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Edicto arzobispal (1757

Sucedió en el Perú

Rescate de algunos artículos históricos que hablan de nuestra comunidad en los últimos años de la colonia y comienzos de la República

Edicto arzobispal (1757)

Edicto suscrito el 2 de Diciembre de 1757 por el Arzobispo de Lima Pedro Antonio de Barroeta tal como se encuentra en: José Toribio Medina, La imprenta en Lima (1584-1824) Bajado de aquí: http://www.bibliotecanacionaldigital.gob.cl/visor/BND:334663

Así como la malicia e iniquidad de los hombres no cesa de buscar modos con que entregarse en el mayor refinamiento á las inmundas torpezas de la lujuria y destemplanza, también el que está constituido de atalaya para velar sobre sus operaciones y de pastor para reducirlos al rebaño, cuando descaminados vagan en la inmensa selva de sus vicios, debe incesante é infatigablemente buscar todos los medios con que apartarlos de ellos, persuadirlos y corregirlos hasta la importunidad; pues nunca la puede haber en lo que es cumplimiento de la propia obligación, cual es la salud de las almas, que está encomendada á solicitud y apostólico ministerio; ojalá el nuestro fuera tan eficaz en argüir, corregir é increpar á sus súbditos, como ellos sutiles, advertidos y fecundos en producir y lograr ocasiones de tratar con libertad y escándalo al otro sexo, que tanta corrupción causa á las costumbres. Las funciones más santas y respetosas y las que son unas protestaciones públicas del culto y religión, las convierten y hacen asumpto de galanteo, de indecencia y de toda la mayor disolución; parece que sólo por ellos se dijo lo del Psalmista: ¡cuánto ha malignado el enemigo en lo santo, y se han gloriado los que te aborrecieron en medio de tu solemnidad! Las noches de Navidad y Resurrección, en que se recuerdan los dos más grandes misterios de nuestra restauración, mientras en nuestra Santa Iglesia se celebran los divinos oficios, en la plaza mayor parece que á contraposición se vuelve á crucificar el Resucitado y se detesta la Natividad del Recién Nacido, pues no hay insolencia que no se cometa entre tantos mozuelos y mujercillas que allí junta la oportunidad de los portales, toldos y covachas de las vendedoras, y al repique de las campanas que celebran los santos misterios, se entregan todos los que allí concurren á la mayor destemplanza y glotonería. Los altares que se hacen en honor de la Santísima Virgen en el Octavario de su Concepción son otro dilatado asumpto para destemplarse los hombres y mujeres que locamente vagan por las calles, ni la misma memoria de la muerte, ni el incesante són de los dobles de campanas, que en la noche de finados por todas partes recuerdan nuestra mortaliclad, ni el pavoroso aspecto de las calaveras, que en los calvarios y cementerios de las iglesias se dejan ver en ella al reflejo de la multiplicidad de tantas luces, no contienen á tan viciosas gentes para no hacer concurrencia y celebridad de lo que es el más tremendo recuerdo de uno de nuestros novísimos, y lo que debiera causar en todos melancólicas representaciones para reformarse en sus costumbres, es motivo de que anden por las calles como locos, visitando calvarios y corriendo iglesias, no para rezar en ellas y encomendar á sus difuntos, sino para tratarse y comunicarse los dos sexos, que, aún de las cenizas de los muertos, hacen nacer volcanes de lujuria que los devore y los consuma. Lo que la devoción inventó en culto de la Santísima Virgen, después de los temblores del año de 87 del siglo pasado, sacándose algunas de sus imágenes por las noches y llevándolas procesionalmente, rezando su santo rosario, se ha hecho un escandaloso asumpto de tantas competencias entre las Hermandades que en cada iglesia v capilla de la ciudad se han erigido, especialmente en los que llaman rosarios galanos, y sus entradas, en que una irregular profusión en el gasto de fuegos y cera, á que sin ilícitos medios no pueden subvenir los mayordomos y cofrades, es todo el culto que hacen á la Soberana Reina de los Angeles, y también el motivo de la concurrencia de hombre y mujeres, que en bandadas siguen los rosarios por plazas y calles, tan irreverentemente como si fuesen máscaras ó espectáculos muy profanos: los mismos que le alumbran, que son todos de baja naturaleza y de mecánicos oficios, no guardan compostura alguna; lo menos que hacen, es ir pitando cigarros, hablando mil desenvolturas y galanteando á cuantas pasan: los que no alumbran, no son menos inmodestos, y las mujeres son las que todo lo trafican, ya por los lados de los que alumbran, y ya á las espaldas del rosario, que ellas llaman retaguardia; todo se hace con el mayor escándalo é indecencia, que causaría horror si

lo viesen aún los enemigos de nuestra religión: en fin, todo acaba, así en las entradas como en la noche de la celebridad del Rosario, en un gran festejo de cena y bebida, en que permanecen hombres y mujeres hasta el amanecer en una casa que destinan para estos diabólicos banquetes. Otro incitativo de concurrencias y maldades es el de los fuegos de artificio, que en las noches de las vísperas de los santos patriarcas de las religiones y de otras muchas festividades casi diariamente se forman, ya en ésta ya en la otra iglesia, en donde al primer cohete que se dispara están allí todos los ministros infernales para hacer cortejos con sus culpas al averno. Las que llaman escuelas de danza, con el pretexto de recoger limosnas para alguna imagen, es de todas las noches y en distintos barrios; en éstas bailan, á más de los mulatos y negros, que lo tienen por oficio, ciertos mozuelos (según se ha informado) que llaman maricas, por ser tan afeminados en sus hablas, aire de andar y aún en parte del traje, pues los zapatos los traen como los de las mujeres, se ponen vendas en las cabezas y en las bocas gruesos limpiones de tabaco, de quienes vehementemente se sospecha, y aún se ha asegurado, que son nefandos sodomíticos; que muchas veces se visten de mujeres; y que en los festejos de las casas tocan, cantan y bailan como las más desalmadas prostitutas. ¡Oh qué dolor nos causa tan abominable vicio, de que ha resultado la ruina y asolación de las más florecientes ciudades, por ser uno de los que más ofenden á la Majestad Divina, y que continuamente clama hasta los cielos para su castigo! Todos estos abusos, indecencias y depravadas corruptelas hemos procurado, cuanto alcanzan nuestras fuerzas, desarraigarlas é inspirar en nuestros muy amados fieles el santo temor de Dios, y la mayor reforma en sus costumbres; para ello, unas veces por cartas pastorales y otras por públicos edictos, hemos dado saludables consejos, y también se han prohibido aquellas funciones que nos han parecido ser asumpto de estos desórdenes: para los altares de Concepción, los rosarios, la indecencia de los trajes y otras de este género, se han dado providencias y reglamentos para su moderación, encargándose, su cumplimiento á las justicias reales y ministros seculares; pero nada basta, cada día experimentamos lo contrario, y nos es de suma confusión y sentimiento, pues, según Sophonias, al capítulo 1.°, verso 12, tienen comprendido que Dios no les hará bien ni mal. ¡Oh, error tan detestable! Por tanto, no debiendo cesar nuestra reclamación contra estos vicios, una y otra y mil veces volvemos á insistir y redargüir á nuestros fieles que en todas las funciones referidas procuren evitar la concurrencia, y que los padres y madres de familias, que son como párrocos en sus casas, no permitan á sus hijos, domésticos y familiares que vayan, concurran ni asistan en rosarios, fuegos, noches de danza y de una y otra pascua, y las tres de guía que recientemente se han vuelto á suszitar con grande alborozo y público escándalo, y sobre todo les encarguen el grande respeto y reverencia que deben tener á las iglesias y demás funciones eclesiásticas, para que no se diga de ellos haber puesto fuego al santuario y manchado el tabernáculo del divino nombre; haciéndoles saber que la causa principal de los grandes terremotos es la irreverencia é irreligiosidad de los cristianos en las iglesias, que en otros tiempos resistían á los temblores, pero que hoy, como dice el Cardenal Baronio, son las que más fácilmente se destruyen por los delitos cometidos en ellas, verificándose la amenaza de Dios que hizo por boca de su profeta Ezequiel, hablando de la destrucción de Jerusalén, mandando á sus ángeles que empezasen por su santuario. Y en cuanto á la vehemente presumpción que resulta contra los mozuelos afeminados de su ilícito y sodomítico comercio, teniendo presente el capítulo 22 del Deuteronomio, versículo 5, que dice: la mujer no se vestirá de vestido varonil, ni el varón usará de vestido femenino, porque el que hace estas cosas es abominable en la presencia de Dios; se les prohibe, bajo excomunión mayor reservada, que de ningún modo usen de lo que es traje y adorno femenino, ni que bailen en funciones algunas, como lo han acostumbrado; y bajo de la misma pena prohibimos que ninguna mujer pueda disfrazarse del traje varonil contrario, de que tenemos noticia se va introduciendo muy frecuentemente para con mayor libertad comunicarse unos y otros, como lo han ejecutado en las referidas noches de guía y otras. Y asimismo mandamos á todas las personas que supiesen o entendiesen que algunos ó algunas están coinquinados y sumergidos en el horrendo pecado de la sodomía, nos lo denuncien, para proceder contra ellos según derecho, imponiéndoles las penas correspondientes, sin que por ello dejen también las justicias seculares de castigarlos segiún las leyes civiles, que los condenan á la combustión.

«Dado en los Reyes, á 2 de Diciembre de 1757.-Pedro Antonio, arzobispo de Lima. «Por mandado de Su Ilustrísima el Arzobispo mi señor.- Don Joseph Barbadillo y Frías, secretario.-Es copia de su original.- Cayetano de Soria.« (Con su rúbrica). (Archivo de Indias, 112-1-17).

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