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tercio del siglo XX, por Jordi Maluquer de Motes
Jordi MALUQUER DE MOTES*
La puesta a punto de una tecnología capaz de emplear productivamente la energía eléctrica y de transportarla a larga distancia, sin pérdidas insoportables, constituye uno de los grandes cambios técnicos que han modificado la historia de la humanidad, de un modo muy particular en lo que concierne al desarrollo económico moderno. Si esto es siempre cierto, todavía lo es más en el caso de aquellos países cuya dotación de recursos energéticos no permitió, antes de fines del siglo XX, un proceso de industrialización vigoroso. Justamente las economías de la Europa meridional, casi sin excepción alguna, vieron frenado su crecimiento en la centuria pasada, entre otras razones, por la escasez de la energía inanimada determinante en aquella fase histórica del desarrollo económico: el carbón mineral.
La explotación de la energía hidráulica y su empleo en forma de electricidad, a gran distancia de los lugares en que ésta era generada, vinieron a ser, por lo tanto, una especie de liberación frente a uno de los más graves obstáculos que debían afrontar esas mismas economías. Su importancia estratégica pudo ser por ese motivo muy grande.
Del mismo modo en que lo estamos formulando casi tres cuartos de siglo después, supieron comprenderlo ya buena parte de los observadores contemporáneos. Al repasar su período de responsabilidad al frente del Ministerio de Fomento, Francesc d'A. Cambó, por ejemplo, anunciaba que la energía hidroeléctrica se había de convertir, en unos pocos años, en un «arma formidable de dominación económica» y comparaba su trascendencia con lo que había supuesto la red ferroviaria en el siglo anterior: «los grandes aprovechamientos
* Universidad Autónoma de Barcelona.
y los grandes transportes de energía hidroeléctrica tienen una importancia capital, que va creciendo de día en día y no es arriesgado afirmar que serán en el presente siglo, un hecho económico universal tan importante como lo fueron los ferrocarriles en el siglo pasado». '
Es un hecho conocido que en ese período, cuando comenzaron a tomar cuerpo los procesos de electrificación de las distintas regiones españolas, algunas iniciativas empresariales de origen catalán, o por lo menos orientadas al mercado catalán, dieron lugar a la explotación de determinados recursos hidráulicos aragoneses con la finalidad de transferir energía hacia el mercado formado por el área industrial y urbana de Barcelona y su entorno comarcal más próximo.
Me propongo analizar, en los párrafos que siguen, la problemática de las transferencias de energía eléctrica entre Aragón y Cataluña durante el primer tercio del siglo XX a la luz de este tipo de consideraciones. 2 Revisaré ahora, brevemente, los proyectos que se ultimaron entonces y su realización para valorar, luego, el monto de las transferencias de electricidad, su papel dentro del conjunto del sistema eléctrico catalán y la transcendencia que pudo tener para ambas regiones el mantenimiento de ese flujo de energía desde una a la otra.
LA HULLA BLANCA CONTRA LA HULLA NEGRA
En los comienzos de la historia de la electrificación en España, hasta el estallido de la Guerra Civil, pueden distinguirse claramente dos etapas. La primera abarcaría desde los ensayos iniciales, a partir de 1875, hasta mediados de la segunda década del siglo XX. Estaría caracterizada por el bajo consumo, medido en términos per cápita, por la producción a pequeña escala y por la dispersión en lo que concierne a la distribución geográfica de la misma. La explicación de ello reside, obviamente, en la necesidad de mantener una correspondencia casi absoluta entre producción y consumo a causa de la imposibilidad de realizar transportes de fluido a larga distancia.
En consecuencia, la provincia de Barcelona, en la que se registraba el grueso del consumo a causa de la importancia de la aglomeración urbana e industrial metropolitana, producía una proporción muy alta de la electricidad total demandada por el sistema económico catalán. En general, las grandes concentraciones del consumo requerían de grandes centrales de generación de electricidad de carácter térmico y, por ello, el sistema eléctrico se encontraba condicionado por la disponibilidad y precio del carbón mineral.
1. CAmsó, Francesc d'A.: Vuit meros al Ministeri de Foment, Barcelona, Editorial Catalana, 1919, pp. X y XXVI. La traducción es mía. 2. Este trabajo se basa en «L'electricitat», título de la aportación de mi exclusiva autoría en la obra colectiva Producció i consum d'energia en el creixement económic modem: el cas catalá (inédita), que realicé junto con Jordi Nadal, Albert Carreras y Caries Sudriá.
Desde los años iniciales de la década de 1911-1920, en cambio, la realización de grandes trabajos hidroeléctricos en los Pirineos y en otros puntos, posibilitados por los cambios en la tecnología del transporte de electricidad y de la gran ingeniería civil, determinaron importantes modificaciones en la localización de la producción y permitieron, por primera vez, transferencias a larga distancia sin pérdidas de energía económicamente insoportables. La hulla blanca sustituyó a la hulla negra.
Las posibilidades de producción de la zona pirenaica adquirieron valor súbitamente. Sólo entonces, a la vez que aumentaba de forma espectacular la producción total —y también, con ella, el consumo—, quedaría bien establecido el clásico distanciamiento entre generación de fluido y utilización productiva del mismo. Su efectivo aprovechamiento, en los años de la Primera Guerra Mundial e inmediatamente posteriores, daría paso a la hegemonía de la hidroelectricidad en el sistema eléctrico de nuestro país.
La batalla por el control de los potenciales saltos de agua se había iniciado ya, sin embargo, en la década anterior de forma muy especulativa, atendiendo a las esperanzas, bien fundadas por otra parte, de alcanzar ganancias considerables en la negociación de los derechos de explotación obtenidos por los concesionarios. Luis Rouviére se había reservado las concesiones del Noguera Ribagorzana, Hermenegildo Gurriá las del Segre, Emilio Riu las del Alto Flamicell, Domingo Sert las del Noguera Pallaresa, Coll, Espiell y Bielsa las del Bajo Ebro y Fajardo las del Ésera. Estas últimas pasarían más tarde a Francisco Bastos y, finalmente, a Manuel Bertrand. Sobre ese panorama complicado de posibilidades se iba a plantear, en última instancia, el contencioso entre una serie de grandes grupos financieros y empresariales para dominar los aprovechamientos estratégicos cara al abastecimiento del suculento mercado de la zona industrial catalana.
Cuatro grupos de promotores y financieros entrarían inicialmente en la disputa por ese patrimonio hidráulico. El más potente de ellos, encabezado por el ingeniero norteamericano Frank Stark Pearson, se iba a hacer de inmediato con la que venía siendo empresa líder del sector, la Compañía Barcelonesa de Electricidad bajo control de la poderosa Allgemaine Elektrizitáts Gesellshaft (A. E. G.), que poseía la más potente central térmica de Cataluña y de España y la mayor parte de la red eléctrica del área urbana barcelonesa.
Con tales bazas, Pearson no tardaría en absorber la red y los recursos del más grande de sus competidores, el consorcio franco-suizo constituido bajo el nombre de Energía Eléctrica de Cataluña. Tampoco iba a resistírsele mucho tiempo la empresa vasco-catalana Sociedad Productora de Fuerzas Motrices, promovida por Emilio Riu y titular de la concesión de algunos saltos muy destacados en el Pallars, pero carente de cualquier posibilidad de acceder a un número regular de abonados.
Muy pronto iba a quedar solo frente a un único grupo competidor patrocinado por Catalana de Gas. Esta empresa autóctona era ya copropietaria, de hecho, de las instalaciones y servicios de la antigua Central Catalana de Electricidad, fundada en 1896 por iniciativa de las dos compañías de gas barcelonesas
entonces existentes, que explotaba una central térmica relativamente pequeña en la calle de Vilanova y distribuía fluido a través de una red propia en la misma capital catalana, en competencia con la red de la Compañía Barcelonesa de Electricidad.
La Central Catalana de Electricidad disponía, para 1911, de una potencia instalada de 5.000 HP, con la que facturaba 3,8 GWh a un número total aproximado de 6.500 abonados. No eran dimensiones excepcionales, ciertamente. Pero, en cambio, poseía algo muy valioso desde el punto de vista estratégico: una red de cables de distribución en la ciudad y, con ello, el control de un espacio urbano significativo, aunque menor que el de la Compañía Barcelonesa de Electricidad. Cumplía así una condición necesaria para ofrecer resistencia a las iniciativas auténticamente avasalladoras de Pearson. La otra condición necesaria, y ahora, además, suficiente, había de ser la capacidad de producir fluido de origen hidráulico en condiciones que permitieran alcanzar una competitividad satisfactoria.
LOS SALTOS DEL ÉSERA: LAS REALIZACIONES DE CATALANA DE GAS
En el momento de efervescencia en lo que atañe a la constitución de grandes empresas dispuestas al aprovechamiento de la hidroelectricidad, el grupo articulado alrededor de Catalana de Gas se dispuso a competir con las mismas armas. Así, en el propio año de 1911 se constituía en Barcelona la Sociedad General de Fuerzas Hidroeléctricas con un capital en acciones de doce millones de pesetas, suscrito en su totalidad mediante una aportación de tres millones de pesetas de la casa M. Bertrand e hijo y el resto por Catalana de Gas y Central Catalana de Electricidad.
La Sociedad General de Fuerzas Hidroeléctricas disponía de tres series de concesiones hidráulicas de cierta importancia. En primer lugar, las del río Ésera, en la provincia de Huesca, traspasadas por Bastos a Bertrand y aportadas por éste al activo hidráulico de la Sociedad. En segundo lugar, un conjunto de saltos en el Noguera Ribagorzana, en el límite de las provincias de Huesca y Lérida. Finalmente, una serie de opciones en la parte alta del Noguera Pallaresa, situadas en la comarca de Esterri d'Aneu, que habían sido adquiridas a Emilio Riu.
Este paquete de concesiones representaba inicialmente una suma total superior a 160.000 HP de potencia. Todo el conjunto presentaba, sin embargo, dos grandes inconvenientes: la práctica inaccesibilidad de los saltos motivada por la falta de medios de comunicación, y singularmente de carreteras, y la distancia excesiva de los futuros centros productores respecto del núcleo consumidor barcelonés, en comparación con las centrales del grupo encabezado por Riegos.
Ante el elevado volumen de las inversiones necesarias, y el riesgo que comportaban, el empresario francés Lebon, propietario de la segunda compa-
ñía gasista de Barcelona, se retiraba del proyecto. Ya en 1912 Catalana adquiría los derechos de Lebon sobre Central Catalana de Electricidad, de la que quedaba como única propietaria, por la cantidad de ocho millones de pesetas. Una vez que pudo disponer en exclusiva del negocio eléctrico, Catalana procedió a absorber a la recién nacida Sociedad General de Fuerzas Hidráulicas.
De forma inmediata la nueva Catalana de Gas y Electricidad emprendía un plan de producción ambicioso basado en la realización de grandes obras hidroeléctricas en el Ésera. Frente a su propia tradición conservadora, la empresa se iba a lanzar, en esta ocasión, a una amplia emisión de obligaciones hipotecarias, empezando a fines del mismo año 1912, que serían muy bien recibidas por los ahorradores. A pesar de este vigoroso arranque, Catalana no conseguiría competir de verdad con las empresas del grupo fundado por Pearson en la batalla por la captura del mercado catalán y había de quedar en una posición momentáneamente muy marginal a causa de la lentitud de sus trabajos.
De hecho, la construcción de la primera central hidroeléctrica comenzó en 1914. Las obras consistían en la construcción sobre el río Ésera de una presa de 80 m de longitud y 5 m de altura, un canal de 8.871 m de largo, cubierto, y de unos 4.000 m adicionales descubiertos, para atravesar el congosto del Ventamillo. Al llegar a Seira se provocaría el salto de Run, compuesto por dos conducciones forzadas, de 4 m de diámetro y 1.100 m de longitud cada una, hasta alcanzar la central, capaz de producir 35.000 HP. 3
Al mismo tiempo hubo que tender una línea de transporte de 225 Km de longitud a una tensión de 110.000 voltios, la más elevada de Europa en aquellos años, desde Seira hasta las subcentrales de Terrassa, Sabadell, Sant Adriá del Besós y Barcelona (calle Vilanova), así como una nueva central térmica de reserva situada en Sant Adriá del Besós, junto a la estación transformadora. La nueva térmica no pudo ser inaugurada hasta 1917 y el salto de Run, con una potencia inicial limitada a 12.000 HP, hasta el 6 de agosto de 1918.
Sólo en 1919 se consiguió, por lo tanto, transportar a Barcelona una parte de la energía hidroeléctrica producida en la nueva central aragonesa. En ese preciso momento comenzaron las transferencias de energía eléctrica desde Aragón a Cataluña. Para entonces, Catalana compraba unos 3,5 Gwh a Riegos y Fuerza del Ebro, la empresa líder del grupo fundado por Pearson. Dicho de otro modo, Catalana, que había aspirado a convertirse en una de las empresas eléctricas líderes en el mercado catalán, había quedado limitada a la función de distribuidora en el espacio urbano barcelonés.
Los años de la Primera Guerra Mundial fueron muy negativos, por consiguiente, para el desarrollo del negocio eléctrico de Catalana. Esto había de ser doblemente perjudicial ya que, en ese mismo lapso, el grupo encabezado por Riegos incrementaba de forma muy espectacular producción y facturación y
3. VIDAL BuRrmis, Francesc: «L'evolució hidroeléctrica de Catalunya», Economia i Finances, XIII (1930), 8, pp. 128-130; 9, pp. 144-146; 13, pp. 215-217; y 15, pp. 339-340. Véase p. 144.
multiplicaba su penetración en el mercado, a base de adquirir un número muy importante de pequeñas empresas eléctricas para conectar los sistemas locales a su propia red general.
Conviene subrayar las principales motivaciones de ese resultado. En primer lugar, las dificultades financieras de la empresa, derivadas de la profunda crisis de su negocio principal, la producción y venta de gas manufacturado, provocada por la rapidísima elevación del precio de los combustibles sólidos a nivel catalán, español y mundial.
Una segunda causa estaba determinada precisamente por la irrupción en el mercado catalán de un grupo de potentes empresas extranjeras, dispuestas a la explotación de la energía hidroeléctrica, y que se implicaron en una feroz competencia de precios para expulsar a los competidores. Semejante dinámica resultaba necesariamente ruinosa a corto plazo. Mientras tanto, Catalana seguía vendiendo electricidad de origen térmico producida con carbón carísimo y utilizando instalaciones obsoletas de muy bajo rendimiento.
Un tercer motivo, no menos importante que los anteriores, consistía en la calidad relativamente mediocre de su patrimonio hidráulico. El coste del transporte de los implementos necesarios al escenario de la producción, en un valle casi inaccesible del Pirineo aragonés, resultó muy elevado y, junto a las pesadas cargas financieras derivadas de la forma de financiación a que se hubo de recurrir, produjo una grave sobrecapitalización. El coste por caballo de vapor instalado alcanzó a casi cuadriplicar el de la Sociedad Productora de Fuerzas Motrices, a duplicar el de Energía Eléctrica de Cataluña y a superar en más de un 26% al de Riegos y Fuerza del Ebro. 4 La ventaja estaba, en todos los casos, del lado de las empresas del grupo competidor.
La gran guerra, más bien beneficiosa para el conjunto de la economía regional a causa de la neutralidad española en la misma, afectó muy negativamente a Catalana de Gas y Electricidad. A partir de 1919 la situación comenzó a mejorar con la instalación en Seira de dos unidades más de 12.000 HP, hasta completar 36.000 HP de potencia, y con la construcción de las obras de la central de Puente Argoné, también sobre el Ésera, donde se instaló un grupo generador Piccard Pictet Oerlikon de 5.000 HP. Más adelante, se puso en funcionamiento una central auxiliar de 1.000 HP en Campo y se explotó el Salto de Arias, sobre el Cinca, con una potencia de 3.500 HP. Esta última central pertenecía a la Sociedad Eléctrica del Cinca, a la que Catalana arrendó sus instalaciones y negocio, con una red de distribución extendida en la zona entre Barbastro y Lérida, en 1918.
El comienzo de la explotación del utillaje hidroeléctrico coincidió con una segunda circunstancia favorable a Catalana: el acuerdo alcanzado con el grupo de Riegos y la consiguiente elevación de las tarifas para el servicio a los abonados. Así, el total de energía eléctrica para alumbrado producida por Catala-
4. SOLER, Juan: «Las fuerzas hidro-eléctricas en Cataluña», Electricidad, 57 (septiembre de 1923), p. 12.
na saltaba de 6,2 Gwh en 1918 a 12,3 Gwh como promedio en 1925-1926. Pero seguían siendo cifras muy bajas.
En la práctica, cuando Catalana pudo disponer de recursos energéticos relativamente abundantes y baratos, ya había perdido toda opción a proyectarse a través de las dos vías posibles: ampliación del mercado, extendiendo la red de suministro, o profundización del mismo, mediante el servicio para consumos industriales y para tracción. Ambos caminos eran ya impracticables a causa de la anticipación del grupo liderado por Riegos y la captura de todas las oportunidades existentes por sus empresas.
Catalana de Gas y Electricidad había quedado irremisiblemente condenada a actuar como exclusiva suministradora de consumidores domésticos, en número probablemente bastante elevado, dentro de una área limitada a algunos sectores de los mercados urbanos de Barcelona y Lérida y una zona rural de pequeñas dimensiones a caballo entre las provincias de Lérida y Huesca. Esta situación era irreversible, en mi opinión, a corto y medio plazo y proporcionaba, vistas las características del mercado, expectativas de rentabilidad muy comprometidas. De ahí que la decisión de la empresa de desprenderse de su negocio eléctrico, cuando surgió una buena oportunidad para realizarlo, parece plenamente racional y justificada.
EL EFECTIVO APROVECHAMIENTO DEL ÉSERA: COOPERATIVA DE FLUIDO ELÉCTRICO
La ocasión para Catalana de Gas y Electricidad surgió de las dificultades con que tropezaría un nuevo grupo autónomo nacido en 1918 de la iniciativa de un numeroso conjunto de grandes consumidores. Se trataba principalmente de industriales textiles, pero también de empresarios de otros sectores, organizados en una Asociación de Consumidores de Fuerza Motriz Eléctrica de Cataluña contra los acuerdos entre los dos grupos eléctricos hegemónicos, Riegos y la propia Catalana, en orden a una sustancial elevación de tarifas a sus clientes.
La Asociación se fijó bien pronto el objetivo de intervenir directamente en el campo de la producción y distribución de electricidad. A fines de 1920 y comienzos de 1921 promovió la constitución de la sociedad anónima Cooperativa de Fluido Eléctrico, con un capital de 25,3 millones de pesetas enteramente suscrito por los mismos fundadores. En su consejo de administración se encontraban dos representantes del Banco de Cataluña, junto a buena parte de los nombres más ilustres de la industria catalana.
El objetivo fundacional básico consistía en convertirse en «instrumento de emancipación de las Compañías (eléctricas) monopolistas». 5 O, como
5. PUJOL, Eugenio: «La cooperativa de consumidores de fuerza eléctrica», Electricidad, 22 (octubre de 1920), p. 10.
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escribía otro técnico, librar «al consumidor de la explotación que se entiende injusta, abusiva, desconsiderada, por parte de las Empresas eléctricas que abastecen el mercado local o regional».
La tentativa aparecía como muy ambiciosa, pero las dificultades tenían que ser también muy grandes y quizá no habían sido correctamente evaluadas. En todo caso, alguno de esos técnicos mostraba un escepticismo más que regular acerca de las efectivas posibilidades del proyecto: «no es tan sencillo —escribía Juan Soler— construir y explotar grandes centrales eléctricas como construir y explotar fábricas de tejidos».
Efectivamente, la operación no resultó tan sencilla como sus promotores imaginaban. Cooperativa consiguió en seguida una serie de siete saltos de agua en el Pirineo y Pre-Pirineo a través de la absorción de la Hidroeléctrica del Cadí, sociedad sospechosamente recién fundada por iniciativa de Joan Pich i Pont, un pintoresco personaje que alcanzaría a tener alguna notoriedad en la vida política catalana. A la vez se adquiría una serie de yacimientos de carbones inferiores en la misma zona geográfica pirenaica.
Los problemas comenzaron a aparecer cuando se trató de ejecutar la construcción de alguna central para producir fluido y servirlo a los clientes comprometidos para el segundo semestre de 1923, fecha en que vencían numerosos contratos cerrados diez años atrás entre industriales vinculados al proyecto de Cooperativa y las empresas del grupo Riegos. Entonces se comprobó que, a pesar de los dictámenes técnicos positivos, los recursos energéticos básicos con que contaba Cooperativa eran francamente mediocres.
Los saltos de agua pertenecían a las cuencas altas de dos ríos distintos, Segre y Llobregat, aunque situados en una área geográfica bastante reducida y armónica. Cuatro de ellos presentaban un considerable desnivel pero un caudal escasísimo: dos en el riachuelo Aigua de Valls, afluente del Cardener, un tercero en el propio Cardener y el último en el río de la Vansa, afluente del Segre. El otro subconjunto correspondía a tres saltos situados en el mismo Segre, río caudaloso pero de regulación y explotación prácticamente inviable. De hecho, en este último caso el proyecto preveía la construcción de embalses reguladores de muy pequeña capacidad.
Tras una importante crisis en la sociedad, resuelta con la salida del consejo de administración de Cooperativa por parte de Pich i Pont y de sus tres compañeros procedentes de Hidroeléctrica del Cadí, se decidió abandonar aquellos proyectos y construir una central térmica en Adrall, a la vez que una línea de 110.000 para el transporte de fluido desde allí a San Andrés, en Barcelona, y un conjunto de líneas distribuidoras a través de las comarcas industriales cercanas a la capital catalana, con especial incidencia en Sabadell, Terrassa, Mataró e Igualada.
Aun así, Cooperativa no logró servir a sus clientes del área barcelonesa en los años de 1925 a 1927. Por ello se hizo necesario encontrar una salida de
6. GALLEGO, E.: «Notas de actualidad», La Energía Eléctrica, 1921, 8 (25 de abril), p. 86.
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emergencia, finalmente aceptada por los accionistas en junta general extraordinaria celebrada el 15 de diciembre de 1926. Allí se presentó y aprobó un importante acuerdo de colaboración con la empresa suiza Motor Columbus, Société Anonyme d'Entreprises Électriques y se procedió al saneamiento financiero de la sociedad con la incorporación de nuevos accionistas franceses y suizos.
Se acordó reanudar la construcción de la central térmica de Adrall y se cerró, para ello, un acuerdo, con las Sociétés Anonymes des Foyers Automatiques, como representante de la Internacional Combustion Engineering Corporation de Nueva York, que contemplaba otros aspectos de la necesaria operación de relanzamiento.
Finalmente, a consecuencia de todo ello, se lograba poner en marcha, en 1927, la central térmica de Adrall. La consolidación del grupo pasaría, además, por un acuerdo de arrendamiento y opción de compra del patrimonio eléctrico de Catalana de Gas y Electricidad a favor de la propia International Combustion Engineering Corporation firmado en julio de 1927. A fines de año quedaba formalizado este contrato, pero con Cooperativa de Fluido Eléctrico como subrogadora de las obligaciones y derechos de la mencionada entidad norteamericana y ya en el año siguiente se procedía a la correspondiente conexión de instalaciones y redes.
La coordinación de los negocios de Catalana de Gas y Electricidad y Cooperativa de Fluido Eléctrico, bajo la dirección de esta última, tenía inicialmente la enorme virtud de la complementariedad. Catalana disponía de un excedente potencial de energía en los saltos del Ésera, pero un mercado limitado a los consumidores domésticos del sector de la ciudad de Barcelona en que estaba implantada su red de distribución. Cooperativa no lograba valorizar su mediocre patrimonio productivo, pero contaba con una red de distribución amplia y un cierto número de consumidores industriales, probablemente bastante grande y además muy importante en cuanto a las cantidades de energía que estaban dispuestos a contratar.
Cooperativa pudo, por fin, aumentar el número de abonados y la facturación, a la vez que reducía la producción en su central térmica de Adrall. La hulla extraída de las minas pirenaicas bajó de 33.111 Tm en 1929, año de hidraulicidad especialmente escasa, a 4.050 Tm en 1933. Finalmente, en 1934 no se extrajo ni una sola tonelada y se procedió al cierre de la térmica de Adrall.
Desde 1928 hasta 1935 la producción hidroeléctrica, procedente del Ésera en su casi totalidad, creció hasta duplicarse. Sólo una parte muy pequeña del total, que resulta imposible distinguir con precisión, correspondía al Cinca. A pesar de la incidencia de la gran depresión en aquellos años, la oferta de energía de origen hidráulico en el sistema de Cooperativa creció a una tasa acumulativa del 7%, si bien es cierto que en alguna parte semejante incremento respondía, como se ha notado, a la sustitución de termoelectricidad.
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Acompañando estos resultados de medidas para mejorar la organización y la gestión, tales como la reducción de plantillas y la reestructuración de los servicios, que se aplicaron en los años 1932 y 1933, la empresa consiguió acercarse a una situación de relativo equilibrio, que la muy especial situación de 1936 y años siguientes interrumpirían dramáticamente.
LA EXPLOTACIÓN DE LA FUERZA DEL EBRO, ÚLTIMA VINCULACIÓN ELÉCTRICA ENTRE ARAGÓN Y CATALUÑA
Un segundo frente en lo que atañe a la importación de energía eléctrica de procedencia aragonesa correspondió al aprovechamiento de fuerza generada por el río Ebro. En este caso fue la empresa Riegos y Fuerza del Ebro, cabecera del grupo eléctrico que fundara Pearson, la que promovió una segunda operación industrial destinada al transporte de fluido de origen aragonés para el consumo interno catalán a través de un acuerdo cerrado con la empresa Electro-Metalúrgica del Ebro (E. M. E. S. A.) en el año 1926.
La última de las sociedades mencionadas era una sociedad anónima constituida en 1904 por un grupo de accionistas catalanes para la producción de carburo de calcio. Desde su mismo comienzo adquirió la importante concesión hidráulica de que era titular Joan Espiell i Rovira, miembro de su propio consejo de administración, sobre las aguas del Ebro, en el municipio aragonés de Sástago. En 1907 quedó terminada una primera central eléctrica y comenzó a funcionar para los usos previstos en el momento de la formación de la sociedad. Pero diez años después, en 1917, la empresa comenzó la construcción de un nuevo salto de mayores dimensiones y de una segunda central también notablemente mayor.
La construcción del segundo salto progresó lentamente, quizá a causa de las variaciones en la demanda de carburos, hasta que, por iniciativa de la dirección de Riegos y Fuerza del Ebro, se alcanzó un acuerdo de venta de electricidad fechado en 25 de junio de 1926. Según los términos del contrato, Riegos se comprometía a absorber un mínimo de 50 Gwh anuales, ampliables en otros 10 Gwh. La nueva central entró en servicio en 1928 y alcanzó una producción media anual de unos 65.000 Mwh en el período 1929-1935.
Las compras de energía de Sástago por el grupo Riegos se situaron alrededor de una media anual de 59.000 Mwh en el mismo período, es decir al límite de la práctica totalidad de las disponibilidades comprometidas contraetualmente. Esto significa, atendiendo a la inexistencia de otras fórmulas para acrecentar su producción, que el grupo comprador pudo hacer frente a los incrementos de energía demandada y de consumo de electricidad en el mercado catalán gracias al convenio con E. M. E. S. A. y a las consiguientes importaciones de electricidad producida en Aragón. La importancia de semejante solución queda resaltada convenientemente cuando se recuerda que se trataba del período de la gran depresión, en que hubiera resultado dificilísimo el éxito de cualquier proyecto inversor de envergadura.
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ENERGÍA ARAGONESA E INDUSTRIA CATALANA: A MODO DE BALANCE
Para Aragón, la producción de energía destinada a su venta en Cataluña no significó prácticamente ningún tipo de contrapartida. Sus efectos directos pudieron ser casi nulos, salvo el impacto que produjera la construcción de las mismas centrales, probablemente muy limitado dado que no se trataba de grandes obras de ingeniería en ninguno de los casos.
La parte del valor del producto —es decir de los ingresos generados por la venta de los Kwh de esta procedencia— retenida en Aragón fue pequeña. Las compras efectuadas localmente tuvieron que suponer cifras muy bajas, y los impuestos satisfechos en la región todavía mucho más.
El tercer componente clásico en la cuantificación del valor recuperado o retenido en los intercambios entre distintas economías, los salarios, sí tuvo que alcanzar cierta importancia en los años de las construcciones, pero difícilmente habría producido una incidencia perceptible en él conjunto de la economía regional.
Una segunda forma de acercarse al valor de las transferencias sería la de atender a sus costes de oportunidad, es decir a aquellas posibilidades que pudieron quedar dañadas o simplemente frustradas a causa del desarrollo de los mencionados proyectos hidroeléctricos. Desde este punto de vista, el balance final no parece muy distinto.
Aragón disfrutó del más bajo precio de la energía eléctrica en toda la península desde que se generalizó la hidroelectricidad hasta la unificación de las tarifas en 1952-1953, lo que significa que no se registró ninguna clase de escasez en la región a causa de su transporte al exterior. En lo que se refiere a los impactos ecológicos y sociales de las obras hidroeléctricas, hubieron de ser muy reducidos asimismo, a la vista de las características físicas y geográficas de saltos y centrales en aquella etapa.
La trascendencia de las distintas iniciativas emprendidas en territorio aragonés en orden a su impacto sobre la economía de Cataluña, puede ser objeto de valoraciones de dos tipos. De un lado, en el terreno microeconómico, en relación con los resultados obtenidos por las propias empresas en tanto que tales, es decir en la explotación de su propio negocio. Del otro, conviene atender, asimismo, al flanco macroeconómico, o sea al efecto de tales realizaciones sobre el sistema energético y sobre la economía catalana en su conjunto.
Respecto del primer punto, cabe señalar tan sólo, de momento, que la energía de origen aragonés constituyó la clave de la viabilidad económica del proyecto eléctrico que desarrollaron Catalana de Gas y Electricidad, en primera instancia, y Cooperativa de Fluido Eléctrico, después. La rentabilidad de ambas tentativas no llegó a quedar decididamente clara en ningún momento del período que hemos estado considerando. Con todo, la actual Hidroeléctrica de Cataluña resulta directa continuadora de aquella experiencia. Para el
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otro grupo, más importante, de Riegos y Fuerza del Ebro —actualmente Fuerzas Eléctricas de Cataluña, S. A.—, el aporte de la electricidad aragonesa no tuvo influencia notable en su trayectoria en tanto que empresa.
Los efectos sobre el conjunto del sistema eléctrico pueden medirse con mucha precisión a partir de las cifras de producción, importaciones y energía demandada de cada año. El Cuadro numérico adjunto permite una cuantificación precisa del monto de las transferencias de origen aragonés, desglosado para las dos cuencas principales, la del Esera y la del Ebro, así como de su participación conjunta en el total de la energía demandada (algo así como el consumo aparente en términos brutos, es decir producción+ importaciones) por el conjunto del sistema económico.
La primera columna de datos y la segunda expresan las fechas iniciales del aprovisionamiento de fluido de las redes de Catalana de Gas y Electricidad/Cooperativa de Fluido Eléctrico, de una parte, y de Riegos y Fuerza del Ebro, de la otra. Se trata, evidentemente, de los años 1919 y 1929. Las columnas tercera y cuarta muestran respectivamente la importación de electricidad, resultante de la agregación de las dos cifras anteriores para cada año, y el total de la energía demandada por el sistema económico catalán.
Esta última serie de cifras responde a la agregación de producción e importaciones, por lo que incluye los valores de las compras al exterior. De la comparación de ambos conjuntos resalta, como es lógico, el superior dinamismo de las importaciones, hecho atribuible, entre otras cosas, a su reducido punto de partida en el primero de los años de la serie.
La última columna expresa, en porcentajes, la participación de las importaciones en la energía demandada total para cada año. Con sus datos puede comprobarse la veracidad de la afirmación anterior, pero también el limitado alcance relativo de las mismas hasta 1928. Con esas cifras a la vista, parece razonable subrayar el salto cuantitativo y cualitativo que tuvo lugar a partir de 1929.
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ENERGÍA ELÉCTRICA TRANSFERIDA DE ARAGÓN A CATALUÑA (EN MWH).
(1) (2) (3) (4) (5)
1919 2.000
1920 11.436
1921 12.641
1922 37.724
1923 32.148 2.000 431.491 0,5
11.436 480.534 2,4
12.641 480.967 2,6
37.724 586.669 6,4
32.148 588.072 5,5
1924 39.792
1925 41.046 39.792 627.479 6,3
41.046 679.187 6,0
1926 63.078
1927 64.956
1928 69.532 63.078 721.766 8,7
64.956 777.164 8,4
69.532 848.711 8,2
1929 80.418 68.316 148.735 983.522 15,1
1930 92.943 41.853 134.796 1.014.882 13,3
1931 121.755 71.446 193.201 1.058.947 18,2
1932 116.190 58.585 174.775 1.062.454 16,4
1933 121.952 54.743 176.695 1.072.958 16,5
1934 135.950 54.331 190.281 1.111.731 17,1
1935 140.461 62.589 203.051 1.177.715 17,2
(1) Procedente del Ésera.
(2) Procedente del Ebro.
(3) Total de Aragón (1+2).
(4) Energía demandada (producción+importaciones) por el sistema eléctrico catalán.
(5) Porcentaje de las importaciones procedentes de Aragón (3) sobre la energía demandada (4).
Fuente: J. MALUQUER DE MOTES: «L'electricitat».
Desde ese punto de vista, puede afirmarse que la economía catalana transitó mucho más cómodamente por la crisis de los años treinta gracias a una ampliación del suministro de electricidad que difícilmente hubiera podido producirse, en ese momento, de otra forma. La alternativa de aumentar en parecida proporción la electricidad de origen térmico, mediante la importación de carbón mineral o de petróleo, hubiera supuesto unos costes añadidos muy notables a las dificultades de la gran depresión.
Con todo, esas cifras no deben engañarnos: la importación de electricidad de origen aragonés resultó importante entre 1920 y 1935, pero, desde luego, no decisiva en ningún caso. Después de la Guerra Civil, la constitución de Unidad Eléctrica (U. N. E. S. A.), integrada por diecisiete sociedades, con la finalidad de coordinar las centrales existentes en el escenario peninsular, y la creación dp la Red General de Transporte Eléctrico vinieron a reducir la transcendencia de la utilización diferencial de la energía por áreas regionales. La unificación de tarifas, a que se ha hecho alusión más arriba, terminó de arrebatarle cualquier capacidad de impacto de carácter selectivo en la geografía española.