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La niñita saltarina

Cuando llega la primavera, todo se vuelve mas verde, los pájaros cantan, las flores se abren para saludar al sol y todo el mundo parece estar sonriente y feliz. Esa mañana, el campo estaba cubierto de un silencio, donde se podía escuchar la conversación de la naturaleza. Era un día de sol y paz.

La abuela, pasó a buscar a sus nietos, Juanito y Sol, para salir a caminar como lo hacían casi todos los días.

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“Espera”, dijo Juanito, “tenemos que llevar pan para darle a los patos de la laguna”. La verdad era, que en el tranque había un solo pato y más de 20 gansos, pero ellos insistían que eran todos patos. Y si los patos grandes, como ellos llamaban a los gansos, los correteaban, era porque se les

había olvidado llevarles comida, y eso era un problema inmenso porque se ponían muy bravos.

Y así partieron, con una bolsa cada uno para los patos, Juanito en su bici y la Sol empujando su choche de muñecas. Los seguían, el Roquero, el perro de Juanito y el Edi, el gato de la Sol. Por el camino, la abuela aprovecharía de cosechar algunos limones y mandarinas.

Los niños iban muy contentos jugando y cantando. Al llegar a la orilla del tranque comenzaron a tirar migas de pan y todos los gansos se acercaron aleteando y metiendo mucho ruido. Los niños les prometieron volver al día siguiente con un poco del queque que estaba haciendo su mamá, porque Juanito estaba seguro que el pato chico estaría de cumpleaños.

Antes de volver a la casa, dieron la vuelta al tranque, pues al otro lado había un manzano, con unas manzanas exquisitas y la abuela les había prometido que les haría un apple strudel. A ellos les encantaba subirse al manzano para ayudar a cosechar, así que partieron corriendo para allá. Pero algo los detuvo.

Tendida bajo el manzano, había una niñita que nunca habían visto. Juanito corrió a su lado. Ella se paró y comenzó a saltar. Estaba asustada, pero Juanito se le acercó, la tomó de la mano y le ofreció una manzana. La aceptó, pero no se la comió. No hablaba nada, solo saltaba y saltaba de un lugar a otro, hasta

que cayó rendida bajo el manzano. Estaba muy pálida, casi verde.

“Lelita, parece que está enfermita, porfa llevémosla a la casa y llamamos al doctor”. La abuela se acercó a la niña para ver si tenía fiebre. Estaba muy fría y notó en sus ojos una enorme pena. Todos se acercaron a ella para darle calor. Juanito no le soltaba la mano y la Sol le prestó su muñeca. El Roquero y el Edi también estaban pegaditos a su lado, dándole calor. Le cantaban “duérmete mi niña, duérmete mi amor”.

Cuando la “niña saltarina”, por fin se durmió, la abuela llamó al tata para que los viniera a buscar en la camioneta.

Antes que llegara el abuelo, apareció saltando un sapo grande de muchos colores, muy lindo. Se paró frente a ellos y miró a un lado y al otro. Cuando vio a la niña dormida, comenzó croar y a dar saltitos de alegría. De un salto llegó a la niñita y le dio un beso. La niña se estremeció y comenzó a moverse. En el cielo apareció un rayo de luz como un arco iris y de pronto la niñita se convirtió en un sapito tricolor precioso. Los sapitos se abrazaron y saltaban de alegría. Hicieron un gran saludo con la cabeza y se fueron saltando al tranque donde fueron felices para siempre.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

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