Un terror Pensar en la burla y el terror, bien sea desde lo literario o cinematográfico, es asumirlas como estrategias o elementos moralizadores en la medida en que suelen revelar –desde lo irónico y lo grotesco- la dimensión que el hombre no asume de sí y, por tanto, oculta para sí mismo y para los otros. Para considerar esta afirmación habría que pensar las formas en las que metamorfosea un humano que, lejano de los roles, las ambiciones y las expectativas de un día laboral, llega a su casa para desprenderse de las ropas que lo adornan, apagar las luces –todas- , dejar de lado los aparatos de realidad virtual, hacer de lado la comida, sentarse o ubicarse en medio de ese espacio en el que dice vivir y abandonarse a la idea de que su condición vital no es más que la de una criatura que solo en la soledad, en el silencio y en el ocultismo de la penumbra emerge, después de alimentarse todo el día con la angustia, el cansancio y la hipocresía del cuerpo que la cargó. ¿Se logra ver? Bajo esta idea podría pensarse que hemos superado los temores hacia los monstros decimonónicos, la aversión por el mito nos hizo ubicarlos en el lugar de la moraleja, ya no creemos en ese terror porque no tenemos nada que perder ¿La vida? ¿Los dioses? ¿La 32