DangDai 14: Que florezcan libros

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艺术

A R T E

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avier Álvarez es un ingeniero santafesino que dirige la empresa Integra Aura, que trabaja junto a la China State Construction Engineering Corp. en sus inversiones en el país. Pero lo que aquí importa es que es un coleccionista indómito, y que cuando vivió en Londres para hacer un posgrado universitario se enamoró de la porcelana china. La capital británica, junto con Hong Kong, Nueva York, París y más recientemente Beijing, son la meca de ese viejo arte oriental que conmovió a la Europa de sus siglos expansivos cuando aventureros, mercaderes y conquistadores traían del Lejano Oriente piezas que ellos jamás habían visto en tanta calidad. El secreto, cuenta Álvarez, era el kaolín, un componente de la arcilla china que no se encontraba en la europea, y que por tanto permitía la confección de una porcelana única. Si bien la porcelana o variedades de cerámicas han sido producidas en China con evidencias que llevan a más del 20 mil años, los períodos dinásticos Tang y Han, y los posteriores Yuan, Ming y Qing, son quizás los que generaron algunas de las piezas que han inspirado a la creación de grandes colecciones y miles de aficionados y autodidactas alrededor del mundo. Los Emperadores y su interés por las artes y las porcelanas impulsaron la creación de increíbles piezas de arte. Entre ellos Álvarez menciona que nunca se deja de sorprender al estar frente a una porcelana creada durante los períodos de tres emperadores: Kangxi, su hijo Yongzheng y su nieto Qianlong. “Su alto componente de polvo de piedra, el kaolín –cuenta Álvarez- permite que cuando la pieza se cuece a temperaturas mayores a 1000 grados se vitrifica y logra un estado casi sin poros, imposible de conseguir con otros materiales. Europa sólo tenía una cerámica más rústica e incapaz de lograr un esmalte traslúcido. Luego está el trabajo de los artistas chinos que en diversos períodos crearon una comunidad única para combinar tradición y conocimientos traducidos en formas esmaltes y de colores maravillosos”. China tuvo, con mecenazgo imperial, hornos reales que produjeron una cantidad notable de porcelana, palabra que en Occidente derivaría del italiano porchetta, un caracol marino pequeño de concha nacarada. Esa porcelana empezó a llegar a Europa, sin contar lo que cuenta la leyenda de Marco Polo unos siglos antes, en especial

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De Acá a la China. Por AM 750

FIGURAS EN UN JARDÍN ROCOSO. Porcelana pintada, probablemente de los años 30.

El coleccionista de porcelana "Somos custodios de piezas de cientos de años que nos eligieron para cuidarlas", dice Javier Álvarez.

瓷 器收藏家 a partir del siglo XVIII, primero cargadas por portugueses, holandeses e ingleses. De allí, a todo Occidente, también a Argentina. Aquí arribaron piezas muy interesantes como, entre otras, algunas en la época temprana colonial; en ciudades como la antigua Santa Fe la Vieja se hallaron platos de la dinastía Ming. Más tarde, por ejemplo las que engordaron la colección del ex presidente Urquiza. O una fuente, acaso para afeitarse, que perteneció a Rivadavia y forma parte del Museo de la Casa Rosada, para no hablar de coleccionistas privados y sus tazas, utensilios o vasijas, algunos donados al Museo de Arte Oriental—cuyos tesoros guarda el de Arte Decorativo pues no tiene sede propia— por familias pudientes que imitaron la pasión victoriana por el Orientalismo. “Pero en mercados de calle, o en subastas en Londres, a veces se encuentran cosas sorprendentes”, dice Álvarez, siempre atento a oportunidades, allá o en los anticuarios y remates de Buenos Aires. El coleccionista, señala, aprende en la

práctica, tocando y conociendo piezas en colecciones y museos de todo el mundo. Sólo 10% de las piezas que hay tiene marca (el sello imperial de la dinastía, o de un artista, como pasó sobre todo en la República de China de 1912/49), pero el resto puede ser igual de valioso y excelente, dice. Con la porcelana sucede lo que con otras artes. Una conjunción irrepetible de factores culturales, históricos, sociales, geográficos y de concepción del mundo lleva a concretar en una pieza sublime y singular. Más de 25 millones de piezas viajaron a Europa y sus colonias en los siglos XVIII y XIX. Hoy los mayores coleccionistas son los propios chinos, proceso que acompaña la re-emergencia china como potencia. Ellos pagan fortunas por una obra de los años Ming o Qing. “Tener una de ellas es algo ritual que aún vibra por el espíritu de sus creadores. Nos hace recordar —piensa Alvarez— que sólo somos custodios durante nuestro paso por la tierra de estas piezas de cientos de años que nos eligieron para cuidarlas”. ■


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