El reto de una nueva vida para los conjuntos monásticos desamortizados del medio rural en una sociedad cambiante Julio Ramón Sanz ■ Licenciado en Historia del Arte
Director del IAACC Pablo Serrano
1 ■ LA RESTAURACIÓN DE CONJUNTOS MONÁSTICOS, PUNTO DE PARTIDA Enfrentarse a un edificio histórico que se encuentra sin uso, el cual puede encontrarse en un grado de conservación dispar, incluso en ruina, y plantear uno nuevo para él, constituye un ejercicio primero teórico y luego práctico que, sin lugar a dudas, ha de tomarse con la cautela suficiente. El cambio de usos de los edificios no es algo que haya surgido recientemente, sino que ha sido recurrente a lo largo de la historia. Quizá los más estudiados o conocidos han sido los procesos transformadores de templos por parte de los conquistadores: de iglesia a mezquita, de mezquita a iglesia, etc. Pero la conceptualización del hecho de conservar los valores históricos y patrimoniales de un edificio o conjunto de ellos para dotarlos de nuevos usos es algo que surge en la edad contemporánea, cuando se descubren los valores patrimoniales de la arquitectura histórica. Por tanto, resulta de gran utilidad realizar un pequeño recorrido histórico por lo que ha sido la teoría y la práctica de la restauración del patrimonio heredado1. Interesante es conocer las distintas sensibilidades y planteamientos ante la intervención en obras de arte, principalmente inmuebles. No será hasta la segunda mitad del siglo XIX cuando se empiece a plantear el concepto de restauración arquitectónica y, por ende, la búsqueda de la conservación de los inmuebles en los que se interviene. Será el francés Viollet le Duc (1814 – 1879) quien pondrá las bases de una intervención en el edificio o la obra heredada de una manera muy activa. Para él, restaurar un edificio no era mantenerlo, ni repararlo, ni rehacerlo, era devolverlo a un estado completo que pudo no haber existido nunca pues se abría a la posibilidad de rehacer y mejorar la edificación, completando las partes desaparecidas con elementos inspirados en las formas de la misma época y estilo. Frente a Viollet, el inglés John Ruskin (1819 – 1900) entendía que no se podía intervenir en los monumentos, no aceptaba la restauración dado que era un intento de resucitar algo sin vida. El respeto a los efectos del paso del tiempo, la denominada pátina, estableciendo como solución que lo que se debía hacer era mantener correctamente los edificios, lo que posteriormente se denominará conservación preventiva, con una intervención mínima, rechazando la “restauración en estilo” propiciada por Viollet le Duc. Este movimiento denominado antirrestauro fue continuado por William Morris reafirmándose en la idea de que la restauración era una actividad destructiva para la arquitectura histórica, y cuestionando la posibilidad de devolver un edificio a su aspecto original. El austriaco Aloïs Riegl (1858 – 1905)2 introdujo el punto de vista del espectador, de hecho, lo que para un hombre contemporáneo podía ser considerado como monumento éste, cuando fue creado, pudo no serlo y, del mismo modo, la subjetividad podía provocar que la intervención a realizar cambiase de sentido. La restauración podría considerarse como Una publicación que sintetiza la historia de la restauración hasta finales del s. XX es la de Ascensión Hernández Martínez, Documentos para la Historia de la Restauración, Universidad de Zaragoza, Departamento de Historia del Arte, Zaragoza, 1999. Constituye una herramienta imprescindible para introducirse en el debate que suscita algo tan interesante como la intervención en obras de arte desde sus primeros planteamientos en el s. XIX. 2 RIEGL, A. El culto moderno a los monumentos: caracteres y origen / Aloïs Riegl (traducción de Ana Pérez López). Boadilla del Monte (Madrid), A. Machado Libros, 2017. 1