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Mi primera vez
Guau...no será mucho hablar de eso!
Además puede ser, sin mucha novedad, susto o a escondidas.
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Pertenezco a la época en que no se probaba la torta de chocolate antes de casarte. Era todo un tema salir del baño en camisa de dormir y decir por ejemplo “estaba fría el agua”...pero ahí no más quedará este cuento y la imaginación puede viajar a donde quieran.
De esa primera vez nació una linda familia lejos de Santiago.
A orillas del Lago Ranco, en una casita encantadora pintada de rojo vivíamos felices. No necesitábamos mucho, no teníamos luz, ni lujos. El camino era pésimo pero nuestra puerta pintada
con flores se abría y acogía a los lugareños y a los turistas que llegaban a vernos. Era un lugar idílico en que pasamos la etapa de crianza de los niños.
Un día se nos vino la necesidad de colegio para los niños y arrendamos un depto. en Osorno y matriculamos a los dos mayores en el colegio Francés. Al poco tiempo me di cuenta que había sido una mala decisión. Estar sola con los niños que pasaban enfermos era, sin duda, un error. Después de un semestre, varios resfríos, muchas pestes y piojos, los saqué del colegio y volvimos al campo. Me conseguí unos programas de estudio y por “primera vez me convertí en profesora”.
Teníamos una rutina diaria. Poco tenía que ver con el programa.
Hacíamos palotes, gimnasia, cantábamos, huerta y juegos. Poco a poco los palotes se fueron convirtiendo en letras y las letras en palabras. Fuimos jugando con los números y aprendimos a sumar y restar con terneros y vacas. Así estuvimos casi dos años.
Después de esos años entraron a una escuela con número, donde aprendieron a socializar con niños más sencillos y a conocer la vida desde otro lado. Después, de otros dos años volvimos a Osorno y finalmente a Santiago, donde todos se convirtieron en hombres y mujeres sencillas, profesionales,
amantes de la naturaleza, buenos deportistas y muy buenos cantantes.
Esa fue mi primera y única vez como profesora y dio buen resultado.
Por otra parte, me encanta la torta de chocolate.
Francisca Valenzuela Santiago
Miedo irracional
Tres intentos de despegue y el avión no tomaba altura. Claramente estábamos en tierra y despegar había sido un intento fallido. Nos mirábamos entre los pasajeros con cara de “qué raro” hasta que se escuchó el anunció del capitán: “Estimados pasajeros por un desperfecto en el avión deberemos esperar un tiempo antes de poder retomar el vuelo”.
El avión se volvió un “avión terrestre” por casi 3 horas. Pasadas esas 3 horas, nos comentan que una vez que den la orden de apertura de pista, vamos a despegar.
Así fue, despegamos sin problemas.
Pasó el rato, ya en vuelo y logro enterarme de que la falla había sido una manguera hidráulica cortada. En ese momento
empecé a sentir inseguridad de estos monstruos que yo consideraba indestructibles.
Me fui el vuelo completo hasta Miami aterrada. Ponía los pies en el piso del avión y la sensación de que no estaba en tierra me aterraba. Realmente fueron 8 horas desagradables.
Muchos años después fue el accidente arriba de un ascensor, donde caí varios pisos y salí caminando, fracturada casi por completo, pero caminando.
Si pensaba que ese vuelo había sido de terror, el ascensor era la peor pesadilla posible porque pensaba que ahí mismo se terminaba mi existencia.
Meses después de haber salido viva de esa caja de metal china, me subí a un avión.
Previo a ese viaje, había hablado con mi psiquiatra porque pensaba que iba a ser la película de terror en vivo y en directo como primera persona, me recetaron una dosis de ansiolíticos y otras drogas que me dejaron como una babosa.
Todos sabemos que los remedios no son para siempre y que las dosis se absorben en el cuerpo, cuando eso pasó, miré la cabina y sentía que esto era un juego de niños.
Primer tramo: Santiago – Barajas. Segundo tramo: Barajas – Roma. Tercer tramo: Roma – Bari.
Con cada tramo, el avión era cada vez más chico, donde cada nube era una turbulencia segura. Me fui leyendo como si estuviera en el living de mi casa.
Esas vacaciones fueron agradables igual que las otras que habíamos pasado en familia, se terminaba el descanso, había que volver.
De Bari a Roma el avión era una caja de fósforo, de Roma a Barajas era el mismo modelo de avión.
Previo a subirnos, nos preguntan insistentemente si queríamos mandar el equipaje de mano por carga sin costo adicional. La respuesta fue “no” en múltiples ocasiones, porque como siempre dice mi mamá “en el bolso de mano siempre hay que llevar lo fundamental y que esté a tu alcance”.
Nos subimos a la caja de fósforo con alas y despegamos… despegamos, pero no tomábamos altura. La tripulación alterada, los pasajeros desesperados y yo mirando con cara de “qué tiene esta gente”. Miro mi reloj y me da la agradable información que solamente íbamos a unos metros de altura. Ahí entendí el pánico de la gente, pero no me inmuté, dije “si sobreviví a un ascensor, esto no es nada” y me puse a
tranquilizar a las personas. Una vez en Barajas, las personas se arrodillaban a la entrada y daban un beso al suelo como cuando el Papa llega a un país. En mi cabeza no entendí ese miedo, porque ya había pasado por algo peor sola.
Hoy en día, cuando viajo, me voy tan relajada que por lo general no siento las turbulencias.
Ese antes y después del ascensor hizo que muchos de mis miedos se esfumaran y estoy agradecida en parte por haber dejado de lado situaciones que me generaban ansiedad.