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El día en que el Papa bendijo al taco mexicano
from El Taquito
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Afinales de 1978, pasada la Navidad, preparábamos la fiesta de fin de año, cuando el 28 de diciembre sonó el teléfono de nuestra casa de Libra y pidieron con urgencia que mi papá tomara la llamada. Él, en un par de minutos de conversación, cambió su rostro de la preocupación a la alegría; de la responsabilidad al compromiso. Apenas colgó el teléfono, nos dijo con asombro y gran entusiasmo: -El Taquito servirá, dentro de un mes, la comida al Papa. Me lo acaba de decir el señor abad, Guillermo Schulenburg.
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Este insólito hecho se había comenzado a gestar desde septiembre, cuando durante una comida de monseñor Schulenburg en El Taquito, le pidió al padre Del Águila -uno de sus más cercanos colaboradores-, que debía dirigirse al Vaticano, a llevar un pequeño encargo. Él aceptó de inmediato y se levantó a hablar por teléfono en la caja del restaurante. Al finalizar su llamada, le comentó a mi padre que tenía una importante misión en Europa, y que con mucho gusto lo invitaba a ir con él.
Sin embargo, por las necesidades del restaurante, don Rafa no pudo aceptar la invitación, pero le dijo en plan bromista: -Yo no puedo, pero llévate a mis hijos.
Y el padre le respondió: -Adelante, que preparen su pasaporte, sus papeles y en unas 2 semanas más estarán volando al otro lado del mundo.
Sorprendido, le preguntó si era en serio tal invitación y el padre sólo lo miró a los ojos. Inmediatamente le reviró: -Rafael, ¿cuándo te he dicho algún cuento que no fuera cierto? Anda, apresura a tus hijos y deja de hacer preguntas.
Ya con más calma y debido a mi corta edad, se decidió que fuera Marcos a tan
“El Taquito”: una historia que contar
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Don Rafael Guillén y monseñor Ernesto Corripio Ahumada
largo viaje. Empero, dada la amistad que existía con Antonio, hijo de Teodoro Aceves, gerente de El Taquito, Marcos le pidió al padre que invitara al joven de unos 20 años. La propuesta fue aceptada y ambos jóvenes se prepararon para la aventura.
Llegó la esperada fecha de tomar el avión, un enorme Jumbo 747 de Iberia.
Mi hermano Marcos, me contaría después que muy nerviosos, por supuesto, pasaron por migración y realizaron los demás trámites burocráticos.
Luego, arribó el padre Del Águila y una vez en el avión, se disputaron viajar en el asiento junto a la ventanilla. Sólo que el ganador fue el padre y los envió al pasillo.
Llevaban un par de horas volando, cuando él se puso de pie y les dijo, sonriente: -A ver chamaquitos, pongan atención. Les voy a enseñar algo.
Obedientes, permanecieron en silencio, mientras el padre abría un compartimiento de donde extrajo un pequeño tubo de vidrio -similar al de los puros, pero más voluminoso- y dijo: -Toño, pásate al asiento del pasillo, me voy a sentar entre los dos. El padre se acomodó y, con seriedad, les confió: -¿Saben a dónde vamos?
A Roma, contestaron. -¿Saben a qué vamos?, volvió a preguntar. “A conocer”, respondieron con inocencia. Los miró fijamente unos cuantos momentos y les dijo: -Les voy a enseñar algo, para que vean que no venimos sólo de turistas; bueno, al menos yo, que vengo en representación de la máxima autoridad de la Iglesia en México. Ustedes vienen a hacerme compañía; ahora fíjense bien.
De ese pequeño tubo él sacó un pergamino que al extraerse hacía un ruidito muy peculiar. Cuando lo desenrolló completamente, los niños quedaron boquiabiertos.
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Se trataba de una invitación que decía, palabras más, palabras menos, que el pueblo de México, por medio de sus representantes de la Iglesia, le extendía una cordial invitación a Karol Wojtyla, sucesor de Albino Luciani (Juan Pablo I). México deseaba ser visitado por quien se hace llamar Juan Pablo II.
Aquí el viaje habría de tomar otro significado, pues de alguna manera ellos fueron testigos de un acontecimiento que, en enero de 1979, aunque sólo por unos cuantos días, nos haría el país más feliz del mundo.
Casi de manera inmediata, comenzó a correr la noticia por toda la familia. Los preparativos se echaron a andar. El menú sería preparado con mucho cuidado, se consideraba un convivio para 2 mil personas.
En El Taquito se vivía un ambiente lleno de entusiasmo y cada quién quería contribuir o participar en el evento. La cocinera estaba nerviosa como todos, pues la comida no solo debía alcanzar para tanta gente, sino que debía gustar como nunca antes. Así que se entregaría plenamente. ¡Y vaya que lo hizo muy bien!
Ella y todos sus colaboradores de la cocina, así como los meseros que servirían la comida, y mi papá, como el máximo re-
El menú para el Papa “El Taquito”: una historia que contar
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Monseñor Schulenburg, promotor del primer viaje del Papa Juan Pablo II. Con él, Marcos, Patricia y Rafael Guillén presentante de El Taquito, nervioso pero muy seguro, como siempre, de que todo saldría muy bien. Teodoro, Eduardo Piedra Briones, Marcos, el que esto escribe y varios más, también nos pusimos a trabajar como nunca.
unas vianDas De luJo
El Taquito volvió a ser el centro de atención de los medios de comunicación y en los principales diarios comenzaron a leerse algunos reportajes sobre tan singular establecimiento.
A continuación, voy a retomar uno de ellos, que fue publicado luego de la visita
de Su Santidad, en el periódico Claridades.
“Bien podría hacerse una apología de aquel 27 de enero de 1979. Las calles de la República Mexicana se encontraban inundadas por un mar de gente. El Papa, desde un balcón o un carro descubierto saludaba y bendecía a las multitudes. A eso de la tres de la tarde, asistió a una comida que organizó el abad de la Basílica de Guadalupe, monseñor Guillermo Schulenburg.
Las autoridades eclesiásticas en pleno, se encontraban en el convivio, dos mil personas rodeaban al máximo pontífice de la iglesia católica. Personajes de todas partes del mundo se encontraban también presentes.
Días después se le había preguntado al Papa qué es lo que le gustaría comer y él, con la sencillez y naturalidad que lo caracterizan, respondió: -La comida mexicana.
En esa comida Karol Wojtyla, convertido en S.S. Juan Pablo II, no bendijo el pan, bendijo el taco mexicano y, cariñosamente, lo llamó ante dos mil comensales El Taquito.
Curiosamente, toda la comida que se elaboró ese día fue preparada en el popular restaurante taurino, que lleva el nombre de El Taquito.
Don Rafael y todo el personal que trabaja aquí, se movilizaron para brindar el mejor servicio, y todos tienen algo qué recordar de aquel
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día. Cada uno analiza desde su particular punto de vista lo que ocurrió. Otros no asistieron, se quedaron en el local para presentar mejor los platillos.
Desde días antes, las autoridades eclesiásticas de México se habían dado a la búsqueda de un restaurante que elaborara la comida mexicana al gusto del sumo pontífice. Y en el concurso intervinieron una gran variedad de prestigiados restaurantes de todo México ¡y hasta los extranjeros que preparan comida mexicana!
Sin embargo, consultado monseñor Guillermo Schulenburg sobre sus preferencias, contestó que él era asiduo concurrente de El Taquito y que por su limpieza y tradición ¡no había más elección!
El cardenal Corripio volvió al lugar, invitado en más de una ocasión, para comprobar lo que en la comida del Papa, aquel 27 de enero, se había dicho. Y quedó impresionado. Su visita la realizó conjuntamente con monseñor Miguel Darío Miranda.
En días anteriores había regresado monseñor Valdés (de los sacerdotes sabatinos), acompañado de Guillermo Schulenburg.
Y aquí encontramos que se conjugan, perfectamente, el arte religioso con el taurino, alguna vez comparados en su esencia. Pero la comida preparada aquel día, no tiene parangón.
Ese día, su Santidad probó de todo un poco, e incluso pidió, días después, que le volvieran a llevar algunos de esos platillos mexicanos que probó, el ahora histórico, 27 de enero de 1979.
Ilustración de León Antonio Arano Otal
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