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Mi primera vez, por Alda Bernaola

Mi primera vez

escribe: Alda Bernaola1

foto: Alejandra Huaman / intervención: Alda Bernaola

La primera vez que dejé que la magia de mi feminidad se liberara, yo era apenas une niñe. Une pequeñe temerose que, dentro de la convivencia con el rechazo, se atrevió a ir más allá.

Los fines de semana, eran los únicos momentos en los que yo dejaba de ser hije de un padre ausente; el cual era un hombre al que su madre no le permitió soñar, hasta que se convirtió en lo que ahora es. Ese alguien que yo no podría ser, que me rehúso a ser; así nos digan que somos como dos gotas de la misma zanja.

Una vez, llegamos de visita a la casa multifamiliar de la villana moral de mi abuela, para «socializar» con una familia paterna que, casi nunca tuvo ningún rastro de bondad. Mis primas menores me mostraron un juego de maquillaje que recién les habían comprado. La verdad, las chucherías para decorar el rostro, nunca llamaron tanto mi atención, nunca. Hasta que, en un momento, me miré al espejo y comencé —con torpeza— a darle rienda suelta a una polvareda hecha color. Me había convertido en un bello y desafiante desastre, que irrumpía en aquel espacio conservador.

Como para no quedarme con las ganas, bajé del cuarto de mis primas y llegué hasta la sala, como una estrella pop que se lanza ante la voracidad de su primer concierto. Mis tías y tíos me miraban de pies a cabeza. Las risas de todos estallaron, junto a sus insultos. Yo solo los odié y de paso, me humillé. Me humillaron. Mis grandes ojos sólo querían aparecer dentro de un caparazón. En esa misma coraza en la que todo este maldito tiempo llevo escondida.

El tiempo ha pasado, pero parece que los recuerdos aún siguen aquí. El desprecio también. Hoy será mi primera vez travestida. La primera oportunidad, después de muchísimos años, de volver a mostrar mi alma sin ningún reparo. Hace unos momentos, la Alice, una travesti glamazona, tímida, multicreativa y reina de la noche, se ofreció a maquillarme. Sin pedir nada a cambio, y entregando el poder de sus manos, rebuscó la belleza de mi rostro y la llenó de color. En aproximadamente dos horas, ella terminó de darme el último empujón. De esos que son para nunca olvidar.

Entonces, decido arreglarme el enterizo seductor de red negra, fumo un poquito de hierba poderosa porque sin ella, no podré sacar mi luz. Me acomodo en mi espacio. Hay florecillas —algo marchitas— tendidas en el piso, una bandera del Perú en rosado, colgada detrás de mí y mucha de esa incertidumbre que viene conmigo desde que nací. Pero también hay ilusión. Me emociona saber que hoy podré ser, al menos un par de horas, quien verdaderamente soy.

Hoy regalaré dulces caricias, movimientos suaves y enfurecidos, palabras escondidas; un poquito de mí. Hoy todo esto será para ti, a cambio de que te atrevas —al menos por un ratito— a intentar descubrir qué hay dentro de esta habitación. / /

1 Marikona deformada. Nació en Lima hace 25 años. Intensamente cáncer. Con el culo y los ojos grandes. Chequea datos en el día y se toca en las noches. Escribe para ser recordada como una canción. Su mayor victoria será liberarse cada día más, y más, ¡y más!

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