* 13
MI MESA CAMILLA
Tirarse al Monte Hay veces que no tienes claro qué camino tomar, cuando estás harto de oír hablar de política, cuando te sobran el móvil y los argumentos y te falta el aire y la tranquilidad, solo te queda tirarte al monte. De mañana. Ágil. Silencioso. Sin impaciencia ni mapa. Preferentemente solitario. O —preferiblemente — con alguna persona que se preste a recordar junto a ti lo fantástica que es la soledad entre dos. Es entonces cuando las verdades se empequeñecen en un camino forestal. Los problemas más graves desaparecen desde lo alto de una loma. Todas las ofensas resultan menos dolorosas bajo la sombra de una higuera frondosa y comienzas a oírte a ti mismo allí donde el silencio se vuelve denso. El que anda no solo escapa, además emprende una peculiar manera de regreso. Abandona su casa bien temprano para regresar a ella horas más tarde. Fatigarse para hallarse en forma después. Eliminar calorías para hallarte con fuerza. Extraviarse para encontrarse, oír solamente el magnético rechinar de tu zancada. Cruzarte con alguien a quien saludas sin conocerlo de nada. Admirar el paisaje cómo si fuese de Monet. Refrescarte en una fuente. Y escaparte un tiempo de la colosal peña de WhatsApp que es la humanidad. Es el momento que te sientes viudo de ti mismo.
Cuando pisas por el campo después de un tiempo sin hacerlo te encuentras como si lo estrenaras nuevamente. Es como volver a la vida, abandonando la pereza que en la ciudad has convertido en patria. Olores que te recuerdan a un perfume de hierba mojada y a tierra húmeda por el reparto imperfecto de lluvia a deshoras. Olores olvidados de tomillo, lavanda, romero que el padre te enseñó a reconocer con la certeza de lo impredecible y la magia de lo impensable. Con los años, más lentamente, uno asume volver como un no irse nunca. Y es que el milagro de la edad trae emociones muy nuevas, que a veces son consuelo y a ratos castigo. Hoy da lo mismo que el día sea maravilloso, que la primavera acabe por llegar o las flores inunden los campos, porque a los niños (concentrados en sus videojuegos o en sus artilugios móviles) ya no les atrae el paisaje cuando viajamos, ni tan siquiera preguntan que por donde vamos. Si has perdido el rumbo, si el tiempo te falta pero te sobra reloj, si no alcanzas a ver el horizonte porque llevas la cabeza baja, si una rotonda en la carretera te parece algo verde y maravilloso, si la quietud y el silencio te ponen nervioso, si hace demasiado tiempo que no te encuentras a ti mismo; es el momento, digo, de tirarse al monte. Nono Villalta