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Quieres un abrazo?
El cumpleañero está amarrado a la mesa en posición de delfín en red. Se mueve como si aleteara para poder soltarse de las cuerdas que sujetan sus muñecas y tobillos. Sus amigos siempre han sido así de ridículos, haciendo todo tipo de estupideces. Solo puedo murmurar la palabra tontos y sonreírle. Su hermano me sonríe de vuelta, como diciéndome que está de acuerdo conmigo. Lo veo acercarse mientras el otro grita su nombre para que lo ayude a soltarse. Creo que el pecho se me va a colapsar. Entonces, huyo hacia el baño.
Cuando salimos a comprar al negocio de la esquina, me quedo atrás a propósito. No sé de qué hablar con los demás. No sé de qué hablar con él. Siempre tiene algo que decir, yo nunca sé cómo responderle. Siento que lo decepciono. Prendo
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un cigarro y trato de calmarme mientras veo las hojas que planean a lo largo de la calle. Él se acerca a mí, creo que no puedo respirar.
“¿Vas a tomar?” me pregunta.
“No sé” respondo como acto reflejo. Sé que no debería, pero a lo mejor el alcohol hace que la voz en mi cabeza se apague. Me ha estado diciendo toda la noche lo patética que soy. “Lo estoy pensando.” No es que vaya a matarme, ¿o sí? Mi psiquiatra me ha dicho que no puedo mezclar medicamentos con alcohol. Pero, a lo mejor es la única forma de salir viva de aquí.
En la terraza, ya tengo un vaso de vodka con jugo de naranja. Las mejillas me arden y siento el cuerpo más suelto. Me río más fácil, con más ganas. Su hermano está parado encima de una silla dando un discurso heroico sobre su difunto pez. Él se acerca y bromeamos sobre la situación. Me hace sentir más interesante, más simpática, más divertida.
Hasta yo sé que en algún momento todo se acaba.
Estoy en su pieza, acostada en su cama, y su olor me envuelve. Lloro porque lo quiero y él no podría quererme jamás. Porque soy rara, porque tengo problemas, porque soy un desastre, porque... mil y un razones. Porque la ropa me queda apretada y me río feo y no soy inteligente y además mis ojos están muy
juntos y no sé nada de los superhéroes que a él tanto le gustan.
Después de tocar la puerta, lo siento entrar. Conozco su presencia de memoria. Lo podría distinguir en una multitud. Estoy tan abrumada que cuando se acuclilla frente a mí y me toma la mano, entierro mis uñas en su piel. Debería dejarme aquí, yo solo podría causarle daño. Pero no se va.
“¿Qué pasa?”
No creo que alcance a escuchar mi murmuro. “Te irás de todas formas,” le digo.
Se acuesta junto a mí y me hace cariño en el pelo. Me muerdo los labios y decido que esta es la última vez que lo haré pasar por esto. Por mis caídas abruptas y mis torpes angustias que nunca servirán de nada. Nunca se irán.
Cuando por fin dejo de tiritar, trato de respirar hondo. Lo abandonaré antes de que él lo haga.
“Oye”, me dice con el ceño fruncido una vez que me levanto de la cama y me dirijo hacia la puerta.
“¿Qué?”
“¿Quieres hablar?”
“No, gracias.”
“¿Quieres un abrazo?”
“No quiero que me toques.”
Me duele herirlo. Sin embargo, me voy.
Al final de la noche, me despido de su hermano con un abrazo. No lo miro cuando salgo del departamento.