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Proyecto Overland

Proyecto Overland

Paul Guschlbauer pasó el verano pasado volando 18.000km por América, desde el corazón de Alaska hasta el extremo de Patagonia. Matt Warren escucha la historia

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DESDE LA IZQUIERDA Rumbo al norte antes de dirigirse al sur en Alaska

“Es como volar un parapente”, dice el veterano de los Red Bull X-Alps, Paul Guschlbauer, con su sutileza característica. “Como un parapente con motor”.

Su reciente aventura podría sonar más bien ordinaria. Pero fue todo menos eso. No volaba un paramotor, sino un avión Piper PA-18 Super Cub. Y no estaba vagando por su terreno familiar de los Alpes austríacos, sino haciendo un épico viaje transamericano de 18.000km, desde Point Barrow, Alaska, hasta Ushuaia, el punto más austral de Patagonia, Argentina. Todo en 180 días – con su esposa, Magdalena, en el asiento trasero.

“No solo se trataba de volar el avión”, dice Guschlbauer. “En el camino también quise explorar algunos lugares nuevos para parapente. Para aterrizar en la jungla, escalar picos vírgenes y volar desde ellos. Vivir la máxima aventura vivac”. Y fue exactamente lo que hizo. En el camino, cuando no piloteaba su avión, volaba su parapente bajo el sol de medianoche, desde volcanes y por encima de osos hambrientos – “Me alegra no haberme quedado sin viento en ese vuelo”.

Compartió el cielo con viejos amigos como Gavin McClurg y Andy Hediger, hizo muchos nuevos y voló en sitios en los que nadie había volado antes. Oh, y le leyeron la ley de orden público por hacer wingovers en Miraflores, Perú – “Allá no se permite nada de acro”, dice riendo. “Los oficiales son muy estrictos”.

Despegue en pleno verano

Pero, ¿cómo se pasa de terminar tercero en los Red Bull X-Alps de 2017 (este año volvió a competir) a atravesar América en un Super Cub de dos puestos?

“Compré el avión hace algunos años”, dice. “Fue como un capricho porque estaba en Alaska y cuando lo pagué todavía no lo había visto. Pero igual viajé hasta allá y comencé a aprender a volarlo.

“Inmediatamente quedé enganchado. Lo puedes aterrizar casi en cualquier parte, así que despegaba, aterrizaba en cualquier lugar y me iba a explorar. Era como tener la casa rodante perfecta. “Mientras más lo hacía, menos quería parar. Quería ir cada vez más lejos. Creo que al final decidí llevarlo hasta Patagonia porque es lo más lejos que se puede llegar. Tal vez porque soy demasiado competitivo”.

Luego de meses de planificación, finalmente todo estaba listo. El día de San Juan del año pasado subió a la cabina en el norte salvaje de Alaska, encendió el motor y despegó. “La idea daba miedo”, dice. “Nos esperaban 14 países y algunas de las montañas más grandes del mundo. El Super Cub solo alcanza unos 75 nudos (140km/h) y es súper sensible al viento y a la turbulencia.

“Cuando volaba por las grandes cordilleras montañosas, como las Rocallosas o los Andes, me alegraba muchísimo tener experiencia volando parapente. Haber participado en los Red Bull X-Alps me ayudó mucho. Después de todo, también necesitas mucha resistencia”.

Aunque tenían un avión, Paul y Magdalena tuvieron que empacar ligero. Muy ligero. “Era muy parecido a un viaje vivac con un parapente. Cada kilo cuenta. El avión tiene cuatro tanques de combustible y con dos llenos y Magdalena y

yo dentro, solo podíamos llevar unos 25 kilos más. Llevé dos parapentes – un Skywalk Tonka y un Skywalk Poison X-Alps – un par de arneses, algunas sábanas y el mínimo de ropa. Cada vez que parábamos, revisábamos para ver qué era esencial. Todo lo demás lo dejábamos o lo enviábamos a casa.

LLEGA DONDE SEA El PA-18 Super Cub es el favorito de los pilotos que vuelan en lugares remotos en todo el mundo. Sus llantas anchas, despegue y aterrizaje corto, y velocidad crucero relativamente baja de 140km/h la hacen una aeronave que llega y aterriza donde sea. “Es como la mejor de las casas rodantes”, cuenta Paul, arriba a la izquierda

“Aún así, a veces el avión volaba por encima de su peso máximo. En vuelo no hay problema, pero se nota mucho al despegar y aterrizar – especialmente en sitios altos. En Ciudad de Guatemala, que está a unos 1.500m, despegamos desde el aeropuerto internacional, con un montón de aviones comerciales alrededor y comenzando un vuelo de seis horas. Apenas logramos superar los edificios altos del centro de la ciudad. Prácticamente volamos entre ellos. Una locura. “Pero es lo que me gusta de este avión. No puedes apegarte siempre a la teoría. Tienes que usar tus instintos, tus sentidos. Ahí entra la experiencia en parapente. También puede ser tan frío como volar un parapente. El motor ayuda a mantener al piloto caliente, pero el aire frío inunda a quien va atrás, así que Magdalena siempre estaba congelada, incluso con su chaqueta de plumas”.

Agrega, “A veces volábamos seis horas seguidas. Como volar distancia en parapente. Es mucho tiempo pasando frío y queriendo ir al baño”.

Pero al igual que en los Red Bull X-Alps, si quieres cubrir una gran distancia, tienes que moverte. “Algunos me preguntaron por qué pasé tanto tiempo en el avión, en lugar de explorar”, dice Paul. “El camino desde Alaska hasta la Patagonia es muy largo. Es como preguntar por qué corremos tanto en los Red Bull X-Alps. Incluso teniendo seis meses para hacer el viaje, tienes que concentrarte en la próxima baliza. Magdalena y yo teníamos que llegar a la meta”.

Sol de medianoche

Desde el comienzo mismo, Paul buscaba nuevos sitios para volar parapente. Y los encontró – incluso en las heladas regiones salvajes de Alaska. “Cuando paramos la primera vez, en medio de la nada, armamos la carpa y hallé una pequeña cresta desde la que se podía volar.

“Los grandes vuelos de distancia siempre son épicos, pero a veces el solo acto de volar, incluso cuando solo estás planeando desde una pequeña cresta, es absolutamente maravilloso. Volaba solo, a medianoche, y había sol. De hecho, se podía volar, hubo luz toda la noche. Increíble”.

Y además, claro, estaban los osos. “En otra parada en Alaska, aterrizamos y hallé una cresta desde la que podía volar. No era ideal, llovía un poco, pero me encantaba la idea de volar donde nadie había volado.

“Luego aparecieron un par de osos pardos. Volaba justo encima de ellos, a unos 10m. Creo que pensaron que era un pájaro, pero me alegra no haber aterrizado frente a ellos”.

Por ser Alaska, las condiciones climáticas no siempre eran favorables. “Una vez saqué el ala, cerca de la hermosa Cordillera Brooks, y las condiciones eran tan fuertes que pude volar un poco con mi amigo alasqueño, Ken, sujetado a mis botas. Obviamente no ascendimos mucho”, ríe Paul, “pero fue un vuelo biplaza muy poco convencional”.

¿Y Magdalena pudo volar? “Desafortunadamente no teníamos un biplaza, pero pedí uno prestado en una de nuestras paradas cerca de Horseshoe Bend, en Idaho, EE.UU. Fue la única vez que volamos juntos en parapente. Fue un vuelo memorable.

“Poco después, pude ver a mi amigo Gavin McClurg en Sun Valley. Me dijo que sería un día épico y tuve que ir a visitarlo. Tenía razón.

“Teníamos techo de 5.000m y pude hacer un triángulo de 170km. Fue sin duda el vuelo más largo en parapente de todo el viaje”.

Pero para Paul la distancia nunca es todo. “Volar en parapente es descubrir”, dice. “Cuando hallas un sitio donde nadie ha volado, tienes que arreglártelas y ser autosuficiente. Esa es la esencia”.

Y así voló desde techos de hoteles en México y desde volcanes en Guatemala. “También hice un vuelo excelente en Costa Rica. Fue una temporada dura en América Central – mucho techo bajo, mucha lluvia – así que siempre me alegraba cuando podía sacar el parapente. En la costa Pacífica de Costa Rica llovía desde hacía días, pero al final aclaró y pude planear por la costa. Muy hermoso”.

También se enamoró de los paisajes desérticos salvajes de Iquique, en el norte de Chile. “Esas enormes dunas que se deslizan hasta el mar son impresionantes”.

VUELO COSTERO Sobre la ciudad de Iquique en la zona de vuelo en la costa Pacífica de Chile

En Patagonia

Por supuesto, en la realidad no todos los sueños son tan color de rosa. “Siempre quise volar en Miraflores, Perú – y finalmente tuve la oportunidad”, dice. “Los pilotos eran excelentes, pero las reglas son muy estrictas porque hay demasiados biplazas.

“Primero dijeron que necesitábamos un permiso para usar una cámara y luego solo podíamos despegar cuando nos lo indicaban. Cuando por fin pude volar, hice un wingover y un sujeto me dijo por radio que tenía que parar. Es un lugar icónico para volar, pero no hay libertad y tienen demasiadas reglas.

“También quería volar en el Aconcagua [6.960m], en Argentina, el pico más alto de América. Por desgracia, no conseguí el permiso a tiempo – y los funcionarios del parque confiscaron mi ala para que no lo intentara. Así que Magdalena y yo nos centramos en escalarlo. Fue una locura. Había mucha nieve y tuvimos que parar a los 6.000m. Igual fue una experiencia maravillosa”.

De hecho, muchos de los vuelos favoritos de Paul en parapente en este viaje fueron espontáneos, saltos de último minuto hacia lo desconocido. “Es muy difícil planificar demasiado cuando haces un viaje tan largo en un Super Cub”, dice Paul.

“Hay cientos de factores que te pueden retrasar – fronteras, el clima, el combustible. Por eso tienes que buscar las oportunidades y aprovecharlas.

“El volcán Osorno (2,652m) en el sur de Chile fue uno de esos momentos. Ha hecho erupción unas 11 veces en la historia, así que escalarlo es muy emocionante. Me reuní con un guía de montaña y acordamos subir la mañana siguiente para volar.

“Comenzamos muy temprano y cuando llegamos a la cima, el viento era perfecto para volar. Despegué con el Tonka de 12m 2 y pude planear sobre el pico, con unas vistas hermosas del mar y del lago. Fue realmente impresionante”.

Sin duda, deben haber habido algunos momentos difíciles, ¿verdad? “Aparte de los osos, tuvimos un vuelo aterrador en el Super Cub en la Patagonia. Estábamos en el lado de sotavento de una cresta en los Andes, con un viento de 110km/h. El avión se sentía como un parapente en un rotor. Ese día sí que tuve que volar”.

El viaje terminó seis meses después de comenzar, en pleno verano del hemisferio sur, pero aunque habían llegado a Ushuaia luego de 350 horas en la cabina, aún faltaba una parada.

“Después de Ushuaia, volvimos al norte a visitar a la leyenda de los Red Bull, Andy Hediger, en La Cumbre, Argentina. Fue uno de los primeros a los que le conté mi plan y me apoyó mucho. Me dijo que no vacilara, que hiciera el sueño realidad. Es una persona locamente motivada y volar parapente con él para cerrar fue la conclusión perfecta. Me enseñó que siempre puedes ir un poco más allá”.

paulguschlbauer.at & fly-overland.com

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