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La primera vez de Pérez
El fuerte golpe del cierre de la puerta del auto despertó a Pérez, que, asustado dio un salto, dijo mierda y buscó nervioso su pistola en los bolsillos de la chaqueta.
- Tranquilo Pérez – Felenni desde afuera se palmaba el costado izquierdo del pecho – que te la tengo yo. - Hijo de puta. - Que la tuya es santa seguro. – Felenni miro a todos lados buscando personas - Estamos por llegar a Osorno Pérez, ¡te dormiste! Eres un hijo de perra de los míos. Bueno, voy a comprar algo para comer mientras Sánchez carga el auto. Oye, Sánchez, ojo que ahí viene el mono. - Tráeme unos Viceroy´s, un café, chicles. - Saca de los míos Pérez, están en la guantera. - Felenni, estas mierdas son Kent uno- pero Felenni ya se
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alejaba levantando el dedo del medio por sobre su cabeza. - ¿Quién cresta puede fumar esta porquería? - Ni se te ocurra fumar acá. - Sánchez, no me huevees. - Yo digo no más, que no tengo ganas de morirme, o quemarme. - mientras, Pérez levantaba los hombros desganado metiéndose un cigarro en la boca lo que hizo girar por completo a Sánchez - ¡Hey! Lo que hagas en Argentina es problema tuyo Pérez, pero hasta cruzarte para allá a mí no me huevees, ¿estamos? Mejor ándate lejos que aquí llega el mono y te va a decir lo mismo. - Hola buenas, ¿Cómo le va? Treinta mil de noventa y cinco por favor. Jodida se puso la cosa anoche…
Pérez dejó atrás la conversación de su compañero con el bombero y se alejó lo suficiente para no hacerlos explotar, llegando a la orilla del camino. Cruzando la carretera un campo con vacas le pareció un cuadro antiguo de esos que siempre odió en la casa de su abuela. Pocos autos cruzaban frente él y cigarro en los labios recibió en silencio los rayos de sol que empezaban a levantar la mañana. ¿Quien mierda se lo había cagado? El plan era perfecto, parecía perfecto. Alguien habló, eso estaba claro. ¿En quién podía confiar? De Felenni podía estar seguro, era un viejo compañero de La Napa. ¿Sánchez?, debía ser miembro también si andaba con Felenni. Y sería re huevón en venir con ellos. ¿Quién se lo cagó?
- ¡Pérez! ¡Vámonos!
¿Quién? Era la gran pregunta que sin duda también rumiaban sus compañeros. Podía confiar en Felenni, pero ¿Por que éste le había quitado la pistola? Apagó su segundo cigarro maldiciendo los Kent uno y se encaminó de vuelta al auto sin disimular sus pensamientos. El nunca había usado un fierro y no se pensaba como un pendejo de gatillo fácil, pero debía reconocer que su amanecida histérica le daba el punto a Felenni. Se revolvió el pelo con ambas manos parea despejar la mente y apuró el paso. Por primera vez sintió hambre.
- Toma Pérez, te traje un pan. ¿Qué quieres? Ave pimentón, ave palta o huevo con jamón. - Eres un real hijo de puta Felenni. - ¿Lo quieres o no? - ¿Y el café? – Gruñó Pérez tomando el pan. - Los tengo yo – dijo Sánchez que ahora se sentaba atrás.
El auto se metió rápido a la carretera, cada uno comió y bebió en silencio. El calor de finales de noviembre empezaba a hacerse notar y Pérez, el único desarmado se quitó la chaqueta.
- ¿Estaba bueno Pérez? - ¿Qué cosa? - El ave pimentón. - Dame mi pistola Felenni. - ¿Para qué la quieres? - Es mía.
- En Argentina no podrás llevarla Pérez, se vuelve conmigo. - Cállate Sánchez –ordena Felenni - ¿Estaba bueno o no? - Dame mi pistola Felenni. - Si me contestas la pregunta. ¿Estaba bueno o no el puto pan? - No. - ¡Claro que no!– Felenni le entregó la pistola sosteniéndola firme un segundo.- Nunca más Pérez. - En verdad, perra o puta quedan cortos para nombrar a lo que te parió Felenni. - El mío estaba bien bueno. - Cállate Sánchez, nadie te preguntó.
Los campos del sur pasaban iguales unos tras otros. Ningún restaurante por el camino, pocos autos, solo vacas y pasto. Sánchez ojeaba una revista mirando de reojo a Pérez que estaba perdido en el paisaje. - Pérez. - Qué quieres Sánchez? – Se apuró en contestar Felenni. - Quiero saber cómo mierda se te ocurrió la idea Pérez. - ¿Quién te dijo que fue idea mía? - ¿De quién entonces? – Pérez se encogió de hombros como única respuesta- Si no fuera tuya te habrían cargado ya, como a los otros tres en Santiago. - ¿Tres? - Sánchez, cállate. - ¿Eran Napa? - No Pérez, parece que no. Pero de serlo se los cargaron igual.
Mil muertos no es para dejar cabos sueltos. - Felenni prendió un cigarro. - ¿Por eso vas sentado atrás Sánchez? - Tranquilo genocida hijo de puta que si te tuviera que matar ya estarías muerto. - Sánchez no seas imbécil y guarda esa basura. Somos todos Napa aquí y los Napa somos leales. No se nos olvide eso par de pendejos. Y Sánchez, déjate de estupideces, tu no tienes los huevos para hacer lo que hizo Pérez. - ¿Has matado Sánchez? - Qué te importa. - Nada. Pero debería estar volando a Tailandia en primera y no escuchando preguntas de un pendejo imbécil. - Ya vendrá Pérez. Tranquilo – le consoló Felenni palmándole el hombro y mirando amenazante a Sánchez por el retrovisor - Primero lleguemos a Argentina, después, veremos. - ¿Quién la habrá cagado? – Salió jugando Sánchez. - La Napa no está comprometida, es lo que importa. – Pérez guardaba su pistola sin mirar atrás. - Igual, no puede quedar así la cosa. – Sánchez se inclinó hacia delante poniendo su cabeza en medio.- Vamos Pérez dime ¿como se te ocurrió? - Nunca había matado. - ¡Y te cargaste a mil huevones de una! - Sánchez, déjalo. Es una orden.
- Fue por las noticias. - Felenni y Sánchez se miraron, quedando
en silencio a la espera del diálogo que Pérez parecía tener consigo mismo. -Vi como un repartidor de comida rápida era asaltado por la gente. No le hicieron nada pero se llevaron toda la comida. Lo dejaron seco. No pudo o no quiso defenderse, lo trataban como a un compañero. Algunos empezaron a comer ahí mismo, bailando, cantando. El video no tenía audio. – El auto tomó la autopista que llevaba al paso Cardenal Samoré- Pensé: Qué fácil sería matarlos de un solo golpe. Monos de mierda, se vuelven locos por un poco de comida. Lo demás fue fácil, un simple cálculo. Cincuenta motoristas con veinte sándwich cada uno, repartiéndolos por rutas llenas de manifestantes, todos envenenados. Listo. – Sánchez silbó, Felenni dijo con orgullo qué hijo de puta. Pérez continuó – Tipo seis de la tarde empezaron a caer los primeros. Sin golpes, ni peleas. Caían al piso botando espuma por la boca con ataques epilépticos. Un golpe perfecto.
- Pero alguien habló. – Dijo Felenni. - Sí, alguien habló.
A las diez de la mañana llegaron al paso fronterizo Cardenal Samoré que estaba casi vacío. La monotonía de camiones y pasajeros recurrentes estaba rota por cuatro radio patrullas estacionadas frente a la cafetería con un fuerte contingente de carabineros.
Los tres tenían prohibido oír radio o hacer contacto por
celular durante el viaje, pero sabían perfectamente qué estaban haciendo ahí esos carabineros, era parte del protocolo después de un ataque terrorista como el de ayer. Durante todo el camino los GPS estuvieron apagados, el internet desconectado. No podían saber si una foto de Pérez estaría publicada y todos estaban perdidos, eso era un asunto que solo podría aclarar quien los esperaba: el capitán Guzmán.
En la oficina Sánchez fue a preguntar por el capitán para entregarle los quesos de Loncoche que le mandaba su prima Leonor. Pérez y Felenni esperaban escondidos en el auto, listos para arrancar y ejecutar el plan C si las cosas se ponían feas. Sánchez no sospechaba que podían abandonarlo.
Sánchez y Guzmán entraron en la cafetería, saludaron a los oficiales y conversaron un rato de cosas familiares y de la última tragedia. La pantalla del televisor capturaba la atención de todos en el salón con los reportajes del ataque. Una niñita de seis años murió envenada. Terminado el café se encaminaron al auto con paso tranquilo conversando de quesos. El capitán Guzmán se apoyó en la ventana, tirando el humo de su cigarro hacia adentro.
- Habrá que ver que existen locos de mierda en este mundo. - Si usted lo dice capitán. – respondió Felenni tranquilo de recibir la contraseña. - No lo digo yo. Cosa de ver las noticias. ¿Los señores Quintana
y Silva supongo? – Felenni y Pérez asintieron - Un gusto, capitán Carlos Guzmán. – Les tendió la mano que tenía envuelta en un chaqueta dejando caer unos paquetes – Sus pasaportes señores, por favor preséntenlos en la cabina tres. Antes deberán conversar con un teniente que acaba de llegar de Osorno. Señor Quintana, creo que el teniente conoce bien a su primo Miguel, el de la lechería que siempre está a punto de quebrar. Bueno, suerte señores. - Guzmán. – Dijo Felenni haciendo un gesto con la cabeza. - Señor Silva, un honor. Déjeme estrechar su mano. Todo un héroe. -Gracias capitán. – Respondió Pérez con desgana - ¿Se sabe algo más del atentado? - Qué pregunta más huevona Pérez. - Dirá Silva, señor Sánchez, qué pregunta más huevona Silva. Sabe Sánchez, mejor espéreme en la cafetería que le pago luego lo de mi prima. - Silva, claro, claro. Si se supiera algo más Silva, no podría cruzar por aquí ¿o no? –Sánchez fue al maletero, sacó un bolso y luego metió por la ventana medio cuerpo– Antes, por favor devuélvanme mi jockey y chaqueta. – Una vez las tuvo en sus manos remató – Ahora soy el único armado, señor Silva – guiñó un ojo y se alejó.- Bueno, suerte. - ¿De dónde conoce a estos pendejos señor Quintana? - Preguntó molesto el capitán Guzmán. - No lo sé capitán, me los pasan así, verdes. Si esa es la nueva
Napa, jodidos se vienen los tiempos. – Felenni por primera vez consideraba una suerte salir del país. - En fin. No señor Silva, no se sabe mucho. Solo malas teorías. Todos estamos despistados. Por el momento claro. Mejor dejar de perder el tiempo como viejas copuchentas. – le dio unos golpes al techo del auto. – buen viaje y saludos al Arriero. - En su nombre Guzmán.
El auto cruzó la frontera sin problemas por la cabina tres. Cuatro carabineros lo revisaron antes por completo y comprobaron los antecedentes de los señores Quintana y Silva. El teniente se mataba de la risa recordando al primo Miguel Quintana y su mala suerte con la lechería. La broma que hizo de que sus lácteos eran más peligrosos que los sándwichs envenenados de la plaza Italia le hicieron poca gracia a Pérez, pero igual se tuvo que reír.