francés, llegó a Montevideo hacia 1838. Algunos años después se radicó en Salto, donde se dedicó a la industria saladeril junto con Juan Claverie. Su éxito le permitió adquirir el establecimiento de La Caballada al sur de la ciudad, sobre el arroyo Ceibal. Después de infructuosos ensayos en el cultivo de vides realizados en la década de 1860 en su chacra de San Antonio Chico, logró a principios de de Salto y de Francisco Vidiella en la zona de Colón, en Montevideo. En su Diccionario uruguayo de biografías, publicado en 1945, José María Fernández Saldaña une a estos dos pioneros al referirse a Pascual Harriague como «viticultor, campeón de la industria vitivinícola en el norte de la República, compartiendo con Francisco Vidiella la gloria de un triunfo de la perseverancia

la década de 1870 afianzar su producción de sarmientos de tipo bourdeaux a partir de especies traídas de la zona de Concordia, en Argentina. Son estas cepas las que permitieron el desarrollo del tannat en nuestra región, denominado por décadas como uva Harriague. En 1883 en la granja La Caballada se habían construido tres bodegas para albergar su producción, la cual se desarrolló intensamente hasta la aparición de la plaga de la filoxera, que asedió los viñedos a escala mundial. Pascual Harriague falleció en París en 1894, pero el establecimiento siguió funcionando hasta que un incendio lo dejó en ruinas en diciembre de 1910. Desde entonces las construcciones sobrevivientes fueron utilizadas sucesivamente como depósitos.

Vista aérea de Bodegas Carrau, Montevideo.

y del trabajo que tantos beneficios debía reportar a la Nación». Este breve pasaje asocia el accionar de ambos y también deja explícita la dedicación que requiere el proceso de producción del vino.

La experiencia de Harriague dio origen a un desarrollo vitivinícola posterior en la región próxima a la ciudad de Salto. Aunque muchos de estos emprendimientos se vieron frustrados en las décadas sucesivas a partir de la aparición de la filoxera, que arrasó rápidamente los cultivos de vid, fueron apoyados por la aprobación de medidas para mantener y recuperar la producción vitivinícola, que venía en proceso de crecimiento y desarrollo desde mediados de la década de 1870. Cien años después, en 2011, la Intendencia de Salto, junto con vecinos y productores de la zona, comenzó a trabajar en la recuperación de las construcciones aún en pie con destino de Centro Cultural. Este proyecto, coordinado por el Instituto Nacional de Vitivinicultura y el gobierno departamental, estuvo bajo la dirección de los arquitectos Ricardo Tornessi y Carlos Altezor. Las cubas o piletas con sus tapas metálicas son de las instalaciones que se conservaron con mayor integridad en el subsuelo de la bodega, y manteniendo su condición se integraron al nuevo destino cultural del conjunto.

Casi simultáneamente al progreso de las primeras cosechas de Harriague en Salto, Francisco Vidiella desarrolló una experiencia similar en la zona de Colón, en Montevideo. En sus viñedos próximos al actual camino Carmelo Colman consiguió éxitos similares en la aclimatación de vides para la producción vinícola. La Bodega Vidiella funcionó más de cien años, entre 1874 y 1982. Tras un proceso judicial por ejecución hipotecaria que duró cerca de 10 años, en 1995 se remataron sus terrenos y construcciones. Un mes después el conjunto se declaró monumento histórico nacional, algo que no impidió que los edificios comenzaran a experimentar un proceso de deterioro que derivó en su práctica desaparición en menos de 15 años. En la actualidad, pocos rastros quedan de la bodega y los edificios anexos en el predio de camino Colman.

Estos dos productores, Harriague y Vidiella, compartieron en las dos últimas décadas del siglo xix premios y distinciones nacionales e internacionales, y son reconocidos como los principales responsables del inicio de la vitivinicultura con carácter de producción industrial en el país.

Santa Rosa

Próximo a la ubicación del establecimiento de Vidiella, en las actuales avenida Eugenio Garzón y camino Colman, Juan Bautista Passadore y su esposa, Rosa Saettone, fundaron la Bodega Santa Rosa en 1898. Se trató de un emprendimiento familiar en el que participaron el matrimonio y sus hijos, quienes desde 1860 ya habían hecho los primeros intentos de plantación de

Interior de Bodegas Carrau, Montevideo.

vides en la zona. En 1924 se incorporó a la empresa en el área contable Ángel Mutio, quien un año más tarde se casó con una de las hijas de Juan Bautista Passadore y pasó a integrar plenamente la sociedad.

La construcción de un sótano para guardar y añejar los vinos en un ambiente de temperatura controlada y al resguardo de la luz comenzó en 1928; dos años más tarde importaron de Francia cubas de roble para los vinos de gran reserva. En 1930 se sumó al emprendimiento Juan Carrau Sust, recién llegado de Cataluña, donde había realizado estudios de enología. El equipo de trabajo pasó a estar integrado por Passadore a cargo de la bodega, Mutio de la administración y Carrau como responsable de los viñedos.

Uno de los principales logros de la producción de la bodega en esos años fue la primera partida de champagne elaborada por Albérico Passadore en 1936, denominada Fond de Cave. El crecimiento de la bodega alcanzó los 4000 metros cuadrados de cavas subterráneas para guarda y crianza del producto, e incluyó la instalación de nuevas barricas de roble traídas de Nancy. Destaca en los espacios de la cava subterránea la extensa bóveda continua de arco rebajado, con sus contrafuertes y pilastras de ladrillo. El aumento de la demanda obligó a una mayor producción a partir de 1940, razón por la cual se sumaron nuevos viñedos en el paraje Las Violetas, próximo a la ciudad de Canelones. Hacia finales de la década de 1970, Juan Carrau Sust y su hijo Juan Francisco Carrau Pujol se desvincularon de la sociedad para comenzar un nuevo emprendimiento independiente como Bodegas Carrau.

Camino a Las Piedras

El camino a Las Piedras fue el resultado de una iniciativa y colecta popular realizada hacia 1898 para atender la demanda de los vecinos de la zona, encabezada por el productor y bodeguero Pablo Varzi y respaldada por otros productores locales. Sobre este camino, continuación de la avenida Eugenio Garzón, hoy denominado avenida César Mayo Gutiérrez, se instalaron importantes bodegas que conformaron un centro de referencia en la producción vitivinícola del país. La conurbación de la ciudad de Montevideo hacia sus avenidas y caminos de afluencia provocó una importante modificación del paisaje, donde se mantienen varios cascos de granjas y bodegas actualmente rodeados de pequeñas parcelas productivas. Numerosas cuadras de viñedos y plantaciones frutícolas han sido fraccionadas para la construcción de viviendas sin la guía de una planificación urbana, lo que ha generado un tejido imbricado de parcelas de diferentes dimensiones que alternan vivienda individual con destinos productivos. Continuando al norte, el eje conurbano La Paz-Las Piedras-Progreso se unifica con el trazado de la ruta 5 hacia la ciudad de Canelones. Aunque más distanciadas entre ellas, se continuaron instalando bodegas y viñedos a lo largo de toda esta vía.

Uno de los principales establecimientos que aún quedan sobre este tramo de la actual avenida César Mayo Gutiérrez es la sociedad Vinos Finos Juan Carrau, conocida como Bodega Carrau,2 que fue instalada donde hacia finales del siglo xix funcionó la bodega perteneciente a Pablo Varzi —un pionero en la mejora de la producción vitivinícola junto con Harriague y Vidiella, entre otros—. A finales de la década de 1970 se comenzó la búsqueda de nuevos suelos en procura de mayores variedades de cepas requeridas para la producción. La elección fue

2 Juan Carrau Sust, con estudios de enología realizados en Cataluña, se radicó en Uruguay hacia 1930 junto con su esposa, Catalina Pujol, y sus cinco hijos. Desde su llegada, participó en el emprendimiento de Bodegas y Viñedos Santa Rosa, hasta instalar junto con su hijo Juan Francisco, en 1975, su propia bodega orientada a la producción de vinos finos.

Depósitos e instalaciones del Establecimiento Juanicó, Canelones.

Cerro Chapeu, al norte del país, sobre la línea fronteriza con Brasil, próximo a la ciudad de Rivera. Se inició la plantación de viñas y durante dos décadas la producción fue trasladada en camiones para ser procesada en Montevideo, en la bodega de la antigua granja Varzi. Para evitar esta situación y ampliar la capacidad operativa de la empresa, más tarde se construyó una moderna bodega excavada en el cerro, que comenzó a funcionar en 1998. De apariencia discreta, el pabellón centralizado de planta octogonal presenta una cubierta de tejas sobre estructura de madera sin muros de cierre, de un solo nivel al exterior y sin afectar el paisaje.

Cerca de la bodega se encuentra la casa de invitados. Se trata de una construcción tradicional en U que delimita un patio interior con amplia galería, rodeado por las habitaciones de la familia, huéspedes, oficinas y un gran comedor y cocina. La vista al valle conjuga en sus ondulaciones las viñas con los bosques de abrigo de pinos y álamos.

Arquitectura y patrimonio

La relevancia patrimonial de las bodegas combina su arquitectura característica con los modos de producción que determinan una cultura propia del lugar. Suele suceder en aquellas bodegas y viñedos que están alejados de las capitales departamentales y se han convertido en punto de referencia de las poblaciones cercanas. La valoración de estos bienes patrimoniales trasciende la mera arquitectura de la bodega y las construcciones anexas para integrar en una lectura conjunta los valores históricos, sociales y culturales. La puesta en valor, recuperación y preservación parece imprescindible, pero se debe llevar adelante con el acompañamiento de la población local, con su compromiso casi natural por conservar y transmitir su experiencia.

Dos casos emblemáticos de esta situación son el Establecimiento Juanicó y la Estancia y Bodega La Cruz, ambos sobre el eje de la ruta 5.

El primero se ubica junto al pueblo de Juanicó, en el departamento de Canelones, del cual toma su nombre. Administrado desde 1979 por la familia Deicas, su origen como ámbito productivo es muy anterior, dado que su primera etapa se remonta al siglo xviii, cuando los jesuitas iniciaron la plantación de vides. Ocupa parte de la antigua estancia Nuestra Señora de los Desamparados, luego más conocida como La Calera. Ya en 1740 era propiedad de la Compañía de Jesús y producía para satisfacer las necesidades de la comunidad religiosa, los indios catequizados y sus familias.

Tras la expulsión de la orden jesuita de los territorios de la corona española, en 1767, sus propiedades pasaron a ser administradas por la Junta de Temporalidades. En 1830 el conjunto fue adquirido por Francisco Juanicó y André Cavaillon. Luego, ya en propiedad de la familia Juanicó, se registra la existencia de plantaciones de vid.

La cava de la bodega se presenta soportada por arquería de mampostería que deja expuesta la textura del ladrillo. Albergó durante largo tiempo diversos procesos de fermentación del vino y hasta hoy mantiene un lugar preferencial el edificio que se construyó sobre dicha cava.

En la década de 1940 la empresa estatal Ancap plantó cepas obsequiadas por el gobierno francés para la producción de su línea Cognac Juanicó. El principal edificio siguió siendo la cava subterránea, con condiciones de humedad y temperatura adecuadas para la crianza de vinos. Años más tarde, ya bajo la administración de la familia Deicas, se procuró tender lazos con tradiciones pasadas. Por esta razón, el nombre de la línea de vinos Don Pascual cumple en reconocer la importancia que tuvo en nuestra producción vitivinícola Pascual Harriague.

Los primeros viñedos fueron instalados en la región de Juanicó, sobre suelos con alto contenido arcilloso-calcáreo, terrenos ondulados con buen drenaje del agua, y estaciones marcadas por inviernos fríos, veranos cálidos con algo

" Establecimiento Juanicó, Canelones.

" " Exposición homenaje al inmigrante en el establecimiento Juanicó, Canelones. de vientos frescos y alta luminosidad. Estas características, que se mantienen con pequeñas variantes a lo largo de la costa sur del país, son propicias para la instalación de viñedos.

El segundo de los establecimientos, la Estancia y Bodega La Cruz, se ubica al norte de la ciudad de Florida y es una de las bodegas más antiguas y tradicionales de Uruguay. Las características del enclave y la originalidad de sus construcciones llevaron a declararla monumento histórico nacional en 2010, poco después de que la familia Arocena, primero accionaria y luego propietaria de la totalidad de la bodega desde 1955, la vendiera.3 El establecimiento contaba con cerca de 500 hectáreas dedicadas a una explotación intensiva diversa, y de ellas casi 100 eran viñedos; el resto se destinaba principalmente a forestación y ganadería. La mitad de la plantación correspondía a viejas viñas de la primera mitad del siglo xx.

3 La bodega y los viñedos continuaron funcionando después de su venta, en propiedad de Fabio Balzarini hasta 2018.

La historia del establecimiento acompañó el desarrollo de la producción rural del país. Hacia fines del siglo xix comenzó en el paraje de La Cruz una particular simbiosis entre el pueblo La Cruz, el ferrocarril y la unidad productiva agroindustrial. El poblado se desarrollaba en torno a la estación del ferrocarril y el emprendimiento productivo. Esta relación armónica inicial se consolidó y continuó a lo largo del siglo xx. El ferrocarril, además de permitir la comunicación y el transporte de personas y mercadería, favoreció la localización de asentamientos en torno a sus estaciones y ordenó las poblaciones a lo largo del trazado de sus vías. El paraje La Cruz se fundó en mayo de 1887 por iniciativa de Luis de la Torre. Allí comenzó a funcionar la Sociedad Vitícola Uruguaya, con la creación de su bodega. El emprendimiento, dedicado a la producción industrial de vino nacional, tuvo sus impulsores en productores uruguayos pioneros vinculados a la inmigración italiana, conocedores de la producción vitícola.

En momentos en que el alambrado y demás transformaciones en el campo desplazaban a una mano de obra campesina dedicada principalmente a la producción ganadera, el nuevo establecimiento brindó la posibilidad de trabajo, formación agraria y permanencia en el medio rural para trabajadores desplazados. Al valor patrimonial específico del lugar y sus construcciones debe sumarse, en este caso, la importancia de la unidad productiva en relación con su entorno, que pone en valor, junto con la bodega y los viñedos, su interrelación con el pueblo, la estación y el entorno rural inmediato.

Las edificaciones principales del conjunto son la administración, la residencia, la bodega y los depósitos. La residencia o casa patronal, de dos niveles, fue construida bajo la influencia de líneas francesas a finales del siglo xix. De los dos niveles del edificio de la bodega, el inferior, correspondiente a la cava, se encuentra semienterrado y es allí donde se localizan las piletas y toneles. La planta alta se destina a la

Hotel en el pueblo Los Cerros de San Juan, Colonia.

elaboración. El entrepiso es de bovedilla con perfilería metálica, y la cubierta superior, de chapa galvanizada sobre cerchas de madera.

El edificio se desarrolla sobre un basamento de piedra, material que se eleva en las esquinas y en el arco del acceso. La fachada presenta cuatro pilastras de mampostería y es rematada por un frontón recto. El desnivel de la rampa pavimentada en piedra que conduce al acceso se salva con una balaustrada que lo acompaña. Los edificios de administración y depósito complementan el conjunto. La administración es un pequeño chalé de teja plana, con aleros sobre el acceso. Finalmente, el depósito, de cubierta metálica, si bien pequeño, presenta decoraciones en sus fachadas.

La escala de cada una de estas piezas y su proximidad refuerzan el valor del conjunto y dan carácter de unidad a construcciones de diferentes épocas, modalidades y destinos. Este núcleo se levanta junto al trazado de las vías del ferrocarril, que permitía la salida de los productos al mercado, y a poca distancia de allí se encuentra el camino que comunica con la localidad de La Cruz y la ruta 5.

Los Cerros de San Juan

Además de la concentración sobre el eje de la ruta 5 entre Montevideo y Florida, sobre el litoral sur se agrupa la mayor cantidad de establecimientos vitivinícolas del país, en su mayoría en los departamentos de Montevideo y Canelones. Otros ejemplos igualmente destacados, tanto por la calidad de sus productos como por las cualidades paisajísticas de sus enclaves geográficos, se encuentran principalmente en la zona de Carmelo, en Colonia, y más recientemente en el departamento de Maldonado, en la región costera al pie de las sierras entre Pan de Azúcar y José Ignacio.

Destaca en la zona próxima a Carmelo el establecimiento Los Cerros de San Juan, que es la bodega en funcionamiento más antigua del país. Formó parte del emprendimiento que Gustavo Lahusen inició en 1854 bajo el nombre de Compañía Rural Los Cerros de San Juan y Cochicó.

El complejo se ubica a mitad de camino entre Colonia del Sacramento y Carmelo, en el kilómetro 213 de la ruta 21. Desde su origen el establecimiento se desarrolló en paralelo al afincamiento de población asociada a la producción, algo que promovió la creación del pueblo, que tomó el mismo nombre. Actualmente son más de 200 hectáreas a orillas del río San Juan y del arroyo Miguelete, de las cuales cerca de 40 son viñedos.

La producción vitivinícola era una parte de las actividades desarrolladas en el establecimiento. Se trataba de una estancia que a su producción ganadera de costumbre sumó una dimensión agrícola importante, en la que destacaba la vitivinicultura.

El antecedente más lejano de emprendimiento productivo en la zona es la instalación de la Compañía de Jesús, hacia 1740, para el desarrollo de diversas actividades fabriles y agrícolas. Los jesuitas contaron allí con talleres de carpintería y herrería, además de iniciales intentos de producción de quesos y vinos de elaboración artesanal.

En tiempos de Lahusen, en 1872, se construyó una nueva bodega de piedra en la que se instalaron toneles de roble traídos directamente de Alemania y Francia para la crianza de los vinos. Construida en dos niveles y semienterrada, con muros de piedra de más de 60 centímetros de espesor, es una de las piezas más destacadas del conjunto. Originalmente contó con un singular sistema de enfriamiento consistente en una piscina de agua con un serpentín por donde circulaba el vino.

Además de la bodega, el complejo comprendía un almacén y panadería, casa para huéspedes, casas para personal jerárquico, galpones y talleres varios, oficinas y otras casas, más de veinte, varias de ellas agrupadas en tiras. Todas estas construcciones presentaban sus

Vista aérea de la Bodega Oceánica José Ignacio, Maldonado.

muros encalados, y la superficie edificada era cercana a los 10.000 metros cuadrados. El almacén y panadería cambió su destino a restaurante, y en el edificio que originalmente funcionó como hotel para los visitantes del establecimiento se instaló una escuela. En los bordes de las cuadras de viñas se encuentran calles de olivos y rosales que distinguen sectores. Además, los rosales cumplen la función de evidenciar la presencia de plagas o insectos antes de su aparición masiva en las vides.

Casco, bodega y viñedos del establecimiento, junto con las construcciones del pueblo, fueron declarados monumento histórico nacional en diciembre de 2004, cuando el proyecto cumplía 150 años.

Al igual que la Bodega de La Cruz, a principios de 2009 este establecimiento fue rematado. El nuevo inversor lo adquirió con la idea de llevar adelante un desarrollo inmobiliario para la zona ligado al acceso directo por el río San Salvador, cuyo proyecto de fraccionamiento no ha sido aprobado aún. La declaratoria de monumento histórico nacional ayuda a la interrelación con otros sitios patrimoniales locales con los cuales puede actuar en red, como son la Calera de las Huérfanas, la Capilla Narbona y el Parque Anchorena, sumados a Colonia del Sacramento, declarada por la unesco patrimonio cultural de la humanidad.

La región de Maldonado

En la última década se han localizado en esta parte del país importantes emprendimientos vitivinícolas que conjugan lo productivo con el turismo. Aprovechando el marco paisajístico que ofrece la falda de las sierras, los establecimientos que se han instalado allí suman ofertas complementarias, que van desde el servicio gastronómico asociado a la degustación de productos de la bodega hasta propuestas de alojamiento y salones para eventos, entre otros servicios, que sacan partido a la proximidad con los principales balnearios de la costa este.

Bodega Oceánica José Ignacio es un emprendimiento de capitales nacionales perteneciente a la familia Conserva Welker. En la finca de José Ignacio se combinan los olivos con las vides en un emprendimiento que contempla el foco turístico desde sus orígenes a partir de un muy cuidado maridaje entre arte, arquitectura y paisajismo.

Apenas ingresar al predio sobre la ruta 9 nos recibe una imponente escultura del artista Octavio Podestá, alternando luego con los mojones esculpidos por Giorgio Carlevaro con los nombres de las variedades viníferas. Mas adelante siguen surgiendo, entre vides y olivos, obras de Enrique Broglia, Ricardo Pascale y Pablo Atchugarry, hasta que llegamos a los edificios principales —almazara y bodega— diseñados por el arquitecto Marcelo Daglio. El diseño del paisaje productivo estuvo a cargo del argentino Roberto Mulieri.

La Bodega Garzón abrió al público en 2012, con una apuesta turística que

" Refugio en la viña en Sacromonte, sierra de Carapé, Maldonado.

" " Capilla de la Virgen de la Carrodilla en viña Sacromonte, sierra de Carapé, Maldonado.

incluye la oferta gastronómica y un recorrido por la bodega y su entorno, un sector social con bar, sala de usos múltiples, lounge y un club con membresía exclusivo. En este caso se ha diseñado también un campo de golf y la posibilidad de acceso a través de su helipuerto. Este emprendimiento, ubicado sobre la ruta 9 a la altura del kilómetro 175, cerca de Pueblo Garzón, es llevado adelante por el inversor argentino Alejandro Bulgheroni, que ya en 2000 había comenzado a considerar la posibilidad de invertir en un centro productivo de estas características.

El complejo, de más de 15.000 metros cuadrados, se impone en el paisaje, a media altura en la falda de la sierra, y se articula conjugando las necesidades funcionales de la planta de producción con las perspectivas del valle y los viñedos. El proyecto fue ideado por el estudio argentino Bórmida & Yanzón, radicado en Mendoza y especializado en el diseño de bodegas.

Los edificios del complejo se alinean en dirección este-oeste, con la contrafachada recostada hacia la ladera de la sierra, donde se ubican los cuerpos destinados a los tres sectores de fermentación y el de crianza, con recipientes de acero inoxidable, piletas de hormigón y cubas troncocónicas de roble. La contundencia de estos espacios interiores se aprecia en el uso expresivo del hormigón armado y la puesta en valor de la roca firme. Algunas de las opciones de proyecto se terminaron de definir en sitio, a partir de la presencia rocosa del lugar liberada en los trabajos.

La localidad cercana de Pueblo Garzón ha entrado en estrecha relación con el emprendimiento, y es un sitio preferencial de residencia en el que se han instalado otros servicios complementarios al turismo, junto con un incipiente desarrollo gastronómico. Su población, cercana a los 250 habitantes, encontró en la actividad asociada a la producción vitivinícola y al turismo una nueva oportunidad laboral que ha permitido mantener activa económicamente a la zona, situación impensable tiempo atrás. Su desafío es conservar la relación de escala y la densidad local, para no perder cualidades originales.

A menor escala, el establecimiento Viña Edén repite la misma relación con la población próxima de El Edén. Se

ubica en la falda del cerro Negro del departamento de Maldonado, próximo a la ruta 12, que conecta las ciudades de Punta del Este y Minas. El emprendimiento es de Juan Pablo Fitipaldo y Verónica Lychenheim, de origen brasilero, quienes decidieron instalarse en estas sierras y fundar la bodega, que cuenta con 300 hectáreas de viñedos. Las características de buen drenaje, amplitud térmica y asoleamiento combinado con la brisa costera son condiciones comunes para los múltiples emprendimientos que se han instalado en esta zona de sierras.

El proyecto del establecimiento fue realizado por el estudio de arquitectura uruguayo Fábrica de Paisaje. El edificio principal consiste en una pieza compacta que abre una amplia fachada vidriada al valle y recubre todo el volumen con una envolvente de acero corten que dialoga con el entorno natural.

La bodega propiamente dicha se organiza en tres niveles, aprovechando las diferencias de nivel para los vertidos de las distintas etapas del proceso. Se recibe la cosecha en el nivel superior, se madura en el siguiente, y en el último se llega a la cava, excavada parcialmente en la roca del cerro para conseguir condiciones de temperatura, luz y humedad óptimas.

Desde el sector del restaurante se proyectan las visuales hacia los viñedos. La consigna en la producción de la bodega es la del máximo respeto por la naturaleza y la búsqueda de una producción amigable que incorpore los procesos tecnológicos necesarios para asegurar la excelencia en los resultados.

Dentro del mismo ámbito geográfico de las sierras de Maldonado, pero con instalaciones de muy bajo impacto como antítesis de la infraestructura de Bodega Garzón, se presenta Sacromonte, bajo la modalidad de bodega boutique. En este establecimiento enclavado en la sierra de Carapé, al norte de El Edén, la producción vitivinícola no parece ser el objetivo único; también se procura la creación de un lugar de contemplación y descanso al pie de las sierras.

Sacromonte fue fundada en 2014 por Edmond Borit, peruano descendiente

" Vista desde la sala de cata en Viña Edén, Maldonado.

" " Cerro Negro y bodega Viña Edén, Pueblo Edén, Maldonado. de franceses que se radicó en Maldonado con la aspiración de concretar su proyecto de producción de vino. Poco después se sumaron a la empresa su hermano François y dos socios más, Manuel y Mario Villavisencio.

Allí el paisaje suscita la máxima atención y la arquitectura que lo modela se sitúa en él con delicadeza, a través de pequeñas intervenciones que instalan, además de los edificios de producción, cuatro pabellones de hospedaje dispersos entre las viñas. La acción tiene un claro carácter de actuación paisajística con una propuesta de diseño extremadamente cuidada.

Al igual que Bodegas Garzón y Viña Edén, se ubica cerca de la zona costera de Maldonado, que acoge un turismo masivo. En clara oposición a esa realidad, la propuesta de Sacromonte es la reducción del impacto y la exclusividad. La denominación de refugios utilizada para los pabellones de alojamiento es claro ejemplo de esta intención. El proyecto de estas delicadas piezas arquitectónicas, definido por el estudio

Paisaje productivo en la zona de Pueblo Edén, Maldonado.

uruguayo-brasilero mapa, consiste en sintetizar las necesidades del visitante en una pieza de diseño muy elaborada, hasta el grado de presentarse con una simpleza estética que logra posarse en el paisaje como un artefacto ajeno pero armónico a la vez. La construcción de estos pabellones fue realizada en un taller para después, ya finalizados, trasladados al sitio. En el territorio, una vez instalados, se realizaron los trabajos de las terrazas, con sus pequeñas piscinas circulares, y el acondicionamiento de espacios exteriores. La distribución interior de cada módulo separa una faja angosta de servicios, donde se ubican baño y cocina, de otra más ancha donde se localizan las áreas de estar y dormir. Mientras la fachada principal se abre a pleno a través de un plano de vidrio espejado, la posterior se cierra con una barrera de rolos de madera.

Las actividades se desarrollan bajo una premisa de sostenibilidad y diálogo con la naturaleza. Se propone un uso respetuoso de los recursos, apostando al uso de energías renovables y el cuidado medioambiental.

Hoy

El desarrollo de los vinos nacionales en los últimos años permitió alcanzar nuevos mercados y, además, marcó un piso de calidad mayor que en décadas

anteriores, lo que implicó un necesario mejoramiento general de la producción. Pese a todos estos cambios, las bodegas históricas y tradicionales han sabido mantener y valorar sus características originales.

Por otra parte, la irrupción de bodegas marítimas, cuyos nombres no se asocian con la larga tradición de las bodegas nacionales, presenta nuevas lógicas de mercado y apunta a la elaboración de vinos calidad, con un fuerte componente turístico y servicios complementarios como los gastronómicos y de hospedaje.

El desafío en los dos casos es alcanzar un balance que permita articular ambas posiciones o, al menos, tomar verdadera conciencia de los puntos fuertes de cada propuesta. Para el consumidor, tanto de vinos como de ocio, las diversas opciones que se presentan abren una variedad de propuestas alternativas al turismo de sol y playa, donde también la población del país descubre un espacio no demasiado explorado.

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