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El último monstruo del siglo XX / Rael Salvador pág
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VIGENCIA DE SARTRE EL ÚLTIMOMONSTRUODEL SIGLO XX
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POR RAEL SALVADOR
El solo hecho de observar la imagen de Sartre en actitud beligerante es para mí un signo alentador. Digo, en el buen sentido intelectual, “beligerante”, no ya como el soñador de una época que confundió el desencanto con la verdad —la de su militancia comunista—, y que del “técnico del saber práctico” pasó al “nuevo intelectual” que niega en sí mismo “lo intelectual” y busca universalizar el compromiso humano estrechando la cercanía con la multitud.
En el existencialismo ateo, sartreano, sí, cabe el vacío de una moda (que no requiere explicación, mucho menos expiación, como el existencialismo cristiano de Gabriel Marcel); movilización producto del horror de la Segunda Guerra Mundial —el absurdo fundamental, sucedáneo de toda “culpa”—, obliga al hombre de izquierda, ontólogo de la fenomenología, bajar a la calle y ofrecer al desencanto deshumanizado la posibilidad de una “libertad”, entendida —inventada— como escape a la “mala fe”, a la inautenticidad (y que no especularé sobre ello en este momento, sólo invitaré a los interesados —si los hay, en esta “vigencia de Sartre”— a la lectura de El existencialismo es un humanismo, conferencia trascrita para esclarecer el existencialismo).
Una época
Cuando en los años 60 y 70 los policías del sistema levantaban de los mítines políticos al agitador filosófico Jean-Paul Sartre (arengando, como le observamos en portada), Charles de Gaulle, aún presidente de Francia —haciendo gala de la humilde lección de tolerancia aprendida de Demetrio, “Asediador de ciudades”, que de seguro leyó en Plinio o en Reflexiones de una Venus marina, de un popular Lawrence Durrell ya traducido al galo—, rinde homenaje al coloso de El ser y la nada, al declarar: “¡No se puede encarcelar a Voltaire!”.
Vaya manera de engrandecer el espíritu de una época. No dijo Sartre, sino… ¡Voltaire!
En su fulgurante prefacio a Los condenados de la Tierra, de Frantz Fanon, Sartre escribe: «Hay que dejarlos gritar, eso los calma: perro que ladra no muerde», cuando él mismo ladra a los cuatro puntos cardinales “todos los anticomunistas son
Más de 50 mil personas en las calles en el funeral de Jean-Paul Sartre.
perros”. Ladra bien, no gime… como los “intelectuales” de ahora, que lo hacen con descortés melancolía, estéril amargura y nauseabundo pesimismo.
Él, que desde Las palabras sabe lo que es ser un “perro sabio”.
Se vive, es todo
El 15 de abril de 1980, los noticieros internacionales dan a conocer la muerte de Sartre (nacido en París, el año de 1905): las pantallas de televisión exhiben una larga procesión de fieles y existencialistas, gente que sabía de él —que, gracias a su “visibilidad comprometida”, lo admiraba y respetaba—, universitarios, pensadores de la época, camaradas maoístas, oponentes políticos; se habla de 50 mil personas en las calles quienes, en un silencioso andar de murmullos tristes —que dificulta el avance de la carroza— , homenajeaba al filósofo más grande del siglo XX —el más importante es Heidegger—, al hombre de acción, al dramaturgo, al escritor, al “último monstruo de la inteligencia”.
En esa conmovedora “ceremonia del adiós”, Simone de Beauvoir —su compañera de toda la vida— encabeza el cortejo fúnebre, después de abrazar largo tiempo el frío cadáver del viejo mandarín, de 74 años, autor de Los caminos de la libertad, La náusea, El muro, La crítica de la razón dialéctica, entre muchas otras obras.
Se está vivo un segundo antes de morir, y Sartre, ciego —una ruina gangrenada— , aún reverencial, alcanza a decir: “Le quiero mucho, amado Castor…” (Su acostumbrado “Bièvre” — Castor— por Beauvoir, que sonoriza su vínculo). Entonces ella, quien tanto lo amó, escribe: «He aquí el primero de mis libros* —sin duda el único— que usted no habrá leído antes de ser impreso. Le está enteramente consagrado pero ya no le atañe.
» [En él] hablo algo de mí, porque el testigo forma parte de su testimonio, pero lo hago lo menos posible. En primer lugar porque no es mi propósito y, además, como ya señalé respondiendo a los amigos que me preguntaban cómo tomaba su muerte: “Eso no puede decirse, no puede escribirse, no puede pensarse; se vive, es todo”».
Sí, a Sartre hay que leerlo de cualquier manera y en cualquier circunstancia. Negar a Sartre y al existencialismo sólo sería “inexistencialismo sartreano”.
raelart@hotmail.com
*Prefacio de La ceremonia des adieux (Editions Gallima rd, 1981).
6 HEIDEGGER:enbusca
A Wanderlust, hasta la muerte
POR CARLOS MONGAR*
¿C ómo pensar en un pensador que dedicó toda su vida a pensar, y pensaba que ese pensar que se constituía en su filosofar, se situaba fuera de lo que se ha considerado hasta hoy como filosofía?
Martin Heidegger es, sin lugar a duda, un filósofo/poeta que generó enconadas controversias filosóficas y sigue provocando ásperas polémicas sobre su breve participación en los inicios del régimen Nacionalsocialista. Mas es innegable que, Heidegger, es el pensador que con su filosofar ha marcado e influido en casi todos los ámbitos del pensamiento crítico contemporáneo en general y la reflexión filosófica en particular. Emprendió un caminar que a la vez es un pensar y una aventura cuya meta prácticamente es inalcanzable, dado que el ser de su búsqueda es, para señalarlo de alguna manera, una firme presencia ausente que lo impulsa a abrir, en forma permanente, nuevos caminos volviendo a pensar lo impensable: el ser (Sein); o, mejor dicho, restaurar la pregunta por el ser (Sein).
Echarnos a andar es hacer camino o caminar por sendas trazadas por otro pensar. El camino es una invitación a la acción, a potenciar mi voluntad de vida, a hacer de mi existencia una aventura de autenticidad o inautenticidad. Heidegger sabía lo que hacía y por qué lo hacía al escribir como epígrafe en la nota de aceptación de la publicación de sus obras completas por la editorial Klostermann: “Wege… nicht Werke (Caminos… no obras)”.
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El camino es la existencia inmersa en lo posible. El camino es tiempo. Es la flor heideggeriana de tres pétalos que se abre en el mismo instante al presente, pasado y futuro. El Dasein (ser-ahí, el ser humano) es el camino y el tiempo: vive viviendo el instante primero y último de la existencia, flanqueado por el pasado a la par que con el futuro, lo sepa o lo ignore. Echarnos a andar es emprender un caminar que a su vez es una aventura, la cual, casi siempre, no sabemos a dónde nos llevará. Caminar es vivir, y en ese
instante de nuestro andar, “nos adentramos en lo que es pensar —apunta Heidegger— cuando pensamos nosotros mismos”. Caminar es ejercicio de la libertad y el pensamiento. “La tarea que enfrenta el pensa miento hoy día, de algún modo, no tiene precedente —señala Heidegger—. Y, exige una forma totalmente nueva de pensar. Este nuevo modo de pensar es más sencillo que la filosofía convencional, pero también más difícil porque requiere un uso más cuidadoso de la lengua”. Caminar y pensar es fuente inagotable de visiones, percepciones, ensoñaciones, encuentros inauditos y sorpresas prodigiosas que nos obligan a repensar y extasiarnos con la maravilla que es el ser (Sein) permanentemente en “fuga”; o, cambiar de ruta y encontrar nuevos senderos en el bosque, en la playa, en el desierto, en la tundra; y acaso, sólo sean sendas perdidas que conducen, finalmente, al encuentro con uno mismo. Si nos echamos a andar para «La filosofía “sirve” para seguir siendo nosotros mismos, para responder soencontrar el ser (Sein) oculto, velado, casi siempre confundido con el ente, ¿quién nos dirá o qué nos bre los misterios más indicará que el ser (Sein) “está” profundos de la con- presente? La evidencia, si se me dición humana» permite, será como de soslayo; sesgada, como el instante en que el relámpago ilumina la innominada noche de la nada, donde resplandece el ser (Sein) para que podamos descubrir qué es eso que nos constituye como seres humanos; y mediante esa iluminación resplandeciente quede il i ió l d i t d expuesto lot l propio de la esencia que ya siempre somos; y, así, percibiremos que sólo hay ser donde hay ser humano, único ente que se pregunta por el ser (Sein).
Para comunicar su filosofar, Martin Heidegger señaló su camino al habla, un nuevo lenguaje-camino, complejo y difícil; no pocas veces “oscuro”, emparentado a los presocráticos Heráclito y Parménides. Esta praxis comunicativa se originó en la insuficiencia del lenguaje tradicional “lineal” que le impedía comunicar lo hasta entonces innombrado o aún no pensado; esto incitó por necesidad a Heidegger ha romper con dicho lenguaje en favor del “mis-
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