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política
Opinión
Cómo encarar un nuevo pacto Raúl Arlotti Profesor de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Belgrano.
Ante la crisis y la cerrazón con que se nos presenta el futuro, la falta de un horizonte hacia el que poner la proa, el no hallar los modos para ir al encuentro de un futuro digno de ser vivido y, a la vez, dejar atrás los intereses que frenan el cambio, se sostienen con la impunidad y la corrupción, suele apelarse, una y otra vez, a la idea de realizar un nuevo pacto. Frente al panorama actual de la sociedad argentina, hablar de cambio significa lisa y llanamente la eliminación de instrumentos y elementos inadecuados para la convivencia social, el desarrollo humano y económico, estructurando una red de decisiones que nos proyecten hacia el largo plazo y nos permitan salir de la constante dependencia de una coyuntura agobiante.
Nuestra historia política muestra que la subsistencia institucional está atada a las espaldas de quien ocupe la Presidencia de la nación, como si allí fueran a descansar las aspiraciones de toda la sociedad. Semejante concentración del poder permite el surgimiento de una clase gobernante y traba la formación de sectores dirigentes, además de posibilitar la aparición o sucesión de caudillos que se replican como modelos desde el gobierno nacional hasta muchas organizaciones que, sustentadas en la idea de representatividad, acaban en modalidades que mucho se parecen a la apropiación del poder. Se suma a ello el hecho que nos muestra la experiencia histórica: cuando la autoridad y el poder no descansan en la misma cabeza, entonces el conflicto se hace esencia de la política nacional. Sería ilusorio soñar una sociedad sin conflicto. Pero también es imposible imaginar un futuro próspero en una sociedad que no alcanza un grado suficiente de consenso para enfrentar los cambios profundos que se requieren, después de décadas acumulando errores que
Desafío Exportar | Junio 2022
concluyeron en un cuadro que no permite, por momentos, siquiera reconocer a la sociedad que fuimos. Otro punto que merece ser sacado a la luz es aquel que refiere a la forma del Estado. El modo y método de regular las relaciones de poder entre el gobierno nacional y los gobiernos provinciales y municipales, como forma de distribución vertical del poder, presenta una clara disociación entre la norma y la realidad. El sistema federal, tal como ha funcionado hasta hoy, actúa como factor de resistencia para la integración nacional y el impulso social del país. No lo hace en vistas a un desarrollo homogéneo y a metas trazadas a la luz de una política de mejor realización del país. Tal disfuncionalidad en el sistema federal se debe, en buena medida, al ejercicio indiscriminado de la actuación del gobierno nacional, que lleva a cercenar, por un centralismo informal pero real, el poder propio de cada provincia y de los municipios. El grado de influencia del gobierno nacional sobre las decisiones provinciales es directamente proporcional al de desarrollo de cada provincia, de tal modo que las