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Un sueño en las montañas de Celaque

Por Óscar Estrada Escritor, cineasta, periodista y editor

Julio Cortázar abre su cuento «Apocalipsis de Solentiname», con una pregunta que seguramente lo persiguió durante toda su carrera: «¿te parece que el escritor tiene que estar comprometido?» ¿Comprometido a qué?, preguntaría ahora, casi 40 años de su muerte y luego de ver, desde las puertas de ese in�ierno adonde aseguró daría la última entrevista, cómo fue cambiando aquella revolución que soñaran Ernesto Cardenal y Sergio Ramírez. Atrás quedaron las imágenes del polaroid que tanto miedo daban a Cortázar, el papelito celeste llenándose de Napoleón a caballo que tanto temía porque, estoy seguro, ese, como todos los temores de sus cuentos, era un terror honesto del escritor, como las vaquitas en el prado, la yegua de ojos verdes y los niños felices de los cuadros de la isla que tanto disfrutó en el lago Nicaragua. Pero el miedo y la muerte que Julio va descubriendo en su cuento siguen allí, «vida de

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Guatemala y vida de El Salvador, vida de Chile y de Santo Domingo». ¿Acaso vio Julio que su amigo Sergio Ramírez sería un día el judío errante de las letras centroamericanas? Quizás sí. El arte —especie de oráculo en estas tierras— se parece mucho a la realidad y el cuento de Cortázar nos describe el futuro. «Las pinturas también son la vida… también son lo mismo». A un punto el cuento se vuelve di�ícil de leer, de las imágenes idílicas de Solentiname surge la guerra. Julio vio el horror antes que las imágenes se escaparan de su cuento y cubrieran las portadas de todos los diarios del mundo, él comprendió que el arte no es un adorno sino un salvavidas para la muerte. Ese era quizás, el verdadero compromiso de Julio Cortázar. El poeta Salvador Madrid me invitó a conocer el proyecto de bibliotecas escolares Blue Lupin que desarrolla Plan Internacional en el occidente de Honduras. Yo tomé el avión a Honduras y de Tegucigalpa viajé a Gracias. No me atrevería a sugerir que mi viaje y el de Cortazar son parecidos, es más, al llevar su libro conmigo moldee mis observaciones al lente de la cámara con que viajó el maestro 40 años atrás, si bien el mundo es hoy muy distinto y en Honduras �lorece el optimismo de un gobierno con aroma a primavera —como aquel que soñó el poeta Cardenal— y del cual el arte también nos alerta. Me tocó movilizarme con Ulises Alvarado, viajero y conquistador, por las montañas de occidente hasta una escuela en la comunidad de Platanares. Entre los cafetales resaltan las casitas blancas, en la cima la cresta azul de hermoso Celaque.

Cuando llegamos a Platanares los niños nos recibieron con la alegría que solo la infancia irradia, me mostraron su biblioteca, orgullosos de ella, como quien muestra un tesoro invaluable. Yeyri, una niña de 14 años, fue la encargada de explicarme el funcionamiento del proyecto. Ella ha formado parte de los clubes de la biblioteca durante los últimos cuatro años. —A mí me llamó la atención el club de teatro —me dice—. La mayoría de los niños que trabajan en la biblioteca son los niños grandes, especialmente los del grupo de animación lectora, que son los encargados de llenar el libro de visitas y llevan el control de los niños que prestan los libros o ayudan a leer a los más pequeños. También teníamos un grupo de cine, de mimos, que actúan sin hablar. La mayoría de estos niños ya salieron. Toca volver a armar los grupos después de la pandemia. También tenemos un grupo de títeres y un club de cuenta cuentos —agrega. Puedo ver el orgullo en los ojos de los niños y las niñas cuando Yeyri habla, como describen que la biblioteca les ha ayudado a «mejorar su comprensión lectora y a desarrollar la imaginación». «Desarrollar la imaginación —pienso—, ¿acaso no es ese el patrimonio de los niños?» —Todos los niños de la escuela usan la biblioteca —me dice Yeyri—. Los niños en esta escuela aprenden mejor que los de niños de otras escuelas que no tienen bibliotecas.

Y aquí entra Solentiname. En 1965, el poeta y sacerdote Ernesto Cardenal estableció una parroquia en el archipiélago de Solentiname en el lago Nicaragua. Allí habló a los habitantes de la teología de la liberación, una escuela de pensamiento que ve el evangelio cristiano como un vehículo para la justicia social. Él imaginaba Solentimane como «una sociedad justa, sin explotados ni explotadores, con todos los bienes compartidos, como la sociedad en la que vivían los primeros cristianos». La trayectoria del poeta Cardenal es monumental en las letras nicaragüenses, pero quizás el legado más perdurable de Solentiname sea su arte. Cardenal animó a sus feligreses a esculpir, escribir poesía, pintar y crear. El pintor nicaragüense Roger Pérez de la Rocha fue a Solentiname para enseñar a su comunidad técnicas de pintura formal, y otros artistas, como el escritor argentino Julio Cortázar y la fotógrafa panameña Sandra Eleta, visitaron la isla para hacer su propio arte. —Atrás de ese cerro que ve allí hay un montón de casas —me dice Yeyri, la niña de Platanares en la montaña de Celaque—, de acá no se miran, pero son un montón. Nosotros fuimos allí y les llevamos en la mochila viajera, obras de teatro y libros para que así ellos pudieran tener también acceso a la biblioteca, los niños estaban encantados con los libros que llevábamos. Estuvimos un día con ellos allí, en la tarde ya nos regresamos. Ellos siempre dicen que somos muy afortunados porque tenemos

la biblioteca acá, en nuestro centro educativo. —Y agrega— muchos niños han pedido el traslado a esta escuela para poder tener acceso a la biblioteca. —En el Guancasco se junta el pueblo y sale al camino en procesión de tambores y cantos —me explicaba Ulises en el carro—. Del pueblo vecino viene también su gente al encuentro, ambas comunidades marchan a encontrarse en algún punto a la mitad del camino. Al escuchar a Yeyri, no pude sino pensar en el Guancasco que antes me había descrito Ulises. «Este es un pueblo de guancascos —pensé—, quizás sea esa la tradición que los niños mantienen viva con su Mochila Viajera». —Aquí arriba de mi casa vive un señor que no sabía leer. Un niño de la escuela venía a recoger libros de un nivel más bajo del suyo y la gente le preguntaba por qué llevaba esos libros si él podía leer libros más grandes —cuenta Yeyri—, y él decía que no, que esos eran los libros que ocupaba. Un día llevamos la sorpresa que el papá vino a prestar él un libro. Él antes había dicho a la maestra que no podía leer y ahora todos se sorprendieron que venía a prestar un libro, y era que el hijo le enseñó a leer. Así, varias personas han aprendido a leer con los libros de aquí, de la biblioteca de la escuela.

Cuando llegué a Massachusetts no tuve la Epifanía de Cortázar en su Apocalipsis de Solentiname, afortunadamente no he visto el horror que él vio cuando conoció el sueño del poeta Cardenal. Pero he visto si la fragilidad de un tesoro que puede perderse un día cualquiera. La pandemia, el cambio climático, el abandono al que se ha sometido esa zona del país amenaza el sueño de Jim y Lynda Martin y del poeta Madrid. Vi, eso sí, que el mundo del arte y la literatura, del proyecto de bibliotecas de Plan Internacional mantiene viva la memoria y la imaginación en las montañas de occidente de Honduras, y cambia vidas y crea esperanza.

Brim�ield, Massachusetts 22 de mayo de 2022

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