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Drenar el pantano

PANTANOS Aire brumoso y húmedo, nubes pesadas y llanuras de lodo. Scott Ritchie lo vive todo al acercarse a la frontera entre Colombia y Ecuador

Foto: Jeff Hamann

Drenar el pantano

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Jeff Hamann descubre que el Pacífico Sur colombiano es un pantano sin ley de calor y humedad, hogar de narcotraficantes, policía militar y superstición. Vuela sin reservas

El sur de Colombia fue uno de los trechos más difíciles en mi aventura por la Costa del Pacífico de América. El área entre Buenaventura, Colombia y la frontera ecuatoriana está en medio de la región de manglares Esmeraldas-Pacífico-Colombia, de más de 6.500km 2 . Un pantano enorme. La salvaje planicie costera, en su mayoría deshabitada, se extiende por entre 15 y 100 kilómetros y está llena de ríos y vías navegables. Solo Tumaco tiene una carretera que conecta con el resto del país. El resto depende del transporte en bote.

Alquilamos un Asturias III de nueve metros en Buenaventura para nuestro ‘personal de tierra’. Mi amigo Mo Sheldon nos acompañó como traductor, técnico y estimulador. También hizo de navegador, pues los tres colombianos que conducían el bote no tenían ni un mapa para navegar la costa. Ninguno había visitado el área a la que nos llevaban, lo que redefinió la expresión ‘navegar a ciegas’.

Nos tomó tres días sacar un permiso para salir de Buenaventura. La falta de planificación, la tripulación incompetente y los funcionarios se sumaron en una espera frustrante. En el hotel llamamos la atención de un agente de la DEA que andaba pescando narcotraficantes. No sé si creyó nuestra historia de volar hasta Ecuador, pero al final siguió su camino.

Conseguimos los permisos antes de las 5pm del tercer día. Celebramos con una cena con Germán, nuestro capitán colombiano. Insistió en mostrarnos el pueblo antes de ir a dormir. Buenaventura tiene mala reputación. En 2017, el presidente envió 400.000 tropas al pueblo para reducir la criminalidad. Al pasar por la zona roja, Germán nos dijo que las prostitutas costaban unos US$10, pero que la cuenta del médico llegaría a los miles.

La mañana siguiente, luego de una última inspección del bote, dejamos felices Buenaventura.

VIDA COSTERA Scott Ritchie sobre Punta Chacón, Colombia

Foto: Jeff Hamann

Sube la marea

Mi compañero Scott Ritchie y yo hicimos el primero vuelo desde una playa en la boca de Bahía Buenaventura, donde en el viaje anterior marcamos nuestro avance más austral. La playa era llana, pero el ascenso de la marea dificultó la predicción de las opciones de aterrizaje futuras.

Las mareas y el viento dificultaron la planificación del viaje. El nivel del agua era correcto en la base de los manglares cuando la marea era alta. En algunas áreas, tocones sueltos estaban regados por los bajos, incluso a 30 metros de la costa. Solo las grandes bocas de los ríos prometían costas de arena con marea alta, pero muchas estaban sucias de vegetación podrida que llegaba con la corriente. Más de una vez pasamos el punto de aterrizaje planificado en busca de mejores condiciones.

En general, el viento soplaba hacia el mar hasta mediodía. Las fuertes térmicas que venían de la selva nos perseguían. Ascendimos por encima de las nubes en dos ocasiones para escapar de ellas y fuimos recompensados con condiciones suaves, aunque frías. Entrar y salir de los cúmulos a 1.000m fue un placer poco frecuente. La nubosidad era total y se hacía más densa en las tardes. Aterrizamos antes de la lluvia de la tarde más veces de las que habríamos querido y la atravesamos una que otra vez.

Guapi fue nuestra base de operaciones las siguientes dos noches luego de dejar Buenaventura. El poblado de 30.000 habitantes es un centro regional de comercio y el río Guapi es su alma. Pequeños cargueros llegaban con propano y cerveza y se iban con bananas y madera. Una barcaza en medio del río era la estación de combustible. El agua se bombeaba directamente desde el río hasta los lavabos de nuestro hotel a orillas del río. Lavábamos los cepillos de dientes con agua mineral.

Las dos tardes caminamos por el pueblo. Había pequeños botes pesqueros en toda la ribera. Se vendían algunos pescados enteros y otros fileteados, salados y colgados para secarse. Al oscurecer, Mo vio varias mujeres embarazadas con paraguas. Le preguntamos a una el porqué y dijo que la luz de la luna era peligrosa para el feto. El recepcionista del hotel lo confirmó y agregó que un eclipse era aún más peligroso, incluso para niños pequeños.

Hablamos con un policía que cuidaba una fortificación frente a la estación de policía. Nos explicó que estaban en alerta debido a dos eventos recientes. Un compañero fue tiroteado mientras patrullaba y dos hombres en una motocicleta lanzaron granadas al cuartel de policía. Le preguntamos si las FARC eran responsables y se encogió de hombros. Admitió que nadie sabía el porqué de la violencia en el área. Siempre había sido así.

SALTO ENTRE NUBES Scott escapa de vientos marinos sobrevolando el parque nacional Sanquianga, Nariño, Colombia

Foto: Jeff Hamann

El sinnúmero de canales hace de los manglares un excelente escondite. Si bien la violencia ha bajado en el norte del país, el narcotráfico, los secuestros y la violencia cuasi-política de las FARC sigue plagando al sur. Una vez tuvimos una experiencia aterradora con un par de locales en medio de la nada. Pedimos ayuda para pasar un arrecife, pero nos llevaron hasta una aldea en ruinas, donde insistieron en que atracáramos. La tripulación estaba aterrada. Tan pronto el sujeto que nos guiaba saltó del bote para halarnos hasta la playa, retrocedimos y nos fuimos a toda velocidad. Según el capitán de puerto en Tumaco, Majahaul es un área muy peligrosa.

Nuestra tripulación reclutó a un guía local para llevar la panga de vuelta al río Guapi. Llegamos con la marea alta y al día siguiente nos sorprendió la cantidad de bancos de arena. Scott y yo luchamos contra el viento en contra y la lluvia, pero logramos hacer 100km antes de regresar a Guapi en la noche.

Les compramos camarones frescos a los pescadores y en el hotel nos los prepararon para cenar. Increíblemente sabrosos. Totalmente distintos a los congelados y precocidos de casa.

Aguas embravecidas

Luego de solo volar 55km al día siguiente en condiciones cada vez peores, empacamos las alas empapadas y partimos a Tumaco para las próximas dos noches. Fue una lucha de tres horas en aguas turbulentas, y cuando finalmente llegamos al lado oeste del pueblo, la marea estaba demasiado alta para pasar debajo del puente y llegar al pueblo. Dar la vuelta tardó otros 45 minutos. Un mapa nos habría ayudado, pero solo teníamos las imágenes satelitales de mi iPad. La tripulación no tenía idea.

Germán insistió en parar en los bajos para orinar antes de llegar a puerto. Mientras esperábamos, la dirección de la panga se dañó y el bote lo embistió. En el caos perdió sus dientes postizos. Observamos mientras hurgaba en el fondo lodoso. Fue asqueroso, pero fue difícil ocultar las carcajadas. Unos niños hallaron los dientes al día siguiente y los recuperó por unos pocos pesos.

Esperábamos reunirnos con un piloto colombiano de paramotor en Tumaco, pero me envió un texto disculpándose. Cuando venía de Ipiales, se topó con una barricada terrorista. Dos autos habían sido detenidos y sus ocupantes asesinados. Dio marcha atrás rápidamente.

Tumaco era cinco veces más grande que Guapi, con carreteras pavimentadas y estaciones de servicio de verdad. Por desgracia, había una fuerte escasez de gasolina. Debido a una inexplicable disputa política, sus 160.000 habitantes no habían recibido combustible en más de una semana. Creo que la tripulación se sintió aliviada. No hicieron un gran esfuerzo por reparar la dirección o hallar combustible.

Perdimos un día entero por los temores de la tripulación (no querían regresar a Majahual por los supuestos terroristas); la fatiga (viajar sin mapas era estresante y agotador); y la incompetencia (trataron de reparar la dirección con chapuzas). Finalmente intervinimos y hallamos combustible y repuestos. Compramos combustible en la parte trasera de una estación, a tres veces su valor habitual. 50 motocicletas esperaban delante.

Al día siguiente salimos temprano en busca de un banco de arena mientras la marea era baja. Tardamos más tiempo de lo esperado porque muchos bajos eran lodosos y suaves. La tripulación nos ayudó a llevar el equipo a un punto más firme, pero la marea se retiró tan rápido que la panga quedó varada casi de inmediato. Nos tomó seis horas empujarlo a aguas más profundas.

Jeff, Scott y Mo celebrando un nuevo bote, nueva tripulación y un nuevo comienzo en Tumaco

Los bajos de lodo de río Rosario eran muy grandes, así que volamos 20km por la bahía de Tumaco hasta Pizarro con la panga siguiéndonos. Scott y yo ascendimos hasta el techo a 300m, pero una lluvia aislada y el techo bajo hicieron difícil mantener el bote a la vista. Estábamos empapados cuando llegamos a Pizarro, girando entre dos borrascas. Cuando la tripulación nos alcanzó, ya estábamos listos para atravesar la borrasca hacia el noroeste. La segunda empapada duró poco y ya estábamos casi secos cuando llegamos a Salahonda.

La tripulación no quería seguir adelante ni siquiera aventurarse a la orilla en Salahonda, así que Scott voló en círculos mientras yo seguí hasta Majahual. Una fuerte lluvia dañó mi radio y cuando di vuelta no pude reportarme. Temblaba sin cesar. Me acurruqué en el arnés para conservar el calor y volé directo a Salahonda, donde esperaba la tripulación. Scott estaba preocupado y verme encorvado en el arnés no ayudó. Finalmente levanté mis pulgares.

Aterrizamos en Salahonda, pero la tripulación no iría por nosotros hasta que nuestras alas estuvieran dobladas y estuviéramos listos para abordar. Al principio de la tarde regresamos a Tumaco, en un clima que mejoraba. que parecían aptas para volar. Fue un vuelo de 15km hasta Boca Grande, donde pasaríamos la noche en un hotel manejado por la esposa de Heriberto. Para cenar nos sirvió cangrejos frescos del manglar, sacados de un corral detrás de la cocina. Nos aplicamos mucho repelente y tratamos de evitar las picadas de mosquitos. Sin pensarlo, tomé limonada y pasé la noche lamentándolo. Por fortuna, el parásito me dejó en paz antes del amanecer y estuve listo para volar.

Hicimos inmigración en Colombia antes de dejar Tumaco. Por fortuna, el funcionario no tuvo problema con que pasáramos la noche en Boca Grande antes de irnos. Heriberto aseguró que no era seguro aterrizar fuera de la costa, donde podría recogernos rápidamente. Con esto en mente, despegamos frente al hotel y nos fuimos a Ecuador. Mo y Heriberto se quedaron atrás, pero faltaban 110km y el viento era de 10km/h. No podíamos esperar.

Cuando giramos después de Cabo Manglares, la velocidad aumentó. La panga no estaba a la vista, pero le reportábamos a Mo por radio. Al acercarnos a la frontera, las playas se hicieron más amplias y vimos enormes bancos de arena a kilómetros de la costa. Seguimos un camino sobre los bancos de arena, acortando la distancia a recorrer y apegados al recorrido del bote. Enormes bandadas de alcatraces cubrían algunos de los bancos y miles de pelícanos pescaban. Pequeños botes echaban sus redes para sacar camarones y peces.

Al llegar a Ecuador, la panga nos había alcanzado. Exploramos algunas granjas y aldeas antes de aterrizar en Cabo Santa Rosa. ¡Llegamos a Ecuador! Era la pierna que más me preocupaba y había sido de las más fáciles, pero faltaba el trámite migratorio con todo nuestro equipo.

Scott y yo volamos 15km hasta Canchimailero y de vuelta antes de recorrer los últimos 8km río arriba hasta San Lorenzo en la panga. Era más pequeño que Tumaco, pero más civilizado. Nadie nos acosó en el muelle. Dejamos el bote con la tripulación y fuimos a la capitanía de puerto con Heriberto. Lo que habría tomado días en Buenaventura, tomó cinco minutos en San Lorenzo. El capitán ni siquiera vio el equipo que llevábamos.

Inmigración estaba abierta en nuestro segundo intento. El agente preguntó por qué el sello de salida de Colombia era del sábado y era lunes. Le expliqué que nos demoró la falta de combustible y pareció satisfecho. Siguió Mo, pero el ordenador no reconoció Canadá. Mo preguntó cuándo fue la última vez que había procesado a un ciudadano canadiense. Lo pensó y respondió, “nunca”. Las pilas de cartas sobre su escritorio eran colombianas. Los turistas no entran a Ecuador en bote desde Colombia, pero nosotros sí – y estábamos felices de haber dejado Colombia.

A VOLAR Una bandada de pelícanos emprende el vuelo mientras Scott y Jeff sobrevuelan la playa

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