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Mauro Delgrosso
Caleras, viejas industrias del campo
William Rey Ashfield
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Calera de Barriga Negra, horno en segundo plano, Lavalleja.
La producción de cal forma parte de nuestra más larga y profunda historia económica y territorial, pues constituye una industria pionera cuyos comienzos se registran ya en tiempos coloniales. Por tanto, su producción nos habla de una de las primeras formas de organización del trabajo en nuestro país, que operó tanto en los tempranos procesos de urbanización y materialización de arquitecturas como sobre el paisaje rural en el que se desarrolló.
Sus vestigios más antiguos, diseminados en distintas partes de nuestro territorio, coinciden con las áreas más consolidadas del proceso colonizador alentado en esta parte de América por la corona española, así como también por aquellas órdenes religiosas, fundamentalmente de corte misionero —como el caso de la Compañía de Jesús—, que introdujeron ganado y ciertas industrias dentro de su área de catequización.
Si bien algunos hornos de cal se encuentran hoy cerca de pequeñas y medianas poblaciones, así como de ciudades consolidadas, muchos pueden todavía identificarse como unidades aisladas y abandonadas en medio de amplios paisajes rurales, caracterizados siempre por la presencia cercana e inocultable de la piedra caliza, su materia prima. Por eso, las instalaciones vinculadas a esta industria —la mayoría de ellas en estado relicto— forman parte importante de nuestro patrimonio rural, caracterizan a sus sitios y dejan huellas que hablan de distintas maneras de ocupación y explotación del territorio.
Asimismo, los restos actuales de viejos hornos de cal nos hablan de redes productivas de variada amplitud, aunque la mayoría de las veces resultaron funcionales a un desarrollo local acotado. A partir de la fundación de Montevideo primero, de Maldonado después y más tarde de otras ciudades resultantes del plan poblacional promovido por Carlos iii1 —como San José o Minas—, los hornos de cal tuvieron
1 Podríamos agregar, como parte de ese proceso, las fundaciones de San Juan Bautista, Las Piedras y Rocha. como principal propósito abastecer a esas nuevas poblaciones, a la vez que consolidaron una estructura de caminos capaces de permitir la llegada del producto a diversos destinos. No obstante, es importante recordar que fue la ciudad de Buenos Aires el motor principal de los inicios de esta industria en el territorio de la Banda Oriental, ya que ese fue el destino de lo producido por nuestros más antiguos hornos.
La importancia de la cal
Es necesario reconocer no solo el valor de la cal como proceso productivo, sino también sus formas de uso y consumo, así como su aplicación en el campo específico de la arquitectura. Es en los siglos xviii y xix cuando la cal, precisamente, jugó un papel fundamental en la construcción y consolidación de nuevos poblados y ciudades, donde operó como aglomerante de
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Calera del Dacá en Mercedes, Soriano. Abajo a la izquierda de la imagen se pueden ver las bocas de los hornos.
mezclas y morteros o bien como producto de terminación superficial, básicamente revoques y pintura.
Hasta ciertos cambios materializados en la segunda mitad del siglo xx, la forma de producir cal se mantuvo prácticamente inalterada desde los tiempos coloniales. Las mayores transformaciones se produjeron, apenas, en el tipo de combustible —el carbón sustituyó en el siglo xix a las maderas de monte livianas, como «la llama viva del sauce o del romerillo más que la lenta de la coronilla, tala y otras leñas duras»2— y en el tamaño de estos hornos, dado que los de mayor escala —dimensional y productiva— se
2 Carlos Pellegrini, informe publicado en la Revista del Plata de Buenos Aires, transcripto por El Comercio del Plata del 1.o de febrero de 1854. materializaron en la segunda mitad del siglo xix.
Los hornos aprovechaban, al menos en el siglo xviii y buena parte del siguiente, ciertas diferencias topográficas a efectos de cargar la piedra y la leña por la parte superior —boca de carga— y extraer la calcinación resultante por la parte más baja —boca de descarga—. Necesitaban, además, otros medios y componentes que les permitieran completar el sistema: construcciones complementarias ubicadas en cercanía,3 suficiente madera y una corriente de
3 Cumplirían el rol operativo de lugar donde producir el apagado de la cal, su provisorio almacenamiento y posterior embolsado para el transporte. Desde sus comienzos la producción de cal se ha realizado al pie de los yacimientos de piedra caliza, tradición que se mantiene desde hace más de dos siglos. agua para producir el apagado de la cal,4 todo ello próximo a la dominante presencia de la piedra caliza.
En general, la forma interior de esos hornos era cóncavo-convexa, con una marcada tendencia a tener un ancho mayor en la base y a disminuirlo en la parte superior, es decir, en la zona de carga. Tal disposición tenía por razón el aprovechamiento del calor, aunque algunos hornos de carbón dispusieron sus partes más anchas en un lugar superior a la base, lo que producía un interior embarrilado, fundamentalmente cuando
4 El óxido de calcio —CaO— obtenido en la calcinación de la caliza reacciona inmediatamente con el agua, transformándose en hidróxido de calcio —Ca(OH)2 —. Este fenómeno se conoce como hidratación o también apagado de la cal viva. se trataba de hornos que funcionaban mediante carbón. Complementariamente, estos hornos debían permitir el pasaje del aire desde la parte baja hacia arriba, motivo por el cual solían hacerse orificios en las zonas inferiores de las paredes o bien se confeccionaban ductos de aireación.
La altura a la que llegan estos hornos obligaba a construir contrafuertes en su parte expuesta —donde se puede apreciar la boca de descarga— que impidieran la caída de ese tramo del muro por efectos del viento o de otras tensiones producidas por calor. El resto de la superficie de paredes, en cambio, estaba contenido por el desnivel de tierra natural que había sido elegido para la construcción.
El entorno de la boca de descarga era una parte bastante frágil del sistema
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Calera del Dacá, Mercedes, Soriano.
construido, ya que muchas veces se veía afectado por las acciones de agregar leña o retirar la caliza mediante instrumentos como carretillas, un fenómeno que obligaba a recomponer periódicamente la superficie de muro. Esta boca de descarga contaba muchas veces con una puerta metálica para la mayor concentración del calor durante el proceso de calcinación.
Primeras caleras
Distintos autores coinciden en asignar la mayor antigüedad constructiva a la calera conocida como del Dacá, próxima al arroyo del mismo nombre. Se trata de un ejemplo excepcional, cercano a la ciudad de Mercedes,5 en el departa-
5 Las ruinas de esta vieja industria pueden identificarse, más exactamente, al oeste de la ciudad de Mercedes, en el camino llamado Aparicio Saravia, que conduce al Castillo de Mauá. mento de Soriano, que debió construirse hacia la primera mitad del siglo xviii. Un antiguo documento de arrendamiento de 17846 —dado a conocer públicamente por el historiador e investigador Washington Lockart en 1964— hace referencia a que aquellos hornos se construyeron en 1722, y en ese mismo documento se agrega que la iniciativa era de un lego recoleto —monje ermitaño, no perteneciente a orden clerical alguna— instalado en el sitio. Esta industria, una vez desarrollada, llegó a contar con cuatro hornos que permanecen en pie hasta hoy, con sus respectivas bocas, y dos construcciones complementarias: por un lado, una nave ubicada muy cerca —de 3×34 metros de superficie
6 Documento en el cual Juan José Sagasti solicita al Cabildo de Santo Domingo de Soriano —para entonces ya fundada y suficientemente desarrollada— que se le otorguen en carácter de concesión los hornos de la calera. Como puede verificarse, la fecha del documento es muy posterior al supuesto origen de este espacio industrial; entre ambos median más de sesenta años. de planta—, de paredes muy anchas de ladrillo que alcanzan un espesor de casi un metro, cuyo propósito sería, con bastante seguridad, el almacenamiento y apagado de la cal; por el otro, una construcción de techumbre a dos aguas con paredes de piedra, ubicada en la parte topográficamente más alta y con destino incierto.
Si asumimos el inicio de esta industria en 1722, como lo establece el documento citado, debe descartarse cualquier otro destino para su producción que no fuese la ciudad de Buenos Aires, al menos en sus inicios, ya que para entonces no estaba fundada ninguna de las ciudades que luego le serían próximas —Santo Domingo de Soriano, Mercedes y Dolores, construidas años después y en ese mismo orden—. Transcurrido el tiempo debió abastecerlas, ya que a finales del siglo xviii y comienzos del xix esas ciudades serían su mercado y destino natural.
Estos hornos se realizaron a base de piedra, pero algunas de sus bocas de descarga fueron terminadas con ladri-
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Calera de las Huérfanas, restos de la iglesia de la antigua estancia Colonia.
llos dispuestos de manera vertical, en doble y triple hilera, formando librillos de aparejo trabado. Posiblemente los hornos más antiguos —los cuatro hornos no parecen pertenecer a la misma época— fueron concebidos con bocas adinteladas, para lo que se utilizaron grandes piedras horizontales.
La historia de esta industria del Dacá es larga e interesante. Puede recorrerse a lo largo de múltiples documentos ubicados en distintos archivos nacionales, así como en el registro de varios viajeros en sus bitácoras y diarios de viaje.7
Desde sus orígenes, los hornos del Dacá estuvieron sujetos a distintos
7 En su pasaje por el sitio, Dámaso A. Larrañaga lo describe en su diario de viaje de 1815: «… a la media legua pasamos el arroyo Dacá, buen paso y con arboleda. […], el camino está cercado por ambos lados por cardos de Castilla. No se dejan ya ver los peñascos de granito sino de piedra calcárea que apenas asoman al ras del camino». Dámaso A. Larrañaga, Viaje de Montevideo a Paysandú, Montevideo: Marcha Vaconmigo, 1973, pp. 93-94. propietarios y operativas, vinculados también a diversos pleitos y conflictos. Todo ello nos habla de una historia larga y compleja que involucra intereses públicos y privados, con interesante información acerca de la organización y la memoria laboral, de la aplicación de tecnologías y conocimientos, así como de una importante acumulación de experiencia industrial que debe ser valorada dentro de la historia local y nacional.
Otro importante capítulo acerca de la producción de cal en nuestro país se escribió en el actual departamento de Colonia, en el sitio conocido como Calera de las Huérfanas.8 Se trata de un establecimiento de gran tamaño
8 Según la investigadora Jacqueline Gaymonat, «“La Estancia del Río de las Vacas” o “Estancia de Belén” o “Estancia de la Calera de las Vacas” […] tenía como límites el arroyo San Juan y el arroyo de las Vacas, el Río de la Plata y el cerro de las Armas. Su casco principal se emplazó a orillas del arroyo Juan González —a unos 16 km de la actual ciudad de Carmelo— y estaba integrado por una —llegó a ocupar una extensión de más de 42 leguas cuadradas, cercana a las 100.000 hectáreas— que conformó la más importante presencia jesuítica en nuestro territorio, algo que significó una verdadera avanzada civilizatoria en el siglo xviii. El año 1741 define, exactamente, el comienzo de la explotación de esta estancia.
Conectado con la actividad misionera que la Compañía de Jesús desarrollaba en el área norte de la Banda Oriental —pero también con aquellas misiones que ocupaban los actuales territorios de Paraguay y Argentina—, este establecimiento tuvo una considerable actividad agropecuaria que incluía la producción de cereal, árboles frutales y vid. La actividad productiva resolvía la demanda del consumo interno pero no
iglesia, bajo la advocación de la Virgen de Belén, habitaciones, patios, herrería, jabonería, telar, panadería, carpintería, tahona, hornos de ladrillos y tejas. Además contaba con “ranchos” para las familias de los negros esclavos y para los indios peones».
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Calera de las Huérfanas, detalle de los hornos de cal, Colonia.
se agotaba en él, ya que tenía a Buenos Aires como destino fundamental para su gran excedente. La cal, precisamente, al igual que la producida en el arroyo del Dacá, se exportaría para ese centro colonial, su principal consumidor durante el siglo xviii.
Se identifican en el establecimiento dos importantes hornos de cal, dentro de una actividad industrial plural que incluía también la elaboración de cerámicos —fundamentalmente ladrillos y tejas—, para lo que se contaba con otros dos hornos destinados a ese fin; también la actividad de molienda de granos, la producción de telas, herrería, carpintería, panadería y posiblemente producción de vino, todas faenas rutinarias o zafrales que tuvieron lugar en aquella estancia.
Es interesante que esta iniciativa desarrollada por los padres jesuitas contara con una importante población que incluía cerca de 250 personas estables, entre las que se integraron indígenas, criollos y negros esclavos. Dos sacerdotes, sin embargo, fueron la única presencia religiosa en este establecimiento durante el período jesuita; se rescatan los nombres de los padres Alonso Fernández y Agustín Rodríguez, quienes tuvieron a su cargo y en forma sucesiva la dirección de este complejo agroindustrial.
El año 1767 fue crucial para la suerte de los misioneros, quienes fueron expulsados de acuerdo a una real orden del rey Carlos iii que dispuso la salida de esta congregación religiosa de los territorios pertenecientes a la corona española y, con ello, la total confiscación de sus bienes. Esto provocó cambios en la administración del establecimiento, que pasó a depender de la Junta de Temporalidades de Buenos Aires, organismo que encargó su dirección a don Juan de San Martín —padre del libertador José de San Martín—, quien residió allí hasta 1774.9
9 En ese sitio, Juan de San Martín y su esposa, Gregoria Matorras, tuvieron tres hijos, hermanos del libertador. Los beneficios de su producción se destinarían entonces al Colegio de Niñas Huérfanas de Buenos Aires, factor que daría nombre al establecimiento: Calera de las Huérfanas.
A comienzos del siglo xix el sitio atravesó un período de decadencia, en el que se identifica una pérdida de las actividades y usos originales, así como un paulatino deterioro de la infraestructura edilicia. Algunas fuentes orales, que fueron tomadas como ciertas por determinados historiadores, refieren a que en la Calera de las Huérfanas José Artigas fue proclamado primer jefe de los Orientales; sin embargo, no se ha descubierto documento probatorio alguno acerca de este hecho.
Desconocemos en qué momento los hornos de cal dejaron de producir. De hecho, sufrieron importantes deterioros hasta que, en tiempos más recientes, se realizó una tarea de restauración parcial que permitió entender su funcionamiento, al tiempo que se materializó una propuesta de
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Vista general del complejo de Barriga Negra desde la zona de carga del horno de cal, Lavalleja.
socialización cultural de todo el recinto arqueológico en el marco de un programa de desarrollo turístico nacional y departamental.10
Hacia el este de nuestro territorio, encontramos el otro gran escenario de la producción de cal en tiempos coloniales. Este ocupaba los actuales departamentos de Maldonado y Lava-
10 En 1999, promovido por el Consejo
Ejecutivo Honorario de Colonia y sustentado económicamente por el
Ministerio de Turismo y el Ministerio de Educación y Cultura, se gestó un proyecto de puesta en valor cultural que implicó una investigación arqueológica.
Esta formó parte de un proyecto integral que se propone una operación de reacondicionamiento físico, arquitectónico y paisajístico del predio, que ha sido declarado monumento histórico nacional (mhn). lleja, en los que se destaca la puesta en funcionamiento de la llamada Calera del Rey, posiblemente entre 1765 y 1773. Marcada su producción por una excelente calidad de la piedra caliza y la abundancia de sus yacimientos, esta primera iniciativa fue acompañada por otras —en años muy próximos y en la propia década de 1770— que se desarrollaron más al norte, como lo fue la de Fermín Beracochea11 algunos años antes de la fundación de la ciudad de Minas. La producción de cal tuvo una importante proyección en las ciudades fundadas en las cercanías —Maldonado, San Carlos y Minas, fundamentalmente—, pero parte de ella también fue conducida hacia los puertos de Buenos
11 Carlos Pellegrini, o. cit. Aires y Montevideo. Esta última ciudad iniciaba por esos años un sostenido proceso de crecimiento edilicio, al crearse el Apostadero Naval de Montevideo y habilitarse oficialmente su puerto, factor que la consolidaría como destino más importante de la cal producida al este del país.
Uno de los hornos de la fundacional Calera del Rey permanece todavía, casi en el lomo de la cuchilla, «en campos que originalmente fueron de Domingo Isaga y luego en 1794 pasarían, en parte, a ser propiedad de Francisco González…».12
12 Eduardo Martínez Rovira, A pie y a caballo. Apuntes del campo de Maldonado, Montevideo: edición del autor, 1974, p. 17
Producción de cal en tiempos republicanos
El lento crecimiento económico del país durante los tempranos días de la república no fue razón suficiente para frenar esta producción industrial. En diversos sitios se desarrollaban, por entonces, nuevas iniciativas.
En el departamento de Lavalleja, por ejemplo, se construyeron hornos en zonas como el arroyo del Plata, Barriga Negra, Marmarajá, el Penitente y Mataojo. Pero también en el norte, en departamentos como Paysandú, se han descubierto hornos de cal, como el descrito por José Brito del Pino en referencia a la calera de Callejas, próxima a la des-
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" Detalle de la boca del horno de cal en Barriga Negra, Lavalleja
" " Detalle del horno de la Calera de las Huérfanas, Colonia.
verdadero desarrollo de esta producción en ambas costas del río Uruguay.
El rápido crecimiento de la ciudad de Montevideo en el último tercio del siglo xix y el desarrollo de otras ciudades contemporáneas —algunas de las cuales serían pujantes capitales departamentales— fomentaron más tarde el aumento de la producción de cal. Recién en los primeros años del siglo xx entró en competencia de escala el cemento, que es el resultado de un proceso industrial alternativo. El cemento no solo serviría para la elaboración de mezclas y morte-
15 Las ruinas de esta calera conforman un sitio histórico de gran valor ubicado en la provincia de Entre Ríos —es decir, en la margen oeste del río Uruguay—, dentro del parque nacional El Palmar, departamento de Colón. ros, sino también para la construcción de estructuras de hormigón armado, en una renovadora combinación de distintos tipos de áridos y acero.
En la segunda mitad del siglo pasado hubo cambios significativos en la producción industrial de la cal, necesitada entonces —por razones de productividad y economía— de otros procesos más eficientes, básicamente en materia de extracción de piedra caliza, en su forma de calcinación y también en el manejo de nuevas fuentes de energía para su producción en escala. Fueron tiempos de cambio que, si bien no eliminaron el uso de la cal, redujeron su uso en la esfera de la construcción, ya que a la aparición competitiva del cemento se sumaron otros tipos de aglomerantes análogos a la cal, aunque diferentes en composición química.
Los restos de la vieja industria de la cal pueden divisarse todavía en los más alejados y solitarios campos de nuestro país. Algunos de ellos han ganado el reconocimiento necesario para integrar la lista de nuestro patrimonio industrial. Otros, en cambio, son apenas restos de piedra de un tiempo que pasó, que nos hablan de la lucha por el progreso, del esfuerzo sistemático de la razón humana y de su fuerza de trabajo, pero también de paisajes que desaparecieron, donde el humo de la leña o el carbón combinado con la piedra podía verse desde muy lejos.
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