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Una hermosa locura

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Vendedor de versos

Vendedor de versos

Por Néstor Ulloa Escritor y gestor cultural

Jefe del Departamento de Letras de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras

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La primera vez que visité el occidente del país, era ya un adulto. Viajé para asistir a un festival cultural que se gestaba en la ciudad de Gracias, cabecera del departamento de Lempira. Todo el transcurso de ese viaje me mantuve absorto, bebiéndome a borbotones el paisaje. Puesto en Gracias, me encantó la ciudad como unidad arquitectónica; pero más su gente, su sencillez, hospitalidad y sensibilidad. Así comenzó mi relación amorosa con esta zona del país, la cual visito cada vez que puedo. Esas visitas me llevaron a conocer personas que, en aquel entonces soñaban un proyecto que parecía una locura: una hermosa locura. Fue así como me enteré de un proyecto que pretendía fundar bibliotecas en los rincones más postergados del país. Con lo dado a ser localistas que somos al interior del país, y puesto que, producto de un terrible complejo de superioridad que poseemos, es común pensar que eso que llamamos cultura sólo ocurre en los grandes centros poblacionales, cualquiera pudo haber pensado qué locura era esa de fundar

bibliotecas en lugares tan postergados y olvidados. Pero estas personas que soñaban ese proyecto estaban convencidas de lo urgente de llevar a cabo esa locura. Muchas vestiduras fueron rasgadas cuando quienes las portaban se dieron cuenta de que la metodología era prácticamente inexistente y que todo comenzaría con consultarle a las niñas y los niños de esos pueblitos olvidados, para poder construir el catálogo. «¡¿Qué van a saber ellos sobre catálogos de bibliotecas?!» dijeron los puritanos y puritanas de la academia. Y las niñas y los niños tuvieron voz por primera vez en sus vidas y comenzaron a hacerla valer para decir sobre qué querían leer: «Quiero leer sobre mujeres valientes», dijo una niña, con los ojos llenos de ilusión. «Yo quiero leer sobre tesoros escondidos», dijo un niño con la mirada hambrienta de aventura. Desde entonces he sido testigo, a veces desde dentro, participando como voluntario en algunas actividades; y la mayoría de las veces, desde fuera, observando feliz cómo ha evolucionado y se ha transformado, no sólo el proyecto, sino la vida de comunidades enteras, a través de todo ese maravilloso universo de acciones que giran en torno a un «edi�icio lleno de libros».

Porque para quiénes las bibliotecas, esos edi�icios llenos de libros, son sólo un mundo gris y silencioso, lo que sucede en el occidente de Honduras sigue siendo una simple y llana locura. Para mí ─y afortunadamente para muchísima gente─ es la hermosa locura que le hace falta a todo este país sumido en el caos. En las bibliotecas Blue Lupin, las niñas y los niños ríen, cuidan, juegan, comparten, enseñan, escriben poesía, actúan, hacen dramaturgia, bailan, hacen cuentos, hacen cine, escriben libros, crecen, se empoderan, se convierten en personas felices y, por supuesto, también leen. Yo, por poner un ejemplo, jamás podré olvidar los rostros de niñas y niños de Cruz Alta, una aldea del municipio de La Campa, cuando en un festival de teatro que se efectuó alrededor del proyecto de las bibliotecas, tuvieron la oportunidad de representar una obra escrita por una compañerita de la escuela, y basada en la tradición oral local. Esos eran rostros de niñas y niños felices, porque habían encontrado un asidero para su voz y un lugar en el universo para poder ser, propiciado por esa hermosa locura que eran y seguirán siendo las bibliotecas Blue Lupin.

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