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Virus para un país ya enfermo.

Por Ariadna Archundia Ibarra

Todo comenzó en China. Una realidad tan remota y hoy tan próxima ha sido tema de amplias discusiones, debates, estudio, críticas y manifestaciones xenofóbicas.

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Desde los primeros días de diciembre de 2019, el epicentro se ubicó en la ciudad de Wuhan, habitada por 11 millones de personas. El primer caso de infección del COVID-19, según los datos oficiales de las autoridades chinas y de la Organización Mundial de la Salud [OMS] fue un trabajador de 55 años del Mercado de Mayoristas de Mariscos de Wuhan, lugar donde se venden todo tipo de animales exóticos, vivos y muertos, la mayoría para su consumo local y comercialización regional.

La opinión pública internacional comenzó a especular sobre la fuente de contagio. Si bien son portadores los murciélagos, un equipo de científicos chinos publicó en la respetada revista NATURE, su descubrimiento sobre el pangolín como responsable de la pandemia. En el artículo de marzo de 2020, el Dr. Tommy Lamm de la Universidad de Hong Kong identificó dos grupos de coronavirus en pangolines malayos traficados en China. Asimismo, el texto subraya que los pangolines son los mamíferos que con mayor frecuencia se trafican ilegalmente y son utilizados como alimento y para la medicina tradicional. Se enfatiza que el manejo de estas especies requiere precaución […]. La venta de animales salvajes debería de estar estrictamente prohibida para minimizar el riesgo de brotes futuros. Cabe mencionar que para los conservacionistas, la noticia pone en franco riesgo al animal, que de por sí, está en peligro de extinción.

Arte Urbano de Sean Hula Yoro (@the_hula), en Miami.

Cortesía del artista y de Kapu Collective vía Instagram

Aunque la venta para China es considerada legal, el hoy aciago mercado de Wuhan, no contaba, ni cuenta, con las medidas higiénicas necesarias para albergar tantas especies, ni con reglamentos específicos. Fue hasta el muy tardío 2 de abril cuando la ciudad de Shenzhen prohibió el consumo de perros y gatos como parte de una campaña gubernamental contra el comercio de vida silvestre. La medida, que entrará en vigor el 1 de mayo de 2020, busca evitar una segunda oleada de COVID-19 o un brote de un nuevo tipo de coronavirus.

El COVID-19 tiene el 76 % de similitud que el Síndrome Respiratorio Agudo Severo [SARS]. Aunque su letalidad es menor y los fallecimientos se reducen a un 2 %, su peligrosidad radica en que es 7 veces más contagioso y asintomático en los primeros 7 días, no obstante, durante este periodo su transmisión es cabal.

En la recreación de los contagios, el primer caso se registró el 8 de diciembre de 2019. El segundo infectado resultó un hombre de 61 años, primer fallecido y cliente frecuente del mercado. Fue hasta el 30 de enero de 2020 con más de 9,700 casos confirmados de 2019-nCoV en la República Popular China y 106 casos más en otros 19 países, que el Director General de la OMS declaró el brote como una Emergencia de Salud Pública de Importancia Internacional [ESPII]. Pasaron más de siete semanas, tiempo que –en ese hubiera que no existe–, pudiera haber sido mayormente controlado el virus. Hoy sabemos que el gobierno, en su afán de negación y como maniobra política, retuvo información, con la esperanza de contenerlo. No fue posible.

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