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Fase interrumpida

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Fátima

Fátima

Fase ininterrumpida

La primera canción que escribí, a los doce años, decía yo sé que puedo ser invisible, yo sé que nadie sabe que existo. Sentía que no hallaba mi lugar, no entre muchachas que compartían secretos y hablaban de primeros besos. Bailaban reggaetón en las fiestas y salían a tomar café con los chicos de otros colegios. En mi casa me escondía bajo las sábanas y soñaba con músicos estadounidenses.

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Cebras rojas comenzaron a decorar mis muñecas a los quince, escondidas bajo pulseras de mostacillas y macramé. Me cambiaron a un colegio mixto, artista. Donde no se usaba uniforme y se tuteaba a los profes. De repente, en clases de matemáticas o biología, me entraba el pánico y me retiraba al baño a llorar. Irracional, pero verídicamente, me sentía rota. Estaba triste todo el tiempo. Me encontraba fea

y tonta, sin nada qué aportar a nadie.

A los dieciocho no entré a la universidad. Quería estudiar música pero mi padre me dijo que no era lo suficientemente talentosa para hacerlo. Comencé a trabajar en librerías, en restobares. Me echaron de todos ellos. Apenas podía levantarme de la cama, me comía todo lo que pudiera encontrar. Mis pseudoamigos entraban a ingenería o a psicología. Aún no podía encontrar un camino alternativo. Dejé de juntarme con ellos, la vergüenza de ser inútil era intensa.

Me emborraché en fiestas de las cuales me echaron. Me dejé tocar detrás de las cortinas y me llamaron maraca. Con diecinueve años comencé a buscar amor desechable. Me gustaron todos mis nuevos amigos, traté de acostarme con todos ellos. Fumé marihuana hasta que mis ojos perdieron su color natural. Cebras rojas corrieron en círculos aún ocultos. La taza del baño se llenaba después de cada comida.

Entré al instituto, técnico en sonido. La primera semana nos fuimos a Bellavista con mis compañeros nuevos, tomamos hasta que nos sacaron del bar por alboroto. Fumamos mota en el parque Bustamante. Me fui al hostal de uno de ellos y desperté sin calzones. Lloré todo el regreso a casa en micro. Me sequé las lágrimas antes de entrar y dije que tenía dolor de cabeza.

Tenga paciencia, hija. Solo es una fase.

Me llevaron de vacaciones a la playa. Las olas imitaban los abrumadores pensamientos intermitentes. No me sentía cómoda estando en familia. Me devolví antes a Santiago, busqué todas las pastillas de los botiquines de la casa. Cualquier cosa para apagar la tormenta que se había anidado en mi pecho. Robé una botella de vodka del negocio de la esquina y lo mezclé con jugo en polvo de naranja. Me senté en el pasto del patio trasero.

Tragué cada una de las pastillas hasta quedar inconsciente. Mi madre me encontró inconsciente, sin polera y con vómito en mi hombro derecho. Me llevó a la urgencia a que me hicieran un lavado de estómago.

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