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COLUMNA DE OPINIÓN
EL JOVEN VOTO
Escribe: Andrea Barletti Cier
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Desde que era pequeña, siempre me interesó la política y la idea de trabajar para el país; es así que a los 10 años declaré entusiasmada a mi familia que mi nuevo sueño era ser congresista. La respuesta fue inesperada: lo que inicialmente parecía ser una reacción cómica se convirtió en una mirada de ternura y conmiseración. Aquel día recibí “la charla”, en la que te explican que el ejercicio político en la realidad es un juego distinto: una mezcolanza de dimes y diretes, artimañas sucias, alianzas, escándalos y corrupción. Hoy en día, permanece la generalización de que ser político es malo, que significa embarcarse en aguas turbias, vender tus principios o perder la sangre de la cara. Y es que, sin importar las buenas intenciones, incursionar en la política puede ligarte de por vida a la infamia.
Esta es posiblemente una de las razones por las cuales los jóvenes – 30% de la población peruana - sienten una gran apatía a participar en la vida política del país. El problema está en que muchos consideran que no es factible asociarse a ella sin comprometer su credibilidad o preceptos. Es así que, si bien les interesa la política, no existe realmente un atractivo por formar parte de la vida partidaria; especialmente, debido a una crisis de representatividad de intereses y al exiguo nivel de confianza en los míticos partidos tradicionales. Otros factores son el desinterés, la desinformación, la falta de tiempo y el rechazo a la corrupción. Estos, a su vez, parecen pertenecer a un patrón mundial.
El desinterés por la política es pernicioso, porque el sistema solo puede sobrevivir siempre y cuando haya una vinculación entre la ciudadanía y la política. En un país como el Perú, donde los representantes de la ciudadanía dejan mucho que desear, es necesario asegurar el relevo generacional con urgencia. No obstante, estos comicios parecen haber traído consigo una ola de entusiasmo y percepción de posibles nuevos cuadros políticos que ha permitido la proliferación de la opinión joven y la renovación de las expectativas. Así, el surgimiento de candidatos con un discurso político orientado hacia la juventud ha motivado un desplazamiento de este grupo, lo cual demuestra cómo el interés y la representatividad pueden afectar los números de la contienda electoral. En un país joven, la voz y el voto de la juventud son un rugido enérgico, poderoso, polémico y ciertamente peligroso. Lo son, en primer lugar, porque el entusiasmo es contagioso. Lo son, también, precisamente por el tipo de intereses – a veces relegados- en los que los jóvenes vierten su interés como lo son la educación, los derechos humanos y laborales, el medio ambiente, entre otros. Lo son, además, porque la ideología joven liberal puede representar una amenaza a ciertas formas de pensamiento tradicionalista. Y lo son, finalmente, porque lamentablemente es un voto influenciable.
Sin embargo, en muchos casos sigue sin formarse una línea del todo partidaria. Es interesante oír el descontento de las voces
actuales, pero todavía se puede gritar más alto. La opinión es sumamente importante y un serio indicio de rechazo a la indiferencia y voluntad de estar involucrados, pero debe estar acompañada de ideas, propuestas y compromisos. Los viejos a la tumba y los jóvenes a la obra, proclamó Manuel Gonzales Prada. Sin embargo, más de 120 años después y, ante un incierto panorama económico, pienso que necesitamos todas las manos y cabezas que podamos aprovechar; siempre y cuando, estas sean honradas y tengan la fuerza para trabajar.
Es importante mencionar el omnipresente papel que cumplen las tecnologías de la información y redes sociales. Dicen que una imagen vale más de mil palabras y, cuando una de estas tiene más de un millón de likes o compartidos, la penetración en el público joven es extraordinaria. Ningún político está a salvo, porque, sin importar que cuente con el apoyo de algún medio de comunicación, las redes sociales se han convertido en un espacio de difusión, protesta y fiscalización y en un lugar para concertar marchas, exponer la indignación y exigir el cambio.
Sea como fuese, cada elección marca un precedente. Sin importar los resultados, deberíamos ser capaces de aprender de la historia, para bien y para mal. La experiencia es importante. Se espera que aquellos que ya metieron la pata o han visto a alguien más hacerlo puedan evitar caer en reincidencias.
De aquí a un tiempo, seremos nosotros los responsables del país. Es probable que algunos de los rostros y nombres de aquellos con quienes ahora compartimos clases nos saluden desde los titulares y portadas de la prensa de los próximos años. Es probable que sean aquellos que desde ahora buscan informarse y no tienen miedo a expresar su opinión, posible síntoma de una futura vida política. Y quizás sea eso lo que la política necesita: líderes capaces, involucrados con el cambio que no solo cuenten con estudios –los cuales, a su vez, sean legítimos-, sino que también con una actitud responsable y una cuota de compromiso moral.
Los jóvenes somos – como es siempre repetido – el futuro del mañana, pero qué nos impide serlo desde el presente y comenzar con el cambio hoy. No deberíamos tener que esperar para contribuir con el país, ni mucho menos hacer al país esperar, sobre todo cuando este lleva aguardando sentado un par de años ya.