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Camino real
Camino real
Normalmente, la gente recorre el camino real de Suecia, a 160km al norte del círculo Ártico en Laponia, a pie o en esquís. Pero un fin de semana de verano, Lenka Žďánská decidió ver si podía recorrerlo en vuelo…
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El pronóstico para martes y miércoles prometía sol, y el aire, luego de una semana lluviosa, comenzaba a oler a térmicas.
“¿Por qué no?”, me dije. “Es hora ver si mi sueño de verano es factible”.
Primero, mi “pequeña” mochila, en la que tendría que caber lo siguiente:
Equipo de parapente: Ala, arnés y paracaídas. Un GPS con vario, brújula, mapa, casco, chaquetas, guantes calientes (adonde iba tendía a hacer mucho frío), teléfono, cámara de video y un cargador innecesariamente pesado para cargar todos mis aparatos.
Equipo para dormir: Saco de dormir, esterilla para acampar, carpa.
Provisiones: Opté por una estrategia minimalista, pero relativamente lujosa. Mi pequeño hornillo de titanio encaja muy bien en un vaso y la pequeña botella de combustible líquido basta para hervir agua para el desayuno y la cena. Luego tomé avena y polenta porque agregas agua, pasas, nueces y canela y tienes el desayuno. También llevé sal, aceite de oliva, algunos ajos y tomates deshidratados – suficiente para comer casi tan bien como en un restaurante de calidad Michelin.
Y agua: Hay mucha en el norte, pero llevar al menos un litro es buena idea, ¿no?
Pero, ¿cómo hago que quepa todo si la bolsa no es inflable? Le quité el voluminoso protector de gomaespuma a mi arnés y lo rellené con el saco de dormir, la carpa (sin las varas), la esterilla para dormir y ropa. No estaba segura de que esto cumpliera la misma función del protector original, pero no se me ocurría otra cosa. Y funcionó. Las costuras de la bolsa estaban tensas como cuerdas de guitarra, pero tenía todo. Aunque decidí no pesarla. A veces la ignorancia es mejor.
Pero, ¿cuál era el plan? Hay un sendero de larga distancia llamado el Camino Real (Kungsleden en sueco), que baja por Suecia. Comienza en el norte, en Abisko, a 100km de Kiruna, donde vivo, y va hacia el sur, a través de las montañas, más de 400km.
Una de las secciones más escarpadas va desde Abisko, pasa por la cumbre más alta del país, el Kebnekaise (2.098m), hasta el poblado de Nikkaluokta. Son unos 110km desde Abisko hasta Nikkaluokta – y quería volar tanto como fuera posible.
Nadie lo había intentado – y estaba por averiguar qué tan posible era. Pero a pesar de todo el tiempo de planificación, de estudiar mapas, sopesar las opciones y riesgos y de imaginar cómo sería hacerlo sola, estaba muy nerviosa. ¿Qué tal si me tuerzo el tobillo en medio de las montañas? Por fortuna, mi esposo, David, es un ser racional y me ofreció comprensión y apoyo. Hizo que pareciera posible. “Hagámoslo”, pensé.
Por seguridad, decidí compartir la ubicación de mi móvil. Esta función usa Google Maps, así que cuando estás en un lugar que tiene señal, tu posición en el mapa se actualiza y puede verla quien comparta el enlace. Esto significa que David tendría una idea aproximada de mi posición – y podría llamar a la caballería si algo salía mal.
En el camino
Me armé de valor, me puse mi mochila, mi único acompañante durante los próximos días, y salí a lo desconocido, un mundo en que esperaba que los sueños más secretos se hicieran realidad.
Luego de sudar y trepar por la colina sobre Nikkaluokta, estaba ansiosa por relajarme con mi ala – y logré despegar antes de las 11am. La primera térmica me llevó unos cientos de metros sobre la cima, pero la emoción inicial se evaporó rápidamente. Volé sobre el primer valle, pero caí como ciruela madura en la siguiente cresta. El aterrizaje en un terreno lleno de piedras me costó un pie lastimado y rasguños en codos y rodillas. No sería fácil.
Me senté en la cima con la expresión y el ánimo de una rata ahogada. ¿Comenzarían a funcionar las térmicas o sería mejor bajar al auto e intentarlo otro día? Estaba desesperada por ir tras mi sueño, así que esperé un rato.
Cerca de la 1pm sentí un viento leve y cuando se hizo más fuerte despegué de nuevo. Durante una media hora, abracé el borde rocoso y esperé pacientemente lo que me esperaba. Por fin llegó – una fuerte térmica y dejé que la ola me llevara por encima de los 2.000m. Esas rocas terribles que rasguñaron mi codo, mi rodilla y mi chaqueta favorita estaban muy lejos. Finalmente me sentía segura y relajada.
Desde allí logré planear hasta el valle que lleva a la cabaña Tarfala y a un lago que no tiene hielo solo un mes al año. Es un lugar por el que es difícil ascender porque las pendientes son suaves y los valles amplios, pero entonces un ave de presa pasó cerca y comenzó a ascender.
“¡Gracias, amiga!”, grité mientras seguía a mi nueva compañera por los cielos.
Sobrevolé la cabaña Kebnekaise fjällstation y seguí audazmente. La cumbre de la montaña más alta de Suecia, Kebnekaise, ahora estaba casi a mi alcance. Allí las pendientes son más empinadas y las térmicas más fuertes.
Sobre el glaciar, donde había un grupo de montañistas, encontré una majestuosa águila de montaña y me acercaba cada vez más a la pared de Kebnekaise. Otra térmica me llevó a 2.500m y tenía toda la cresta de Kebnekaise debajo de mí. De hecho, estaba tan alto que apenas podía distinguir las figuras humanas que habían logrado llegar a la cima.
“¡Es ahora o nunca!”, pensé. Así que guié mi ala hacia el norte y volé hacia lo desconocido. Ahora, lo que me esperaba solo lo había visto en el mapa.
La vista de infinitas crestas de montaña y poderosas alfombras de nieve se abrió ante mí. En los valles, lagos que apenas comenzaban a descongelarse brillaban azules como el zafiro. Los glaciares lamían los pies de roca de las montañas gigantes. Todo el paisaje parecía estar despertando del sueño invernal.
A mi izquierda podía ver un valle verde. Tan amplio que dejaba que los rayos del sol lo acariciaran, trayendo la primavera con un mes de anticipación. Este es el valle que atraviesa Kungsleden. Traté de mantenerlo a la vista, pero las montañas empinadas, lagos prístinos y glaciares me atraían como un imán. Cambié el plan y giré hacia el valle Stuor Reaiddávaggi.
Nuevos horizontes
Salté de una cresta a la otra y volé sobre la cabaña de la montaña Nallostugan, mientras el aire se enfriaba. La nieve y el hielo gruesos no son lo mejor para las térmicas y comencé a preguntarme si me había aventurado demasiado. Especialmente porque tenía que aterrizar junto a los lagos congelados de Nállojávrrit.
Empaqué, consulté el mapa y cruce un pequeño glaciar hacia un pico sin nombre a 1.807m. El viaje hasta la cima, sobre el glaciar, fue helado y agotador y mis botas de escalar quedaron empapadas y pesadas. Mientras subía por las partes más empinadas, tuve que clavar mis botas en la nieve como si tuviera crampones.
Pero al ver desde la cumbre, olvidé el cansancio y el frío en un santiamén. El sol calentó mis mejillas, pero se hacía tarde y este tendría que ser mi hogar hasta mañana.
Saber que alguien se preocupa por mí es terrible – especialmente si no les puedo decir que estoy bien. Pero, para mi sorpresa, mi móvil se conectó a una red y pude llamar a David. La sensación fue de alivio inmediato, seguido por un hambre desesperada.
Armé la cocinilla, hice la cena y acampé. Dormí como una princesa. Pasar la noche al aire libre sobre el Círculo Ártico y a 1.807 metros es una verdadera novedad. Lástima que lo pasé dormida.
Pero en la mañana quedó claro que el despegue no sería fácil. Las cuerdas del ala tienden a atorarse – e incluso a cortarse – con las rocas que sobresalen y tuve que afinar el despegue. Luego de media hora de limpiar y ordenar las piedras en la cumbre, me sentí como una instaladora. Igual fue difícil despegar. Al final, me tomó una hora echarme a volar.
Luego del primer vuelo de la mañana, descubrí que arriba había un viento fuerte que se había llevado las térmicas y era casi imposible centrarlas. Aterricé en un valle cercano y escalé para volver a despegar. Tal vez esta vez llegaría más lejos. Planeé por los bordes de las crestas en el viento con la esperanza de llegar al próximo valle, pero al final me decidí por la opción cobarde de retirarme – seguí por el valle Aliseatnu hacia el este.
Aterricé luego de unos 20km – y comencé a caminar. “No siempre puedes volar, Lenka”, me dije. “A veces tienes que trabajar un poco”.
Salté sobre arroyos que borboteaban sobre piedras y matorrales de sauces enanos, antes de vadear el último río. ¡Qué agradable y refrescante! El poderoso y rugiente río Aliseatnu se precipitaba por el valle como un elemento imparable. Era abrumador.
Pero este majestuoso valle verde también tenía su desventaja. Llegaron los mosquitos sedientos, zumbando felices ante la llegada del banco de sangre.
Al fin llegué al pie de la montaña Báhkkabahkčohkka. Armé la carpa rápidamente y me puse mi chaqueta Gore-Tex a prueba de mosquitos y mi malla para la cabeza. Incluso así tuve que retirarme por segunda vez y ocultarme en mi carpa.
La mañana siguiente fue más tranquila. La pandilla de mosquitos parecía estar dormida, así que empaqué y partí lentamente. La vegetación desaparecía rápidamente, junto a mis insectos torturadores. Finalmente me permití el lujo de parar para descansar.
Último trecho
El clima tenía mala cara, así que no tenía sentido esperar. Cuando llegué a un despegue adecuado, despegué, es decir, planeé hacia mi destino: Abisko.
Abajo me topé con unos turistas. Fue agradable ver a alguien de mi misma especie. Charlamos alegremente mientras el sol iluminaba el valle. Hice acopio del resto de mis fuerzas y me fui a escalar al que esperaba sería mi último despegue.
El último planeo me llevó a unos 2km de Abisko. El aire comenzaba a burbujear con las térmicas del final de la tarde y me llevó más allá de lo esperado. Luego de un aterrizaje suave, me di cuenta de que había hecho realidad mi sueño – y sobreviví.
Aprendí que todo es posible si tienes suficiente valor y das el primer paso. No es fácil partir en un viaje a lo desconocido, pero, créanme, vale la pena. Además, si lo hacemos de corazón, la naturaleza parece hallar la manera de ayudarnos. Gracias, universo.