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Heidegger: en busca del ser olvidado / Carlos Mongar 6 y

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terioso” lenguaje de los poetas como Hölderlin, t i ”l jdl t Höld li Trakl y Rilke. Encontró en el lenguaje poético la libertad expresiva que le permitió sacar del ocultamiento los entes y lo que no son entes. El lenguaje poético muestra las cosas en su ser con una luminosidad que va más allá de cualquier clase de reificación. factor de cambio en la fa sociedad? so En términos generales, cuandon se se habla de filosofía todos to parecemos estar ta de acuerdo de lo que q se habla, es decir, al al hablar de filosofía sabemos sa de qué va. Y Y como sabemos de qué q va, consideramos apropiado ap interrogar a a la filosofía sobre su utilidad y su misión enu el proceso de transfor-el mación de la sociedad.m

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El saber propio de la la filosofía no necesita si por lo pronto de una explicación in ex-u tenso. te Nuestro saber acerca ac de la filosofía, está en relación direc-es ta ta con nuestra experiencia ri de la filosofía. Será S determinante el el sentido que revista ta nuestra experiencia ci con la filosofía, ya que de ello dependerá q tanto ta su valor como el el tipo de acción o no acción ac que hayamos de asignarle. Y, esta esd la directriz que apertura l di t i t nuestra decisión y acción real y posible, según Heidegger, para poder comprender lo que la filosofía misma es, dado que la filosofía es lo que verdaderamente somos nosotros hic et nunc, según nuestra autenticidad o falsedad, según la toma de posición que tengamos ante el mundo.

En un recodo del camino tropezamos con la pregunta: ¿Cuál es la utilidad de la filosofía? Sabemos y conocemos las condiciones de opresión, manipulación, explotación, degradación en todos los sentidos, entre otros muchos males que afligen y flagelan a la sociedad humana a nivel planetario; será acertado, oportuno, preguntar: ¿Cuál es la tarea de la filosofía como

En su “Introducción a la filosofía”, Heidegger, comenta: «Pero no estamos en absoluto fuera de la filosofía, y ello no porque acaso contemos ya con ciertos conocimientos de filosofía, Aun cuando no sepamos nada de filosofía, porque la filosofía está en nosotros y nos pertenece y, por cierto, en el sentido de que filosofamos ya siempre. Filosofamos incluso cuando no tenemos ni idea de ello, incluso cuando “no hacemos” filosofía. No es que filosofemos en este momento o en aquel, sino que filosofamos constantemente y necesariamente en cuanto que existimos como hombres. Existir como hombres, ser ahí como hombre, da sein como hombres, significa filosofar».

Al parecer estamos ante una contradicción. Si ejercemos la filosofía y permanentemente filosofamos, nada justifica que nos cuestionemos por su utilidad y por el tipo de misión que realizamos desde nuestra experiencia. Se justificaría, quizá, si se tuviera que corregir algo, de enmendar una determinada dirección o aplicación en la que ya desde antes nos movemos. Si fuese así, carecería de sentido nuestra pregunta, dado que en todo caso, tendríamos que preguntar por el valor del servicio o por la validez del objetivo, no por el objetivo mismo, ni por la posibilidad de utilizar para algo la filosofía.

Así que, la pregunta ¿Para qué sirve la filosofía? Se responde por sí misma: “¡para nada!”, porque si sirviera para algo no preguntaríamos por su utilidad.

«El que surja hoy de nuevo la pregunta por la utilidad de la filosofía —afirma el filósofo Guillermo Betancourt— no es sino la confirmación de que filosóficamente nos movemos todavía —y hemos de movernos así por un tiempo aún muy largo— en la determinación aristotélica del filosofar, según la cual la filosofía es la forma más alta de toda “praxis”, pero, precisamente por ello, “es inútil”».

A pesar de todo, el que esto escribe, fiel a la tradición de: “Traduttore, traditore (Traductor, traidor)”, y como humilde traductor del mundo donde vive, considera que la filosofía “sirve” para seguir siendo nosotros mismos, para responder y esclarecer, en la medida de nuestras capacidades, los misterios más profundos de la condición humana y, por si fuera poco, como guía para la acción transformadora de este mundo en ruinas donde se sigue escuchando el grito de Nietzsche: “El desierto crece: ¡hay de aquel que esconde desiertos!”.

mongar66@hotmail.com *Poeta y ensayista, autor de Fragmentos sin fondo

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ENTRETELONES

Problemas

deautoridad

POR SERGIO GÓMEZ MONTERO*

Notas primeras

Con él, con don Jesús Reyes Heroles, cuando llegó a ocupar el cargo de secretario de Educación Pública, me tocó escuchar varias veces una consigna y un consejo que tengo profundamente grabado desde entonces (cuarenta años atrás): la política, sin cultura no existe, de ahí la importancia de hermanar la una con la otra casi como obligación si se quiere ejercer el gobierno de una manera correcta. Puede ser que en aquel entonces todavía Zygmunt Bauman aún no fuera muy conocido (en lo particular no recuerdo) y por lo tanto el manejo que él hace del concepto cultura aún no se aplicara en tanto fuerza energetizante social, pero ello no hacía falta en las pláticas de Reyes Heroles con Jorge Bustamante un poco antes de crearse el Colegio de la Frontera Norte (Colef) o con Guillermo Bonfil Batalla en Tijuana cuando de nueva cuenta la relación entre cultura y política surgía al hablar del México profundo, pues para el primero era importante poner énfasis en la cultura en la región de la frontera para paliar así los efectos negativos –decía él– de la “maquilización” de la zona, uno de cuyos efectos había sido precisamente desdibujar a nuestro México profundo, por lo que entonces se crea, en su secretaría, el Programa Cultural de las Fronteras para llevar a la práctica sus ideas.

Pero es obvio que esa relación entre cultura y política Reyes Heroles la consideraba primordial no sólo para llevarla a la práctica en la frontera, sino que esa relación era vital en toda la vida social del país para lograr así salir adelante, como nación, en todos los aspectos de la vida social diaria —esa lección le tocó impartirla desde cuando estuvo a su cargo la Secretaría de Gobernación—. ¿Qué tanto, lo así concebido por Reyes Heroles se mantiene, tiene hoy vigencia? Es difícil establecerlo, pero el que esa relación entre cultura y política subsiste, es innegable, como podrá percibirse al leer las anotaciones en que se basa el texto siguiente.

En el camino de la cultura

Acabo de ver la extraordinaria película de Chloé Zhao, Nomadland, sobre cómo, después de 2008, muchos en Estados Unidos se vieron precisados a vivir sobre ruedas y rodar por caminos trazados entre desiertos y llanuras infinitos tanto por la costa oeste como por el centro del país vecino, en recorridos donde, al llegar a las ciudades, buscan algún trabajo, asentándose allí por temporadas, pero sin que su seguridad (paz y tranquilidad) se vea perturbada, pues lo que allí predomina —tanto en caminos como en ciudades— es la autoridad. Recorridos de miles y miles de millas donde sólo de manera eventual se cruzan con patrullas policiacas.

A diferencia, acá, he vivido por estos días la experiencia desde el vuelo, hasta el viaje por carretera para llegar a donde voy, y todo el trayecto lo haces con el Jesús en la boca, pues la inseguridad es manifiesta, ya que el principio de autoridad —autoridad: el que más sabe, si nos atenemos a la etimología de la palabra— se encuentra totalmente desvanecido, lo mismo en el centro del país, que no se diga en algunas regiones como Zacatecas, Guanajuato, Veracruz, Sinaloa, por mencionar algunas. ¿Por qué ese desvanecimiento de la autoridad? ¿Dónde está el que más sabe y por eso se le respeta?

Históricamente, el desvanecimiento mencionado tiene vinculaciones estrechas con el predominio de lo militar en diversas etapas de nuestra vida pasada: desde el siglo XIX, luego de la Independencia, los regímenes militares llenaron de zozobra la vida diaria, ya que sólo el poder de las armas a la vez que acallaba las rebeliones y las invasiones, atraía, contradictoriamente, los inestables estados de paz y tranquilidad —¿de allí deviene nuestra herencia patriarcal tan arraigada?—. La ley, por eso, era y es aún hoy letra vacua. Esa manera ficticia de autoridad, así, hasta hoy, predomina y desplaza de tal forma al acuerdo ciudadano como base primordial de la autoridad: si no hay principio de fuerza parece no haber paz en el país.

Hoy, cuando tal paradigma se quiere romper, las resistencias se hacen múltiples, en particular por parte de uno de los poderes fácticos más poderosos de hoy: el narcotráfico que, como herencia maldita del neoliberalismo, nos ha sido dejado a todos los habitantes del país y es el que más se resiste a que sea el acuerdo ciudadano como principio de autoridad el que predomine en el país, en vez del principio de fuerza (el poder militar versus el poder del narcotráfico) que durante tantos años ha sido, sobre todo en épocas recientes, se insiste, el dominante en el país (relaciones, muchas veces, no de enfrentamiento entre uno y otro —poder militar versus poder del narcotráfico— sino de extraña complicidad —la Operación Cóndor allá por los ochenta—).

Es decir, pacificar el país no es nada fácil, pues la subsistencia de la contradicción acuerdo ciudadano sometido al principio de fuerza que ha caracterizado al país desde muchísimo tiempo atrás —principios del XIX hasta hoy— ha impedido durante todo ese tiempo que en el país predomine un clima de paz y tranquilidad basado en un principio de autoridad sustentado en el acuerdo ciudadano —donde se supone radica la sabiduría social primordial—.

Romper ese patrón cultural, entre otros varios,

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Imagen de la película Nomadland.

es sin duda uno de los retos sociales más arduos que se vislumbran para el presente y el futuro entre nosotros. Y, lo más importante, comenzar a darnos cuenta de que ello hay que analizarlo precisamente en términos culturales y no sólo de estrategia militar, como aquí se ha intentado plantear. En otras palabras, tal como se establece en Nomadland, la autoridad es más que nada cultura y no poder militar como falsamente, durante dos siglos, lo ha considerado el Estado en México.

Administración y política

Hasta hoy, por lo hasta aquí por mí investigado, poco se ha estudiado sobre el porqué, desde mediados del XIX al Estado en —su faceta de administración pública— le ha tocado la tarea, en México, de cobijar en su seno a muchos intelectuales y creadores artísticos. Ellos, desde aquellas épocas, ocuparon diversos cargos públicos —Guillermo Prieto, Payno, Altamirano, Riva Palacio, varios otros— que no sabemos qué tanto esta condición les permitió apoyar o no su obra de creación o de indagación intelectual. Como sea, pero desde entonces existe, en México, la tendencia a que es el Estado quien debe dar protección y sustento a quienes dedican una buena parte de su tiempo disponible a obras de creación. Esta tendencia se fortaleció, directa e indirectamente, después de la Revolución, pues desde entonces el Estado favoreció con becas y estímulos diversos a quienes se dedicaban a la creación artística o tareas propias de la intelectualidad.

En mucho opuestos a los simbolistas —quienes, con su espíritu anárquico, poco o nada tenían que ver con el Estado–, muchos de los intelectuales y creadores artísticos del país desde mediados del XIX, como se mencionaba, han sido proclives a estar vinculados con el Estado, porque saben que él, virtualmente, es quien mayores recursos económicos aporta y destina a la promoción de las artes y la investigación científica (hoy con becas y estímulos y, de manera ocasional, todavía con puestos como en el servicio exterior) y de ahí esa vinculación tan estrecha —enfermiza, quizá, como cuando Echeverría— entre intelectuales diversos y Estado en el país. Fuente ello, entre otras cosas, del nacionalismo revolucionario en las artes. Por eso hoy, cuando el Estado se ha vuelto austero de diferentes maneras y tiende a ser así un Estado disminuido (ya no el capo de épocas pasadas) uno, sin querer, se pregunta: ¿qué tanto esa austeridad va a modificar las relaciones entre Estado e intelectuales y creadores?, ¿qué harán estos segundos ante cambio tan brusco de las reglas del juego, si su relación con el Estado se modifica impactará en algo a las cuestiones políticas del país?

Tal triunfo de la administración sobre la política, que ha generado al Estado disminuido de hoy, se inscribe en los cambios, más amplios (rompimiento con ciertos sectores de la burguesía), que desde tiempo atrás el régimen de la denominada 4T considera como válidos, coyunturalmente, para la actual etapa histórica por la que atraviesa el país, al margen de que ello implique reducir así el universo poblacional con el cual llegó al poder y que en términos numéricos, esos sectores, hasta hoy, poco representan —según lo considera la 4T y más que nada

el caudillo—. ¿Esa pérdida cuantitativa cómo se va a traducir en lo cualitativo?, es una pregunta cuya respuesta hasta ahora no es clara, pues los sectores afectados no tienen acceso a medios de comunicación amplios y su presencia en las redes, si bien es más sensible hasta hoy ha tenido repercusiones escasas y dispersas. ¿Serán pues, así, sectores —el de los artistas y creadores intelectuales— que no tienen mayor importancia política? Si eso no es tal, ¿ese menosprecio de esos sectores tendrá su reflejo a la hora de futuras votaciones nacionales? ¿Por qué las preguntas anteriores? Porque un Estado disminuido representa también una disminución de la autoridad entendida como la experiencia y sabiduría que le dan presencia social al Estado, y ése sí es un problema que hay que discutir a fondo: ¿austeridad o preservación de la autoridad? Es, sí, un problema cultural en verdad complejo. Como sea, la existencia del Estado disminuido —hasta aquí apenas esbozada— es significativa por ser ella, como sea, un cambio estratégico en el papel que el Estado había venido jugando desde tiempo atrás en nuestro país y que aún no se sabe qué repercusiones políticas y administrativas—vendrán con ello. Pronto, debe considerarse, se tendrá conocimiento de lo anterior con los sucesos por venir. El Estado disminuido Termina aquí esta serie de reflexiones sobre la autoridad y el Estado, insistiendo en que este segundo, sin la primera —que es saber y experiencia, insisto—, virtualmente es nada o no tiene razón de ser, por eso, ¿es el actual un Estado carente de saber, desde el momento en que hasta hoy —entre otras cosas del mismo tenor— ha sido incapaz de construir un partido político que conduzca, con coherencia, el proyecto de cambio político que se enarbo“La política, sin cultura no existe, de ahí la importancia de hermanar la la? ¿Es sólo un Estado disminuido, sin autoridad, si se toma en cuenta lo siguiente? Surgido, en efecto, el una con la otra casi gobierno actual de un arcoíris amcomo obligación plísimo de población de todos los si se quiere ejercer colores y creencias políticas, ha conel gobierno de una siderado que ese amorfo frente ammanera correcta” plio que le dio el triunfo debe seguir así hasta el infinito, considerando que ésa es la mejor manera de preservar la continuidad no del gobierno sino del proyecto político en que éste se sustenta. ¿Falsa o verdadera esa creencia? Por ende, ¿fals o o verdadero el régimen de gobierno actual? ¿Tiene posibilidades de continuar como proyecto de largo alcance—?

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