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Roberto

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Trampolín

Trampolín

Cuando Roberto terminó de limpiar el revólver, lo miró con detención. Le gustó el brillo que había logrado y con sus dedos recorría los grabados que tenía. Acercándolo a sus ojos intentaba descifrar qué significaría cada una de esas marcas. Y esbozando una sonrisa sintió orgullo del buen negocio que había hecho. No era cualquier arma. Luego cargó las balas en el tambor y la guardó en su mochila.

- Ven a visitarme hoy -le había dicho su padre temprano en la mañana-. Y así aprovechas de conocer el auto que me compré, y te quedas a almorzar. Llega antes para que demos una vuelta.

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- Te felicito por el auto – mintió-. Puedo llegar como a las 12.

Se puso su polerón azul que tanto le gustaba, unos jeans y el jockey blanco con las letras NY. No le dijo nada a su madre. Se miró al espejo, acomodó la visera del gorro dándole la curvatura justa y salió, cerrando la puerta con cuidado.

Caminó lentamente las diez cuadras que separaban su casa de la de su padre. Miraba con más atención que otros días cada detalle: la panadería de la esquina, la señora que atendía, los perros que deambulaban. Le llamó la atención el color del cielo. De vez en cuando se detenía, miraba hacia atrás y tocaba el revólver que llevaba en su mochila.

Frente a la puerta de la casa de su padre le volvió ese temblor en la mano izquierda que tanto le incomodaba y comenzó a sudar. Sintió la garganta seca y con dificultad logró tragar saliva. Hace cuatro meses que no lo veía. Respiró profundo y tocó el timbre.

- ¡Qué bueno que viniste! Si quieres deja aquí tu mochila para que vayamos a dar una vuelta en el auto. Vas a quedar loco.

Prefiero llevarla conmigo.

- Aproveché que en la pega me dieron un bono que me alcanzó para el pie y la primera cuota. Casi ni dormí pensando en mi nueva joyita.

Roberto subió y quedó impresionado con el olor a auto nuevo, así como con los asientos revestidos en cuero.

- Es un 4x4, con un sistema de cambios que puede acelerar hasta 100 kilómetros en 30 segundos- dijo mientras pisaba firme el acelerador.

Roberto sentía cómo se adhería al respaldo y le llamó la atención que el motor casi no hiciera ruido.

- Harto mejor que el cacharro de tu mamá. Le he dicho hasta el cansancio que lo cambie. Pero, claro, nunca me ha hecho caso.

- Podrías aprender a manejar. Nunca entendí por qué no quisiste aprender. A mí me enseñó mi papá cuando tenía 16 años. Por eso manejo como manejo – dijo mientras aceleraba en la curva y ambos se inclinaban hacia el mismo lado.

- Si retomaras la Universidad podrías soñar con llegar hasta donde yo he llegado. Y eso que estoy comenzando. Me ha ido bien… Supe por ahí que se están viendo harto con el Matías. Roberto sintió que el pecho se le apretaba.

- No me vayas a salir maricón. Flojo, burro, hasta lo podría aceptar. ¿Pero Maricón? Estoy pensando hacer un viaje al sur con la Josefina. Va a ser un placer con esta joyita.

Fue ahí que comenzó a abrir sigilosamente la mochila, intentando disimular el temblor de su mano, pero se le hacía cada vez más difícil. Y cuando el auto se detuvo frente a la casa de su padre, tomó el arma, puso el dedo en el gatillo, cerró los ojos y disparó.

La bala le reventó la cabeza. La sangre estaba por todos lados. Trozos de sesos habían quedado pegados en el techo, en los asientos, en los vidrios…

Su padre comenzó a gritar, como un loco.

Karen Schwend Santiago

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